Atavismos

Las doctrinas religiosas deben actualizarse.

 El hombre se acercó a la mujer que manifestaba frente a casa presidencial y con aire de enojo le espetó: “Ustedes las mujeres deberían estar en su casa atendiendo sus labores domésticas, tal y como lo manda la Biblia, no tienen nada que hacer en la calle”. Luego dio media vuelta y se alejó satisfecho de haber cumplido con un deber superior.

Esto no es novedoso. Basta con asistir a una boda para escuchar cómo los estereotipos sexistas marcan la vida de una pareja desde el momento de su unión, bajo la indiscutible norma espiritual. A partir de allí se establecen las jerarquías, en las cuales la mujer siempre termina en posición secundaria, cuando no se la coloca de entrada en un peldaño inferior al de sus propios hijos en el esquema familiar.

Esta costumbre se repetía también hasta hace algunos años en la boda civil, al leer los artículos del Código relativos a la unión matrimonial, conminando a la esposa a cuidar del hogar, prohibiéndosele trabajar fuera de él sin autorización del esposo. Este Código fue reformado, pero sin duda los viejos ejemplares aun circulan y se utilizan en muchas ceremonias, ante la ignorancia de las parejas sobre la derogación de tales monstruosidades jurídicas.

Por eso, cuando se analiza la violencia de género, resulta evidente que en las estrategias para combatirla y erradicarla no pueden quedar al margen las instituciones religiosas ni los profesionales participantes en la institucionalización de las uniones. Allí debe insistirse en la toma de conciencia y la reeducación de hombres y mujeres sobre derechos y obligaciones. Es un momento oportuno para dejar estampada la igualdad con tinta indeleble. En estos tiempos y ante la violencia imperante, ese compromiso podría constituir un toque de timón hacia la dirección correcta.

Los atavismos tienen la característica de impregnar la vida casi sin sentir, son unos elementos subrepticios capaces de condenar a la miseria a todo un grupo social, escatimándole derechos a unos para otorgárselos a otros. En esos atavismos cargados de prejuicios no existe la justicia. Ni la divina ni la terrenal. Y es desquiciante vivir bajo sus parámetros.

El progreso y la actualización de los roles masculino y femenino, como los percibimos desde un centro urbano desarrollado y de costumbres cosmopolitas, no es igual al de la aldea perdida en la montaña en donde los hombres no permiten a su mujer parir por cesárea “porque ya no estará completa”. Y peor aún, en donde el personal de salud muchas veces respeta más la voluntad del esposo que la vida de su mujer.

Esas ideas primitivas de autoridad y dominio masculino inciden en los índices de violaciones sexuales y abuso en el seno de la familia. El concepto arcaico de “jefe” de hogar determina implícitamente una jerarquía sacralizada por las doctrinas religiosas y reproducida por la sociedad. ¿Por qué no se habla de “socios” en la complicada aventura de una vida en pareja? ¿Por qué no se educa en el concepto de equidad desde la más tierna infancia? ¿Por qué se sigue sacrificando un lechón cuando nace un varón y se instala una atmósfera de frustración cuando la recién nacida es una niña? Esos perversos atavismos nuestros…

Miedotenango

¿Por qué la sociedad se encierra en su burbuja?

 Parece que la violencia criminal no fuera suficiente motivo para sacudir la modorra social. Cada nuevo hecho de violencia provoca un cierto burbujeo que dura lo que permanece la noticia en los medios, ni un día más. Luego, se calma; cada quien regresa a su rutina mascullando frustración y finalmente todo se disuelve en la nada, hasta el estallido noticioso de un nuevo crimen excepcionalmente perverso.

Las muertes por asfixia, ataque armado o tortura, violación y desmembramiento coexisten con las cuentas por pagar, el precio de la gasolina y las dificultades para encontrar estacionamiento. Parecen ser parte del estilo de vida en Guatemala y los países vecinos, con los cuales comparte esta horripilante costumbre de vivir bajo amenaza.

Pero los seres humanos no son inmunes a este ataque psicológico constante. En unos, la atmósfera de incertidumbre –(¿viviré lo suficiente para amanecer mañana?)- se manifiesta en un tono de agresividad que impregna toda su vida diaria, dirigido contra quienes le rodean: su familia, sus amistades, sus compañeros de trabajo y, sobre todo, los transeúntes o automovilistas que se cruzan en su camino, como aquel pasajero de bus que vació la tolva de su pistola matando a un hombre inocente solo porque el piloto no aceleró lo suficiente. En otros, en cambio, se convierte en puro y simple miedo de salir a la calle.

El denominador común es la impotencia. Habría que analizar a fondo cuáles son los mecanismos que liberan este sentimiento tan agobiador de no encontrar respuestas ni salidas a una situación extremadamente adversa. Pero no cabe duda de que una persona atrapada por la falta de satisfacciones a su necesidad de seguridad se convierte en un ser desequilibrado en más de un sentido.

Con estas características no hay sociedad que avance hacia sus objetivos, si es que los tiene. Se transforma en una comunidad humana apática, frenada por la atmósfera de intimidación en la cual transcurre su vida diaria y cuya visión de futuro –algo indispensable en todo conglomerado social- está siempre en duda. La familia normal en estos días invierte la mayor parte de su energía en protegerse de las amenazas, latentes o explícitas, en lugar de desarrollar su potencial y avanzar en sus logros con cierta certeza de que su vida no está en peligro.

Lo curioso es la manera como este ambiente ya pasó a ser normal. Quienes disfrutan de algún reducto seguro en el cual sus hijos salen a jugar sin peligro o tienen la dicha de pasear sin temor a ser asaltados, se consideran privilegiados. Eso que antes fue norma es ahora la excepción y todos aprendieron a aceptarlo como parte de su realidad.

