El enigma del mañana

Los humanos tendemos a crear ilusiones a partir de nuestras carencias. Así como inventamos historias románticas desde relaciones patológicamente opresivas, también construimos fantasías democráticas a partir de sistemas estructurados a propósito para negar a la ciudadanía toda posibilidad de incidencia. Esto no sucede solo a nivel local, es una realidad global a la cual nos acostumbramos por pura necesidad de compensar nuestra impotencia.

Al arrojar una mirada hacia tierras lejanas con víctimas abstractas de conflagraciones ajenas –gracias a medios internacionales que nos comparten la visión oficial de los conflictos- nos hacemos la idea de vivir en un reducto de relativa seguridad. Lo que no vemos es la garra posada con firmeza sobre nuestras decisiones y nuestra independencia nunca asumida. Con la ingenuidad propia de quienes desconocen los entretelones de la historia verdadera, es decir, la de los intereses corporativos en todo acto de política internacional, nos han terminado por convencer una y otra vez el discurso y la promesa.

Hemos visto ciudades destruidas por ejércitos en pugna. Hemos leído sobre otras tierras arrasadas en donde millones de mujeres y niños son violados o descuartizados por las bombas de fabricación estadounidense, rusa o de cualquier país industrializado cuyo poder descanse sobre el poderío bélico. Con esa indignación de buenos ciudadanos comentamos sobre el horror de guerras ajenas que no nos tocan, creyéndonos inmunes. En los noticieros observamos horrorizados a miles de seres humanos emigrando hacia Occidente, como si no lo viviéramos en carne propia en la ruta hacia el Norte.

Sin embargo, los aires de la globalización también traen residuos de pólvora. Lo que nuestros países vivieron durante la Guerra Fría es la versión “vintage” de los conflictos actuales en Siria o Palestina. También pusimos nuestra cuota de muertos por cada intento de instalar gobiernos independientes. No fueron disputas de carácter político sino groseras invasiones –unas más solapadas que otras- con el castigo adicional del embargo de la riqueza de nuestros países. Las primaveras democráticas resultantes de la caída de las dictaduras no lograron madurar lo suficiente como para crear sistemas democráticos sólidos, basados en el manejo de los recursos nacionales con una visión de progreso y bienestar para toda la población.

Las corporaciones nunca lo hubieran permitido. De hecho, la mayoría de gobiernos terminaron cediendo el dominio de sus mayores industrias y fuentes de ingreso y quienes se negaron a hacerlo comenzaron a sufrir el acoso de Estados Unidos y sus aliados. Con la alegre complicidad de gobernantes corruptos y sus grupos afines en los sistemas jurídicos, políticos y financieros, los candados se fueron cerrando sobre una riqueza a la cual nunca más tuvieron acceso sus legítimos dueños. Hoy una mayoría abrumadora de la población de América Latina vive en condiciones de pobreza y pobreza extrema. La niñez y juventud han perdido de manera progresiva las oportunidades de acceso a educación de calidad y alimentación apropiada para su desarrollo.

Este escenario, sin ser tan extremo como las áreas en guerra de Medio Oriente, sí nos coloca en la lista de las naciones invadidas cuyo progreso se detuvo en un punto sin retorno por obra y gracia de intereses que ni siquiera logramos imaginar. Los abusos cometidos por los países desarrollados contra los más ricos pero más débiles, quedarán inscritos como los peores crímenes en la historia de la Humanidad.

Blog de la autora http://www.carolinavasquezaraya.com

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Reflexiones de la época

A pesar de que con el transcurrir de los años he perdido el interés por esta festividad, la Navidad siempre me pareció una hermosa celebración de familia y, mientras mi hija estuvo en casa, realicé los mayores esfuerzos por hacer de esos momentos algo digno de recordar. Ahora ella repite los ceremoniales de fin de año con sus propios hijos y estoy segura de que en algún rincón de su mente revive las sensaciones de su niñez. Esta experiencia no es única ni original, en millones de hogares alrededor del mundo hay una familia reunida alrededor de un símbolo navideño, aun cuando no profese religión alguna.

