El peligro de no saber

Es enorme el valor de una prensa libre, independiente, ética y con capacidad investigativa.

Una de las principales estrategias de las dictaduras –explícitas, solapadas o en plena evolución- es atacar a la prensa independiente para cercenar de un certero golpe la capacidad de reflexión, análisis y convocatoria de la ciudadanía ante los abusos de sus gobernantes. La prensa correctamente orientada hacia el ejercicio irrestricto de la libertad de expresión y el derecho del pueblo a ser informado, es el instrumento indispensable en la consolidación de las democracias. Esto lo saben bien quienes aspiran a ejercer el poder sin fuerzas opuestas, en un ambiente controlado al cual no tenga acceso la mirada pública.

Los ataques a reporteros en las manifestaciones de protesta solo siguen un instructivo propio de regímenes absolutistas; al igual como la infiltración de elementos criminales en el corazón de acciones pacíficas con el objetivo de generar miedo, dudas y deserciones, el ataque físico contra los elementos de la prensa se dirige puntualmente a evitar la divulgación de la noticia veraz y la denuncia de abusos policiales contra la población indefensa. Los ejemplos de Guatemala, Francia, Hong Kong, Chile y otros países en plena ebullición política muestran de modo explícito cuán importante es para los proyectos anti democráticos silenciar a los periodistas independientes, mientras engrasan la mano de los mercaderes de la prensa con millones de dólares en publicidad y sobornos.

El precio de no saber es demasiado elevado como para ignorar ese peligro. La población jamás debe permanecer ajena al flujo de la información sobre los planes, acciones y riesgos implícitos en el actuar de sus instituciones. Por eso la represión y los ataques contra la prensa desde gobiernos aliados con organizaciones criminales, como sucede en Guatemala; o dirigidos hacia el expolio total de las riquezas nacionales, como en Chile; o hacia la destrucción de valores humanistas, fundamentos de una de las democracias más sólidas, como en Francia. 

El ejercicio periodístico está bajo enormes presiones y una de las más riesgosas es el debilitamiento de sus fuentes de financiación. El marco tradicional de periódicos y noticiarios de televisión con grandes plantillas de reporteros, editores, fotógrafos y diagramadores comenzó a disgregarse paulatinamente con el acceso fácil a la información desde las redes sociales y los medios digitales y hoy son miles los periodistas desempleados. Sin embargo, esta realidad que golpea fuertemente a los profesionales de la prensa también es un hachazo al derecho de la ciudadanía a ser informada.

El peligro de no saber es real y, de hecho, ha tenido gran influencia en la profunda ignorancia de algunas sociedades sobre la verdad de su pasado, así como los peligros de su presente y de su futuro. Esta es la realidad de muchos países en manos de grupos de poder corruptos, pero premunidos de un sistema de propaganda casi infalible, mediante el cual -y gracias al recurso de contratos millonarios con medios aliados- engañan a un pueblo desinformado y logran su objetivo de consolidar posiciones en cada proceso electoral, elevando al poder a los individuos más nefastos.

El derecho a la información pública es inalienable en cualquier sistema democrático. Sin embargo, quienes lo ejercen todos los días para dar a la ciudadanía un reporte veraz y exhaustivo sobre las decisiones que afectan su vida, su economía y el futuro de su familia, han de luchar contra fuerzas opuestas arriesgando su vida en el proceso. Respaldarlos y contribuir a mantener esa independencia es hoy una importante tarea de las sociedades, por su propia supervivencia.

Apoyar a la prensa independiente es una forma de ejercer ciudadanía.

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@carvasar 

El miedo y sus consecuencias

Cuando se alcanza el límite de tolerancia, cualquier cosa puede suceder. 

Guatemala es un país en plena destrucción: sus instituciones, cooptadas por las mafias; su infraestructura, abandonada con fines de privatización; su patrimonio natural, entregado a la agroindustria, la minería y las hidroeléctricas sin respeto por las consultas a las poblaciones afectadas; sus niñas, niños y adolescentes condenados a una vida de hambre y privaciones; sus fronteras, administradas por el narcotráfico; y sus instancias jurídicas, políticas y empresariales, hundidas en la corrupción más abyecta. Pocos países han caído tan profundo en tan breve tiempo.

Cuando por fin la tolerancia ciudadana terminó por colapsar impulsando a los guatemaltecos a salir a las calles para manifestar su repudio por las aberraciones cometidas por sus representantes en el Congreso -orquestadas estas por el presidente y su círculo inmediato- todo el aparato represivo se puso en marcha para aplastar este primer intento de ejercicio ciudadano. Premunidos de toda clase de recursos para dejar bien clara su intención de llegar hasta las últimas consecuencias, la policía y los agentes antimotines no tuvieron el menor reparo en agredir a manifestantes pacíficos con una violencia excesiva y totalmente injustificada.

