Las Cortes son Cosa suya

Pese al desconocimiento general sobre los entresijos de la justicia, esta compete a todos.

Es probable que al pasar frente al edificio de la Corte Suprema de Justicia, menos del uno por ciento de los transeúntes conozca a cabalidad lo que se cocina ahí adentro. La población, al no haber recibido una instrucción profunda en educación cívica –la mayoría ni siquiera conoce el texto de la Constitución- carece de los elementos necesarios para analizar y reflexionar sobre la trascendencia de una elección de magistrados. Tampoco conoce el impacto que esas elecciones tienen para su vida, su futuro y la integridad del sistema democrático. Es decir, lo ignora todo.

Ignora, por ejemplo, que un evento aparentemente tan lejano y abstracto como una elección de integrantes a las Cortes sea capaz de afectar de manera decisiva su futuro personal, el de su familia y el de su país. Que depender de la decisión de instituciones dominadas por organizaciones vinculadas al crimen organizado –tales como los organismos ejecutivo y legislativo- es una de las más graves amenazas a los derechos humanos consagrados por la Constitución y las leyes internacionales. Se preguntará por qué… Muy sencillo: de las Cortes depende la idoneidad de los jueces que en algún momento de su vida, tomarán decisiones tan cercanas a usted, en resoluciones sobre violencia doméstica, violaciones sexuales, migración, protección de la niñez, pensiones alimenticias, divorcios o división de bienes mancomunados y mil y un asuntos de diferente magnitud. Es decir, prácticamente entran a su hogar y le afectan de manera directa.

Pero eso no es todo. De jueces y magistrados dependerá, en última instancia, la protección de la riqueza nacional y la posibilidad de conservar el régimen democrático. Unas Cortes sólidamente fincadas en la ética, la transparencia y la honestidad son el parapeto contra el cual se estrella la corrupción de los políticos de turno y la codicia del sector empresarial organizado. Para ello, los procesos de selección de candidatos deben ser públicos, abiertos, transparentes y al alcance de la lupa de una ciudadanía consciente y enterada de sus detalles. 

En el proceso desarrollado actualmente para la elección de magistrados en Guatemala, por ejemplo, es fácil ver cómo el cáncer ha invadido todos los espacios y pudre desde adentro a las más importantes instituciones del Estado. Individuos vinculados al narcotráfico y, por ende, poseedores de un caudal incalculable de recursos económicos, compran el voto de legisladores, abogados y miembros de la academia en una especie de circo público, sin provocar la indispensable reacción de la ciudadanía para frenar semejante disparate.

Como en un espectáculo surrealista, desfilan por la pasarela ante las Cortes los delincuentes más connotados: aquellos cuyas acciones han destruido con precisión quirúrgica los restos del estado de Derecho y se han apoderado de una institucionalidad ya debilitada por décadas de abusos de poder. El sistema de administración de justicia es un recurso de inmenso valor para proteger los derechos de la ciudadanía. Entregarlo a las organizaciones criminales es un suicidio nacional y hay que detenerlo. La fila de personajes oscuros frente a las puertas de la Corte esperando conseguir el pase para obtener impunidad y poder sobre los destinos del país, no deja resquicio a la duda. Están ahí para transformar la ley en una herramienta de enriquecimiento ilícito, en una llave maestra para proteger a sus cómplices y a las más peligrosas organizaciones criminales del continente y para dejar claro que en Guatemala los poderes del Estado les pertenecen. Ahora ya sabe. De usted depende.

El sistema de administración de justicia es garante de la democracia.

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Guatemala, ¿qué rayos te pasa que abandonas a tus hijos?

¿En dónde están las niñas, niños y adolescentes separados de su hogar? El Estado de Guatemala se encuentra en manos de un gobierno negligente y criminal, incapaz de velar por sus habitantes. En sus ciudades, pueblos y caseríos, las organizaciones criminales han encontrado el territorio abierto para llevar a cabo el negocio más cruel y perverso de todos: la trata de personas secuestrando a niñas, niños y adolescentes, a mujeres y hombres para comercio sexual, trabajos forzados o tráfico de órganos. Amparadas por un gobierno corrupto y la ausencia total de acciones contra el crimen, estas organizaciones han establecido alianzas con fuerzas de seguridad, políticos y militares para enriquecerse a costa de la tortura y la muerte de seres humanos desprotegidos y vulnerables.

