Desde el barranco

Hay que tomarse la molestia de ver las cosas desde otra perspectiva.

Desde que nos enseñaron a emitir opiniones como algo propio de personas inteligentes, nos creemos capaces de ver el cuadro completo a partir de fragmentos creados por otros y, por ende, nos arrogamos el derecho de emitir juicios de valor sobre cualquier tema, aun cuando estamos lejos de dominar sus detalles y circunstancias. Así es como hemos reproducido un gigantesco universo de lugares comunes, construyendo opiniones basadas… no sabemos bien en qué. Y van multiplicándose los estereotipos en esta sociedad profundamente racista y discriminatoria.

Si un país posee estudios sobre temas sociales, es éste. En ellos hay un mapa social, cultural, económico y ahí también están estampadas las cifras de la violencia criminal y de género, los indicadores de pobreza extrema con su cauda de desnutrición crónica infantil, trata de personas, tráfico de órganos humanos, corrupción, muerte materna, falta de acceso a la tierra, a la salud y educación y todo aquello que tiene al país figurando entre los últimos de la lista.

Pero cuando las crisis estallan, de inmediato los primeros señalamientos apuntan a los sectores más golpeados, aquellos cuyas oportunidades de alcanzar una vida digna se han ido por el caño gracias a las manipulaciones de quienes deberían ser los responsables supremos por el descalabro en el cual se hunden todas las posibilidades de desarrollo.

En general, el escenario es archi conocido. Pero las opiniones divergen respecto de sus causas y, muy especialmente, sobre sus perspectivas. Para algunos, el tema –aunque parezca mentira- es la existencia de un sector mayoritario de población indígena, pobre y carente de las habilidades y capacidades que ofrece una educación de calidad.

Son quienes, de acuerdo con la particular visión de las cosas, practicada por ciertas élites, han retrasado el desarrollo del país. Y aquí se citan con particular énfasis casos de naciones hermanas en las cuales el tema indígena está “superado”.

Las investigaciones recientes dadas a conocer por la Cicig y el Ministerio Público han trastornado ligeramente los esquemas de ciertos sectores de la sociedad. De pronto y sin aviso se han visto enfrentados a una realidad capaz de cambiar algunas verdades inmutables de su imaginario personal. En ellas se traslucen las verdaderas causas de la discriminación y la pobreza, los nexos ancestrales de la dominación colonialista en la cual vive un enorme sector de la población, las políticas públicas orientadas a mantener hegemonías ilegítimas y perversas.

No hay vuelta atrás en la visión de nación. En la verdadera. En la que se ha construído a partir de mecanismos arteros orientados al sacrificio de los más débiles para el beneficio de los fuertes. Entonces, los estereotipos quedaron colgados de la nada y de sopetón se hace necesario repensar todo el pasado porque de otro modo no hay esperanzas de futuro.

La belleza de poner a la sociedad de cara a verdades incómodas es que le ahorran el trabajo de suponer; la dura tarea de construir realidades alternas basadas en su idea de lo que debería ser. Ya no queda espacio para especular, se sabe quiénes son, se sabe por qué lo hacen y también, entonces, ha de saberse cuál es el camino a seguir.

Cuestiones de mujeres

Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia

El reportero había trabajado toda la noche reuniendo las cifras que tenían que ver con el tema de la niñez: en un expediente desordenado tenía los índices oficiales y aquellos que las organizaciones privadas le habían proporcionado a partir de sus propios estudios. Todos, sin excepción, mostraban algunos espacios en blanco, limpios testigos de la dificultad para obtener datos en un contexto tan duro de medir, en el cual los burócratas supuestos a proporcionar los datos creen, sinceramente, que tienen la potestad de negarlos.

Allí estaba, en unas cuantas hojas bond tamaño carta, la historia actual. La necesidad de establecimientos educativos en el campo y en los centros urbanos. La dificultad que enfrentan a diario miles de niños que tienen que trasladarse desde su hogar a las pocas escuelas disponibles. La actitud discriminatoria de una sociedad que impide a las niñas acceder a la educación la cual, por una tradición injusta y limitante, está reservada a sus hermanos varones.

Pensó en las promesas de los gobernantes y pasó revista mental a los problemas que involucraban a la niñez y a la juventud en un país en donde este segmento de la población es abrumadoramente mayoritario. Recordó, de paso, las últimas denuncias publicadas por algunos medios sobre maltrato infantil, asesinatos de niños de la calle, abuso sexual y tráfico de menores.

Tomó nota, para no olvidarlo, que también están los casos de muerte de niños por epidemias de tuberculosis, tos ferina, sarampión, desnutrición… y no pudo dejar de pensar en el inmenso contraste de este escenario caracterizado por la riqueza y la pobreza extremas, por las guerras injustificables y por la alta tecnología incorporada hasta en las tareas domésticas.