No es extraño, entonces, observar una fragmentación cada vez más acentuada en la sociedad. Aun cuando se producen pequeñas explosiones de rechazo al estado de cosas, son apenas burbujas más grandes y ruidosas, sin llegar a la envergadura de una protesta colectiva ni una demanda de cambio. ¿Salir a las calles a manifestar el repudio contra la corrupción y la violencia? No. Eso aquí no sucede.

(Publicado en Prensa Libre el 26/01/2013)

El mundo perdido

La Humanidad está en retroceso, empujada por su propia voracidad.

 “No existió el genocidio”, dicen. “No hay que detener el desarrollo”, dicen. “Las organizaciones sociales son retrógradas y se oponen a la inversión privada, ¿qué tienen en contra de la minería y las hidroeléctricas?” “¡En ellas está el futuro!” Perversa manera de disfrazar la cruda realidad de la apropiación de las riquezas del planeta para el enriquecimiento de un puñado de empresas sin rostro humano.

El mundo que conocimos desaparece ante nuestros ojos. Sus bosques, su agua, su fauna y la riqueza del subsuelo ya tienen dueños, mientras las comunidades humanas que habitan los territorios son exterminadas por la violencia armada -y legalizada además por gobiernos corruptos- o simplemente por el hambre y la destrucción de sus medios de subsistencia.

Los escenarios varían, van de uno a otro continente. En Tanzania los hacendados avanzan con su maquinaria arrasando todo a su paso, tal como sucede en la Amazonia brasileña y en el gran territorio del Petén. Las reservas naturales y las grandes extensiones de bosques, algunas de cuyas funciones son proveer de oxígeno al planeta, depurar su atmósfera y brindar un hábitat adecuado a millones de especies de fauna y flora, se han convertido en el objetivo económico de los grandes consorcios explotadores y su exterminio crece de manera exponencial.

Pero esto, aun cuando no es nuevo, ya está marcando de manera directa la vida de los habitantes con sus efectos sobre el clima y la salud humana debido a la manipulación genética e industrial de los alimentos como una de las estrategias comerciales más exitosas de las últimas décadas, y por un desmedido afán de privatización.

Hoy, en un simple plato de pollo o cocido -alimento recomendado por ser saludable hace más de 20 años- una persona podría consumir altas dosis de hormonas, preservantes, colorantes y antibióticos cuyo efecto sobre el cuerpo se desconoce debido a la falta de controles de los organismos sanitarios de los países, así como gracias al magistral trabajo de cabildeo de las grandes empresas con los sectores políticos y su generosidad para conseguir una legislación que las proteja.

Ese es apenas un ejemplo. La industria de alimentos y el cartel farmacéutico mundial son el epítome de la deshumanización de la industria, cuyas estrategias se dirigen de manera explícita a la acumulación de riqueza y poder y no a propiciar la salud y el bienestar de la población de la cual obtienen esos inmensos beneficios.

La adición de vitamina A en el azúcar y de yodo en la sal constituyen medidas obligatorias por ley, destinadas a prevenir enfermedades de enorme impacto para las grandes masas de población de bajos ingresos. Sin embargo, ¿se sabe con certeza si esas medidas aun se respetan o algunos productores se ahorran ese gasto por su impacto en sus ganancias? En cuanto a sus consecuencias, tampoco existe en la sociedad una gran preocupación por conocer los efectos de la falta de esos nutrientes en la población infantil, cuyos indicadores de desarrollo revelan el abismo de carencias en el cual crecen las nuevas generaciones ¿Que el genocidio no existe? Por lo visto, eso depende de las interpretaciones.

 (Publicado en Prensa Libre el 21/01/2013)

Un día aciago

Seis cuerpos sin vida, seis mujeres asesinadas y un país a la deriva.

 Los datos de la violencia en Guatemala parecen indicar que las estadísticas deben analizarse por períodos prolongados para establecer una curva más o menos real. Si se tabulan anualmente, como ha sucedido hasta ahora, esas ínfimas oscilaciones a la baja tienden a utilizarse para justificar políticas y hacer creer en la consecución de avances.

Pero en esto de las estadísticas también existen problemas de fondo. Sin un organismo oficial confiable, capaz de proporcionar la información real sobre los indicadores de país, se carece de una herramienta vital para diseñar políticas públicas y establecer prioridades sobre distintos temas de gran impacto social, como son los de seguridad y justicia.

Sin embargo, cuando se habla de femicidio no se trata de un simple asunto de números. Detrás de la violencia contra la mujer existe toda una cultura de opresión no reflejada en cifras. De hecho, la inmensa mayoría de abusos jamás se denuncia ni mucho menos es sujeto de sanción. Es ahí precisamente en donde reside uno de los grandes obstáculos para el avance de la democracia y la igualdad de derechos para el mayoritario segmento de la población femenina.

El vil asesinato de dos niñas, capítulo estremecedor para cualquier persona decente, pone una vez más en evidencia la falta de protección de la niñez en Guatemala. Y entre esa niñez desprotegida, son las niñas las más vulnerables. En ellas se refleja la imposición del patrón patriarcal de esta sociedad, al remitirlas al último peldaño de la escala del valor humano. Porque ellas no solo sufren abuso y carecen de mecanismos legales efectivos para defenderse por ser menores, sino también experimentan la discriminación adicional por su condición femenina, socialmente desvalorizada y, por tanto, relegada a una posición de completa marginación.

Una de las medidas políticas más urgentes es un masivo ataque contra la criminalidad que tiene a la población en vilo. Pero no mediante ejecuciones extrajudiciales como sugieren algunos ciudadanos indignados, sino por medio de la investigación oportuna y la aplicación efectiva de la justicia. Si estos individuos supieran que les espera un castigo seguro, sin duda lo pensarían dos veces antes de cometer las atrocidades a las cuales ya se han habituado, tanto como se han habituado a la impunidad.