Aun cuando no todas las desapariciones se relacionen con el negocio de la trata, es evidente que en el país la seguridad de la niñez está en una crisis de extrema gravedad. Es el momento de la intervención de la ciudadanía para exigir respuestas, investigaciones, protocolos de protección para la niñez abandonada o en ambiente de violencia doméstica. Ya es hora de actuar. Ninguna niña, niño o adolescente escapa de un hogar feliz.

Esto es solo una muestra de la amenaza cotidiana que acecha a la niñez guatemalteca. Estas son las Alertas Alba-Kenneth del 1 al 25 de enero de 2021. Noventa y cinco alertas de desaparición en 25 días.

Alejandro Sales Ordoñez (7 años) – Gliriam Rubidia Ruiz Sandoval (15 años) – Cristian Isai Perdomo Jimenez (9 años) – Alma Brigitte Hernandez Mendoza (13 años) – Alisson Adriana de Leon Hernandez (3 años) – Merly Nayely Mendez Cruz (13 años) – Amanda Xiomara Brizuela Fuentes (15 años) – Yesbely Ana Mabeli Castillo Garcia (12 años) – Erick Alejandro Zepeda (9 años) – Jhennifer Jhudith Morales Zavala (16 años) – Jose Abraham Palma Marin (11 años) – Karla Suleyda Chavac Nij (14 años) – Emili Alexandra Gutierrez Turnil (3 años) – Daniela Escarleth Ramirez Gutierrez (4 años) – Jefferson Agustin Arias Castillo (7 años) – Hector Ramiro Emanuel Arias Castillo (4 años) – Angel Guillermo Andres Yoc (1 año) – Melamy Crismely Equite Lopez (16 años) – Maria Rosalinda Velasquez Marroquin (15 años) – Ingrid Yanira Ramirez Diaz (13 años) – Iker Alejandro Lopez Macario (6 meses) – Enma Yojana Contreras Ramirez (15 años) – Jackeline Mishell Aroche Hernandez (15 años) – Cristel Dadiana Britney Morales Guzman (15 años) – Carlos Manuela Garcia Morales (12 años) – Emma Esmeralda Mendoza Serrano (1 año) – Dania Abigail Ruano Hernandez (15 años) – Katerine Mishell Rodriguez (17 años) – Britany Alexandra Mejia Morales (12 años) – Emanuel De Jesus Cojti Lares (15 años) – Erick Alexander Ortiz Gomez (12 años) – Brandon Jose Rodas Recinos (13 años) – Ilsy Yulissa Lopez Bolan (14 años) – Yohana Amavilis Santos Lopez (15 años) – Maryori Martinez Galicia (12 años) – Aylin Clarita Analy Can Herrera (10 años) – Alheida Eunice Nahomy Can Herrera (6 años) – Miriam Izabel Tucubal Raymundo (12 años) – Sheily Mishell Chan Caal (15 años) – Iann Stephany del Cid Aviche (6 años) – Willy Fredy Orozco Velasquez (13 años) – Mateo Diego Pascual (17 años) – Alba Rossemery Giron Hicho (17 años) – Yaneli Edelmira Santos Revolorio (4 años) – Jorge Estuardo Rosales Garcia (15 años) – Wueslin Alexis Martinez (8 años) – Patricia Guadalupe Rivera Ramirez (10 años) – Rodrigo Alejandro Muñoz (9años) – Perla Elizabeth Arana Morales (13 años) – Carlos Alexander Betancourt Ortiz (9 años) – Cristian Neftali Herrera Jimenez (1 año) – Joel Alberto Diaz Perez (16 años) – Elda Yanira Cortez y Cortez (16 años) – Edwin Samuel Gutierrez Serrano (17 años) – Jasmine Sarai Sosa Galiz (15 años) – Hillary Sarai Arredondo de Leon (3 años) – Cecilia Nohemy Velasco Diaz (1 año) – Linda Michel Chuyuch Garcia (15 años) – Jose Humberto Rodriguez Abrego (9 años) – Jesus David Fuentes Perez (17 años) – Geovanna Lisseth Albi Grajeda (14 años) – Dinora Alexandra Solares Lopez (14 años) – Prescila Schmitt Delengue (17 años) – Arnold Antonio Garcia Ruiz (17 años) – Tania Yanet Solis Vietman (15 años) – Telma Marina Juarez Vasquez (15 años) – Alma Heithzell Briggite Salazar Barrios (13 años) – Angel Misael Flores Sosa (15 años) – Kristel Vanesa Jocol Cruz (15 años)- Estefany Azucena Chaj Perez (16 años) – Sayra Celeste Arroyo Lopez (15 años) – Naomi Odet Melendrez Aceytuno (12 años) – Daniela Fernanda Huete Ordoñez (15 años) – Deysi Magaly Lopez Vasquez (15 años) – Thania Pamela Chavez (17 años) – Lesly Briseida Escobar Juarez (14 años) – Yurleni Yumari Sanchez Jaime (13 años) – Delmy Karina Victoria Sajvin Miculax (15 años) – Jatciri Mariciel De Leon Solis (16 años) – Amada Maria Jose Del Cid Perez (16 años) – Jose Carlos Morales Oliva (15 años) – Edgar Josue Sanchez Acevedo (16 años) – Gilda Beatriz Garcia Perez (17 años) – Taylor Leonel Tayuy Garcia (6 meses) – Jerardyn Yasmin Zapeta Ruiz (13 años) – Leydy Orselia Sique García (17 años) – Fernney Ardani Roldan Gonzales (2 años) – Miguel Augusto Canel Quej (3 años) – Ana Beatriz Canel Quej (3 meses) – Nathan Alexander Sutuj Pacheco (4 años) – Brandon Valdemar Ochoa Garcia (12 años) – Leyser Josue David Marroquin Gonzalez (13 años) – Zulmy Julissa Santos Sirin (16 años).