En Guatemala, un país en donde predomina el cristianismo, los ritos alrededor de la fecha del nacimiento de Jesús son múltiples y variados. Las casas se adornan profusamente con ristras de manzanilla, agujas de pino, ramas de pinabete, musgo, patas de gallo y grandes puñados de barbas de viejo para acolchonar los pesebres. Todo muy tradicional y muy apreciado, hasta cuando nos ponemos a reflexionar sobre el nivel de depredación implícito en esa bella decoración navideña.

El pinabete (Abis guatemalensis) es una especie endémica de Guatemala y crece en las zonas montañosas, en donde prolifera la extracción de madera, los incendios forestales (algunos provocados para extender los campos de siembra) y el corte de los arbolitos durante los últimos meses del año con vistas a venderlos como adorno para la Navidad. Cuando no se corta el árbol sino solamente sus ramas, de todos modos el ejemplar se degenera y al poco tiempo muere. Al efectuar esta operación justo en época de producción de semillas, las perspectivas de conservación y reproducción de ejemplares se ve seriamente afectada. Esta costumbre ha obligado a las autoridades a declararlo en peligro de extinción.

Por su parte, las barbas de viejo (Tilandsia usneoides) una especie de bromelia cuyo hábitat son las ramas de los árboles, preferentemente en ambientes húmedos y temperados, también se ha convertido en símbolo de esta temporada. Su uso como adorno durante las festividades decembrinas, así como la pérdida de su hábitat por la incontrolable deforestación que sufre Guatemala, la han colocado en la lista de especies en peligro de extinción junto con las patas de gallo (Lonicera etrusca) y el musgo, especie también en peligro, natural de las escasas áreas de bosque nativo que aún quedan en el país.

Por eso es importante llamar la atención de la población para restringir el uso de estas valiosas especies y de ese modo detener su acelerado proceso de extinción. Para quienes profesan alguna fé, no importa cuál, es oportuno recordarles que en toda doctrina espiritual el respeto por la vida es la piedra sobre la cual se fundan sus principios y valores. Entonces resulta incongruente mantener una tradición atentatoria contra la existencia de especies cuya función, en este planeta tan agredido, es proveer el sustento vital a un ecosistema del cual depende también la supervivencia humana.

A la irresponsabilidad de quienes, a pesar de las prohibiciones de las autoridades, insisten en cortar ramas de pinabete o arrancar las barbas de viejo para comercializarlas en los mercados, se suma la ligereza de quienes acuden a comprarlas aún a sabiendas de la ilegalidad de ese comercio. Detener ese tráfico de especies en extinción es responsabilidad de todos, porque la salvaguarda de nuestro entorno natural no responde a exigencias arbitrarias, sino a medidas de protección sustentadas científicamente y respaldadas por una legislación ad hoc para sancionar a quienes las violen.

Una Navidad feliz no puede depender de la destrucción de un entorno privilegiado por su diversidad y belleza.

 

Elquintopatio@gmail.com

 

 

 

El poder de la denuncia

El miedo, la apatía y la complicidad son algunos de los mayores obstáculos para establecer un sistema eficaz de administración de justicia capaz de conducir al país por un proceso generador de cambios profundos. En un sistema degradado por la infiltración de la corrupción y la delincuencia en esferas gubernamentales y en otras instituciones de fuerte incidencia política y económica, se supone la existencia de un alto grado de omisión de denuncia. Esto, por razones obvias, constituye un freno a la administración de justicia y un elemento paralizante en muchos otros aspectos de la vida nacional.

La ciudadanía se ha habituado al abuso y es neutralizada por el temor y la costumbre. Paga con impotencia los costos de la corrupción como un mal necesario y su única vía de escape es el comentario amargo en su círculo cercano. Multas de tráfico por faltas inexistentes, pago de impuestos excesivos y a capricho del vista de aduana, revisiones ilegales del vehículo en una calle solitaria, el consejo malicioso del funcionario de “soltar unos billetes”, amenaza de muerte para detener acciones legales por violencia intrafamiliar o por exigir la pensión alimenticia son casos recurrentes, silenciados por el temor.