El miedo de esta sociedad se hace más y más evidente a medida que avanzan los días. Ya se levantan voces exigiendo la pena de muerte, sugiriendo linchamientos y otras medidas de violencia extrema a través de las cuales se percibe un profundo escepticismo sobre la eficacia de las fuerzas de seguridad y de los administradores de justicia. La población ha dejado de creer en sus instituciones y ese constituye un portal propicio para la anarquía y las desviaciones oportunistas de los sectores de poder.

El miércoles fue un día aciago. No solo por los asesinatos de estas dos criaturas inocentes aun sin identificar, sino por el significado detrás del hecho mismo como una declaración de guerra, como la ratificación del poder supremo del crimen organizado sobre la vida y la muerte de la ciudadanía. 

(Publicado en Prensa Libre el 19/01/2013)

Sutileza lingüística

El uso de las palabras correctas sigue siendo una ciencia oculta.

 Crimen pasional. Esa fue la conclusión preliminar de los investigadores en los asesinatos de una pareja en Amatitlán. También se desliza el concepto en la investigación asesinatos de mujeres, así fue en el crimen de monseñor Gerardi y en el polémico escándalo Rosenberg. De fácil uso, la palabrita se cuela recurrentemente en los reportes policiales pero también en las notas de prensa sin ser objeto de cuestionamiento alguno.

La excusa del crimen pasional está muy bien elaborada. Sirve de maravilla para justificar un hecho de sangre -la muerte de un ser humano- facilitándole al criminal el pretexto de haberse encontrado bajo el efecto de fuerzas superiores que lo llevaron a cometer el asesinato aun en contra de su voluntad. Los celos, la rabia extrema, el despecho, aparecen como impulsos irrefrenables ante las cortes de justicia.

Bien adornados por los abogados defensores, estos motivos muchas veces logran desviar las sentencias, reducir penas y culpas para, finalmente, librar a un asesino sádico de pagar por su crimen.

El problema, sin embargo, no es solo el manejo irresponsable y descuidado de los conceptos por parte de las fuerzas del orden y los investigadores del sector judicial, también lo es la relajada actitud de los medios de comunicación al aceptar, sin mayores reservas, esa clase de explicaciones por parte de sus fuentes informativas. 

El reportero rara vez cuestiona tales afirmaciones y no obliga a sus fuentes ni a sus lectores a profundizar en el análisis. Entonces la nota se traslada a la sociedad con un deformante concepto cuya validez quedó obsoleta ya desde el siglo pasado.

En la mayoría de femicidios, la primera versión es el crimen pasional. Aun si se aceptara esa definición -lo cual no debería suceder- queda en la oscuridad el tipo de pasión al cual se refiere el suceso en cuestión. Por ello es mejor recurrir al diccionario en el cual pasión es definida, entre otras acepciones, como “cualquier perturbación o afecto desordenado del ánimo” (Drae, 21.a edición) y no necesariamente como un amor intenso e incontrolable que empuja al individuo a cometer un acto irreflexivo aun en contra de su voluntad, como se pretende hacer creer a un público ávido de emociones.

Crímenes perversos como la tortura, violación o asesinato de una mujer nunca son crímenes pasionales motivados por el amor, un sentimiento noble cuya ausencia es la nota más evidente en la escena del crimen. El uso común de esta explicación, por lo tanto, debería ser erradicado para siempre del lenguaje jurídico y policial por inexacto y contradictorio con los hechos investigados.

Utilizar las palabras correctas no es cosa fácil, pero en ámbitos cuyos límites son precisos y de enorme relevancia para la aplicación de la justicia, este debe ser un requisito obligatorio para todos sus representantes, desde el primer agente de policía que llega a la escena del crimen hasta el juez que dicta la sentencia.

No se debe permitir a los criminales el privilegio de disimular sus actos de violencia detrás de un sentimiento noble. Es así como se burlan de la justicia y hacen mofa de sus víctimas. 

(Publicado en Prensa Libre el 12/01/2013)

Me gustaba WordPress, pero…

…me está resultando tan difícil editar aquí (detesto ese laguito de la foto) que ya me empiezo a cansar de buscarle la manera. ¿Alguna idea?

http://cultura.elpais.com/cultura/2013/01/11/actualidad/1357936622_311971.html

Excelente noticia, ahora hay que tratar de conseguirla.

Lastre político

Un enorme fardo de frustraciones es la herencia de años de violencia.

La nota decía: “Antropólogos de Guatemala encontraron al menos 500 osamentas de indígenas masacrados durante la guerra civil, tras 11 meses de excavaciones en un antiguo destacamento militar donde ahora funciona un comando de operaciones de paz de la ONU”. Un destacamento militar como muchos de los instalados a lo largo y ancho del país, dedicados a ejecutar las tácticas de combate antisubversivo en el marco de la Guerra Fría, entre otras funciones.

La noticia no tuvo repercusiones excepcionales en la sociedad guatemalteca. De hecho, no mereció primeras planas, declaraciones oficiales, demanda de explicaciones por parte de la sociedad ni el indicio de alguna protesta ciudadana. Tampoco parece haber seguimiento mediático. Muy poco ruido para tantas osamentas de indígenas masacrados durante un operativo militar en una de las regiones más castigadas por el conflicto armado.

500 osamentas, un niño abandonado bajo el cadáver de su madre en una carretera solitaria, una cabeza humana hallada en un mercado de la zona 5 de Mixco, todas noticias dispersas marcando el tono para 2013. Pero ya la costumbre ha sentado sus reales apagando la protesta y consolidando la resignación como un valor más que como una actitud. Anestésico imprescindible para vivir.

Quizás, entonces, la designación de un militar, kaibil, de la línea más dura, estratega de la contrainsurgencia y amigo fiel del poder económico sea congruente con esa realidad ya delineada como un estado indefinido de posguerra del cual Guatemala no puede escapar.

