Ella se llamaba Juana Ramírez

Las niñas y mujeres indígenas y campesinas de Guatemala son el último eslabón.

 Doña Juana Ramírez Santiago era una autoridad en su pueblo. Desde joven había comprendido su misión y había dedicado su vida a ayudar a otras mujeres como ella: marginadas, campesinas e indígenas privadas de servicios adecuados de salud y carentes de oportunidades para adquirir los conocimientos necesarios que les permitieran alcanzar una adecuada calidad de vida. Doña Juana era una de las más de 20 mil comadronas guatemaltecas cuya labor es proporcionar un entorno saludable a las mujeres en el proceso de embarazo, parto y lactancia. 

Consciente de los obstáculos enfrentados por su comunidad para tener acceso a los servicios de salud en el área rural, doña Juana dedicó sus esfuerzos a compartir y aplicar sus conocimientos, salvando la vida de muchas madres gestantes. A sabiendas de que el entorno cultural y social de las comunidades más alejadas de los centros urbanos es profundamente hostil para las niñas, adolescentes y adultas, usualmente privadas de acceso a la educación y sujetas a la autoridad patriarcal, ella se convirtió en una activa defensora de las mujeres de su etnia, ya que los escasos recursos disponibles para gozar de servicios de salud adecuados en la mayoría de aldeas y caseríos indígenas representa una seria amenaza y es causa de muertes maternas evitables, una de las más elevadas en América Latina y el Caribe.

Es allí en donde el papel de las comadronas resulta esencial. Sin embargo y pese a la trascendencia de su papel en atención sanitaria para comunidades alejadas de los centros urbanos, han debido soportar innumerables obstáculos cuando entran en contacto con algunos de los centros de salud del sistema estatal al acompañar a sus pacientes, debido a la barrera cultural entre el personal ladino no suficientemente entrenado para comprender ciertos usos y costumbres -como la necesidad de las mujeres indígenas de mantener su traje típico durante el proceso del parto, hablarles en su idioma y respetar su intimidad- lo cual consideran opuesto a las normas establecidas.

En este ámbito trabajaba doña Juana y, por su liderazgo en el seno de su comunidad, se había convertido en una voz importante y una protagonista activa en los programas de desarrollo y en la defensa de los derechos de las mujeres ixiles. Quizá no habrá mayor repercusión pública de su importante labor humanitaria, quizá nunca se conozca en detalle la trayectoria de esta lideresa indígena por pertenecer a uno de los sectores más abandonados de la sociedad guatemalteca. Pero la recordarán con respeto y admiración quienes conocieron el alcance de su misión.

Cuatro balazos fueron suficientes para derribar a doña Juana Ramírez Santiago, fundadora de la Red de Mujeres Ixiles. Quizá los asesinos no sabían a quien eliminaban. Quizá solo recibían órdenes de otros, dedicados con furia a exterminar a toda voz disidente, a todo opositor de un régimen de represión política y social. Lo que sin duda ignoraban es que a doña Juana no lograron callarla porque su pensamiento y sus ideas desde hace tiempo echaron raíces en su comunidad, una de las más golpeadas por el exterminio y la represión durante el prolongado conflicto armado interno.

En Guatemala, ser activista en pro de los derechos humanos y por la protección del ambiente equivale a colocarse directo en el centro de la diana. Más de 20 líderes comunitarios han sido asesinados en lo que va del año y el escenario actual permite suponer que la represión contra este importante sector continuará mientras las instituciones garantes de la justicia no actúen de manera firme, tal y como lo manda la Constitución.  

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Las malas compañías

La tormenta política desatada en Guatemala marca un capítulo oscuro en el país centroamericano.

 En una abierta maniobra represiva y dentro del marco de la conmemoración de la independencia patria, el presidente de Guatemala sacó al ejército a las calles, concentró a las fuerzas policiales desde todos los puntos del país y los apostó alrededor del palacio de gobierno. Acto seguido, dio la orden de revisar a toda persona, niñez incluida. Una de las tradiciones en el país centroamericano son los actos conmemorativos de la firma del Acta de Independencia, llevados a cabo en la plaza central y seguidos de un Te Deum en la Catedral metropolitana al cual acuden autoridades, cuerpo diplomático y público en general. Este año, el cerco se cerró con vallas metálicas y agentes de las fuerzas del orden premunidos hasta los dientes con armas de grueso calibre.