En su pequeño expediente, todavía había tema para rato. Por ejemplo, ahí se encontraba subrayado el abuso sexual, muy cerca de la violencia intrafamiliar y esa enorme contradicción entre el humanitarismo de algunas instituciones, y su postura intransigente ante el Sida que hace estragos entre los menores indefensos.

Con todo este bagaje bajo el brazo se encaminó con determinación hacia el grupo de colegas que trataba de entrevistar al mandatario recién electo.  Sorteó con relativo éxito el muro de guardaespaldas y logró aproximarse lo suficiente para oír las respuestas a las preguntas sobre los temas más importantes del momento. Estos eran los mismos de siempre: cuestiones financieras, precios del combustible, venta de activos, negociaciones con la oposición, discusiones dentro del seno de su propio partido y por ahí una que otra mención a los problemas de salud e infraestructura.

Se tocaron, obviamente, los delicados asuntos de política de Estado en lo referente a seguridad ciudadana, educación y vivienda. Las respuestas fueron, como de costumbre, dentro del tono positivo y paternalista que todo mandatario que se precie de comprender las sutilezas del sistema democrático debe adoptar en cuanto sube al poder.

El reportero aguardó con paciencia a que los demás se retiraran satisfechos. Era lo de costumbre. Análisis más o análisis menos, todos los días, aún con el mandatario anterior y el anterior a ése, salían todos de ahí con material similar que, mal que mal, serviría para completar la tarea diaria.

El espacio dejado por un camarógrafo que corría en ese momento a capturar la imagen de uno de los ministros, le permitió colocarse en una posición privilegiada. El mandatario le sonrió. Se conocían desde muchos años antes y le había tocado cubrir algunas de sus giras…

Sacó sus papeles arrugados del bolsillo y le espetó, directamente, haciendo caso omiso de las introducciones aclaratorias que le había recomendado su catedrático de la escuela de periodismo: “señor Presidente… ¿cuál será la política de su gobierno respecto a la niñez?”

Todos aprestaron sus bolígrafos para anotar la respuesta. Por eso no vieron los ojos divertidos del presidente cuando sonrió y dijo, en un tono amablemente sarcástico: “Pregúntele eso a mi esposa, usted… esto de los niños son cuestiones de mujeres…”

El placer de leer

Como cada año, la Feria Internacional del Libro en Guatemala abre sus puertas para ofrecer un espacio esencial a la lectura.

Los libros fueron el mayor tesoro de las culturas de la Antigüedad, la prueba es que entre los más grandes monumentos arquitectónicos siempre han estado las bibliotecas. Gracias a los libros se transmitió todo un legado de conocimiento que de otro modo se habría perdido a lo largo de las épocas. Piedra, madera, cuero de cabra, papiro o papel fueron los soportes básicos para estampar la escritura, un arte en sí mismo y el modo más seguro de grabar el pensamiento humano para ofrecerlo a la sociedad y dejarlo como herencia a las generaciones posteriores.

Las bibliotecas, esos recintos generalmente austeros y silenciosos en donde se guarda la memoria humana, su creación literaria y su acervo cultural, poseen esa rara cualidad de trascender a las generaciones, a los cambios sociales y políticos, a las modas y a los avances tecnológicos, por su virtud de aprehenderlos y asimilarlos sin perder su esencia. Las bibliotecas deberían representar, por ello, la institución más perdurable de una sociedad, dado que son un patrimonio educativo e intelectual cuyo valor reside en la alegría y curiosidad de quienes descubren en ellas el tesoro del conocimiento en el placer de la lectura.

En el Parque de la Industria se han abierto las puertas de la XII Feria Internacional del Libro en Guatemala, un acontecimiento que se ha consolidado a través de los años como un punto de encuentro para autores, editores y público, cuyas actividades ofrecen la maravillosa oportunidad de compartir experiencias y adquirir libros a precios accesibles. Para la niñez, es un espacio lleno de vivencias y una oportunidad para entrar en contacto con un rico universo literario, un mundo por conquistar. Para los adultos, es un valioso momento de intercambio directo con algunos autores nacionales y extranjeros presentes en la Feria.

Dedicada a México como invitado de honor, Filgua 2015 ha convocado a un selecto grupo de escritores, artistas e intelectuales en un nutrido programa de presentaciones, recitales y conferencias dedicadas a diferentes públicos. Este esfuerzo de organización por parte de la Gremial de Editores, brinda a la población guatemalteca uno de los pocos espacios culturales para asistencia masiva de público. El éxito de la iniciativa, sin embargo, depende también del interés y la participación de sus principales beneficiarios: niños, adolescentes y adultos, los verdaderos huéspedes de honor.

