Mirando para otro lado

Más allá de la insensibilidad manifiesta, es un tema de cultura.

Enconcharse en la vida propia e inmediata parece ser un recurso cultural propio de sociedades organizadas bajo un régimen de silencio. Desde la infancia se impide la libre expresión y desde ese punto de partida, ya con la represión bien instalada como rasgo de educación y buena conducta, seguimos el camino hacia una adultez cargada de hipocresías.

Si a eso añadimos un patriarcado machista y extremo contra el cual no hay modo de rebelarse sin parecer desquiciada y loca, tenemos una vida normada bajo pautas ajenas, creadas con el fin de llevar la obediencia al sistema a fuerza de leyes y reglamentos aparentemente indiscutibles. De hecho, así funcionan las Constituciones cuyo contenido, sin ser necesariamente malo para la concordia ciudadana, tampoco representa una garantía de bienestar para las mayorías.

Ese es, por ejemplo, el caso del aborto. Tema espinoso como ninguno, precisamente porque a partir de conceptos sectarios y profundamente fundamentalistas, surgidos de instituciones de eminente corte patriarcal, ha sido reproducido por cortes y asambles de estilo similar, sin la menor incidencia de voces femeninas.

Pero las voces femeninas sí se han hecho escuchar desde los sectores más conservadores para condenar su práctica y convertirla en un asunto de moral, de pecado –perverso como ningún otro- perpetrado por mujeres libertinas y malvadas. Estas mujeres carentes de sentimientos atentan contra el decoro y las buenas costumbres y la sociedad tiene la obligación de imponer severos castigos a quienes cometan tan graves fechorías.

Lo que esas voces no consideran en el predicado son los derechos humanos de las mujeres, las niñas y adolescentes víctimas de incesto y violación. De acuerdo con estudios ampliamente divulgados desde que el tema de violencia contra las mujeres por fin saltó a los medios de comunicación (después de un silencio de siglos) de cada 3 mujeres, por lo menos una sufre de una agresión sexual. Son agresiones muchas veces no denunciadas por miedo a las represalias del agresor, a la condena social, a la vergüenza.

En Chile, el no muy brillante ex presidente Piñera le negó el derecho al aborto a una niña de 11 años, con un embarazo de alto riesgo producto, obviamente, de una violación. El mandatario, al ver a la niña, adujo que la menor había mostrado “profundidad y madurez” y por lo tanto debía tener a ese hijo a como diera lugar porque “en este país la vida de la madre está siempre en el primer lugar” (sic).

Sin embargo, esa actitud obtusa del ex presidente de Chile –por cierto, un país extremadamente conservador y machista- no es única en el continente.

La negación de un aborto seguro en casos de violación y en embarazos de alto riesgo tanto para la madre como para el feto, son frecuentes a todo lo largo y ancho de Latinoamérica y en muchos otros países del mundo. Es el castigo supremo para una mujer o una niña que exige su derecho a la vida. La visión patriarcal, de resortes bien aceitados para defender la postura extrema de negar ese derecho sin tener ni haber tenido una experiencia similar en carne propia, de no ser tan nefasta resultaría hasta ridícula.

Remitirse a la idea absurda y retorcida de creer que las mujeres disfrutan abortando, es el colmo de la ignorancia. El aborto es un drama personal subsecuente a otro drama como la agresión sexual, cuando ha sido ese el motivo. Como corolario, es preciso subrayar ese recurso extremo está muchas veces a disposición de quienes pueden pagar fortunas en hospitales privados para obtenerlo en ambiente seguro. Las mujeres pobres, que se resignen.

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El mal agudo de montaña

Mareos, pérdida del sentido de la realidad y otros síntomas.

También conocido como soroche, la disminución de oxígeno en la sangre puede detonar efectos muy curiosos y, por supuesto, devastadores. Quienes no han pasado por el proceso de aclimatación a las alturas son víctimas fáciles de este peligroso estado mental y físico capaz de alterar la percepción, llegando en casos extremos a provocar una especie de “apagón” en el cerebro.

Las alturas del poder tienen similares características. La pérdida de los alimentos esenciales para garantizar un trabajo eficiente de las neuronas –en este caso, la sensatez y la humildad- actúa de manera artera, disimulada y progresiva, creando una ilusión de realidad allí en donde no hay nada más que vacío y confusión. Quien se monta en esas nubes alcanzando rápidamente las mayores elevaciones, ni siquiera se da cuenta de cómo su sentido de la realidad ya no es más que un mareo capaz de anular su capacidad de reflexión.