Las imágenes de los miembros de la SAAS escudriñando en las mochilas de niñas y niños ilusionados por ver el desfile y participar en los actos, dieron la vuelta al mundo marcando un episodio más de las vergonzantes decisiones de Morales. El escenario estaba dado para provocar en la ciudadanía una reacción inmediata de repulsa contra este abuso de autoridad con características de golpe de Estado. Y aun cuando no tuvo las repercusiones esperadas, eso fue lo que sucedió.

En otras ciudades surgieron las protestas y en la capital los estudiantes de la universidad estatal se hicieron sentir. Durante el discurso del mandatario –plagado de lugares comunes y con un abierto acento dictatorial- la multitud en la plaza manifestó su descontento gritando consignas y llamándolo a renunciar. Sin embargo, la división de la sociedad guatemalteca está dada. Como una perversa estrategia de dominación diseñada por los sectores poderosos para mantener el control político y económico, el divorcio ideológico implantado desde los tiempos de la Colonia persiste como una nube gris sobre el futuro de la nación.

El presidente Morales cree que esa división entre guatemaltecos lo salvará; está convencido –porque su rosca de militares y adeptos así le aconsejan- de tener el control del país y poder terminar su mandato con los privilegios y honores que él mismo se ha recetado. Su desprecio por la ciudadanía es indescriptible y dado su escaso alcance intelectual, probablemente esto es también resultado de un vértigo de altura, posición a la cual nunca antes tuvo el menor acceso. Entonces, ante un cuadro tan desolador, cabe preguntarse ¿Cómo es posible la defensa de algunos guatemaltecos ante los evidentes abusos de su mandatario? ¿Es acaso una pérdida de fe en el sistema democrático o quizá la protección de privilegios propios conseguidos gracias al tráfico de influencias?

Sin duda hay mucho de eso, pero también es importante tener presente los lazos entre sectores de poder con ciudadanos ansiosos de pertenecer a las élites solo por el hecho de manifestarles su respaldo. El típico arribismo transformado en una venda sobre los ojos para no ver lo obvio porque la verdad suele resultar molesta y estorba en la conciencia. Sumado a ello, la manipulación mediática de los medios de comunicación más poderosos –la red de televisión y radio propiedad del mexicano Ángel González- cuyas frecuencias dependen de las graciosas concesiones del gobierno de turno, crean en amplios sectores de la población, sobre todo aquellos más alejados de los centros urbanos y también los más pobres, la ilusión de que todo está bien.

Guatemala y su democracia están en serio peligro. El destino de sus habitantes está amenazado por las malas compañías de un presidente incapaz de comprender el alcance de sus acciones y convencido de detentar el poder absoluto.

Las malas juntas del presidente lo llevan de la mano hacia una dictadura.

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Deconstruir y recrear: el arte de Ariel Dawi

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Los salones del Museo Pumapungo son el escenario más adecuado para exhibir la obra del pintor argentino Ariel Dawi.  Esto, no solo por la dimensión de sus cuadros, sino por la necesidad estética de observarlos desde la distancia y apreciarlos así, uno por uno, para luego aprehender la estricta unidad del conjunto.

El Azuay sufre -bajo el pincel y la paleta de Dawi- una metamorfosis estructural profunda. El artista no se ha conformado con absorber la belleza y plasmarla en sus lienzos. Él ha “deconstruido” sus formas y colores, los ha procesado desde una visión muy particular e íntima para luego volver a integrar los elementos y convertirlos en algo diferente pero totalmente reconocible, aun cuando lleva la impronta inconfundible de su estilo.