Un país sin lectores es un país sin futuro. Los esfuerzos de ciertos quijotes por incentivar la lectura en las nuevas generaciones, se topan de frente contra un sistema educativo que no la propicia y una pérdida progresiva de interés en las nuevas generaciones por una actividad que algunos consideran obsoleta frente a la invasión de nuevas tecnologías. Sin embargo, en la lectura está la llave del conocimiento y la construcción de un acervo intelectual capaz de abrir caminos de desarrollo.

El aporte de la generación de ayer es propiciar esta actividad enriquecedora entre niños y jóvenes, guiarlos hacia el aprovechamiento de ese recurso infinito de la exploración poética, el deslumbramiento ante una obra literaria, y entonces darles el regalo más preciado: un libro. O varios…

(Publicado en Prensa Libre el 18/07/2015)

La frontera

Las fronteras entre países pueden ser imaginarias.

La frontera entre México y Guatemala tiene cerca de mil kilómetros de longitud, cruzando de uno a otro océano (Guatemala sobre el Pacífico y Belice sobre el Atlántico) y entre sus dos lados existe una completa similitud étnica, de cultura y costumbres. De hecho, muchos habitantes de esas áreas trabajan en un país y viven en el otro. Los puestos fronterizos, por lo tanto, no son más que la presencia institucional de ambos Estados con el propósito de hacer oficial el paso entre las naciones, pero no tienen la estructura física, ni los medios administrativos ni de personal para impedir una migración constante de personas en sus puntos intermedios.

Por lo tanto, en esos casi mil kilómetros que marcan la división entre los departamentos de San Marcos, Huehuetenango, Quiché y Petén con los estados mexicanos de Chiapas, Tabasco y Campeche, existen innumerables puntos ciegos utilizados durante décadas, tanto por contrabandistas y traficantes como por pobladores en busca de mejores oportunidades de trabajo.

A raíz del espectacular escape de Joaquín Guzmán Loera, el “Chapo” Guzmán, del penal federal del Altiplano, una prisión de máxima seguridad situada a pocos kilómetros de Toluca, en el estado de México, sonaron todas las alarmas y las autoridades guatemaltecas han reforzado la vigilancia en sus pasos fronterizos con ese país.

Sin embargo, para comprender mejor los inagotables recursos de un personaje como el Chapo Guzmán y su increíble poder de maniobra, es preciso conocer el Centro Federal de Readaptación Social No.1, más conocido como Almoloya o El Altiplano. Este centro alberga a los principales líderes de los cárteles de narcotráfico, como los Beltrán Leyva, Los Caballeros Templarios, Los Zetas, el Cartel de Tijuana, de Guadalajara, del Golfo y de Sinaloa. Actualmente se encuentra también en sus instalaciones el ex presidente municipal de Ayotzinapa, José Luis Abarca, acusado de ser el autor intelectual de la desaparición de 43 estudiantes en septiembre de 2014.

El edificio tiene muros reforzados de un metro de espesor y sistemas de extrema vigilancia que cubren 20 kilómetros a la redonda. Sin embargo, el túnel de mil 500 metros de longitud, cavado supuestamente por ingenieros a las órdenes de Guzmán, llegaba hasta una construcción semi abandonada visible desde las torres de vigilancia, la cual aparentemente no despertó la menor sospecha.

El escape de este peligroso líder no resulta ajeno a la seguridad de Guatemala. Las fuertes ramificaciones de su organización cruzan el país de lado a lado -probablemente utilizando distintas rutas- y tienen un impacto real en las operaciones de tráfico que comprometen a varios países centroamericanos, tránsito obligado para la droga proveniente de Sudamérica.

Por ello resulta preocupante la falta de capacidad operativa de las instituciones de seguridad de este lado de la frontera las cuales, aun cuando quisieran, difícilmente podrían impedir el paso de este hombre, cuyo poder táctico y económico constituye un desafío aparentemente insuperable, y quien ha dejado en ridículo a las instituciones de seguridad del país vecino.

(Publicado en Prensa Libre el 13/07/2015)

La biblioteca de Duane

“Si cerca de la biblioteca tenéis un jardín ya no os faltará de nada”.  Cicerón

Comenzó como un restaurante, pero quizá la creación culinaria no fue más que un pretexto para tener la biblioteca siempre ahí, a la mano. Duane Carter era un hombre de libros, de hierbas aromáticas y buen gusto. Su restaurante se convirtió, a mediados de los 80, en un punto de reunión para sus amigos pero también para los adeptos a la buena mesa y los generosos vinos de su bodega. Allí llegábamos con la confianza de salir siempre satisfechos de esa experiencia mezcla de arte y gastronomía.

El Sereno, en La Antigua Guatemala, era el único restaurante al cual podía llegar con Rosina, mi primer rescate perruno. Rosina era una diminuta schnauzer educada como princesa y Duane le daba entrada a su recinto sin el menor reparo. En esos mediodías sabatinos se conversaba de todo y el tiempo transcurría con la lentitud de las sobremesas interminables en medio de la modorra antigüeña.