Este mal agudo de montaña en el escenario político es prácticamente inevitable en los ámbitos tradicionales, en donde un cierto personaje se monta en un partido político ad hoc financiado por otros -partido por supuesto carente de una plataforma ideológica sólida que sirva de sostén a sus propuestas- y de la noche a la mañana se encuentra flotando lejos de sus electores y rodeado por un círculo estrecho y hermético de “asesores” bien entrenados en el arte de hacer cumplir los compromisos con quienes financiaron la fiesta.

Esto no es un cuadro exclusivo del subdesarrollo, como solemos categorizar a nuestros países. También sucede de manera casi idéntica en aquellas naciones desarrolladas de las cuales dependen las decisiones más importantes en el escenario mundial. Esta percepción, alterada por la excitación provocada por la certeza de poseer el poder, desemboca en acciones basadas en un conocimiento sesgado del entorno pero, por encima de todo, por la íntima satisfacción de incidir, para bien o para mal, en el curso de la Historia.

Se podría decir de la mayoría de gobernantes que, en lugar de vivir una realidad real, viven una realidad virtual. Es decir, una simulación de la realidad, solo que esta ha sido diseñada por quienes han adoptado el papel de guardianes con el objetivo de sostener un sistema caduco y clientelar de gobierno, el cual de otro modo caería en pedazos.

En la época actual, no parece posible construir un entarimado diferente en las relaciones gobierno – sociedad. Los términos están dados por esos nudos de poder cuya principal misión es, precisamente, conservar los viejos principios de una verticalidad casi dictatorial desde las alturas decisorias. Desde esos conceptos moldeados a la fuerza para encajar con la modernidad se define algo parecido a la democracia con la cual soñamos.

Los retortijones del sistema, sin embargo, no desembocan en la transformación del modelo. Así vemos cómo los gobiernos del continente –por mencionar a los más cercanos- practican juegos de prueba y error totalmente contradictorios con sus compromisos de campaña y lo hacen amparándose en una autoridad legal de discutible legitimidad si nos remitimos a los principios democráticos a los cuales afirman responder.

Un paseo por la pradera para respirar un aire pleno de oxígeno y así recuperar el sentido real de las cosas, es la receta para esos personajes lejanos y ajenos que rigen nuestro destino. Salirse del anillo nefasto que los engaña y compromete para establecer un contacto real, directo y honesto con quienes viven en esa realidad real a la que tanto parecen temer los habitantes de las alturas.

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Tosca

En mi colección de fotos faltaba la bella Tosca. Nos acompañó durante un año, el único de su vida que fue feliz, consentida, cuidada con esmero y amor.OLYMPUS DIGITAL CAMERA
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El origen del conflicto

El diálogo abierto y sincero es una pieza de colección: escaso.

No importa el ámbito en el cual nos encontremos, la comunicación entre humanos se ha desvirtuado a tal punto que asumimos, de entrada, la falsedad del otro, la manipulación, la agenda oculta, los intereses inconfesados. Entonces, a partir de esa premisa preconstruida, actuamos. Es decir, comenzamos a defendernos de una agresión asumida como real pero no explícita, como un mecanismo de protección impreso en nuestro inconsciente que se dispara de modo automático.

¿De dónde surgió la idea de un ser humano naturalmente gregario? La realidad nos ha enseñado lo contrario: somos islotes en un mar lleno de amenazas verdaderas o imaginarias, pero tan poderosas como capaces de determinar nuestras reacciones, nuestras capacidades y sobre todo los desafíos de nuestro entorno. Por supuesto hay excepciones y son precisamente las que marcan la diferencia entre simples individuos absortos en su propio mundo y grupos integrados alrededor un algún objetivo común.

Estos últimos son los verdaderos motores del desarrollo. Son quienes trabajan con el pensamiento enfocado mucho más allá de sus intereses personales, capaces de hacer realidad sueños colectivos como si fueran los propios. Son personas cuya habilidad más notable es mantener la transparencia en un entorno marcado por la opacidad y el egoísmo. Por supuesto, no siempre vencen la fuerza de la oposición, pero dejan un legado de esperanza y la posibilidad concreta de un mejor modo de enfrentar los desafíos.