¿En dónde queda entonces el deseo de reconciliación si no es en puras quimeras? ¿Qué reconciliación puede surgir en una sociedad tan profundamente dividida y temerosa de todo lo que represente involucramiento y lucha por sus derechos? La democracia exige participación ciudadana como requisito para su propia existencia. Sin ella, el quehacer político se sustenta de autoritarismo y abuso de poder, perdiendo su esencia y cualquier esperanza de desarrollo en un marco de respeto por los derechos humanos.

Los crímenes llamados “comunes” también forman parte de esa herencia de violencia política en la cual Guatemala se ha visto inmersa durante tantas décadas como precio por su tremenda debilidad frente a otras potencias y organismos mundiales desde los cuales han emanado directrices políticas y económicas que definieron su ruta. Esos crímenes comunes, esa delincuencia callejera, es producto directo de las desigualdades sociales y las fallas institucionales derivadas de la corrupción y la carencia de un concepto de nación.

Este escenario, por lo tanto, tiene una continuidad perfecta en el tiempo y conforma un complejo sistema de vasos comunicantes. Cuando se produce un acto de corrupción en una dependencia del Estado, tiene impacto directo en algún programa de desarrollo no ejecutado, en algún presupuesto reducido y en la pérdida de oportunidades para algún segmento de la población totalmente ajeno al motivo de su desgracia. Y eso, en cualquier sociedad, constituye un terrible lastre político casi imposible de sobrellevar.

Una brizna de genialidad.

Una brizna de genialidad.

La brújula rota

La vida política y social del país parece haber perdido la ruta.

Entre los mayores problemas provocados por la anarquía y el desorden desde los ámbitos institucionales están la pérdida de confianza y de oportunidades de crecimiento. Guatemala sufre ese síndrome. Parece haber perdido la brújula con la cual definió, en algún momento, la ruta hacia la reconciliación entre sus diferentes sectores y la búsqueda de desarrollo sostenible en un marco de respeto por los derechos humanos.

Las instituciones fundamentales de una nación, aquellas cuyo papel se centra en la defensa de las normas constitucionales y la imposición de un marco valórico común a toda la sociedad, han colapsado de manera pública y notoria.

El Congreso de la República se ha transformado en un mercado en el cual se transa la riqueza y el futuro del país con total descaro e impunidad y el organismo encargado de administrar justicia, cuyas funciones están claramente definidas por ley, parece un conjunto de compartimientos estancos en donde cada quien maneja sus asuntos a su manera.

Mientras eso sucede en dos de los pilares de la democracia, otras instancias acusan una absoluta falta de control por parte de la ciudadanía. El ejemplo perfecto es la comuna capitalina, cuya máxima autoridad ignora por completo que existe un mecanismo llamado rendición de cuentas. Y ese cuadro se repite una y otra vez en ministerios y municipalidades, gobernaciones y secretarías. Algo así como una red de influencias orientadas de manera exclusiva a satisfacer intereses particulares con total desprecio por la gran masa poblacional de la cual obtienen su riqueza.

Pero no solo en los grandes despachos se produce esta pérdida de visión y dirección. También en las pequeñas organizaciones dirigidas por personas ineptas y carentes de ese concepto de bien común indispensable para tomar las decisiones correctas. Uno de los casos ejemplificadores es la administración del Parque Zoológico La Aurora, recinto destinado a conservar, proteger y exhibir a la fauna en condiciones adecuadas, con el propósito de brindar a la población un medio de educación y entretenimiento saludable y constructivo, con un fuerte concepto de respeto por la naturaleza.

Sin embargo, el Parque Zoológico se está transformando en una nueva Plaza Obelisco o, peor aun, algo así como el salón popular La Flor de Chinique, en donde la música estridente y la parranda desenfrenada marcan la pauta. La salud de los valiosos ejemplares de fauna refugiados en el parque no es un tema de interés para los genios del mercadeo cuyas pésimas decisiones y su evidente ignorancia violan todos los preceptos conservacionistas.

Así se podría enumerar a muchas dependencias del Estado cuyo desempeño presenta gravísimas deficiencias. Para no ir tan lejos en el tiempo, dar una mirada a la desorganización y falta de estructura en la celebración del B’aqtun, oportunidad de oro desperdiciada por las autoridades de turismo y de cultura, quienes no tuvieron los alcances para realizar un evento de transcendencia mundial, el cual hubiera significado un importante logro para la imagen del país en el exterior. La pregunta es ¿quién tiene el timón de esta nave?

El nuevo orden

Un golpe artero de quienes desean borrar las huellas del pasado.

 El gobierno, con la publicación del Acuerdo Gubernativo 370-2012,  parece tener la intención de elevar un muro de protección para quienes cometieron violaciones de los derechos humanos en los años 80 y épocas anteriores. Sin embargo, comete un error político y estratégico al provocar una ola de protestas y un renovado impulso de exigir justicia para las víctimas de esos crímenes.

Error de cálculo, quizás, o probablemente se contaba con el adormecimiento general que provocan las fiestas de fin de año en la población. Sin embargo, a pesar de que uno de los argumentos esgrimidos para marginar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos de los casos ocurridos antes del 9 de marzo de 1987 -fecha en la cual el Estado de Guatemala aceptó las funciones de esa Corte- es la no retroactividad, expertos aseguran que esa disposición es inconstitucional y viola acuerdos internacionales.

Esto viene a reforzar la imagen dura de un gobierno que poco a poco se aleja del concepto democrático de participación ciudadana. Estos golpes de efecto del partido en el poder anuncian un nuevo estilo de gobierno muy a tono con el autoritarismo de décadas pasadas, aunque con un ligero toque demagógico, el cual sin duda le es útil para ganar adeptos entre los sectores más conservadores de la sociedad guatemalteca.

El hecho de que al Estado de Guatemala le salga económica y moralmente caro pagar las indemnizaciones dictadas por la CIDH en casos de graves violaciones y crímenes de lesa humanidad, debería servirle a los grupos de poder como lección aprendida para no volver a cometer esa clase de abusos y readecuar sus recursos para consolidar la democracia y el estado de Derecho, en lugar de permitir a sus funcionarios y aliados políticos un enriquecimiento ilícito que solo socava esos pilares institucionales.