Los muros invisibles

El quinto patio

Los primeros años de vida son un período crucial para el desarrollo del cerebro.

Sentir el cuerpo y experimentar el espacio exterior son algunos de los fenómenos de la primera infancia, período cuya trascendencia suele ser subestimada por los adultos. Los primeros cinco años de vida, un poco más si se cuenta la etapa intrauterina, los seres humanos desarrollan una inmensa cantidad de conexiones con el mundo que les rodea. Para ello, es vital poseer los elementos nutricionales adecuados para alimentar a un cuerpo en crecimiento y a un cerebro con el poder suficiente para procesar tal cúmulo de información. Pero la alimentación no es el único factor para el desarrollo saludable durante esos primeros años. También están las relaciones con su entorno: las caricias, el juego, la energía positiva y el orden en la enseñanza de nuevas rutinas, de nuevos encuentros.

En algunos de nuestros países, más de la mitad de niñas y niños carecen de todos estos elementos. Nacen de una madre pobremente alimentada, muchas veces una adolescente cuyas oportunidades de vida se perdieron en la ruta de un embarazo mal atendido, una mujer-niña cuya ignorancia sobre el cúmulo de conocimientos necesarios para enfrentar la tarea de criar a un nuevo ser resulta decisiva en ese proceso. A esto se suma un entorno hostil, en donde predomina la violencia doméstica en su amplia gama de expresiones y grados. Agresión física y sexual, violencia económica y psicológica, pérdida del control de su propia vida y un estado patológico de dependencia.

En ese enorme segmento de la población de países mal gobernados se encuentra la niñez abandonada,  “el futuro de la Nación” para cada campaña electoral, pero en realidad el germen del peor desastre demográfico para cualquier país que pretenda surgir del subdesarrollo. La estrategia de las clases económicamente dominantes ha sido impedir el desarrollo físico, intelectual y educativo de las grandes masas. Generación tras generación han consolidado sus acuerdos para inyectar los fondos del Estado en las instituciones de fuerza y poder: Ejército, policía y centros de inteligencia. Todas ellas como resguardo de un poder sustentado en la explotación de una población demasiado débil para oponerse. 