Tal como ha sucedido en otros países, el gobierno guatemalteco utilizó las estratagemas ya conocidas de infiltrar a sus miembros de fuerzas de seguridad para cometer actos de vandalismo y adjudicárselos a los manifestantes. Aun cuando es innegable la posibilidad de que algunos grupos se excedieran en su manera de actuar, resulta más que obvio que hechos mayores –como la quema del edificio del Congreso- ya habían sido planificados desde los despachos oficiales. Todo esto acompañado del coro obediente de algunos adeptos, quienes comenzaron de inmediato a condenar en redes sociales la vandalización del patrimonio como si la destrucción de un edificio tuviera mayor relevancia que la de su institucionalidad y la vida de sus habitantes.

El presidente de Guatemala ya había enfrentado un proceso por ejecución extrajudicial. Se salvó por voluntad de un sistema judicial corrupto, así como se han salvado de condenas otros actores políticos y empresariales capaces de financiar generosamente su impunidad. Sin embargo, su débil naturaleza y su deuda con sus financistas en la cúpula empresarial, lo inducen a actuar como un pequeño dictador, sin reparo alguno en violar el marco constitucional con el único objetivo de disfrutar de un poder que no le corresponde, ya que el pueblo le ha manifestado su rechazo de manera explícita.

Este presidente sufre de un miedo patológico. No hay otra explicación a su conducta irracional. Es tal su incapacidad que ha evitado toda forma de diálogo y consenso, continuando de manera descarada una ruta de decisiones erráticas y el aprovechamiento de su poder para enriquecerse personalmente y permitir a su círculo más cercano utilizar al Estado como una caja de caudales a su disposición. Ante esta realidad, era lógico que la ciudadanía actuara para exigir el veto a un presupuesto de la Nación orientado hacia la quiebra económica y moral. Esa exigencia fue respondida con un despliegue de violencia policíaca pocas veces vista en los centros urbanos. 

Ahora le toca a la ciudadanía poner las cosas en su lugar y recuperar los espacios perdidos durante muchos años de pasividad y tolerancia. Los señalamientos de algunos interesados en deslegitimar las protestas no deben detener el flujo de la historia, porque esa puerta recién abierta no debe cerrarse hasta recuperar la democracia perdida.

Solo el miedo de perder provoca acciones tan desesperadas.

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El valor de la belleza

Sumidos como estamos en el vértigo de lo inmediato, olvidamos lo esencial.

Mi amiga Ana Cordero me compartió un vídeo en donde aparecen los que yo llamo “animales de viento” del genial Theo Jansen, artista holandés cuyas obras muestran una extraordinaria fusión entre arte e ingeniería; en realidad, son esculturas kinéticas creadas con materiales ligerísimos, como tubos de plástico y tela, capaces de caminar por las playas, movidas por la brisa marina gracias a un ingenioso sistema de construcción. Sus preciosos y extravagantes animales de aire se elevan o deslizan con exquisita cadencia dando la impresión de gigantescas figuras prehistóricas. Es belleza pura. El comentario de Ana me pareció tan pertinente como para citarlo en esta columna: “…en estos días, cuando el mundo está sumido en la enfermedad, la corrupción y la ambición, ver que alguien dedica su vida a crear belleza, me encantó…”.

Crear belleza y disfrutar de ella es una de nuestras actividades más trascendentales. Después de satisfacer sus necesidades inmediatas, el ser humano –desde tiempos inmemoriales- ha encontrado en el arte la mejor expresión para exhibir su capacidad creadora, su particular e íntima visión del mundo y su indispensable proyección espiritual. Crear arte, observar la naturaleza y transformarla en palabras, colores, imágenes o sonidos es una labor compleja capaz de transmutar la realidad y llevarnos a una esfera más allá de nuestra cotidianidad. Pero lo estamos perdiendo… Las nuevas generaciones han de luchar contra los intereses de un sistema obtuso, orientado con todos sus recursos a la producción masiva de bienes de consumo, por su derecho a crear lo esencial –que es el arte- y vencer esa demanda que les impide el desarrollo integral por medio de una educación bien enfocada.

El sistema impuesto por el materialismo extremo que nos ha conducido hacia la producción en masa para el consumo masivo, sin contemplación alguna ha reducido los espacios vitales del arte para imponer a las generaciones nacientes una dependencia patológica de una tecnología en donde todo está hecho. Imágenes y sonidos de partida, perfectas para adormecer las capacidades creativas desde la infancia. Sumado a ello, la limitación de espacios para el desarrollo de las artes en colegios e institutos para reemplazarlos por materias “prácticas”, las cuales no contemplan la necesidad de proporcionar la indispensable formación estética a la nueva juventud.

