Video de presentación de la Encíclica “Laudato Si”

Un documento clave, trascendental para el momento actual y necesario para reflexionar sobre nuestra obligación moral de salvar la integridad de nuestro planeta.

Católico Chapín

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Los peces muertos

Guatemala ha perdido algo más que especies nativas.

Aun cuando no se trata de un problema exclusivo de Guatemala -porque el deterioro ambiental y la pérdida masiva de vida silvestre en el continente latinoamericano viene desde hace mucho- no deja de ser un tema difícil de abordar, debido al poder de los círculos financieros y empresariales. El impacto de la voracidad corporativa en la integridad de los ecosistemas, de los cuales depende también la calidad de vida de los humanos, es abismal y ha impedido formas de desarrollo económico más amigables con el ambiente.

Con una irresponsabilidad rayana en lo criminal, las autoridades en nuestros países permiten la explotación irracional de recursos naturales y la invasión de grandes extensiones de tierra con monocultivos agresivos, crianza de ganado, explotación minera o construcción de oleoductos y plantas hidroeléctricas sobre tierras agrícolas en las cuales han vivido sus comunidades durante siglos.

En esos “territorios liberados” por multinacionales o empresas locales de mucho poder, nadie ingresa. En Guatemala, por ejemplo –y también en Chile y Brasil- se avala desde las altas esferas una especie de extraterritorialidad, permitiendo en esos espacios un desempeño exento de controles administrativos, sanitarios o de vigilancia del cumplimiento y respeto de derechos humanos. Como en Las Vegas, lo que allí sucede allí se queda.

Hoy nos golpea la visión de millares de peces muertos en el río La Pasión, uno de los ecosistemas más ricos de Guatemala en especies nativas y un paraje de belleza sin igual. Sus riberas, pobladas por aves, mamíferos y otras especies fueron, hasta ahora, un importante destino turístico. Sin embargo, hoy están cubiertas de peces muertos envenenados por agroquímicos, una de las graves consecuencias de la falta de control en la aplicación de las leyes que regulan su uso.

La depredación de masas boscosas, la contaminación de ríos y otras fuentes hídricas, el exterminio de aves, reptiles y mamíferos por pérdida de sus hábitat y el desalojo de personas para entregar enormes extensiones a empresas que solo perpetuarán esa destrucción, han sido políticas impuestas a partir de la codicia de políticos y empresarios cortoplacistas, ciegos a las repercusiones de ese modo depredador de simular un falso desarrollo.

El poder de quienes promueven el uso de agroquímicos en áreas protegidas –algunos de ellos prohibidos en países desarrollados- así como la lasitud de las autoridades responsables de evitar estos abusos, constituyen una afrenta contra la vida silvestre y humana. Pero también representan un síntoma del más perverso subdesarrollo político, ya que evidencian la pérdida de respeto por valores superiores en toda nación, como son la integridad territorial, la protección de la vida humana y del patrimonio natural del cual depende el sostenimiento de todo un sistema de vida.

Lo que se requiere es una utopía: la revisión exhaustiva de las operaciones agroindustriales, extractivas y de explotación de los recursos, tendente a reorientar los planes de desarrollo hacia un sistema racional de aprovechamiento de la riqueza, estableciendo como prioridad la integridad, la vida y el bienestar de todos.

elquintopatio@gmail.com

Publicado en Prensa Libre el 13/06/2015

El centro del universo no es Wall Street, Londres, Berlin, ni Beijing

El Papa Francisco ha tocado un nervio sensible.

Francisco ha despertado la ira del capitalismo extremo con su carta encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la casa común. Era previsible que ante los primeros párrafos de su mensaje –de una dureza inusual en estos temas – se produjera una reacción inmediata de rechazo por parte de sectores conservadores cuyos intereses se oponen a la teoría del calentamiento global y a los nocivos efectos de la actividad industrial, agrícola y extractiva de sus compañías.

“Esta hermana (tierra) clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto»”

En las 190 páginas del documento, Francisco no deja lugar a dudas sobre su preocupación por el tema ambiental, al cual considera una cuestión moral y ética. Cita a varios de sus antecesores, entre ellos a Juan Pablo II quien, ya en 1991 insistía en la necesidad de realizar cambios profundos en el estilo de vida y de consumo, así como en las estructuras de poder que condicionan a nuestras sociedades modernas.

La influencia de Francisco -cuyo pensamiento se identifica y extrae la esencia del otro Francisco, el de Asís-, este jefe supremo del catolicismo, un hombre de pensamiento moderno capaz de sacudir las entretelas anquilosadas del Vaticano para ponerse en los zapatos de las clases más humildes para defender las causas fundamentales, sin duda será agriamente criticada por quienes ven peligrar sus privilegios.

