Una carta, una historia

La comunicación epistolar es un recuerdo del pasado, una práctica obsoleta.

En un afán por escapar de un presente lleno de incertidumbre y contradicciones, prefiero echar la mirada a los pasados siglos para rescatar de esas brumas de la memoria uno de los objetos más preciados: la carta. Heredera de los antiguos manuscritos, en donde se plasmaba con exquisito estilo la Historia de la Humanidad, la carta -ese trozo de papel cargado de significado- sobrevivió a las guerras, los avances de la industria, las crisis existenciales y los obstáculos geográficos que retardaban su trayectoria, hasta que la derrotó el siglo actual. Alrededor del mundo, los sistemas de distribución del correo representaron una de las instituciones mas sólidas y de mayor credibilidad, por la importancia depositada en esa práctica.

El uso de la carta, un invaluable archivo documental a lo largo de la historia, se ha extinguido. La eficacia de los sistemas instantáneos desarrollados mediante un avance tecnológico vertiginoso, han acabado con la necesidad y, por ende, con las perspectivas de supervivencia de un modo de relación que toca las fronteras del arte. Las generaciones educadas en la escritura manual han desaparecido, para ser sustituidas por usuarios de computadoras y teléfonos inteligentes desde los cuales se precia mas la rapidez que el contenido, perdiéndose irremisiblemente  todo el valor implícito en un documento personal e íntimo.

La carta, entre otros de sus valores, tenía la enorme cualidad de plasmar una forma de autobiografía resultando así mucho más reveladora e íntima, al reflejar en sus líneas el fluir del pensamiento de manera espontánea, sin los filtros impuestos por la obsesiva revisión literaria. Por esa misma razón, sus mejores ejemplares han llegado a poseer más intensidad que la novela y más fuerza que el ensayo, por su cualidad de hacer menos concesiones al despilfarro verbal. Para comprobarlo, nada mejor que escarbar entre las colecciones epistolares de los grandes filósofos. artistas y científicos.

Los objetivos y el modo de escribirlas pueden llegar a abarcar infinidad de posibilidades: lo literario (como en el caso de Proust) puede convertirse en el objetivo primordial, por encima del mensaje en sí, demostrando que un escritor difícilmente puede dejar de serlo aun cuando esté transmitiendo sus sentimientos más íntimos en un trozo de papel supuesto a ser destruido. Sin embargo, también existe la dificultad intrínseca en el hecho de utilizar el método epistolar; y es la imposibilidad de mantener una conversación amena, profunda, ligera, imprevisible y afectuosa, todo a un tiempo, haciendo abstracción del hecho de que entre una y otra intervenciones pueden transcurrir semanas o meses.

Al perderse la carta, se ha perdido la expresión manuscrita absolutamente individual, transformando al texto en una pieza mecánica, diseñada y moldeada de manera artificial. Ya no existen más los renglones torcidos, las señas individuales ni la posibilidad de cometer errores, los cuales se corrigen de modo automático. Tampoco está el hecho de abrir el sobre y disfrutar del momento de revelar su contenido. La auténtica carta era una pieza irrepetible, escrita de un tirón con un estilo coloquial semejante al lenguaje hablado. Es decir, un lenguaje único capaz de transmitir pensamientos, sentimientos y actitudes, con la connotación íntima del tú a tú. Esta práctica extinta para las mayorías, quizás permanezca latente para un rescate reservado al uso exclusivo de unos pocos nostálgicos.

Recibir el correo era la expectativa de obtener una respuesta, un mensaje esperado.

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Cada cosa en su lugar

Es imprescindible saber distinguir la diferencia entre periodismo y propaganda.

El modo como la función informativa se ha ido transformando en un brazo estratégico del poder económico global ha ido evolucionando hasta hacerse parte del paisaje. Lo que en alguna época fue un ejercicio de riesgo, de confrontación y una herramienta útil para la sociedad, hoy parece haber tomado el partido opuesto al manipular y ocultar verdades que, de ser del dominio público, serían capaces de poner de cabeza a los más poderosos. Llama la atención, sin embargo, el cinismo con el que se pone de manifiesto el desprecio de las grandes cadenas informativas hacia las tragedias humanitarias que asolan al planeta, y cómo sus contenidos son aceptados como verdades absolutas.

