Las líneas divisorias

Órdenes ejecutivas con dedicatoria a los países del sur.

La construcción de muros en la mente del presidente de Estados Unidos no se limita únicamente a las portentosas vallas de hormigón que pretende plantar en la frontera con México. La abundante imaginación de este mandatario va mucho más allá, al reinventar las restricciones para el ingreso de ciudadanos de otros países por razones de religión, cultura y origen étnico con la excusa de provenir de países en conflicto y en donde existe presencia de organizaciones terroristas. Sumado a eso, el señor Trump elevó, con su sola presencia, el ambiente de temor y angustia entre millones de inmigrantes en suelo estadounidense -originarios de otros países- cuya permanencia pende de un hilo sean o no indocumentados.

En realidad, si el estatus legal no ha sido un valladar para impedir el ingreso de ciudadanos originarios de Irán, Irak, Siria, Yemen, Somalia, Libia y Sudán por considerarlos un peligro para la seguridad interior, nada le impide generar una prohibición para el ingreso de ciudadanos de otras regiones. Miles de pasajeros fueron detenidos y algunos deportados de inmediato a sus países de origen el sábado pasado en los aeropuestos de la Unión, mientras otros fueron sometidos a intensos interrogatorios.

La mayoría de estos pasajeros viajaban con visa e incluso se impidió el ingreso al país de muchos que ya poseen el estatus de residente. Los argumentos a favor de la medida por parte de algunos políticos y analistas de medios de comunicación, no lograron neutralizar el ambiente de rechazo generado por este drástico operativo, incluso entre algunos funcionarios del régimen, quienes temen una reacción masiva de protesta. Este incidente –si se le puede llamar así- también debe ser tomado en cuenta por los países ubicados al sur de la frontera con México.

Trump está cumpliendo una a una sus promesas. La guerra contra el terrorismo islámico convertida en una “guerra santa” para erradicar todo vestigio de amenaza terrorista de su territorio, aun cuando muchos de los atentados en suelo estadounidense han sido cometidos por sus propios ciudadanos. Luego, el rescate de la economía declarando “América para los americanos” y el desafío que ello implica con una especie de resaca de la producción industrial y los puestos de trabajo con el objetivo de crear una nación endógena, cuyos estándares en términos de ciudadanía estarían orientados a un estricto sistema de selección para favorecer a los inmigrantes originarios dominantes, vale decir la población caucásica.

En Estados Unidos, lo latino siempre ha sido visto de lado. Para una gran mayoría de estadounidenses lo latino se reduce a México y todo lo ubicado al sur de ese país, sin mayores distingos. Y dado el enorme flujo de inmigrantes indocumentados desde nuestros países, el estereotipo se ha ido consolidando. Sin embargo, Estados Unidos se ha enriquecido con el aporte de científicos y profesionales, artistas y artesanos, gente honesta que ha cultivado sus campos y construido sus edificios, todos originarios del sur.

Ante los movimientos cada vez más agresivos de la Casa Blanca por cerrar compuertas, los gobiernos de América Latina deben reaccionar con energía y certeza con el objetivo de garantizar un trato digno y justo a sus ciudadanos, quienes han emigrado para buscar un futuro mejor y alimentan con sus remesas las arcas de sus países. Que el presidente de Estados Unidos tenga o no derecho a cerrar los accesos a los inmigrantes es una cosa. Que tenga derecho a vejarlos y tratarlos como criminales, es otra. Es momento de demostrar una postura solidaria con esos conciudadanos, algo ausente hasta la fecha.

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Blog de la autora http://www.carolinavasquezaraya.com

El efecto Trump

Pocos líderes han logrado generar tantas manifestaciones de rechazo.

Desde Sydney a Los Ángeles, desde Londres a Nueva York, con ecos en Guatemala, México, Chile y otros países en los 5 continentes, las voces de millones de personas –en su mayoría mujeres- se unieron para manifestar su rechazo a la explícita posición misógina, racista y discriminatoria del nuevo habitante de la Casa Blanca. No esperaron a que Donald Trump desempacara sus valijas para hacerle ver que no importando la distancia, la vigilancia sobre sus políticas será constante.