Aunque ha sido estimulante la reacción inmediata de la sociedad civil organizada ante la publicación del Acuerdo 370-2012,  aun falta un mayor involucramiento del resto de la ciudadanía en un asunto que al final de cuentas le compete, porque se trata de una decisión de Estado la cual incide no solo en la imagen de país en los ámbitos internacionales. También afecta la reparación del tejido social, gravemente dañado durante un conflicto que diezmó a un sector importante  de la población y dejó secuelas en las actuales generaciones.

La derogación del Acuerdo de marras podría suavizar el ambiente político, pero no bastará para despejar las dudas ya existentes sobre las intenciones políticas de este gobierno. Una vez más, se observa que las promesas de mano dura incluían acciones de corte dictatorial las cuales, en lugar de reducir las tensiones, marcan una ruta divergente con las aspiraciones ciudadanas de construir bases más sólidas para asentar los valores democráticos.

Es evidente que instaurar una democracia participativa y conservar el equilibrio político es extremadamente difícil en un país tan convulsionado. Así como conciliar los intereses de todos los sectores involucrados. Pero, señor Presidente, nadie le dijo que sería fácil.

El nuevo orden

El nuevo orden.

Una denuncia valiente y lúcida. El discurso donde un egresado del Instituto Nacional desmitifica al “primer foco de luz de la nación”

DURANTE SU GRADUACIÓN

Discurso de Graduación 2012 de 4tos Medios del Instituto Nacional

Don Jorge Toro Beretta, Rector del Instituto Nacional. Don Raúl Blin Necochea, ViceRector. Doña Carolina Toha Morales, Alcaldesa de la comuna de Santiago. Padres, apoderados, amigos y compañeros. Autoridades Varias y Vagas. Tengan todos ustedes, muy buenos días.

Antes de comenzar a leer estas líneas, con motivo de la Licenciatura de los Cuartos medios 2012, mi generación, me gustaría pedir perdón. Perdón a quienes después de revisar un discurso que yo envíe semanas atras, me autorizaron y dieron la oportunidad de leerlo aquí frente a ustedes. Disculpas porque las páginas que hoy leeré, son distintas a las de ese borrador. De otra forma no me hubieran dejado hacer este discurso. Disculpas y espero puedan entenderme.

Cuando me embarqué en la tarea de hacer un discurso con motivo de la Licenciatura, me encontraba con más dudas que certezas. ¿Qué digo? ¿Cómo, en cinco minutos, resumir mi paso por este colegio? ¿Cómo, en un discurso, intentar plasmar siquiera en su uno por ciento, la gama de sentimientos que poseo hacía El Nacional? ¿Cómo redactar algo, lo suficientemente digno para tan importante día?

En primera instancia, intenté hacer algo similar a los discursos que he escuchado, como presidente de curso, cada diez de agosto, en las ceremonias de aniversario del colegio. Hacer un breve repaso de la historia del colegio. Mi idea era empezar diciendo que el Instituto Nacional fue fundado como una obra del gobierno de José Miguel Carrera en 1813, tras la fusión de las casas de estudio del periodo colonial. Luego, tras la ofensiva de la Corona española por recuperar sus posesiones en América, e identificando al Instituto Nacional como un símbolo de la soberanía y la lucha por la emancipación, deciden clausurarlo. Bernardo O’higgins, cinco años después, con la Independencia ya asegurada, lo reabre para seguir funcionando, sin interrupción, hasta nuestros días. También pensé recordar que han sido Institutanos, 18 presidentes de la República de Chile. Entre los que destacan nombre como Pedro Aguirre Cerda, José Manuel Balmaceda y, el poco mencionado en los discursos, Salvador Allende.

Pero no. Hoy no vengo a repetir ni recordarles lo que ya todos sabemos. (Para más información leer el artículo del Instituto Nacional en Wikipedia, muy interesante) Ni tampoco vengo a hablar en representación de todos ustedes, ni siquiera represento, como presidente de curso, la voz de mis compañeros. Cosa que no quita, que puedan hacer suyas estas palabras. Así como en la televisión, advierto: Las opiniones vertidas en este discurso no representan necesariamente el sentir de mi curso, familia, amigos ni colegio. Este discurso me represente a mí y solo a mí. Yo soy su único responsable.

Hoy, vengo hablar de aquello que todos como Institutanos callamos. De aquello que la historia oficial prefiere olvidar y dejarlo fuera de lo público. De aquello de lo cual todos somos culpables: las autoridades por ocultarlo bajo el manto de la tradición o el amor a la insignia, los Institutanos fanáticos que avalan y defienden irracionalmente conductas que rozan en lo enfermizo y los Institutanos que reconociendo la enfermedad, no hacemos nada al respecto: ni irnos del colegio, ni intentar cambiar algo.

Cuando entré en séptimo básico y me dijeron que el gran Instituto Nacional llevaba 193 años de vida, saqué la cuenta y pensé que si no repetía ningún año saldría para el aniversario 199. Un año antes del famoso Bicentenario. Hace 6 años me dio tristeza e incluso, un poco en broma un poco en serio, pensé que sería una buena opción repetir para ser parte de la “Generación Bicentenario”. Hoy, con la perspectiva que el tiempo me ha dado, considero como un símbolo de mi paso por este colegio el salir un año antes de la Gran Fiesta: nunca me he sentido lo suficientemente Institutano como para soportar un año entero de chovinismo Institutano. Incluso, fue uno de los argumentos a favor cuando decidí pasar de curso el año pasado, el no estar aquí para el bicentenario. ¿Por qué?