Hacer un espectáculo de la desgracia ajena es, al parecer, una táctica capaz de aportar ventaja en términos de audiencia y, por consiguiente, un sustancioso incremento en la pauta publicitaria. Lo que Kapuscinski, el gran reportero polaco, consideraba la norma fundamental en el ejercicio periodístico: “Buscar la verdad entre la gente común, olvidarse de los elevados círculos del poder cuando es preciso encontrar respuestas. Describir los detalles, porque a veces en ellos se encuentra la clave de todo. Huir de la vanidad y de la sobre dimensión del ego como de la peste misma, porque ahí se comienza a perder la objetividad y el sentido de las cosas. Y viajar solo, para que la visión de alguien más no distorsione la percepción pura y directa del reportero.” hoy se considera una desventaja competitiva.

Kapuscinski viajó por el mundo y no en calidad de turista, en hoteles de alta gama. Caminó por las rutas casi olvidadas en donde se encontraba patente la miseria humana. Y nos relató sus hallazgos con el acento puesto -incondicionalmente- en la cercanía con los seres más humildes, los pueblos más necesitados. Sus profundos análisis podrían cubrir todo el contenido de un doctorado en ética y sus enseñanzas serían capaces de revertir el sentido mismo de una profesión que, de honorable, ha pasado en algunos casos a ser el equivalente mediático del sicariato.

Como fuerte opositor a todo tipo de conflicto armado –en su carrera vio muchos y, sobre todo, sus efectos- este periodista galardonado con el premio Príncipe de Asturias afirmó alguna vez que “la primera víctima de la guerra es la verdad”. Al observar el panorama actual y poniendo cada cosa en su lugar, es importante señalar que el despliegue abrumador de espectáculos bélicos y su retórica deshumanizante, reflejan la tendencia de un periodismo diseñado para y por la hegemonía de los países más poderosos, garantizando así la sumisión y el debilitamiento progresivo de las naciones consideradas “dependientes”.

Los auténticos profesionales del periodismo, quienes ven reducir su terreno por presiones de poderes fácticos, influencia de las grandes corporaciones, chantajes y amenazas de empresarios y políticos y, por sobre todo, de estamentos jurídicos estrechamente vinculados a organizaciones criminales y ejércitos corruptos, son perseguidos. Las presiones incesantes para acallar la verdad y ocultar crímenes de Estado no son cosa únicamente de países tercermundistas; lo vemos en las grandes cadenas internacionales, apañando decisiones espurias de las grandes potencias y convirtiendo sus agresiones en un ejemplo de virtudes democráticas. El periodismo, hoy, cruza por la mayor crisis de credibilidad en toda su historia.

Kapuscinski ejerció un modelo de periodismo que hoy se encuentra en vías de extinción.

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El caballito de madera

Escrito el 18 de diciembre de 1994. (Inédito, Antes de la invasión de los aparatos inteligentes).

El maravilloso balancín de madera en forma de caballito, sobreviviente durante siglos y transformado en el símbolo de la niñez protegida, no logró sobrepasar la frontera del siglo veinte.

Los avances de la tecnología también tienen sus bemoles. Presentan a veces ese lado oscuro, barato y populachero propio de los objetos de consumo masivo, que deriva de la necesidad de extender su campo de influencia hasta los rincones mas escondidos de la sociedad del mundo civilizado.

Los juguetes, por ejemplo, muestran esa característica en forma sumamente ilustrativa. En especial, cuando intentan comunicar los secretos de la ciencia en un lenguaje adaptado a la total ignorancia que sobre esos niveles de conocimiento manifiesta un público lego, ávido de sorpresas.

Las antiguas muñecas-mascota que servían de compañía a las niñas y les permitían construir un mundo fantástico alrededor de seres inanimados de trapo, plástico, cerámica o madera y que tenían la gran virtud de conformar una familia obediente y subordinada, se han ido transformando en mujeres adultas, sofisticadas y llenas de complicaciones; bellezas convencionales que cumplen perfectamente el requisito de representar el consumismo en su más pura expresión.

Rodeadas de mansiones de varios niveles, automóviles de lujo, estolas de piel, joyas, canchas de tenis y hasta novio, las muñecas-fetiche de hoy poco a poco van transformando el simple juego en una costosa carrera de obstáculos y en una competencia feroz, que sirve -¡vaya ventaja!- como entrenamiento para la futura vida en sociedad.

Cuando la muñeca no se transforma en una chica de portada de revista, entonces se vuelve una nenita tonta que repite incansablemente frases en inglés a través de una grabación, o -como acaba de aparecer en el mercado- en una niña que comunica a través del teléfono una serie de ideas insulsas.