Los experimentos cromáticos del artista argentino parecen tocar los extremos: De una fuerza rotunda en el color de El Paraíso en la otra esquina pasa a la sutileza onírica de un paraje húmedo y nublado, como en Mayo en Azuay.  Sus azules profundos –él se ha apoderado de los cielos y las aguas de Cuenca- contrastan con el brillo de los tejados rojos y la sequedad del páramo. Pero no se detiene ahí, también juega con la desintegración de las formas en un proceso de abstracción en donde, por ahí escondidos, se adivinan breves bosquejos de figuras animales y humanas.

El impacto visual de esta exposición le ofrece al espectador la excepcional oportunidad de re-ver el entorno que le rodea. Analizarlo desde los ojos de Dawi y apreciar la riqueza de sus colores, sus texturas y sus formas termina siendo parte del ejercicio estético al cual el pintor nos lleva de la mano, para abandonarnos frente a la experiencia individual y dejar el resto del trabajo a nuestra imaginación. Quizá por esto su propuesta estética resulta tan enriquecedora como generosa.

Publicado por El Mercurio

https://ww2.elmercurio.com.ec/2018/09/10/deconstruir-y-recrear-el-arte-de-dawi/

Carolina Vásquez Araya

@carvasar

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Antes de la paz, la justicia

Cuando la justicia les pisa los talones buscan el refugio de un acuerdo de paz.

Es la historia recurrente de quienes abusan del poder contra una ciudadanía cuyo pecado capital ha sido dejar el espacio público permitiendo a políticos, empresarios, jueces y militares corruptos apoderarse del control en todas las instancias, de un modo casi absoluto. La corrupción es letal y en países como los nuestros ha sido doblemente devastadora cuando desde el exterior y simulando “asistencia económica y/o militar” otros gobiernos deciden sobre el futuro de la nación y el destino de sus habitantes.

En este juego de poderes -y considerando la habilidad de las estrategias empleadas para hacer creer a las mayorías que su más grande enemigo es un comunismo inexistente- las sociedades alcanzan un punto de saturación y eso las lleva a preferir cualquier pacto de paz mal pergeñado antes de proseguir una lucha agotadora y estéril por consolidar el imperio de la justicia. Entonces es cuando terminan por declarar vencedores a quienes las engañan y quienes empeñan el futuro de las generaciones por venir por medio de pactos clandestinos con los enemigos de la ley.

Esos acuerdos de paz propuestos por quienes abusan del poder, esos espejos falsos en los cuales se miran los incautos, representan una historia de larga data en países cuyas ciudadanías vienen ya debilitadas por políticas educativas tendentes a impedirles el entrenamiento y aprendizaje del análisis y la reflexión profundas, informadas y libres. La educación no es para todos y tampoco es totalmente libre. Los sistemas educativos en países sometidos a la influencia del sistema económico más depredador de la historia de la Humanidad vienen diseñados para reafirmar el poder sobre quienes en realidad producen la riqueza, convenciéndolos de que esa riqueza pertenece a otros.

De ahí viene también la invasión de doctrinas religiosas enviadas desde el corazón del capitalismo, cuyo trabajo sobre pueblos privados de educación facilita la persuasión, el adoctrinamiento civil e impone sus parámetros de conducta basados en la sumisión, la misoginia y la resignación como valores espirituales. Es la suprema mentira vestida de amor a dios cuya influencia en nuestros pueblos empobrecidos y abusados representa un importante freno a las esperanzas de desarrollo de nuestros países.

La palabra paz es hermosa, siempre y cuando sea verdadera y refleje las intenciones legítimas de alcanzar un estado de hermandad, en un ambiente de respeto por los derechos humanos, con libertad de vivir una democracia funcional y con capacidad de incidir sobre el destino común. Pero también es engañosa cuando pretende arrojar un velo de silencio sobre la podredumbre, la falsedad del sistema imperante o los crímenes cometidos por quienes, en control del poder perpetran sobre la ciudadanía de manera flagrante y con garantía de impunidad. Es preciso mantenerse alerta para detectar cuándo la paz viene envuelta en engañosas intenciones; ya una vez bajas las defensas, quienes proponen los pactos desde su posición de privilegio fácilmente asestarán otro golpe certero contra la confianza popular.