Lo vemos por todos lados; en las prioridades establecidas dentro de los presupuestos gubernamentales y en la persistente idea conservadora de que dedicar tiempo al arte es un desperdicio. Desde la infancia es posible observar la necesidad vital de la expresión artística, pero también cómo los sistemas educativos cercenan de tajo esos instintos creadores. Nuestros países, inmersos en un sistema capitalista mal enfocado hacia un materialismo crudo y duro, todavía no aceptan que el desarrollo de las disciplinas artísticas -desde la más tierna infancia- se manifiesta en una mayor capacidad de análisis, así como en una mejor comprensión de las matemáticas y las ciencias naturales. Es decir, una puerta hacia generaciones más inteligentes y productivas en el mejor sentido del término.

La inversión en educación, con enfoque amplio y correctamente orientado hacia la satisfacción de todas las capacidades humanas y no solo aquellas convenientes para el sistema imperante, podría generar una comunidad humana con mejores herramientas para comprender el mundo que la rodea y, por lo tanto, con una visión holística de sus infinitas posibilidades. El espíritu necesita el alimento tanto como el cuerpo, por lo cual la formación debe contener todos los elementos para desarrollar una sociedad capaz de comprender cuál es su papel en este mundo.

El arte no es un desperdicio de tiempo, es una función fundamental.

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Guatemala

El Quinto Patio

Mis columnas, encuadernadas hasta 2015, me recuerdan algo más que las experiencias de mi paso por Guatemala. Me traen la certeza del modo tan intenso como viví todas esas décadas, enamorada de su pueblo y de su impactante belleza natural.
Antes de salir le regalé un juego completo a María Eugenia Gordillo, esa extraordinaria guardiana y conservadora de la Hemeroteca Nacional, uno de los más importantes centros para la investigación de la historia de Guatemala. Lo hice para dejar una pequeña huella impresa. 
A veces las releo, aunque muy de vez en cuando. Al hacerlo, vuelvo a sentir cuánto de ese país tengo todavía prendido en la piel.

El origen de la catástrofe

No fue el huracán lo que ha destruido la vida de miles de familias guatemaltecas

Guatemala es un país golpeado al extremo de haber perdido toda oportunidad de desarrollo durante las últimas décadas. Sus gobernantes la han traicionado con premeditación y alevosía, tal y como se califica un homicidio en primer grado. El país sangra por sus cuatro costados mientras sus políticos, empresarios y militares de alto rango se reparten su riqueza con la abierta complicidad de las organizaciones criminales que hacen su agosto con los negocios más viles. Secuestro, tráfico de personas –niñas, niños, adolescentes y mujeres como su principal mercancía- y, por supuesto, el sicariato ante la vista de las fuerzas del orden.

Resulta imposible comprender cómo ha sido posible una destrucción de la institucionalidad en un marco supuestamente democrático y a la vista de la comunidad internacional. La degradación política ha alcanzado tal nivel como para colocar a Guatemala como el peor de los ejemplos de la región, solo por encima de Haití en algunos de sus indicadores más importantes de desarrollo humano. Su presidente –si es que aún puede ostentar ese título- no es más que un monigote puesto en el sillón de mando para proteger los intereses de una casta empresarial depredadora y venal. La corrupción de su gobierno, como la de sus antecesores, es de récord mundial. Quizá apenas superada por algunas repúblicas africanas del siglo pasado.

Castigada por un sistema neoliberal impuesto desde Estados Unidos y transformado por la pirámide criolla en una herramienta de enriquecimiento y autoritarismo sin límites, esta república centroamericana ha perdido a lo largo de las décadas la gran oportunidad de convertirse en un ejemplo de desarrollo, perdiendo el control sobre sus innumerables riquezas. Sus gobiernos -supuestamente democráticos- han transformado la limosna en una práctica corriente para ganar adeptos durante las campañas electorales y, una vez instalados en el poder, han reducido hasta el límite de lo posible la inversión pública, abandonando al país a una destrucción segura de su infraestructura con fines de privatización.