Los temas más preocupantes para las manifestantes del 21 de enero se refieren a las actitudes carentes de empatía del nuevo presidente estadounidense con las minorías, en especial sus intenciones de cambiar leyes que representan conquistas importantes, como las que permiten el aborto y garantizan programas de asistencia en programas de salud sexual y reproductiva, el matrinonio igualitario, los programas para establecer controles de prevención contra el cambio climático, la contaminación y la degradación del ambiente y otros de beneficio social.

Trump parece haber alcanzado el sueño de su niñez sin reparar en que la presidencia del país más poderoso del mundo no es un juego de niños. Llegó con un discurso agresivo y descalificante hacia sus antecesores, convencido de haber logrado, junto con el palio presidencial, la omnipotencia. Craso error, porque aún con las desigualdades y precariedad en la cual vive el grueso de la población mundial, existe un contrapeso natural en las decisiones emanadas desde las principales potencias. Este poder se manifiesta no solo en convenios y tratados firmados y ratificados por las distintas naciones, sino también en la voz de ciudadanos cada vez más conscientes de sus derechos.

Este cambio de mando y de tendencia política, aun con ser relativo –el Departamento de Estado nunca ha bajado su bandera expansionista ni su agresiva política económica- muestra a un mandatario decidido a transformar su territorio en una fortaleza inexpugnable, hostil hacia los inmigrantes y abiertamente orientada a proteger sus intereses comerciales contra viento y marea, no importando cuáles sean las consecuencias para los países socios en esos tratados de intercambio. Sin embargo, lo que se veía fácil y posible en promesas de campaña con el objetivo de seducir a una población decepcionada de la política tradicional, en la realidad será una lucha a brazo partido contra intereses mucho más poderosos, fincados en complejos acuerdos entre compañías multinacionales y países productores de mano de obra barata cuyos intereses trascienden la visión de nacionalismo reeditada por Trump.

Para los países ubicados al sur, la situación es amenazante. Los mayores receptores de remesas de inmigrantes muchos de ellos residentes legales, pero también miles de indocumentados que trabajan en todo el territorio estadounidense, son los países del triángulo norte de Centro América y la nueva administración constituye una alerta roja para sus gobiernos, los cuales ya deberían comenzar a diseñar sus estrategias de negociación.

De no hacerlo, y de no hacerlo correctamente, la política anti inmigrantes de Trump podría generar una repatriación masiva de ciudadanos centroamericanos, quienes de paso perderían todo lo ganado durante su estadía en Estados Unidos. Esto, porque al ser indocumentados y carecer de estatus legal, el manejo de sus bienes es precario e inseguro. Al darse un movimiento de tal magnitud, la mayor fuente de divisas de algunos de estos países, como Guatemala, se reduciría drásticamente con las graves consecuencias que eso implica para los sectores más necesitados.

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Avances y retrocesos

Un informe presidencial más optimista de lo razonable…
Un mandatario satisfecho, una ceremonia deslucida y acerbas críticas por los resultados del primer año de gestión dejaron un regusto amargo a una ciudadanía decepcionada e incrédula. A pesar de las sonrisas y los gestos ampulosos, está claro que con un frágil 20 por ciento de aprobación el camino se presenta complicado y la recuperación de la confianza de los electores -quienes desde hace tiempo muestran señales de arrepentimiento- se ve lejana en el horizonte.
Pero en realidad la popularidad es lo menos importante. Mucho más relevante es el hecho de que durante esta gestión la prometida transparencia ha estado ausente y las reacciones oficiales frente a los señalamientos de corrupción han evidenciado que ese propósito nunca fue tomado muy en serio por quien dirige los destinos del país. Tal y como comentan los medios internacionales, el mandatario parece haberse quedado sin guión, si es que alguna vez lo tuvo. La opacidad y el autoritarismo han sido los grandes pecados contra los cuales la población se rebeló en 2016 y parece dispuesta a repetirse el plato en los primeros meses de este año.

Hablar de avances es casi un gesto de arrogancia por parte del gobierno. Incluso cuando existen pasos concretos en la dirección correcta en algunos ministerios, las condiciones de vida de las grandes mayorías constituyen la evidencia más palpable de la debilidad de la actual administración y esta deberá tomar muy en serio las críticas sobre la ausencia de un plan estratégico coherente y propositivo, fractura peligrosa en la estuctura administrativa del Estado.