Duane Carter era ciudadano estadounidense quien, al establecerse en Guatemala, se fue convirtiendo en uno de los promotores culturales más importantes. El Sereno, a su vez, fue, más que restaurante, una galería de arte, una sala de conciertos y un escenario para quien deseara compartir sus creaciones. Generoso como pocos, llegó para abrir oportunidades a las nuevas generaciones de artistas y compartir con su público la riqueza cultural del momento.

Su muerte en un accidente automovilístico creó, por lo tanto, un enorme vacío y ello fue motivo para que un grupo de sus amigos decidiera crear la Fundación Cultural Duane Carter y así honrar su memoria. Su biblioteca, enriquecida por él mismo y también gracias a las donaciones de su círculo cercano, fue el proyecto central de esta organización, con el propósito de brindar a la población de la región una oportunidad de tener acceso a esta enorme riqueza literaria. En ella se encuentran hoy todos sus libros en español, más otros muchos donados por particulares y editoriales durante estos 20 años.

Ha pasado ya un par de décadas desde ese primer paso y, como nos relata la fotógrafa María Cristina Orive, una de sus promotoras más activas e incondicionales, decenas de alumnos de escuelas y colegios de La Antigua y sus alrededores visitan la biblioteca cada día. Quizá la supervivencia de esta biblioteca se deba a la perseverancia de quienes llevan la batuta de la Fundación, porque este recinto actualmente ubicado en el segundo nivel del Portal de las Panaderas N°2 -local prestado por el Banco de Guatemala- ha pasado, como todo centro cultural, por momentos difíciles.

Iniciativas como ésta hay otras en Guatemala. Y sin duda alguna, comparten las mismas dificultades para encontrar apoyo, financiamiento y oportunidades de crecimiento. Sin embargo, gracias a estas bibliotecas y centros culturales creados por personas preocupadas por la educación de la niñez y la juventud, las nuevas generaciones tienen acceso a un universo de conocimiento que de otro modo les sería totalmente ajeno.

Duane Carter podría sentirse orgulloso de saber que sus libros tan cuidadosamente atesorados constituyen una fuente de riqueza y sabiduría para miles de niñas, niños, adolescentes y adultos que cruzan el umbral de su biblioteca. Si desean visitarla, háganlo. Se los recomiendo.

(Publicado en Prensa Libre el 11/07/2015)

Un Estado débil, frágil, fallido…

Debilitar al Estado, una estrategia de largo plazo.

Por lo visto, resulta muy fácil quitar poder al Estado en naciones con alto nivel de pobreza, población carente de educación y salud, círculos sociales y económicos enfocados en la conquista de privilegios y con un sistema “preventivo” de control social, destinado a impedir el surgimiento de liderazgos políticos importantes. Sobre todo, si estos están enfocados -con cierta posibilidad de éxito- en la búsqueda de justicia, equidad, respeto por los derechos humanos y desarrollo sostenible.

Aun cuando parezca contradictorio, ese debilitamiento de las instituciones básicas  del Estado produce un empoderamiento inversamente proporcional entre quienes detentan el poder político, en combinación con quienes poseen el económico, o ambos. Es decir, a mayor debilidad estatal, mayor capacidad de manipulación de quienes manejan las riendas del gobierno, lo cual les permite ejercer el dominio por medio de estructuras paralelas y disponer de manera discrecional de los fondos destinados a funciones específicas de los entes públicos.

De ese estilo de administración resulta, como consecuencia prácticamente inevitable, lo que se describe como “estado frágil”, caracterizado por la incapacidad de garantizar un sistema de justicia independiente y estable, violación sistemática de los derechos humanos, falta de control en la gobernanza, provocación –a partir de esas deficiencias- de emigración masiva y, añadido a todo eso, una corrupción incontrolable en todos sus estamentos, protegida por la nula transparencia en los actos de quienes gobiernan y de sus satélites en otros centros de poder.

En estados frágiles, las libertades son sistemáticamente vulneradas. De esa cuenta se produce una tensión permanente entre la prensa –impedida de un acceso irrestricto a las fuentes oficiales a pesar de la existencia de leyes garantes de esos accesos- y los gobernantes, quienes la consideran su enemiga número uno a pesar de mantener acercamientos que bien podrían considerarse amenazas veladas. El espacio de maniobra de los medios de comunicación en países con estados frágiles es no solo reducido, sino también altamente expuesto a represalias de todo tipo: económicas, de agresiones físicas y hasta de pérdida de vidas.

Y, finalmente, ¿qué se considera un estado fallido? En este aspecto, no existen acuerdos entre los expertos, algunos de los cuales han decantado la caracterización hacia aquellos países “vivero” de terroristas, en conflicto armado o guerra prolongada contra el narcotráfico y en donde existe una violencia criminal extrema.