La historia de nuestros pueblos ha demostrado su tremenda vulnerabilidad ante la fuerza y el poder impuestos desde otros centros de poder económico y político. Nos han impedido progresar y nos han doblegado ante el capital internacional. De paso, han cercenado todo intento de independencia política. Por eso es importante exigir justicia; recuperar la memoria y no permitir jamás el establecimiento de acuerdos ni pactos cuya intención sea acallar esas demandas. La paz sin justicia no es –y nunca será- una verdadera paz. 

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Una guerra solapada

En América Latina se vive una crisis política potencialmente letal para las democracias.

En Guatemala, el presidente amagó un auto golpe de Estado al estilo Serrano Elías -frenado quizá por algún “poder superior”- dejando en el ambiente la certeza de que la débil democracia, conseguida después de 36 años de un sangriento conflicto armado interno, no tiene la suficiente fuerza para salir indemne de los constantes embates de gobiernos corruptos vinculados íntimamente a las fuerzas castrenses y grupos empresariales que han dominado durante décadas la vida de esa nación. Con un estilo imitado de otros dictadores, Morales se lanzó de lleno a defender su posición declarando abiertamente la guerra a quienes pretenden consolidar el estado de Derecho, fortalecer al sistema de administración de justicia, terminar con la corrupción y acabar con la impunidad. Su mensaje desde el palacio de gobierno y rodeado de oficiales de las fuerzas armadas afianzó la convicción de que el mandatario no es más que un peón controlado y sostenido por el ejército.

La respuesta de la ciudadanía ante el cuadro desolador de los poderes del Estado, transformados en reductos seguros para garantizar privilegios e inmunidad a quienes delinquen desde las instituciones públicas, no tiene siquiera la fuerza suficiente para provocar inquietud en esos círculos. La sociedad civil ha sido fragmentada a través de insidiosas campañas anónimas desde centros de control informático y desde medios de comunicación favorecidos por los políticos de turno. También ha tenido un efecto devastador el acoso, las amenazas y asesinatos contra líderes comunitarios y periodistas cuyo trabajo ha puesto en descubierto actos flagrantes de corrupción.

Es tan descarada la manera como los funcionarios se blindan contra la acción de la justicia que dejan pocas probabilidades de verse afectados por manifestaciones de protesta, la mayoría de ellas debilitadas por el miedo a las consecuencias y la pasividad de una parte importante de la población, por lo tanto carentes del impacto necesario para causar efecto.

Este cuadro no es exclusivo de Guatemala. Ya sucede algo similar en Honduras, Nicaragua, Brasil, Argentina y otras naciones en donde las democracias conquistadas a fuerza de grandes sacrificios y enormes pérdidas humanas, se debilitan aceleradamente en esta suerte de “neo guerra fría” en donde la influencia de las grandes corporaciones y los intereses geopolíticos de Estados Unidos constituye una marca de identidad largamente conocida en nuestro continente. Las consecuencias del perverso juego de poner y quitar dictaduras, negociar con los grupos económicos, romper acuerdos y crear otros más convenientes a sus intereses ha causado el empoderamiento de grupos criminales cuyos tentáculos en el cuerpo institucional de los Estados les ha convertido en un poder paralelo con trágicas consecuencias para las democracias latinoamericanas.

Lo sucedido en Guatemala durante los días pasados marca un regreso a las épocas más oscuras de las dictaduras de los años 80 en muchos los países del continente. Esta nueva guerra contra los derechos ciudadanos, con el ingrediente adicional de una renovada política represiva hacia grupos de mujeres, diversidad sexual, defensores del ambiente y pobladores opuestos a las explotaciones mineras que no dejan ningún beneficio, aumenta la presión del caldero y expone al país a una explosión social de nefastas consecuencias. Ante esto, la única respuesta posible es un movimiento de unidad ciudadana capaz de anular el efecto de las estrategias divisionistas de sus enemigos más cercanos y más peligrosos: sus propios gobernantes.

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