Un 80 por ciento de la población rural infantil en estado de desnutrición deja en ridículo cualquier alarde de éxito en el desempeño del equipo de gobierno. A eso hay que contrastar el déficit en atención escolar para la población menor de 18 años, la cual sobrevive en una marginación permanente en todos los aspectos más importantes de su desarrollo. Por eso, los discursos protocolarios en estos actos de una solemnidad vacía de contenido hieren de muerte las esperanzas de los más necesitados, al ver cómo sus gobernantes se palmean la espalda unos a otros, se felicitan por sus logros y se muestran satisfechos, dando por sentado que la población, desde sus hogares, los aplaude.

El desconocimiento de la realidad no es tan profundo en los ámbitos del poder como la conciencia de que para cambiarla sería preciso destruir los andamiajes de la corrupción y la impunidad, hazaña que pocos políticos parecen estar dispuestos a emprender. Al fin y al cabo, las reglas del juego fueron dadas precisamente para proteger esos nudos cuyos amarres se aprietan con cada relevo. De ahí que los esfuerzos de algunas instancias, como el MP y la Cicig suelen verse entorpecidos por resquicios legales creados ad hoc para ese artero propósito.

Lo más doloroso en este escenario es ver cómo las prioridades están trastocadas y los sectores más desprotegidos y vulnerables estarán en peores condiciones el año siguiente, el que le sigue y muchos más, a menos de reformular todo el plan de gobierno en función de lograr un equilibrio saludable y justo en sus políticas públicas y la ejecución de los programas más urgentes.

Pero esas aspiraciones deben surgir de un profundo acto de reflexión de quienes gobiernan la nación. Porque de nada sirve la retórica del discurso si más allá de los muros del Palacio o del Congreso los niños mueren de desnutrición y las madres de parto mal atendido, mientras sus hijos vagan por no tener escuela.

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Sin clientes no hay trata

¿Es cultura, hábito social, negocio rentable? ¿Todo lo anterior?

El escándalo reventó en El Salvador porque en un caso de prostitución infantil estaba involucrado un locutor conocido como “el Gordo Max”, personaje popular en el mundo del entretenimiento en ese país. Los detalles del arresto y los cargos contra este y otros 3 capturados por los mismos delitos han recorrido las redes en una ola de indignación alimentada por el hecho de tratarse de hombres de un alto perfil público. Pero esto sucede a diario en todos nuestros países y únicamente levanta polvo dependiendo de quiénes son los involucrados. De no ser mediáticos, estos delitos pasan inadvertidos o simplemente no despiertan la menor de las reacciones.

Hace algunos días comentaba con una activa usuaria de las redes sociales acerca del escaso impacto de las alertas por desapariciones de niñas, niños y adolescentes. El sistema de alerta Alba-Keneth, una herramienta de enorme valor para la protección de este sector de la población, no parece haber alcanzado -a nivel mediático- la relevancia necesaria para elevar su efectividad en la búsqueda de menores desaparecidos, pero no por ser ineficiente en sí mismo, sino por la actitud pasiva de la sociedad, a la cual esas desapariciones no afectan de manera significativa. Esto se aprecia con mayor claridad en los sectores de cierto nivel económico con acceso a la internet, porque aun cuando las alertas circulan profusamente por las redes sociales y compartirlas depende de mover un dedo, este mínimo gesto muchas veces no se produce.

Cada día pasan por mis redes varias de esas llamadas desesperadas. Me pregunto siempre cómo se sentirán esos padres y madres cuyos hijos de pronto no regresaron a casa de la escuela, de la tienda de la esquina, de la casa de su abuela o del campo de fútbol de la colonia. Esa angustia de no saber en dónde está, qué le sucedió, por qué alguien quiso arrancarlo de la protección de su familia y con qué propósito. Y entonces me imagino esa ruta de la angustia, la desesperación de no saber, la impotencia de ver pasar las horas y depender de esa llamada de auxilio que es la alerta Alba-Keneth, sin la cual las probabilidades de recuperar a su ser querido se reducirían únicamente al resultado de la búsqueda por las instituciones encargadas.

La sociedad, sin embargo, muestra escasa empatía con el dolor de esas familias, pero no porque sea esencialmente perversa sino porque se ha acostumbrado a considerar estos hechos como una parte de la vida y de la cultura en un país en donde los prejuicios tienen un fuerte acento cuando se trata de delitos sexuales, ante los cuales surge de manera automática el filtro del machismo para transformar a las víctimas en protagonistas activos y consensuales de los delitos que los victimizan. Por lo tanto, la desaparición de un niño, una niña o una adolescente pasan a formar parte de la mezcla, en el mismo crisol, con la trata, la pobreza, la violencia doméstica, las violaciones sexuales y el drama de la migración.