En esa línea, el dominio de la mitad de la ciudadanía –el sector femenino- es crucial. Marginadas de las decisiones, no les queda más que aceptar políticas reñidas con sus intereses y sus perspectivas de desarrollo. De ese modo, ven esfumarse sus oportunidades y un futuro de independencia. A ellas les han impedido el acceso a la educación formal, pero también a toda información relacionada con su vida sexual y reproductiva, por orden de autoridades entre las cuales muy pocas veces –o nunca- figuran sus congéneres. Esta marginación, producto de un sistema misógino y discriminatorio, termina por naturalizar la degradación de las mujeres a un puesto de ciudadanas de segunda categoría, con toda la carga emocional y social que ello implica.

El desastre viene dado. Esos muros invisibles, esas vallas mentales de sociedades marcadas por doctrinas religiosas cargadas de desprecio y prejuicios medievales sobre el papel de la mujer, resultan en el deterioro permanente de un sector potencialmente productivo y capaz de mover por sí mismo los motores del desarrollo. Si las políticas públicas fueran dictadas con inteligencia y centradas en el bienestar del pueblo, los mayores recursos del Estado deberían ir directo a financiar la educación, la salud pública y a garantizar la nutrición para toda la población, como la estrategia más importante para la supervivencia de la democracia. 

El peor desastre demográfico: una niñez desnutrida.

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Yesmin y los migrantes

El factor común del drama humano centroamericano es la corrupción y la miseria. 

La muerte de Yesmin, una niña guatemalteca de 2 años afectada desde su gestación por la desnutrición presente en más de la mitad de la población de ese país, es solo un caso más entre millones de niñas y niños cuyo destino se rifa a diario en negocios turbios y crímenes de Estado perpetrados por políticos, empresarios y organizaciones criminales, cuyo poder se consolida gracias a un sistema de administración de justicia corrupto y complaciente.

Yesmin pudo ser una de las niñas de la caravana de migrantes que huye de Honduras por las mismas razones que a ella la condenaron a muerte: una pobreza endémica, falta de oportunidades de trabajo, impunidad, abuso de poder y el abandono del Estado en toda la red de servicios públicos. Yesmin fue una víctima, entre millones, cuyo paso por la vida estaba marcado por las carencias comunes al subdesarrollo: ausencia de infraestructura sanitaria, saqueo del patrimonio nacional y toda clase de delitos relacionados con el manejo de la cosa pública. Es decir, el estilo de gobierno de países como Guatemala y Honduras, cuyas banderas figuran en las gráficas de los indicadores de desarrollo humano como las peor situadas.

Guatemala y Honduras son países hermanos. Pero esa hermandad de los pueblos se manifiesta, en los gobiernos, por medio de la complicidad criminal para acabar con la democracia, fortalecer el poder de las organizaciones criminales que alimentan las caletas de militares, políticos y empresarios, permitir el despojo abierto y sin disimulo de la riqueza natural -operado por los grandes consorcios nacionales e internacionales- e ignorar de manera sistemática los reclamos de la población, aplicando en su contra todo el aparato represivo, paradójicamente financiado por quienes reciben los golpes. 

Las escenas de la caravana de migrantes hondureños que atraviesa Guatemala en su ruta hacia Estados Unidos, dejan claro cómo los gobiernos de estos dos países se confabulan para hacerle el favor al imperio. Sometidos a las órdenes del Departamento de Estado y su exigencia de detener a los migrantes, arremeten con todo su arsenal –policíaco y militar- en contra de familias enteras que solo buscan una oportunidad de vida más allá de sus fronteras. Las escenas son estremecedoras y ponen de manifiesto que las leyes internacionales, para estos gobiernos, valen tanto como las locales violadas a diario. 