En esta lucha sin sentido, la comunicación es una herramienta poderosa y se utiliza en ambos sentidos de la escala de los valores humanos con una eficacia aterradora. Se puede transformar en un arma letal o en un instrumento capaz de llevar a la Humanidad por el camino del entendimiento y la razón. Esta dicotomía es palpable en todos sus ámbitos y se traduce tanto en la incapacidad de entendimiento entre colectividades, hemisferios e ideologías, como en la ejecución de extraordinarias iniciativas para beneficio de la Humanidad.

Quizá el origen del conflicto entre humanos sea la pérdida de contacto con el otro. La desconfianza, cuyo origen está muchas veces en nuestra propia incapacidad de entendimiento y empatía, es una presencia constante en el diálogo y resulta capaz de alterar la percepción, contaminando cualquier intento de conciliación.

Dentro del núcleo familiar ya se instalan los prejuicios y las luchas de poder. Son muchas veces tan crudas y explícitas como para imprimir en la mente de las nuevas generaciones ese patrón de conducta como el correcto, el conveniente, el ventajoso frente al resto de una sociedad con similares esquemas de conducta. De esos patrones devienen el desprecio por el otro con los consiguientes mecanismos de defensa y ataque psicológico a los cuales terminamos por acostumbrarnos como algo aceptable en nuestras relaciones interpersonales.

La guerra, por lo tanto, es un elemento presente como una característica implícita de nuestra especie y se le otorga el valor del poder sobre el otro en los negocios, en el romance, en la competencia. La guerra, como nos enseñaron desde la infancia, es territorio de valientes, de héroes y de quienes merecen permanecer en el imaginario colectivo como ejemplos a emular. Nunca nos dijeron que era mejor el diálogo claro y sincero, Tampoco nos enseñaron a reconocer nuestros errores en lugar de imponerlos por la fuerza y por eso, fundamentalmente, nos resulta tan difícil destruir esa escala de antivalores para construir otra sobre la base del entendimiento y la búsqueda de la paz.

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Las palabras erradas

Atribuir a las niñas la culpa por la violencia sexual que las afecta, es una infamia.

En días recientes, el cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, pronunció una frase desafortunada: “Las estadísticas nos dicen que hay abortos de niñas, pero no es que hayan abusado de ellas, muchas veces las mujeres se ponen como en un escaparate, provocando”. Poco después, durante una visita a un hogar para madres víctimas de violencia y abandono, pidió perdón a las allí presentes afirmando que nunca había sido su intención ofender a la mujer; todo lo contrario, contaban con todo su apoyo y simpatía.

Sin embargo, este faux pas del Arzobispo limeño no pasó inadvertido a los medios de prensa, a algunos funcionarios de gobierno y tampoco a las organizaciones de mujeres -quienes recientemente se habían manifestado contra la violencia sexual- dado que el prelado es conocido por su postura conservadora, abiertamente contraria a la diversidad sexual y, por razones obvias, al aborto.

“Cipriani hace apología de la violencia en un país de violadores” publicó en Twitter la joven congresista Indira Huilca, socióloga y reconocida activista por la igualdad de género. No obstante, es importante señalar que el desliz del cardenal no es único ni es el más ofensivo. Desde muchos foros –religiosos, institucionales, sociales y empresariales- se reproduce con excesiva facilidad el estereotipo sexista cuyo objetivo es minimizar la gravedad del delito de violación para insertarlo entre los “usos y costumbres” de sociedades patriarcales, cuya estabilidad consideran preciso preservar para beneficio de un sector poseedor del control casi absoluto.

Estos conceptos, reconocibles por lo abundantes en el diario vivir, son reproducidos por hombres y mujeres por igual, consolidándose en el imaginario social y formando parte de los valores aceptados por todos. De acuerdo con ellos, las mujeres deben ser obligadas a resguardar su integridad no exponiéndose a la agresión, en lugar de reprimir y castigar a los agresores. Esto revela una conducta social proclive a aceptar la agresión sexual desde la masculinidad como un derecho adquirido por naturaleza y no como una desviación de la conducta.

En Guatemala, la situación no es diferente. Si la congresista peruana afirma que Perú es un país de violadores, ha de saber que también lo son los demás países del continente, como los europeos y asiáticos. En fin, en donde se quiera voltear la mirada hay naciones en donde reina un machismo crudo y violento en donde la mujer se encuentra en desventaja, y en donde para hacer respetar sus derechos ha de enfrentar un fuerte muro de compadrazgo e impunidad. Las estadísticas de violencia intrafamiliar, maternidad forzada, violaciones y feminicidios cada día son más reveladoras de esta realidad.