Las muñecas actuales no son más aquellas figuras silenciosas y aguantadoras de malos tratos. Ahora son ellas quienes dictan las normas y plantean problemas específicos como el racismo, la sexualidad, los problemas de salud o la falta de cariño. En realidad, se erigen en réplicas convenientes de la mamá, que termina delegando en ellas una parte de su tarea formativa.

Lo que se está perdiendo en el ínterin, es la cualidad lúdica de esos objetos tan preciados por los niños. La incorporación de tecnología en la fabricación de juguetes ha provocado una lamentable atrofia de la facultad infantil de desarrollar una creatividad sin límites, ya que cada vez requiere de mayores estímulos. La diversión pura, la capacidad de abstraerse del entorno y penetrar de lleno en un mundo íntegramente creado por y para su propio placer, se ha contaminado con un absurdo universo de elementos inventados por adultos para alcanzar objetivos mercadológicos muy precisos, en los cuales no están incluidas las ilusiones infantiles.

El sexismo, que en las últimas décadas ha sido duramente combatido por los grupos feministas en lo que se refiere a la industria del juguete y que supuestamente había ganado algunas batallas a nivel mundial, en nuestros países se encuentra en franca retirada.

Los estereotipos se manifiestan y se ratifican en las estanterías de las tiendas, donde lo único que falta son letreros que indiquen: “niños” y “niñas”. Y el mensaje para cada uno se adecúa a los valores vigentes de la sociedad tercermundista con su connotación de anhelos frustrados y arribismo.

Los objetos para jugar -ya que es contradictorio llamarlos juguetes- satisfacen una amplia gama de pasiones humanas y no dejan mayor espacio para el ejercicio de su labor fundamental, que es tan simple como facilitar el desarrollo adecuado de la personalidad del niño o la niña a través del juego, permitiéndole compartir experiencias y adquirir nuevas habilidades.

Esta incapacidad de los adultos para resistirse a entrar en este juego, se profundiza en la medida que los enfrenta a sus propias limitaciones. La adquisición de regalos para sus hijos pasa por una serie de etapas de evaluación, que podrían describirse en términos generales como: posibilidades económicas (o cuánto podrán gastar en cada uno); equilibrio en el tamaño y valor de los regalos entre todos los hijos, para que nadie se sienta relegado; si las finanzas lo permiten, comprar todo lo que los padres hubieran querido que les regalaran cuando eran pequeños; si no lo permiten, entonces elegir las versiones baratas de los juguetes caros que tendrán los vecinos.

En ninguna parte aparece el análisis de lo que es mejor para los niños, o lo que les podría hacer más felices con un mínimo riesgo de deformar su esquema de valores. En resumen, se efectúa una operación calculada entre la satisfacción emocional y social de los padres y las exigencias de la comunidad infantil, ya completamente manipulada por la publicidad.

El maravilloso balancín de madera en forma de caballito, sobreviviente durante siglos y transformado en el símbolo de la niñez protegida, no logró sobrepasar la frontera del siglo veinte. Fue vencido y descuartizado en una batalla desigual, por una barbie desabrida y tiesa, por un nintendo enajenante y solitario, por unos estridentes carritos motorizados que imitan lo peor de la realidad y por toda una montaña de objetos que sustituyeron la imaginación por un par de baterías alcalinas.

El desarrollo del subdesarrollo

Ante la incertidumbre y amenazas globales, solo queda observar su evolución.

Mientras el mundo desarrollado se hunde en un pantano de enfrentamientos provocados por la ambición y la búsqueda de hegemonía, los países menos menos privilegiados deben arreglárselas solos para sobrevivir. Las instancias de alcance global, creadas para garantizar un cierto equilibrio entre naciones -entre ellas la ONU y sus agencias- no solo han perdido espacio; también el poco respeto que todavía conservaban de cara a la opinión pública. Hoy, el desprestigio les ha alcanzado de lleno por su pasividad ante los abusos de las potencias.

Aun cuando la mayoría de seres humanos carece de medios para comprender la magnitud del descalabro mundial, el hecho es que todo el sistema bajo el cual se rige el mundo está colapsando de modo acelerado. La economía, basada en la explotación y el uso irracional de los recursos naturales, ha cavado un enorme foso acabando con el precario equilibrio del planeta y lanzándonos hacia una devastación nunca antes vista. 