Recuerdo claramente el segundo día de clases del 2007, cuando llegó una profesora, y nos empezó a contar la historia de este colegio, además de decir que del Instituto Nacional han salido 18 Honorables Presidentes De La República, nos comentó que también habían salido de esta institución importantes forjadores de la patria, que cuando nos pasaran Historia de Chile en segundo medio sabríamos. Sin embargo, luego de que en el preuniversitario me pasaran Historia de Chile (en el colegio no la vi más de un mes), reconozco que la profesora obvió el contarnos varios detalles.

Detalles como que entre los 18 presidentes de Chile, no son pocos los que tienen las manos manchadas con sangre de este pueblo. A modo de ejemplo, Institutano fue Pedro Montt Montt, presidente de Chile que dio la orden de asesinar a 3.500 salitreros en el Norte Grande, conocida actualmente como la mayor matanza en la historia de nuestro país (después de los 17 años de dictadura, claro) hablo de La Matanza de la Escuela de Santa María de Iquique. También a mi profesora se le olvidó mencionar que Institutano fue Germán Riesco Errázuriz, presidente de la República en el periodo del auge de la “Cuestión Social” destacando la matanza a raíz de la Huelga de la Carne, la cual dejó un saldo de más de 300 muertos en las calles del centro de Santiago.

Previamente, destacan dos tristes hechos en la historia de Chile en que Institutanos también han sido actores principales. Fue un Institutano Manuel Bulnes Prieto, quien sofocó la Revolución Liberal de la Sociedad de la Igualdad, causando decenas de bajas. Fue Institutano también, Anibal Pinto, presidente de Chile, quien nos condujo a una absurda guerra contra nuestros hermanos peruanos y bolivianos por intereses oligarcas. Esta guerra, la Guerra del Pacífico, causó 3 mil bajas en Chile y más de 10 mil bajas en los países vecinos. Diego Portales también fue Institutano. Para todo el que sepa un poco de historia, cualquier aproximación resultaría vaga en tratar de explicar las obras de él. Prohibió, so pena de cárcel, el participar en chinganas. Instauró una nueva forma de castigo para los “criminales peligrosos”, azotes públicos. Conocida es su frase: “Palos y bizcochuelos, justa y oportunamente administrados, son los específicos con los que se cura cualquier pueblo, por arraigadas que sean sus malas costumbres.”.

Pero, para terminar con este breve, recorrido histórico por la “Historia no contada” de los ilustres Institutanos, quisiera concluir con un deseo: El próximo año hay elecciones presidenciales. Ojalá el número de presidentes Institutanos no crezca hasta los 19. Me daría vergüenza que Laurence Golborne, un Institutano que hasta hace 3 años era Gerente General de Cencosud, (a saber: Jumbo, Paris, Santa Isabel, Costanera Center, entre otros) consorcio que paga $4.072 de patente al año, fuera presidente de Chile.

Más allá de la falsa historia que nos han intentado vender del Instituto, el principal problema que reconozco además funciona como parte básica, casi como un pilar que sostiene todo este aparataje institucional: los mitos y tradiciones. Recuerdo cuando mi curso de séptimo básico conoció por boca de un profesor, una famosa frase que terminó dando vueltas por la cabeza de todos mis compañeros: “Errar es humano pero no Institutano” sin tener estudios algunos de pedagogía, ni pretender hacer un análisis psicológico de la educación, me parece que la pregunta cae de cajón: ¿A qué clase de profesor se le puede pasar por la cabeza decirle eso a niños de 12 años? ¿Por qué intentar separar al Instituano del humano común y corriente? ¿Tan inteligentes somos? Luego de vivir 6 años con esa frase, ¿Cómo se le explica a alguien que obtuvo 500 puntos ponderados en la PSU? Y que salió con un NEM y un Ranking por debajo de la media nacional.

Desde el primer día que pisé este colegio, sentí como todos los dardos y las acciones van dirigidas a un solo objetivo: el éxito. El éxito no como un instrumento para un fin mayor y más noble (la felicidad, por ejemplo). Sino como la meta final de la vida. Un éxito aparente eso sí, un éxito centrado sólo en lo económico: ser puntaje nacional, estudiar una carrera tradicional, casarse, escalar lo más alto posible en la empresa, comprarse una camioneta para pegarle la insignia del instituto en el parabrisas. Como dirían los Fabulosos Cadillacs: “En la escuela nos enseñan a memorizar: fecha de batallas pero que poco nos enseñan de amor”. Amor a lo que hacemos, amor al prójimo, amor a la clase o incluso a la humanidad. No, nada de eso. Sólo buenos puntajes para el día de mañana comprarse la camioneta 4×4.

Frases como esas son las que forman el carácter del general del alumno Institutano: petulante, soberbio, chovinista y exitista. Personalmente, no es ningún orgullo ser el colegio más odiado de los “emblemáticos” (y no me trago el cuento que nos decían los profesores que es porque somos los más inteligentes o los con mejores pololas) es porque de una u otra manera de verdad creemos que nosotros no nos equivocamos: porque somos Institutanos. En este colegio desde que entramos, se nos ha inculcado el valor de la competencia y la discriminación. Las evaluaciones tienen que ser individuales. Para que así, la satisfacción del que se sacó un siete, sea personal. De él solo. Sin embargo en la vida: ¿Qué actividad se puede desempeñar solo? Ninguna. Nos educan en una burbuja idílica.