Ese tipo de violencia es la gran amenaza contra el ejercicio libre y consciente de la democracia. Los políticos no se percatan de sus propios errores y se revisten de una autoridad prestada –porque no les pertenece- con la cual administran el tesoro del Estado en medio de la euforia de quien se siente dueño y señor del territorio. Quienes pertenecen a este círculo o se aproximan a él por distintas razones, también respiran ese aire enrarecido que nubla el entendimiento y sucumben ante las tentaciones del poder.

Así ha vivido la Guatemala actual veinte años después de la firma de la paz, un acontecimiento cuyas promesas de transformación del sistema de injusticias, inequidades y racismo nunca se cumplieron a cabalidad. Muchas de las crisis actuales devienen de la pérdida de dirección en las intenciones originales de enfocar los esfuerzos en el desarrollo, la inclusión de los pueblos originarios, la equidad entre hombres y mujeres, los objetivos en salud y educación. Esta tarea de reorientar a las fuerzas políticas exige a la ciudadanía detenerse a pensar en el camino recorrido, en cuánto falta por alcanzar y cómo es posible eliminar los motivos que llevaron al país a embarcarse en un conflicto armado prolongado y destructivo.

El ambiente de violencia es la consecuencia de haber perdido la ruta correcta, haber creído que con una firma en el documento se superaban las causas de la pugna entre sectores, se allanaba el camino al diálogo y quizá también se iniciaba una época de reparación de los daños.

Pero un pensamiento sin acciones no sirve para nada. Un cambio de reglas sin la voluntad de cumplirlas solo ha conducido a ensanchar la distancia entre las expectativas y la realidad.

La ciudadanía tiene ahora la tarea de involucrarse activamente en la reorientación de sus objetivos y metas. La denuncia, aunque parezca un acto insignificante ante la enormidad del problema, es la herramienta más efectiva para ir empoderando a una población-víctima, durante mucho tiempo impotente ante el acoso y el abuso de criminales grandes y pequeños, refugiados en sus intocables centros de control. La denuncia libera y abre un camino hacia el imperio de la ley. Quizá durante algún tiempo las instituciones encargadas de la investigación e impartición de justicia sean incapaces de procesar tanta demanda ciudadana, pero el efecto poderoso de una sociedad consciente de sus derechos socavará los cimientos de quienes se amparan en la impunidad y los privilegios.

Elquintopatio@gmail.com

Agradeceré citar la fuente al compartir este artículo.

 

 

 

“…para inspirarse no hay mejor entorno que nuestros países en crisis constante”

Con Navi Pillay, Premio Nóbel

Pressenza: Quisimos entrevistar a otra columnista permanente de nuestro medio, la chilena Carolina Vásquez Araya, radicada en Guatemala desde hace años.

Pressenza: ¿En qué valores te formaste, cuáles resultaron ser para tí los temas más importantes, intransables, que buscan abrirse paso a través de tus lineas?

Carolina: Nací y crecí en Chile, un país que en los años 50 y 60 estaba concentrado en sí mismo, en su propio desarrollo y en donde la educación tenía un gran valor, un país hasta cierto punto aislado del resto del mundo y donde el modelo a seguir era Europa y su cultura. De hecho, en mi familia predominaba una visión de futuro en función de las cualidades intelectuales y no se consideraba importante la posibilidad de embarcarse en otras actividades, tales como la tecnología o los negocios. De ese modo, en mi niñez todo parecía girar alrededor de una valoración extrema de ciertos principios, siempre en función de lo que podías lograr por medio de una formación eminentemente académica.
Esa etapa marcó mi visión de las cosas de manera bastante particular, pero también me prestó una perspectiva crítica de la vida y de los acontecimientos, algo muy útil en los tiempos que vivimos. De ese germen fue creciendo un interés particular por los temas culturales, predominantes en mi trayectoria durante muchos años, evolucionando hacia un enfoque mucho más integral de la realidad.

Pressenza: ¿Cómo haces para inspirarte y ponerte ante el teclado con tanta frecuencia?