Por eso las tragedias que azotan a Guatemala cada año cobran miles de víctimas. Porque a su gente le han robado hasta la esperanza. La destrucción del hábitat por la ausencia de políticas de Estado para la conservación de los ecosistemas es una de las causas de graves deslaves, inundaciones y destrucción de puentes y caminos. Mientras los empresarios roban ríos y destrozan carreteras sin asumir responsabilidad alguna, las comunidades ven con impotencia cómo se van reduciendo sus posibilidades de supervivencia. Hoy, el inquilino del palacio de gobierno, quien en menos de un año ha quedado en evidencia como la peor lacra que ha pasado por el despacho presidencial, pretende elevarse como un dictador negando de manera constante toda responsabilidad en el deterioro acelerado de la vida de sus conciudadanos. 

Ni siquiera el Covid ha superado el nivel de amenaza vital que significa el actual gobierno. Este se ha declarado explícitamente incapaz para manejar no solo la gestión pública, sino también la pandemia, y ahora amplía los alcances de su incapacidad para decir que no puede socorrer a las víctimas de Eta, mientras la población se moviliza como puede para ayudar a quienes lo han perdido todo. Indudablemente algo muy malo pasa cuando una nación resulta impotente para recuperar la integridad de sus instituciones y se deja gobernar por una casta político-empresarial con tal nivel de miopía e incompetencia. 

Guatemala pierde oportunidades por la traición de sus políticos.

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Chile: El día después

Luego de una campaña intensa y cargada de emociones, viene el golpe de realidad.

El 25 de octubre pasado, más de 7 millones y medio de chilenos acudieron a las urnas para decidir entre la continuidad del sistema político-constitucional actual o un cambio en las reglas del juego. El cambio ganó con casi un 80 por ciento de aprobación, legitimando las exigencias de una sociedad en pie de lucha, cansada de los abusos del neoliberalismo crudo y duro implantado en Chile desde el golpe de Estado perpetrado por el general Pinochet y respaldado con dinero y logística por Estados Unidos. Esta victoria del movimiento de protesta, gatillado por los estudiantes secundarios en octubre del año pasado, ha abierto una ruta de esperanza, pero también de fuertes desafíos.

Uno de los primeros obstáculos a vencer es esa sensación de victoria rotunda que podría transformarse en una peligrosa actitud de triunfalismo en algunos sectores de la ciudadanía. La voluntad de redactar una nueva Constitución y, para ello, conformar una asambles ciudadana relativamente independiente de las estructuras políticas actuales, las cuales han perdido una buena cuota de credibilidad durante los años recientes, exigirá una enorme cuota de madurez y reflexión en la ciudadanía.

Las dificultades naturales de consolidar una plataforma inclusiva, representativa y claramente democrática, así como pueden ser un ejemplo de civismo para el mundo, también se pueden convertir en una trampa de recelos, rivalidades y ruptura de consensos. Lo más importante, en el inicio de la nueva etapa de cambios, será conservar la sensatez y abrir los caminos a un debate de altura entre los protagonistas de esta oportunidad histórica. Así como los políticos tradicionales han de ceder espacios a representantes de la ciudadanía organizada, también la sociedad habrá de aceptar la importancia de contar con la experiencia de políticos conocedores de los entresijos de la administración del Estado y, de paso, observar el correcto desarrollo del proceso.

Chile comienza un camino plagado de desafíos; aun cuando el plebiscito demostró a las claras que el pueblo está cansado de las falsedades y abusos de un sistema impuesto para favorecer a un pequeño puñado de familias enriquecidas a fuerza de privilegios y corrupción, llegar a los acuerdos necesarios para preservar los espacios ganados no será fácil en un engranaje diseñado con trampas y compartimentos estancos. Son muchas décadas de frustraciones como para restañar, de la noche a la mañana, esas heridas profundas a una democracia funcional y consolidada.

En el proceso será indispensable incluir las voces de la generación que puso sus ojos, su energía y su valor en la vanguardia callejera; esa juventud, sin retroceder ni un paso, hizo de la plaza de la Dignidad un símbolo mundial de protesta legítima. Esa generación de jóvenes –adolescentes, muchos de ellos- expusieron, sin espacio para interpretaciones arbitrarias, una exigencia por un cambio profundo que les garantice un futuro de desarrollo y bienestar. Lucharon por la educación, lucharon por la salud, por el respeto a los pueblos originarios y por el derecho al agua. Lucharon por la vida y merecen un espacio en la toma de decisiones.

Chile ya vivió su jornada, ya triunfó la decisión por el cambio de la Constitución y se ha iniciado la cuenta regresiva del proceso. Lo que se logre en esa trayectoria dependerá de la madurez democrática de sus protagonistas y del respeto por la legitimidad de la diversidad de posturas que van a participar en esa plataforma de consensos. De su fortaleza cívica dependerá el resultado de este nuevo comienzo. 

De una actitud madura y democrática dependerá el éxito del proceso.

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