Pero la humanidad necesita estas voces de un liderazgo sensato y conducente a los cambios indispensables para no solo preservar al planeta, sino a quienes habitamos en él. Esas naciones, en cuyos centros financieros se ha concentrado el poder mundial, deben comenzar a ceder en sus posiciones de un capitalismo deshumanizante ante la realidad de la catástrofe anunciada por medio de inundaciones, temperaturas extremas, pérdida masiva de especies y de biodiversidad en toda la redondez de la Tierra. El Papa no podría haber sido más claro al señalar que no tenemos derecho a acabar con la vida de otras criaturas, porque esas vidas aparentemente ajenas nos son indispensables para conservar la nuestra.

El centro del universo no está en Wall Street, en Berlín, Londres, ni Beijing. Por lo tanto, las decisiones sobre el futuro de la especie humana, sus condiciones de vida, sus expectativas de desarrollo y todo lo concerniente a las relaciones entre Estados deben responder a las necesidades de los pueblos con pleno respeto a su soberanía. Es aquí en donde tiene pleno sentido el mensaje papal, un mensaje de enorme trascendencia para el momento actual, cuando se pone en la balanza el beneficio económico de unos pocos contra las esperanzas de vida de las grandes mayorías.

elquintopatio@gmail.com

(Publicado en Prensa Libre el 20/06/2015)

El punto ciego

Que el país está en una crisis profunda, es una realidad cuyas abrumadoras dimensiones han trascendido fronteras. No solo por un caso o dos de corrupción descarada, sino cientos y quizá miles de ruptura sistemática de la institucionalidad por medio de actos de corrupción nunca perseguidos, nunca aclarados y jamás procesados desde las instancias de justicia. Y esa es la demanda ciudadana.

Las medicinas y los insumos médicos que no llegan a los hospitales, los pupitres que no llegan a las escuelas y los casos empantanados en las cortes, lo denotan. Las carreteras que se comenzaron a construir y nunca se terminaron mostrando deterioro por causa de la mala calidad de los materiales y el desinterés en los ministerios y otras dependencias por dar un servicio eficiente a quienes acuden a solicitarlos, son los síntomas de una decadencia general de la administración pública.

Las leyes laborales parecen ser optativas. Así, decenas de miles de empleadas y empleados domésticos y de empresas de maquila trabajan en horarios violatorios de sus derechos humanos, recibiendo a cambio salarios y otros beneficios más propios de un sistema de esclavitud que de un contrato por servicios. Y sus demandas se estrellan contra un paredón de influencias y privilegios aparentemente indestructible.

Las estratagemas del poder para silenciar a los valientes comienzan a fallar, pero en el aparato oficial aun quedan muchos recursos para neutralizar los efectos de la ira colectiva. La intimidación por medio de trucos aparentemente legales, pero en realidad violatorios de los derechos humanos, de locomoción, de expresión y de libertad política son medidas extremas tendentes a frenar la caída en picada de la autoridad administrativa más importante del país.

A esa fuerza aun poderosa se opone con un coraje ejemplar una población hastiada del abuso y la mentira, convencida de poseer, al final de cuentas, el poder supremo que le ha sido confiscado por una clase política cuya decadencia ha colocado al país en el listado de los más vulnerables y atrasados del mundo en términos de desarrollo social.

Una posición en las estadísticas que constituye la prueba documental y testimonial del atroz estado de una nación que debería ser modelo de equidad, de riqueza cultural y natural, de empuje empresarial y visión política. Pero en donde se pierde la biodiversidad por ignorancia, negligencia y ambición. En donde se pierde a la juventud en cárteles y pandillas. En donde se pierde a la niñez en el abuso constante de su integridad. Y en donde se pierde la esperanza de todo un pueblo en la ignominia del desprecio de quienes deberían honrarlo porque le deben –gracias a su voto- posiciones creadas para servirlo, pero convertidas en “bolsas seguras” llenas de privilegios y prebendas inmerecidas.

Guatemala ha llegado a un punto ciego desde el cual no se avizora una salida institucional definida y en el cual se apuesta su futuro para los próximos decenios. Pero este momento, por la enorme trascendencia de su impacto en un posible cambio de las reglas del juego, es una victoria ciudadana capaz de dejar una marca indeleble y ejemplar.

elquintopatio@gmail.com (publicado en Prensa Libre el 15/06/2015)