Sin embargo, no se debe confundir gobierno con Estado, ya que en el marco de un Estado más o menos funcional se puede producir el ejercicio de un gobierno débil, incapaz de responder a los deberes y conductas establecidas en su texto constitucional. Este escenario, aun cuando es altamente riesgoso para la estabilidad de un país, posee mejores perspectivas de reparación de su tejido político y, por ende, la capacidad de reparar los daños orgánicos provocados por períodos administrativos laxos en sus controles, permisivos ante los abusos de poder e indiferentes ante las justas demandas de la ciudadanía.

(Publicado en Prensa Libre el 06/07/2015)

La fuerza del no

El momento exige definiciones y, desde ahí, acciones concretas.

Pasará algún tiempo antes de apreciar en su justa dimensión la potencia de los movimientos ciudadanos y los efectos de ese despertar de dimensiones planetarias. La incidencia de la tecnología en las comunicaciones –un elemento que hace apenas 10 años era incipiente- ha revolucionado el escenario político en muchos países, no solo a nivel de inmediatez, sino también en cuanto a la manera de definir acciones, compartir posiciones y trazar estrategias con resultados masivos nunca antes vistos.

En Guatemala, por ahora, solo es posible observar cómo, a partir de la primera convocatoria para la manifestación del 25 de abril en la Plaza de la Constitución, los distintos actores involucrados en actos de corrupción se han ido decantando –cada uno en su propio espacio de influencia- hacia la defensa abierta de sus intereses, sin reparar en cómo se perciben desde otros ámbitos. Es decir, la guerra está declarada y la reputación es lo de menos cuando de proteger los privilegios se trata.

De ahí los movimientos arteros de quienes todavía sostienen, a duras penas, las riendas del poder. Mientras tanto, las figuras protagónicas se desgastan, pierden toda autoridad y parecen haber optado por la salida menos deshonrosa posible, haciendo esfuerzos titánicos para no caer con toda su humanidad en las garras de la justicia. Sin embargo, para la población esta no es una opción aceptable, desde el momento que se acumulan las investigaciones, las demandas, las solicitudes de antejuicio y, como corolario, publicaciones de prensa cuyo impacto mantiene a la ciudadanía como espectadora de primera fila a la espera del desenlace.

Algo digno de rescatar de esta saga de revelaciones de corrupción, lavado de activos, defraudaciones al fisco, asociaciones ilícitas, narcotráfico y financiamiento ilícito de campañas, entre otras, es la potencia inesperada del rechazo ciudadano. Hay un no rotundo y definitivo. Es un no a los excesos de quienes han manejado la cosa pública a su sabor y antojo, pero también un no contra su propia complicidad en ese juego que ha llevado al país a una de las peores crisis de su historia reciente.

El poder del no es algo para tomar en cuenta, pero ese rechazo que se inició como un acto simbólico, tiene ahora la oportunidad de volverse un instrumento capaz de dar sentido a un cambio de reglas destinado a establecer un saludable equilibrio de poderes, limpiar a las estructuras actuales de toda la lacra que las ha invadido y, muy especialmente, garantizar un control estricto de los procesos de los cuales depende la institucionalidad.

Las iniciativas ciudadanas, sus propuestas de reformas -bien fundamentadas- así como el esfuerzo dedicado a mantener viva la llama de las manifestaciones, demuestran la existencia de una voluntad real de impulsar los cambios que el país necesita para recuperar su dignidad política. El potente llamado a rechazar las componendas de quienes aspiran a conservar sus cuotas de poder, es señal de agotamiento de un modelo mantenido gracias al tráfico de influencias de grupos que, literalmente, se han apoderado tanto de las herramientas políticas como de los recursos económicos de la nación.

(Publicado en Prensa Libre el 04/07/2015)

Los motivos del lobo

A pesar de haber publicado esta columna hace ya cerca de 3 años, sigue vigente.

“Y el lobo dulce (…) tornó a la montaña,/ y recomenzaron su aullido y su saña.”

Existe un trasfondo de romanticismo en el despertar de un pueblo. Comienzan a elevarse las expectativas al ritmo de una autoestima renovada, se produce una especie de júbilo colectivo por la simple constatación de la fuerza sumada y transformada en movimiento, todo lo cual converge en un nuevo estado de ánimo, una perspectiva de nación totalmente distinta al modelo rechazado por caduco.

Entonces viene de cara a las elecciones un desfile de nuevas personalidades empeñadas a conquistar las viejas posiciones y es cuando el olfato y la intuición de la población votante ha de mantenerse en alerta, porque un pequeño descuido puede dar al traste con los esfuerzos, las propuestas de cambio, la renovación de cuadros políticos y todo lo avanzado gracias a la fuerza de conjunto demostrada en los últimos meses.