La sociedad debe reaccionar, abrir los ojos y comprender que todo delito de carácter sexual contra un menor debe castigarse por igual, exista o no consenso por parte del menor. Aunque el origen de esta cruel forma de abuso se remonta a tiempos remotos, no debe considerarse parte de la “cultura” y mucho menos del derecho de adultos sobre la vida de menores indefensos. Las condiciones de vida de un importante sector de la población han sido el perfecto caldo de cultivo para que estos abusos se practiquen sin castigo y sin reacción social, de lo cual sacan buen provecho las organizaciones criminales dedicadas a este tráfico maldito.

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Vientos de enero

El cambio de calendario siempre trae un soplo de renovación…

Las redes sociales se han convertido de manera inevitable en termómetro del ambiente político y social. No escapamos a esa fuerza indetenible de la comunicación digital, avasalladora e impertinente. Ahí está, metida en los más recónditos rincones de la geografía propia y la ajena, transformando actitudes y colocándonos en la difícil posición de determinar cuándo y dónde se esconden el fraude y la mentira.

Esta realidad cada vez más imponente de la información globalizada nos obliga a caminar más rápido y con paso firme para no quedar en una vergonzosa obsolescencia. Sabemos que tras esas redes se esconden potencias capaces de incidir en el destino de la Humanidad –tal como sucedió en la elección del gobernante estadounidense- pero no tenemos la menor posibilidad de evitar los golpes emanados de esas interferencias, la mayoría orientadas a consolidar el poder de las potencias económicas y políticas en desmedro de las libertades y la supervivencia de millones de habitantes alrededor del mundo.

Sin embargo, empieza enero y tendemos a creer que todo puede ser mejor. Elaboramos una honesta lista de propósitos, convencidos de ser capaces de realizarlos y en ese loable esfuerzo olvidamos la lista incumplida de años pasados. Pero no importa porque los 12 meses vienen nuevos y relucientes, listos para hacer de ellos algo productivo. Esta vez, he optado por hacer la lista al revés: lo que no deseo para el nuevo año.

-Niñas y adolescentes embarazadas: Nuestra niñez ha sufrido suficiente el abandono de todas las fuerzas capaces de transformar su vida de miseria en una de opoortunidades. Ya es tiempo de corregir esa inmensa deuda social y política con las nuevas generaciones. Este propósito debería ser la primera prioridad del Gobierno, el cual se ha mostrado indolente, permisivo con la corrupción e incapaz de elaborar programas y políticas efectivas contra este flagelo.

-Alertas Alba-Keneth: Guatemala no puede continuar siendo un paraíso para los traficantes de seres humanos. El país aparece en todos los medidores internacionales de desarrollo como uno de los más atrasados en los temas de trata y abuso sexual, especialmente contra niñas, niños, adolescentes y mujeres adultas. Existe un problema estructural, no tratado a fondo, por el círculo perverso del tráfico de influencias y organizaciones criminales infiltradas en las instituciones del Estado.

-Desnutrición crónica: El año recién estrenado debería marcar el fin del más vergonzoso de los indicadores nacionales. La desnutrición crónica de la niñez configura un panorama devastador en las futuras generaciones de población adulta, la cual ya viene sistemáticamente privada de capacidades intelectuales y físicas. El resultado es una nación con un porcentaje alarmante de personas con capacidades limitadas, marcando de ese modo un freno rotundo a las perspectivas de desarrollo social, económico y cultural del país.

-Un gobierno tradicional: Ya es tiempo de que los sectores político y económico comprendan el alcance de sus decisiones y tomen partido por el lado correcto. Una ciudadanía cautiva en un sistema de poderes a los cuales no tiene acceso, es una ciudadanía castrada en sus más elementales derechos. Observar las actitudes soberbias de quienes detentan posiciones políticas o económicas de relevancia demuestra su pobre concepto del significado de democracia y su escasa capacidad de asimilar la magnitud de su responsabilidad. Es imperativo abandonar esas poses para sumarse al esfuerzo colectivo por hacer de este un mejor país, aceptar la temporalidad del poder y escribir un mejor capítulo para la historia.

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