Carolina: Durante algunos años escribí y publiqué una columna sobre temas culturales de lunes a sábado y no podía –ni quería- dejar de hacerlo. Eso, quizá, más la rutina del trabajo periodístico y la presión de escribir a diario sobre distintos temas, me ayudó a crear un hábito que se fue transformando en una vía indispensable de expresión. Mi columna en un periódico guatemalteco de gran influencia tiene ya 25 años de existencia y hasta finales de 2015 se publicó 2 veces por semana. Desde enero de este año tiene frecuencia semanal.
En cuanto a la temática, para inspirarse no hay mejor entorno que nuestros países en crisis constante. El crimen, la violencia, la discriminación y el racismo, las profundas desigualdades y el abuso de poder de ciertos sectores configuran un escenario al cual no te puedes sustraer. Te invade, te impulsa a sumarte a la denuncia porque de otro modo de nada sirve tu capacidad para elaborar un texto. Es una gran responsabilidad para quienes tenemos el privilegio de ver nuestro pensamiento plasmado en la prensa escrita o en un archivo digital.

Pressenza: ¿De qué modo percibes a quienes te leen con regularidad, recibes algún feed-back, o imaginas a esos lectores? ¿Para quién escribes?

Carolina: Recibo comentarios y por lo general son muy positivos. Cuando alguien reacciona de manera negativa a mis escritos intento comprender el porqué de esa reacción. Todo escrito refleja una visión personal de quien lo elabora y no representa necesariamente el sentir universal de los lectores. De ahí que debo ser extremadamente sensible a las reacciones para no traspasar esa línea entre mi concepto de la verdad y el de los demás. Evitar esa forma de arrogancia resulta esencial para mantener la cordura.

Pressenza: ¿Has publicado alguna vez tus columnas en formato libro, o solamente las difundes por nuestra agencia y por otros plataformas virtuales?

Carolina: Alguna vez, hace ya mucho tiempo, edité un libro con columnas sobre cultura. Ahí lo tengo guardado y jamás terminé el proyecto, nunca lo mandé a imprimir. Han sido muchos años de escribir con una frecuencia tan estricta que prácticamente se ha vuelto un estilo de vida al cual he dedicado mucha energía, pero no estoy segura de que una selección de columnas de opinión tenga valor literario en sí misma. Sin embargo, no dudo de su valor como espejo de una época en la cual han sucedido acontecimientos de enorme trascendencia. Quizá sea ése mi gran proyecto futuro. Desde hace algunos años alimento un blog con mis escritos (http://www.carolinavasquezaraya.com), con la esperanza de que algún día despierte el interés de quienes deseen conocer mi pensamiento.

Pressenza: ¿Qué sería para tí lo más importante, la aspiración mayor a lograr con tus palabras en el año entrante?

Carolina: Durante años he observado la vida política y social de Guatemala y de otros países de nuestro continente, por lo cual puedo decir con total convicción que las palabras no bastan para alcanzar cambios significativos en sociedades tan complejas y trastornadas como las nuestras. Los problemas sobrepasan cualquier iniciativa de cambio en niveles mucho más estructurados, como son los sistemas de justicia, los controles administrativos del Estado, la fiscalización de la recaudación tributaria o la reforma de los sistemas de salud y educación. En este sentido, la prensa solo puede contribuir a informar, analizar y denunciar, pero la verdadera incidencia en los cambios corresponde a la ciudadanía.

Pressenza: Finalmente, Carolina, cómo percibes tu a Pressenza y qué tal ha sido tu relación hasta ahora…

Carolina: Pressenza es ejemplo de una plataforma moderna, orientada hacia un público diverso. El gran valor de un medio digital como Pressenza es su enorme potencial divulgativo y su capacidad para brindar espacio a quienes enfocan su análisis en el desarrollo de nuestros pueblos. Es una plataforma solidaria a la cual agradezco la publicación de mis columnas y le deseo el mayor de los éxitos.

Pressenza: ¿Hay algo más que quisieras decirnos?