En la página de la OEA se puede leer lo siguiente: “Todos los migrantes, en virtud de su dignidad humana, están protegidos por el derecho internacional de los derechos humanos, sin discriminación, en condiciones de igualdad con los ciudadanos, independientemente de su situación administrativa o de su condición. Sin embargo, a pesar del marco jurídico existente, los migrantes en todo el mundo siguen sufriendo abusos, explotación y violencia.” Entonces, es pertinente preguntarle a los directivos de esa organización, cuya reputación sigue manchada por acciones a favor de los golpes de Estado, cómo es posible su indiferencia ante la violencia ejercida por las fuerzas armadas guatemaltecas en contra de una caravana pacífica a la cual, en lugar de darle palos, hay que darle apoyo.

Asimismo, el trato prodigado por los medios de comunicación a este sensible tema debe estar en concordancia con ese postulado, y abstenerse de alimentar juicios basados en la discriminación y la xenofobia tan propios de una opinión pública insensible a la tragedia de los más pobres, como suele suceder. Los “migrantes” somos todos, más temprano o más tarde. El derecho de emigrar es un derecho humano consagrado por las leyes internacionales y es de humanos respetarlo.

Los migrantes somos todos, más temprano o más tarde.

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En carne propia

El patético espectáculo del Capitolio deja una lección: no hay democracia inmune.

Lo experimentado por los miembros del Senado en Estados Unidos ha sido una muestra breve e ilustrativa de lo provocado por esa poderosa nación en otras alrededor del mundo. Convencidos de poseer una democracia a prueba de balas –literalmente- y de constituir un ejemplo de institucionalidad incorruptible ante el resto de la comunidad internacional, a los gobernantes de ese país –sin excepción- no les ha temblado el puño para desestabilizar democracias en otras latitudes bajo el pretexto de eliminar los riesgos de una posible independización de otros Estados, en términos económicos y políticos.

Dura lección para quienes han invadido otros territorios con una bandera que hoy lleva la mancha del extremismo doméstico. Lo que en estos días aprendieron los parlamentarios es el valor de la estabilidad, del diálogo y de la correcta aplicación de las leyes, tanto para su país como para el resto del planeta. Solo falta que lo apliquen. Las expresiones de incredulidad ante la violenta batida de las huestes de Trump dentro del “sagrado” recinto del Capitolio, han de tener más de una lectura. Para empezar, las instancias políticas de ese país han sido confrontadas con la fragilidad de un sistema considerado indestructible y, luego, con el hecho de constatar la fuerza de un sector de la sociedad que no cree en la democracia.

Los partidarios del presidente Trump, un maníaco hinchado de poder, no son solo esos cientos de manifestantes que invadieron el Capitolio para amenazar a los senadores y destruir todo a su paso. No. También están los millones de votantes que favorecieron a uno de los presidentes más cuestionados, no solo por su tendencia fascista sino por su personalidad megalomaníaca y abiertamente racista. Es decir, casi la mitad de los votantes apoya las políticas de un individuo cuya inestabilidad psicológica ha llevado a una división profunda a nivel nacional.

El lamentable espectáculo transmitido en directo desde Washington debería servir como piedra angular de un cambio sustancial en la política exterior estadounidense. Aquello considerado una muestra inaudita de atentado contra la integridad institucional, equivale a las innumerables tácticas de rompimiento del orden constitucional perpetradas por el Departamento de Estado y sus agencias de inteligencia en países del tercer y cuarto mundos, las cuales han jalonado la historia de sus relaciones internacionales destruyendo gravemente las oportunidades de desarrollo de esas naciones. 

Lo sucedido en Washington con el vandalismo de los grupos afines a Trump choca de frente contra esa especie de ingenuidad colectiva que considera los valores democráticos como verdades estampadas en piedra. La verdad es que no hay democracia capaz de resistir el embate de la violencia extremista y menos cuando esta es propiciada desde el centro del poder. La democracia es un proceso, un camino que se abre y se consolida con acciones positivas, no un ideario abstracto. La democracia se funda en el respeto por el derecho de los demás y en la estricta aplicación de las leyes, sin excepciones.  