Ayer me vino a la mente un hermoso poema de Rubén Darío, Los motivos del lobo, “bestia temerosa, de sangre y de robo, /las fauces de furia, los ojos de mal: /el lobo de Gubbia, el terrible lobo, /rabioso, ha asolado los alrededores; /cruel ha deshecho todos los rebaños; /devoró corderos, devoró pastores, /y son incontables sus muertes y daños…”, poema en donde ilustra esa lucha ancestral entre el bien y el mal encarnados ambos en el animal, pero también en la sociedad.

No es solo la naturaleza del lobo, sin embargo, el factor que provoca retrocesos en el deseado ambiente de paz y concordia entre los seres que comparten un territorio. Son los impulsos naturales de las comunidades humanas, en donde ha asentado sus reales la ambición desmedida, la falsía, la intriga y la mentira. Y de esas comunidades, es de donde surgen los rostros de quienes desean alcanzar las alturas del poder político, económico y social, para lo cual ya tuvieron que vender su libertad pero, sobre todo, empeñar su independencia de criterio.

No hay que engañarse, ningún candidato viene libre de compromisos. Y quien quiera alzarse por encima de sus contendientes viene con un enorme bagaje de condiciones y mandatos a los que no podrá sustraerse una vez en el poder. Esa es una de las razones fundamentales para luchar por la transformación profunda y real del sistema, para diseñar uno más acorde a la certeza jurídica, la seguridad democrática y el acceso del pueblo a los niveles de decisión.

El entorno político está poblado por depredadores.  Esta es una realidad a la cual se debe prestar mucha atención. Rubén Darío le concedió al lobo motivos irrebatibles para ser como es, pero corresponde a los humanos la tarea de trascender y ser mejores. “Y el gran lobo, humilde: ¡Es duro el invierno, /y es horrible el hambre! En el bosque helado /no hallé qué comer; y busqué el ganado, /y en veces comí ganado y pastor. /¿La sangre? Yo vi más de un cazador /sobre su caballo, llevando el azor /al puño; o correr tras el jabalí, /el oso o el ciervo; y a más de uno vi /mancharse de sangre, herir, torturar, /de las roncas trompas al sordo clamor, /a los animales de Nuestro Señor. /Y no era por hambre, que iban a cazar.”

He de confesar que admiro al lobo. Y a Darío.

(Publicado el 29/06/2015 en Prensa Libre)

El día después

La saga de las investigaciones de la CICIG y el Ministerio Público es como novela por episodios.

Los descubrimientos de la Cicig no tienen nada de sorprendente. Lo que sí tienen es el poder de colocar a la ciudadanía en un estado de expectación constante en espera de su dosis diaria de escándalo. Las recientes denuncias de la comisión investigadora han ido surgiendo a un ritmo sostenido y, al parecer, este espectáculo lamentable de corrupción en las altas esferas de las instituciones del Estado, durará mucho tiempo.

Lo significativo del momento que vive el país no se refiere tanto a la develación de casos comprobados de robo de fondos públicos, que hoy estaban y mañana ya no –lo cual ya ha sucedido durante anteriores administraciones- sino el simple hecho de haber iniciado una persecución como la actual, acontecimiento inédito en los últimos decenios. Por ello, esto que habla muy bien del actual titular de la Cicig, deja una muy mala impresión de sus antecesores.

Sin embargo, no es posible ver el panorama separado en compartimentos estancos, porque todo parece estar íntimamente conectado. Por un lado, políticos y funcionarios sacados del círculo de íntimos de quien posea el poder para nombrarlos. Por otro, una sociedad tolerante al abuso y poco proclive a salir de su burbuja de seguridad para ponerle un alto al latrocinio y a la ineficiencia. La combinación ha favorecido, sin duda, a quienes ese silencio otorga una especie de anuencia tácita a sus acciones.

Los marcos legales sirven para regular las relaciones de poder. Para ello, debe haber más de un centro de poder. Por lo menos en los sistemas democráticos, al pueblo se le asigna una cuota de incidencia y esta está representada por el voto, pero también en cómo esa ciudadanía se relacione con el gobierno por medio de sus representantes en el Congreso y su acceso al sistema de justicia por medio de la denuncia. Esa fiscalización y la organización ciudadana para incidir en las decisiones de Estado pueden hacer ese contrapeso esencial para limitar al máximo los abusos de los gobernantes.

El problema está cuando esa cuota se negocia, se deja de usar o, peor aún, se ignora su existencia. De ese modo, el desbalance llega a los extremos actuales, cuyas repercusiones han alcanzado niveles de catástrofe. Es entonces cuando es preciso comenzar a pensar seriamente en el día después. ¿Qué sucederá cuando la Cicig termine de desmantelar todo el tejido corrupto y deje a las instituciones en puro esqueleto? ¿Hasta dónde llegará con esa acuciocidad demostrada durante las últimas semanas, si realmente está dispuesta a develarlo todo?