La inconcebible ola de saqueo de las riquezas de los países en desarrollo y los efectos acelerados del cambio climático, marcan un proceso destructivo y genocida sin parangón en la historia de la Humanidad. Todo ello, acompañado de políticas ambiciosas que utilizan la extorsión contra gobiernos débiles. Estas naciones, progresivamente dependientes de la ayuda de organismos financieros internacionales -cuyo objetivo es aumentar la debilidad del tercer mundo- van cayendo en una situación que les impide tener acceso a un desarrollo pleno y sostenible. 

La teoría del “desarrollo del subdesarrollo”, elaborada por André Gunder Frank hace ya más de 50 años, explica que “la mayoría de los estudios del desarrollo y del subdesarrollo adolecen de no tomar en cuenta las relaciones económicas y otras entre las metrópolis y sus colonias económicas a lo largo de la historia de la expansión mundial y del desarrollo del sistema mercantilista y capitalista. Por consiguiente, la mayoría de nuestras teorías fracasan en explicar la estructura y desarrollo del sistema capitalista como un todo y en tener en cuenta su generación simultánea de subdesarrollo en algunos lugares y desarrollo económico en otros.”

Es decir, se supone una similitud entre el pasado de los países desarrollados y la actual situación de los no desarrollados, como si solo fuera cuestión de tiempo alcanzar los mismos niveles. Esa visión, en el estado actual de las relaciones entre unos y otros, lleva a una perspectiva peligrosamente engañosa. En la actualidad, frente a una situación de enorme tensión entre las máximas potencias y naciones aliadas, toda teoría del desarrollo cae ante una realidad que tiene al mundo al borde del abismo, arrastrando consigo a nuestros países dependientes y vulnerables.

En este frente cargado de violencia y ambición geopolítica, el costo cae, de hecho, sobre los pueblos abandonados a su suerte; sobre los incesantes desfiles de migrantes cuya precariedad es obra de la voracidad e indiferencia de los países desarrollados; sobre los desplazados de su territorio por la ambición de la industria extractiva y sobre grandes conglomerados privados de agua y alimento. El inconcebible repunte del nazismo en Europa constituye, de modo directo, un signo de estos nuevos tiempos en donde la vida humana es un mero obstáculo, capaz de entorpecer sus planes de crear un mundo distópico, blanco, unificado, obediente.

La situación mundial nos compete a todos al condicionar nuestra vida, sin excepción.

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La estrategia del miedo

El temor a lo desconocido es la columna sobre la cual se asientan los fanatismos.

Los enormes avances de la tecnología nos han traído cosas buenas y otras, no tanto. La dificultad para tener acceso a los detalles del funcionamiento y los entresijos de la informática y otras ciencias, han puesto una distancia insalvable entre los creadores y los usuarios de estas nuevas áreas del conocimiento. De un modo sutil, la información sobre los eventos que marcan el destino de millones de seres humanos se nos entrega en pequeñas dosis, convenientemente elaborada con el propósito de mantener el control sobre su impacto en la sociedad. Nos encontramos, por tanto, sujetos a un flujo de comunicación sobre el cual carecemos de certeza, pero diseñado para simular la verdad.

El periodismo, una profesión de servicio público cuya misión es dar a conocer información veraz y oportuna sobre los acontecimientos y decisiones que afectan a la sociedad, se ha transformado en otro campo de batalla entre los grandes núcleos de poder político y económico y los comunicadores éticos e independientes. Los medios de prensa, en general, están en manos de grandes grupos empresariales y su finalidad es incidir en la ruta política, manipulando la información a conveniencia de sus inversionistas. La verdad, por lo tanto, queda relegada por considerarse un elemento inconveniente dentro de la fórmula.

La persecución contra quienes investigan y revelan sucesos, decisiones y otros actos de interés cometidos al margen de la ley y que atentan contra el bien público, se ha convertido en uno de los frentes de guerra; estos frentes son sostenidos y alimentados por gobiernos y cúpulas de poder económico, con la finalidad de neutralizar todo acto de rebeldía popular. De este modo, se ha universalizado una especie de Guerra Fría de última generación desde donde se manipula, transforma y divulga información con una fuerte carga ideológica; una estrategia del miedo capaz de dividir y paralizar toda acción ciudadana tendente al cambio de sistema.