Quizás a partir de ahora se produzca en la clase gobernante estadounidense un necesario y profundo cambio de perspectiva sobre sus políticas y acciones en otros países. Las naciones en desarrollo necesitan espacio para respirar y crecer, política y económicamente; de eso depende la consolidación de democracias débiles y vulnerables, las cuales hasta ahora viven en la dependencia y la sumisión, sumidas en la pobreza, la corrupción y el caos institucional.

Lo sucedido en Washington deja una valiosa lección de humildad.

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El síndrome de la resignación

Una cadena de decepciones desemboca, sin remedio, en la aceptación del fracaso.

El año viene cargado de incógnitas. Aun cuando el cambio de dígito no refleja más que una necesidad de orden en el tiempo y una referencia para medir algo tan etéreo como nuestro viaje por la vida, solemos usarlo como parámetro de reinicio. Cada doce meses nos enfocamos en un listado hipotético de prioridades, realización de lo postergado y un verdadero torrente de buenos deseos. Sin embargo, lo más importante: aquello que marca nuestro paso por el planeta en forma de aportes sustanciales a la calidad de vida –propia y de los demás- queda siempre relegado, porque somos incapaces de enfrentar la necesidad del cambio fundamental: el nuestro. 

¿En dónde hemos contribuido –en estos países abandonados por la justicia y la equidad- a crear sociedades más solidarias y humanas? Aceptamos como inevitable todos los vicios y delitos de un sistema cuya principal característica es la explotación de unos para beneficio de otros. Toleramos -sin que siquiera se nos arrugue el ceño- la limpieza social a base del sacrificio de millones de seres humanos sumidos en la miseria y el abandono. Toleramos el asesinato selectivo de líderes indígenas, activistas sociales y ambientales, comunidades que luchan por su derecho a la vida; la constante agresión contra niños, niñas y mujeres sometidas al maltrato y la violencia, víctimas de trata, de abuso sexual y femicidio.

Nos hemos resignado a elevar, como si fueran auténticos líderes, a individuos corruptos cuyo único mérito es haberse vendido a empresarios corruptos para transformar a nuestras instituciones en centros para el enriquecimiento ilícito y la destrucción de los valores que alguna vez existieron. Mientras tanto, la riqueza inacabable de nuestras naciones, en lugar de convertirse en escuelas, universidades, sistemas de salud pública de primer mundo, garantías de seguridad ciudadana, infraestructura para el desarrollo, ha ido a parar a cuentas bancarias y caletas escondidas, a lujos ofensivos en medio de tanta pobreza.

Toleramos, como si fuera lo más natural del mundo (o lo más inevitable) el circo de las campañas políticas financiadas por la droga y los dineros robados por la casta empresarial a los fondos públicos. Sobornos a políticos, jueces y magistrados son moneda corriente y ¡claro!… observamos con falsa indignación los entresijos del quehacer parlamentario, en donde nuestros derechos tienen precio, pero no valor. Somos estrictos e intolerantes con quienes se atreven a desafiar el marco de principos pre definidos por las organizaciones religiosas, pero incapaces de cuestionarlos y confrontarlos con los derechos humanos fundamentales, violados de forma consuetudinaria por esas mismas doctrinas. 

La resignación no es válida cuando somos capaces de ver, sin estremecernos, el desfile de niños, niñas y mujeres retratados en las alertas de personas desaparecidas. Cuando podemos seguir habitando nuestra burbuja de comodidad aunque muchas de ellas sean halladas asesinadas, con señales de violación y tortura. Cuando muchas terminan como material comercial en prostíbulos y víctimas de trabajos forzados. ¿Qué esperamos del año, después de todo? ¿O será que acaso el año espera de nosotros una pizca más de conciencia? ¿Un poquito de saludable rebeldía y la decisión –finalmente- de contribuir a un cambio radical del estatus? No deseo para nadie un feliz año nuevo, sino uno de esfuerzo. Deseo, en cambio, el inicio de una revolución personal capaz de desembocar en la construcción de una sociedad más humana, equitativa y capaz de reinventarse sobre la base de la justicia.

Vemos con indiferencia la miseria de otros, como algo natural.

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