Cuando miro hacia atrás, pienso: ¿Qué valores aprendí en este colegio? Si todos hemos sido testigos de horrorosas frases estilo: “corran como hombres, no como maricones” “asuman sus consecuencias como machitos” “al colegio se viene solamente a estudiar” o “dejen la población en la casa” ¿Son acaso estas frases las que corresponden a un colegio que se jacta de estar forjado sobre los valores de la ilustración? No lo creo. Apropósito de los mismo, yo personalmente no he sido testigo, y tengo la impresión que es una conducta que va en retirada, pero hasta hace sólo un par de años, era común ver a un respetado y sacralizado profesor de este colegio, echando alumnos de la sala por negro. O suspendiendo aleatoriamente (Hacía formarse a un curso y decía: un, dos, tres: suspendido. Un, dos, tres: suspendido) sólo para demostrar su hipotético poder en este colegio. Ahora bien, de lo que sí he sido testigo, es de tratos abiertamente homofóbicos por parte de profesores hacia compañeros homosexuales: “Este colegio por gente como ustedes está como está, váyanse” y, en la misma línea he sido testigo de de profesores pegándole a compañeros (no combos ni patadas, pero sí empujones)

Estas son algunas de las cosas que hacen que yo no pueda sentirme orgulloso, como me han dicho que tengo que estarlo, de portar esta insignia. No podría sentirme orgulloso de ir en un colegio que la sola idea implica discriminación. Si la educación en Chile fuera buena en todos los establecimientos educacionales ¿Qué motivo habría para la existencia del Instituto Nacional? Ninguna. Si mi antiguo colegio me hubiese ofrecido la misma calidad de enseñanza que el nacional, yo no me hubiera cambiado. Pero me cambié porque no la ofrecía. Entonces, ¿Cómo sentirme orgulloso de haber dejado a 40 ex compañeros pateando piedras en mi ex colegio, para yo venir y “salvarme” de no patear –tantas- piedras? La sola idea suena aberrante.

No puedo dejar de mencionar lo sorprendente que fue para mí ver en la página del preuniversitario Pedro de Valdivia (de los mismos dueños de la Universidad Pedro de Valdivia, la cual tiene preso a su ex rector por el escándalo de las acreditaciones) un aviso que decía que habían firmado un convenio con el Instituto Nacional. El símbolo del lucro en la educación firmando un convenio con el símbolo de la educación pública. Es así como el CEPAIN lleva a la práctica sus comunicados “¿a favor de la educación pública? ¿Quién los autorizó para usar el nombre del colegio, a quién le preguntaron?” Patético.

Para concluir esta katarsis contenida por 6 años, me gustaría compartir con ustedes dos anécdotas que me ocurrieron este año en el colegio.

Corrían los primeros meses del año, cuando equis profesor preguntó en voz alta a todo mi curso: ¿Quién de aquí sabe qué es la comisión Valech o el informe Rettig? Ninguna mano se levantó. Nadie de un cuarto medio humanista del “Mejor colegio de Chile” lo sabía. Y la segunda, casi en la misma línea: El 11 de Septiembre del año que se va, cayó martes. Día en el cual me tocaba por asignatura Historia electivo e Historia Común. En mi interior, cuando me dirigía al colegio pensé que por lo particular de la fecha, y por ser un curso Humanista usaríamos esas 3 horas para discutir respecto al tema. Craso error. Parece que era más importante las Batallas Napoleónicas en historia común y la Ley de oferta y demanda en historia electivo que las bombas de ruido que se escuchaban explotar en el colegio a esas horas de la mañana. Comentando con unos compañeros en el recreo la situación, recordamos que nunca, en los 6 años que llevamos en el colegio nos pasaron el Golpe de Estado (donde, paradójicamente, murió un Presidente Instituano). Es decir, haciendo el experimento que yo sólo sepa lo que me han pasado en el colegio y nada más, no sabría quién fue Augusto Pinochet en la historia de Chile. Repito: Cuarto medio humanista en el mejor colegio de Chile.

Ahora bien (aquí viene la parte emotiva) no podría ser tan hipócrita de sólo quedarme en la crítica. Digo hipócrita porque yo postulé al nacional porque quise y me quedé aquí también porque quise. Y es porque dentro de todo lo yermo aun existen pequeños oasis fértiles. Profesores en los que se puede confiar una palabra más allá de la materia oficial, profesores que entienden la educación más que como un “motor de asenso social” y que conciben al colegio más que como un preuniversitario de 6 años. Profesores de materias “no-psu” que luchan día a día contra el sistema para darle dignidad a su ramo. Y creo que lo logran, sus ramos son los más dignos de todos. Pedro Lemebel, un escritor chileno en una crónica rememorando sus años en el Liceo Manuel Barros Borgoño lo describe mejor que yo, cito: “Pero rescato de ese liceo, las clases progresistas que me enseñaron política, filosofía, literatura, poesía y otras lecturas más allá del horroroso Quijote en papel de biblia que después me lo fumé entero”. No daré nombres, pues sé como funcionan las cosas en este colegio y no quiero que vinculen a ningún profesor con este discurso, pero estoy seguro que ellos saben quiénes son.

Paradocentes que muchas veces te alegran el día con sus saludos y su disponibilidad desinteresada y casi religiosa para ayudarte. Los tíos auxiliares que a las 7.30 de la mañana cuando llegas a la sala y están sólo ellos barriéndola son tu primer “Buenos Días”, tías del Kiosko que nos prestaban microondas cuando a mitad de año dejaron de funcionar los del casino, y en general toda la gente que te conoce por tu nombre y no por tu apellido o número de lista, a todos ellos: gracias, infinitas gracias y espero no se dejen avasallar, porque sepan que tienen todo en contra.

Sin más que palabras de agradecimiento para, como dije anteriormente, lo fértil dentro de lo yermo, palabras de disculpas a los que me dieron la oportunidad de leer un discurso, palabras de desprecio para quienes hacen de este colegio un preuniversitario de 6 años deshumanizador, les digo a ustedes, compañeros de generación: éxito, pero éxito de verdad, del que incluye felicidad y crecimiento personal. Y espero que con estas palabras no haya herido su orgullo Institutano, si fuera así, cumpliría mi deseo: “Sólo espero que el día de mi licenciatura, me reciban con gritos de odio”. Compañeros, hoy, se acabaron los 12 juegos. Muchas gracias

Benjamín Gonzalez, Presidente del 4to F Humanista del Instituto Nacional

Decálogo

Una justicia de calidad debe ajustarse a normas y procedimientos.