El día después puede ser el más grande y complejo desafío para una sociedad no preparada para encajar un impacto de esa magnitud. Si efectivamente van a llegar hasta las últimas consecuencias en esta cacería, entonces todas las instituciones del Estado –pero también una buena parte de organizaciones empresariales, profesionales y financieras- deberían ser esculcadas a fondo para limpiarlas de sus malos elementos y sus prácticas ilegales.

De producirse semejante tsunami se verán sacudidos no solo los valores y modos de relación sociedad-gobierno, sino muy especialmente otros vínculos cuya solidez se basa en la complacencia mutua y en el silencio.

(Publicado en Prensa Libre el 27/06/2015)

La carga moral

La indignación ciudadana podría llevar su dosis de culpa.

En cualquier país democrático existen leyes cuyo propósito es equilibrar el uso del poder. De ahí la existencia de instituciones destinadas a fiscalizar el desempeño de los gobernantes y sus funcionarios clave, así como instrumentos legales para que la ciudadanía tenga acceso a un ejercicio ciudadano capaz de abrirle un cierto acceso a esa fiscalización.

Pero ese es el escenario ideal. Lo que ha sucedido con los modelos democráticos en países como los nuestros, es un abierto intervencionismo de países extranjeros –muy particularmente de Estados Unidos de América- cuyos intereses corporativos son de tal envergadura que han condicionado el tono de las relaciones entre países y abierto fisuras en la institucionalidad, con el propósito de beneficiar proyectos específicos de explotación de recursos y alianzas diplomáticas con objetivos geopolíticos.

Por supuesto, no toda la culpa es del eje del poder económico mundial. Este ha contado con la complicidad entusiasta de autoridades locales venales y dispuestas a vender todo lo que no les pertenece con tal de asegurarse un futuro de abundante riqueza personal. Es la historia de América Latina; de ese estilo de administración vienen las enormes desigualdades entre la población con su cauda de violencia, corrupción en todos sus ámbitos, manipulación de la información, pérdida de libertades civiles y, como corolario, el aparente fracaso de un modelo en el cual se han fundado todas las esperanzas.

Los repentinos brotes de indignación surgidos en el mundo entero, sin embargo, parecen haber coincidido y quizá los más exitosos en términos de resultados, han alimentado la ola cuya reventazón nos está tocando de cerca. Ha sido un “hasta aquí” universal y la población inunda las plazas exigiendo cambios y transparencia. La pregunta que flota es ¿por qué ahora, si la corrupción ha sido abierta y descarada desde siempre? ¿O es que existe una especie de cupo máximo de enriquecimiento ilícito y mal desempeño?

Es probable que la ciudadanía se sienta responsable en parte por no haber reaccionado antes, por haber permitido tanto abuso y haber votado por esa calaña de individuos cuyo único fin era apoderarse de los fondos públicos. En ese pesar íntimo ha de existir mucha rabia acumulada y la frustración de haber visto la danza de los millones en sus mismas narices, sin haber tenido el impulso suficiente para reaccionar a tiempo.

Lo que se ha perdido en estos tantos años de latrocinio, jamás se va a recuperar. Y en esa cuenta están la desnutrición crónica infantil, las muertes maternas por causas prevenibles, el colapso de las redes hospitalarias, la escasez de escuelas e institutos vocacionales, la pérdida de la juventud -cuyo único futuro posible es convertirse en carne de cañón para las organizaciones criminales- la violencia rampante y una democracia amenazada de muerte.

La carga moral es abrumadora, pero aun existe la oportunidad de cambiar el rumbo de la historia y consolidar las estructuras debilitadas del Estado con la participación decidida de lo mejor de la sociedad: su gente honesta, que la hay y en abundancia. Una ciudadanía preparada, trabajadora y con una clara visión de nación.

(Publicado en Prensa Libre el 22/06/2015)

El centro del universo

El Papa Francisco ha tocado un nervio sensible. 

Francisco ha despertado la ira del capitalismo extremo con su carta encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la casa común. Era previsible que ante los primeros párrafos de su mensaje –de una dureza inusual en estos temas – se produjera una reacción inmediata de rechazo por parte de sectores conservadores cuyos intereses se oponen a la teoría del calentamiento global y a los nocivos efectos de la actividad industrial, agrícola y extractiva de sus compañías.

“Esta hermana (tierra) clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto»”

En las 190 páginas del documento, Francisco no deja lugar a dudas sobre su preocupación por el tema ambiental, al cual considera una cuestión moral y ética. Cita a varios de sus antecesores, entre ellos a Juan Pablo II quien, ya en 1991 insistía en la necesidad de realizar cambios profundos en el estilo de vida y de consumo, así como en las estructuras de poder que condicionan a nuestras sociedades modernas.