En fecha reciente, el Centro de Epidemiología del Ministerio de Salud de Guatemala realizó un estudio con metodología similar a la utilizada para una epidemia como el zika o los indicadores de nutrición. El resultado -aún incompleto por ser una tarea de largo aliento- arroja resultados aterradores: “es un mal que se extiende indiscriminadamente y de forma intensa”, afirman. Y sin duda el interés de las instituciones por identificar los alcances de la violencia sexual podría marcar una enorme diferencia en el enfoque de este drama humano.

Guatemala posee aún un sistema colonialista en grandes extensiones de su territorio, en donde destaca la absoluta ausencia de Estado con las graves consecuencias implícitas por esta deficiencia, en los temas de salud, justicia, seguridad y respeto de los derechos humanos. Es tiempo de reparar esos vacíos.

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Salud: un reto monumental

Los cambios en el sistema de salud no dependen de una sola persona.

Sería injusto e irreal esperar mejoras inmediatas en el sistema de salud de Guatemala solo por haberse producido un relevo ministerial. Es de todos conocido el colapso en el cual se encuentra la atención sanitaria a nivel nacional, la manera como se ha administrado esa caja de Pandora de la que muchos han echado mano para llenarse los bolsillos, y los intereses involucrados en el manejo de su presupuesto.

La designación de la doctora Lucrecia Hernández Mack, sin embargo, ha lanzado un soplo de aire fresco en esa nube gris. Muchos esperan que dada su juventud, su integridad, su experiencia profesional y su calidad de médica salubrista -todo lo cual permite suponer una visión holística distinta al enfoque tradicional sobre los retos y posibles soluciones- las decisiones emanadas de esta nueva administración logren resultados en corto tiempo.

Eso es imposible. La restauración de la funcionalidad plena de los puestos y centros de salud, de los hospitales, el abastecimiento básico de instrumental, medicinas y otros suministros indispensables para la atención sanitaria a la población, no dependen de la capacidad de una sola persona al mando ni se verán sus efectos en un abrir y cerrar de ojos. Lo que suceda en los próximos meses dependerá fundamentalmente de la voluntad de los equipos humanos comprometidos con esa misión, siempre y cuando sean capaces de dejar por un lado sus intereses particulares para embarcarse en la aventura de trabajar con el claro propósito de reparar los serios daños ocasionados por la corrupción enquistada en ese importante ministerio.

La fórmula ganadora, de acuerdo con algunas opiniones vertidas en los medios de comunicación y redes sociales, sería un apoyo irrestricto del Ejecutivo, del Congreso, de las organizaciones civiles y de la ciudadanía a este nuevo intento de recuperación del enorme complejo nacional para la atención en salud. El acompañamiento no solo deberá ser constante, sino también consciente e informado sobre el estado real de las instalaciones, las condiciones de trabajo del personal, los detalles del gasto y los planes para poner todo eso en condiciones de supervivencia, dado que actualmente se encuentra en riesgo vital.

La ministra Hernández Mack ha de ser muy valiente para haber aceptado un reto que otros consideran prácticamente imposible de vencer. Hoy será su primer día de trabajo, ya directamente desde el despacho ministerial, y enfrentará los innumerables retos dentro y fuera de la cartera. Desde la distancia resulta difícil imaginar la reestructuración de ese laberinto poblado de amenazas, pero no deja de ser esperanzador pensar en la posibilidad de que, durante esta administración, la población más necesitada encuentre la atención necesaria con sensibilidad humana en el sistema, cuando acuda a él.

La ministra podría echar una mirada a su alrededor y, como sugería algún Presidente anterior, “buscar en las gavetas”, donde quizá encuentre recursos de programas irrealizables por falta de capacidad de ejecución, otra de las grandes deficiencias de un Estado clientelista y poblado de burócratas poco o nada preparados para cumplir sus funciones. La ciudadanía observa con expectación los primeros pasos de esta nueva funcionaria, pero hay que tener la suficiente lucidez para no esperar milagros, sobre todo cuando algunos de los problemas más acuciantes han permanecidos irresueltos por décadas de abandono, malos manejos y presiones malintencionadas de sectores de poder que han usado al sistema de salud como una fuente de enriquecimiento personal.

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