 A propósito de mi columna del sábado 29 de diciembre, una ciudadana preocupada por la pobre calidad del sistema de administración de justicia me envió este interesante documento suscrito por las Cortes Iberoamericanas, incluida Guatemala. Es el Decálogo Iberoamericano – Calidad para la Justicia, el cual contiene conceptos básicos para ser acatados como marco de toda actuación en los distintos estratos de los entes jurídicos. He aquí sus principios, cuyos párrafos he editado por motivos de espacio:

I. Reconocer a la persona usuaria como razón de ser de la Justicia. La calidad en el ámbito de la Justicia siempre debe estar orientada al cumplimiento de las expectativas y requerimientos de la persona usuaria. Tiene que dar respuesta a las necesidades de la población con equidad, objetividad y eficiencia.

II. Garantizar el acceso a una Justicia de calidad como derecho universal. En todo Estado Democrático de Derecho, debe garantizarse el acceso a una Justicia de calidad respetando siempre los derechos fundamentales de la población, en especial de aquellos grupos más vulnerables.

III. Desarrollar una debida planificación de la calidad en la Justicia. Deben establecerse planes, metas y plazos con un uso adecuado de los recursos.

IV. Fomentar una Justicia con enfoque sistémico integral. Esta perspectiva implica la necesaria coordinación y cooperación. El trabajar articuladamente permite generar valor al servicio de la administración de justicia.

V. Reconocer en la Justicia la importancia de su capital humano. Deben fortalecerse las

habilidades, destrezas, formación, actitudes y competencias personales en procura de la excelencia del servicio público.

VI. Incentivar el compromiso y el trabajo en equipo en función de la Justicia. Quienes integran toda organización de la Justicia, deben identificarse con la persona usuaria, con sus necesidades y comprometerse a brindar una adecuada prestación del servicio

público. (…) Deberán ser garantes de los valores éticos, la vocación de servicio público, la corresponsabilidad y la transparencia en la función pública.

VII. Establecer la eficacia y la eficiencia como requisitos para una Justicia confiable y de calidad. La concepción de un Estado Social y Democrático de Derecho, lleva intrínseca la existencia de un sistema de Justicia eficiente donde las personas usuarias tengan la garantía de la tutela de sus derechos.

VIII. Realizar la medición de resultados en la gestión de la Justicia. La calidad y la mejora continua requieren de evidencias, es decir, toda acción implementada debe ser comprobada por un registro que la respalde.

IX. Garantizar una Justicia transparente y con participación ciudadana. Una Justicia de calidad debe ser transparente, estar sujeta al escrutinio público y a la rendición de cuentas de sus acciones.

X. Impulsar la mejora continua como fundamento en la gestión de calidad para la Justicia. La mejora continua se fundamenta en la evaluación constante de los resultados que permita ajustar las prácticas de gestión a las nuevas necesidades de la persona usuaria y a su vez, fomentar la innovación y el aprendizaje de las prácticas de gestión.

Justicia, cuándo y cómo

 

El actual sistema de administración de justicia impide el desarrollo. 

Es imposible pretender avanzar en la construcción del estado de Derecho si el sistema de administración de justicia es incapaz de garantizar la transparencia, la corrección en los procesos y un recurso humano inmune a la corrupción, o por lo menos resistente a su poder de seducción.

El año cierra con un incremento en las denuncias de delitos sexuales y delitos contra la vida, pero la efectividad en las investigaciones es insuficiente para frenar el aumento de estos indicadores. El Ministerio Público, aun cuando ha realizado una labor mucho más eficiente en estos últimos años que en muchas décadas anteriores, necesita blindarse contra la influencia y el poder de las organizaciones criminales cuyas acciones tienen un fuerte impacto en el desempeño de fiscales e investigadores.

Para ello es imprescindible el acompañamiento de un Organismo Judicial sólido y probo. Ya se ha visto cómo el tráfico de influencias en este sector continúa ejerciendo una presión nefasta –el caso Siekavizza es su ejemplo más reciente- cuando jueces y magistrados traicionan su juramento para beneficiar a una de las partes violando todos los preceptos jurídicos y éticos.

Un país no puede vivir sin un andamiaje institucional sólido, con una credibilidad más allá de toda duda. Si la ciudadanía conoce la porosidad de las entidades de las cuales dependen las decisiones más importantes de la sociedad, entonces tomará extravíos indeseables con el propósito de asegurarse un resultado que le favorezca. Es así como la debilidad moral de quienes establecen la ruta a seguir corrompe hasta los cimientos a una nación.

Pero la justicia no parece haber sido una prioridad para la ciudadanía guatemalteca, al extremo que la mayoría ignora incluso la estructura misma del Organismo Judicial, así como el funcionamiento y propósito de sus distintas instancias. Hace apenas unos años, no muchos, la opinión pública desconocía la importancia de la elección de su máxima autoridad y eran raros los debates sobre ese tema trascendental, a diferencia de lo que ocurre durante la elección de los presidentes de los otros dos organismos del Estado.

Es imperativo cambiar esa percepción y empezar a observar más de cerca el desempeño de ese pilar fundamental de la democracia y el estado de Derecho para exigirle resultados tangibles. De otro modo, el proceso de revertir los índices de criminalidad no avanzará lo suficiente como para estabilizar el precario equilibrio psicológico en el cual está sumida la población guatemalteca, temerosa de no sobrevivir el día.

La Fiscal General, durante su informe anual, reportó la captura de 250 funcionarios policiales, más 25 funcionarios fiscales y administrativos, señalados de delitos. Pero eso es solo el comienzo de la depuración. La experiencia ha demostrado que no son suficiente las capturas si el sistema judicial no actúa con la transparencia y rigor debidos. Ese pequeño traslape entre dependencias ha demostrado ser el salto cuántico en donde se pierde el valor de la justicia. Por eso la consolidación del sistema debe ser completo, integral, holístico. Es la vida humana lo que figura en el plato de la balanza.