La influencia de Francisco -cuyo pensamiento se identifica y extrae la esencia del otro Francisco, el de Asís-, este jefe supremo del catolicismo, un hombre de pensamiento moderno capaz de sacudir las entretelas anquilosadas del Vaticano para ponerse en los zapatos de las clases más humildes para defender las causas fundamentales, sin duda será agriamente criticada por quienes ven peligrar sus privilegios.

Pero la humanidad necesita estas voces de un liderazgo sensato y conducente a los cambios indispensables para no solo preservar al planeta, sino a quienes habitamos en él. Esas naciones, en cuyos centros financieros se ha concentrado el poder mundial, deben comenzar a ceder en sus posiciones de un capitalismo deshumanizante ante la realidad de la catástrofe anunciada por medio de inundaciones, temperaturas extremas, pérdida masiva de especies y de biodiversidad en toda la redondez de la Tierra. El Papa no podría haber sido más claro al señalar que no tenemos derecho a acabar con la vida de otras criaturas, porque esas vidas aparentemente ajenas nos son indispensables para conservar la nuestra.

El centro del universo no está en Wall Street, en Berlín, Londres, ni Beijing. Por lo tanto, las decisiones sobre el futuro de la especie humana, sus condiciones de vida, sus expectativas de desarrollo y todo lo concerniente a las relaciones entre Estados deben responder a las necesidades de los pueblos con pleno respeto a su soberanía. Es aquí en donde tiene pleno sentido el mensaje papal, un mensaje de enorme trascendencia para el momento actual, cuando se pone en la balanza el beneficio económico de unos pocos contra las esperanzas de vida de las grandes mayorías.

(Publicado el 20/06/2015)

El punto ciego

Cuando no se quiere ver, nada se ve.

Que el país está en una crisis profunda, es una realidad cuyas abrumadoras dimensiones han trascendido fronteras. No solo por un caso o dos de corrupción descarada, sino cientos y quizá miles de ruptura sistemática de la institucionalidad por medio de actos de corrupción nunca perseguidos, nunca aclarados y jamás procesados desde las instancias de justicia. Y esa es la demanda ciudadana.

Las medicinas y los insumos médicos que no llegan a los hospitales, los pupitres que no llegan a las escuelas y los casos empantanados en las cortes, lo denotan. Las carreteras que se comenzaron a construir y nunca se terminaron mostrando deterioro por causa de la mala calidad de los materiales y el desinterés en los ministerios y otras dependencias por dar un servicio eficiente a quienes acuden a solicitarlos, son los síntomas de una decadencia general de la administración pública.

Las leyes laborales parecen ser optativas. Así, decenas de miles de empleadas y empleados domésticos y de empresas de maquila trabajan en horarios violatorios de sus derechos humanos, recibiendo a cambio salarios y otros beneficios más propios de un sistema de esclavitud que de un contrato por servicios. Y sus demandas se estrellan contra un paredón de influencias y privilegios aparentemente indestructible.

Las estratagemas del poder para silenciar a los valientes comienzan a fallar, pero en el aparato oficial aun quedan muchos recursos para neutralizar los efectos de la ira colectiva. La intimidación por medio de trucos aparentemente legales, pero en realidad violatorios de los derechos humanos, de locomoción, de expresión y de libertad política son medidas extremas tendentes a frenar la caída en picada de la autoridad administrativa más importante del país.

A esa fuerza aun poderosa se opone con un coraje ejemplar una población hastiada del abuso y la mentira, convencida de poseer, al final de cuentas, el poder supremo que le ha sido confiscado por una clase política cuya decadencia ha colocado al país en el listado de los más vulnerables y atrasados del mundo en términos de desarrollo social.

Una posición en las estadísticas que constituye la prueba documental y testimonial del atroz estado de una nación que debería ser modelo de equidad, de riqueza cultural y natural, de empuje empresarial y visión política. Pero en donde se pierde la biodiversidad por ignorancia, negligencia y ambición. En donde se pierde a la juventud en cárteles y pandillas. En donde se pierde a la niñez en el abuso constante de su integridad. Y en donde se pierde la esperanza de todo un pueblo en la ignominia del desprecio de quienes deberían honrarlo porque le deben –gracias a su voto- posiciones creadas para servirlo, pero convertidas en “bolsas seguras” llenas de privilegios y prebendas inmerecidas.

Guatemala ha llegado a un punto ciego desde el cual no se avizora una salida institucional definida y en el cual se apuesta su futuro para los próximos decenios. Pero este momento, por la enorme trascendencia de su impacto en un posible cambio de las reglas del juego, es una victoria ciudadana capaz de dejar una marca indeleble y ejemplar.

(Publicado en Prensa Libre el 15/06/2015)