La estrategia del miedo ha sido, durante el transcurso de la Historia, una herramienta utilizada por toda cúpula de poder con el propósito de convencer a los pueblos de mantener una postura obediente, no deliberante, sumisa ante quienes marcan la ruta y dispuesta a defender ideales impuestos para proteger privilegios e intereses particulares. En esta guerra solapada, los medios de comunicación masiva constituyen el arma perfecta en ese afán por conseguir el objetivo de dominar el escenario. La lucha desigual, emprendida por algunos medios independientes y periodistas éticos, es una fuente de malestar para quienes deciden nuestro futuro y, por ello, las amenazas y obstáculos a los cuales se enfrentan estos profesionales han llegado al extremo de obligarlos a refugiarse en un exilio forzoso, ante el riesgo de perder la vida.

Cada día se amplía la distancia entre la misión de la prensa -como una actividad de servicio público para proporcionar a la ciudadanía una visión correcta y veraz de los acontecimientos de su interés- y lo que efectivamente se recibe desde las cadenas noticiosas y los medios aliados con el oficialismo. Esta ruptura con la misión de la función periodística tiene un impacto tal en las sociedades, al punto de convertir las guerras en un espectáculo, al hambre en un destino inevitable, a las migraciones humanas en una desgracia ajena. En otras palabras, nos han inmunizado contra la sensibilidad y la vergüenza.

La información pública es una herramienta de poder, en manos de otros.

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El día de los marginados…

A la niñez se le dedica un día al año, como gesto simbólico y también oportunidad política.

En la mayoría de países, el Día del Niño se celebra en distinta fecha. La marcada como oficial corresponde a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, emitida por la ONU en 1954. Esta coincide con los aniversarios del Día Universal del Niño, la adopción de la Declaración Universal de los Derechos del Niño (1959) y la aprobación de la Convención de los Derechos del Niño (1989). Todos ellos, documentos de la mayor trascendencia, firmados y ratificados por todos los países del mundo.

Pero ¿qué sucede con esos derechos en el escenario real? 4 millones de recién nacidos en el mundo mueren durante su primer mes de vida. 148 millones de menores de cinco años en las regiones en desarrollo -en donde se encuentra nuestro continente- tienen un peso insuficiente para su edad. 1.020 millones de seres humanos pasan hambre todos los días. 1.400 millones de personas carecen de acceso al agua potable, una situación que empeora cada día por el cambio climático y las migraciones forzadas.

Organizaciones creadas específicamente para observar y contribuir al mejoramiento de la situación de la niñez, coinciden en señalar cómo esta afecta a millones de niñas, niños y adolescentes, condenándolos a un escenario de pobreza extrema, violencia, explotación y abuso. Sumado a ello, los países tercermundistas consideran a la niñez y adolescencia un sub producto social, dada su condición de vulnerabilidad y por no poseer la menor incidencia en las decisiones políticas. Debido a ello, se encuentran sujetas a decisiones que no les favorecen y sufren la carga adicional de la marginación en el diseño y aplicación de políticas públicas.

Ante la devastación provocada por los fenómenos climáticos, los efectos de las guerras, la injusticia de las migraciones forzadas, la polarización de la riqueza y la corrupción de los gobiernos, las mayores víctimas se concentran entre la población infantil y juvenil. Para las potencias económicas y los centros mundiales de poder político y económico, estas masas de niñas y niños hambrientos y plagados de enfermedades evitables son bajas colaterales. Ante esta realidad, celebraciones como la señalada anteriormente no solo resultan de un simbolismo vacío, sino además son un recordatorio obligado de la absoluta falta de observancia de las Declaraciones dedicadas a proteger a quienes son su principal objetivo.

Uno de los más graves efectos del abandono en el cual se desarrollan las nuevas generaciones es el aumento sostenido de problemas de desnutrición, autoestima, crisis de identidad y depresión. Esto, que ya era parte de la situación de pobreza en la cual se encuentra la inmensa mayoría de niños, niñas y jóvenes, ha experimentado un fuerte incremento a partir de la pandemia. De acuerdo con el informe Estado Mundial de la Infancia 2021, elaborado por Unicef, “El suicidio es la cuarta causa principal de muerte entre los adolescentes de 15 a 19 años. Cada año, casi 46.000 niños de entre 10 y 19 años se quitan la vida: es decir, un niño cada 11 minutos.” 

Los discursos demagógicos y gestos condescendientes de los líderes políticos en sus promesas de campaña constituyen, ante este crudo panorama de la infancia, un ejemplo de la aberrante pérdida de sentido de la realidad que les condiciona en cuanto acceden al poder. La obligación de la ciudadanía es insistir en el respeto por los derechos de este sector, tan importante como marginado. De él depende el futuro y esas no son palabras vacías.

Cuando un niño se quita la vida, algo muere también en cada uno de nosotros.

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