A veces, nuestros esfuerzos parecen estériles y en algún momento sentimos impotencia ante la enorme labor que nos espera. Sin embargo los avances existen, se perciben en cambios muchas veces insignificantes pero reales. El solo hecho de expresarnos libremente es un derecho que hace tres décadas no teníamos en la mayoría de nuestros países. Siempre miremos hacia el pasado para redondear nuestra perspectiva y dar sentido a nuestras metas. Gracias, Pressenza, por darme la oportunidad de compartir con ustedes esta travesía.

Pressenza: ¡Muchas gracias a ti, Carolina!

http://www.pressenza.com/es/2016/12/entrevista-carolina-vasquez-para-inspirarse-no-hay-mejor-entorno-que-nuestros-paises-en-crisis-constante/

Las buenas noticias

Guatemala sigue destacando entre los países menos desarrollados del mundo. Contrastando con su buena posición en cifras macroeconómicas, la miseria en la cual se hunden las oportunidades de progreso futuro y los sueños de sus nuevas generaciones, demuestra sin sombra de duda la persistencia de un sistema feudal de tenencia de la tierra, de los medios de producción, de una legislación orientada a perpetuar los privilegios, todo ello en medio de un entorno corrupto alimentado por quienes se benefician de esa torcida forma de administrar la riqueza nacional.

En realidad, hacen falta las buenas noticias. Aquellas capaces de poner en grandes titulares el logro de los objetivos. No importa de cuáles se trate, si los del milenio o de desarrollo sostenible, de cuya existencia pocos ciudadanos se han enterado. Pueden ser objetivos mínimos, pequeños, locales, éxitos comunitarios cuya suma vaya consolidando avances para los más pobres, pero cuya influencia alcance a sus vecinos y de allí adquieran la fuerza necesaria para generar las transformaciones que el país necesita.

Sin embargo, las noticias más destacadas suelen venir con el tono siniestro del crimen organizado o las intrigas de quienes, desde los centros de detención, trabajan horas extra para recuperar el espacio perdido con la amenaza siempre latente del retroceso. El verdadero tono de la noticia es, hasta cierto punto, inmune a influencias externas. Es como el agua, indetenible. Se cuela a pesar de todo y marca tendencia. El verdadero tono invade la psiquis y define actitudes con su poder subliminal y por más esfuerzos por disimular la realidad, esta se hace presente cada hora del día. La ciudadanía sabe que detrás del discurso optimista está el reflejo de un fracaso político y social innegable.

Las buenas noticias han tardado más de 5 décadas, cuando el proceso de deterioro social se fue afianzando en la pérdida de derechos civiles, en la represión explícita y luego implícita -porque había llegado la democracia, una que jamás alcanzó a madurar- mentras la población se dividía entre pocos ricos y muchos pobres. Así las cosas, imposible evitar pertenecer al tristemente notorio círculo de los países más violentos del planeta, en un deshonroso segundo lugar. Porque con la pobreza viene la frustración, el alcoholismo, el abuso sexual y el feminicidio. Porque en un ambiente semejante, en donde pocos gozan de sus derechos a la educación, a la salud y a la alimentación, la especie humana se voltea en contra de sí misma en una patética regresión hacia los instintos.

Al mencionar los Objetivos de Desarrollo –cualesquiera sean estos- el ciudadano ilustrado se estrella contra una realidad incontestable de racismo, exclusión de grupos bien definidos: mujeres, niños, población rural, población indígena. La pirámide se percibe cada vez más estrecha en la cúspide y más ancha en su base, en donde están quienes producen toda esa riqueza que se va en prebendas, impuestos evadidos, contrabando, sobornos y lujos para la burocracia. Quienes en su vida, estragada por el esfuerzo diario, aún tienen fuerzas para detenerse y observar el escenario político, ven frustradas sus esperanzas de cambio y terminan por aceptarlo como una maldición divina.

Las malas noticias deberían despertar los ánimos de una sociedad dormida, hacerla reaccionar para transformar los engañosos números del subdesarrollo en avance hacia los objetivos elementales planteados por la ONU a nivel mundial. Salir de los listados de la vergüenza, escapar del ojo crítico de la comunidad internacional, pero sobre todo, del de sus propios ciudadanos.

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