Guatemala: Un zarpazo a la democracia

El miedo de un gobernante con mucho que perder, se traduce en dictadura.

El presidente guatemalteco y sus aliados han cometido ya todos los delitos del catálogo político: obstrucción a la justicia; saqueo de las arcas públicas; complicidad con las organizaciones criminales y los cárteles de narcotráfico; persecución y cárcel contra operadores de justicia, líderes comunitarios, defensores de derechos humanos y quien se oponga a sus abusos y, por si eso fuera poco, el ataque furibundo contra la prensa independiente, con amenazas explícitas hacia periodistas y líder de opinión valientes y capaces de desvelar sus maniobras. 

El tamaño de sus ofensas contra la democracia va a parejas con el miedo a perder el control del poder y verse enfrentado a la posibilidad de pagar por sus crímenes.  De ahí la cooptación del Ministerio Público, al sostener en su máxima jefatura a quien tiene la potestad de convertirse en el brazo vengador y retorcer impunemente la aplicación de sus funciones. El aparato judicial, por su parte, ha sido invadido por jueces y magistrados corruptos, tal y como sucede con un Congreso mayoritariamente aliado, que apoya incondicionalmente sus decisiones. Los fondos del Estado son su caja chica con el objetivo de llevar a cabo, sin oposición alguna, sus planes de concretar la destrucción total de la institucionalidad en el país.

La captura del periodista José Rubén Zamora Marroquín, director de elPeriódico, medio que ha investigado y desvelado los mayores escándalos de las recientes administraciones, se consumó rodeada de un escandaloso aparataje policial; esta captura lleva un mensaje evidente hacia todo miembro de la prensa que ose continuar con las denuncias y el destape de las fechorías del equipo de gobierno. El violento operativo de allanamiento de la vivienda de Zamora Marroquín y de las oficinas de elPeriódico no dejan resquicio a duda con respecto a los planes de este proyecto de dictador, dado que amedrentar a la prensa independiente es y ha sido el cobarde instrumento de los traidores.

Guatemala ha vivido tiempos oscuros durante su historia. Experiencias dolorosas y extremas que culminaron con un viraje inevitable hacia un sistema democrático. Sin embargo, las raíces del mal persistieron en instituciones infiltradas por elementos corruptos y organizaciones criminales. La depuración institucional quedó como un tema pendiente, lo cual ha dejado abiertas las oportunidades de revertir el esquema hacia un cuadro de excesos como el que vive hoy Guatemala. En síntesis, la democracia tan anhelada por la ciudadanía, no terminó de cuajar.

El panorama de ese país no puede ser más desalentador. Con una población temerosa de la violencia estatal y acallada por el hambre y la miseria, el plato está servido. Sin embargo, aun con las amenazas y persecuciones, las investigaciones y denuncias publicadas por elPeriódico y otros medios -así como las columnas de opinión opuestas a los abusos de la cúpula política- han dejado muy en evidencia el serio peligro que amenaza a todo el sistema político, económico y social de ese país centroamericano. 

La comunidad internacional, por su parte, concentrada en atender sus propios problemas, solo parece echar una mirada tangencial sin mayor impacto en el desarrollo de los acontecimientos. Esto significa que, sin la intervención de las fuerzas vivas del país, de su ciudadanía consciente y comprometida con la democracia, nada cambiará.

El derecho a la información es un derecho humano inalienable.

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Los daños ocultos

Pocas sensaciones resultan tan amenazadoras como la incertidumbre.

La población mundial ha entrado en un círculo interminable de temor por su vida, por la integridad de su estado de salud y, en consecuencia, por su futuro. De un modo nunca antes experimentado, una invasión viral se ha instalado como un escenario nuevo e inevitable del cual todavía se desconocen sus verdaderas dimensiones. Una y otra vez, como en un mar embravecido, se suceden las olas con distinto nombre, con diversas consecuencias, con la fuerza que les otorgan sus características ocultas. Es un entorno al cual -como en toda nueva realidad- los humanos comienzan a habituarse, obligados por la necesidad de conservar cierta estabilidad emocional.

Los esfuerzos estériles por contener los contagios -una situación patente en la mayoría de países- chocan de frente con la actitud resignada y progresivamente descuidada de la población. Esta, no acostumbrada a mantener las incómodas precauciones recomendadas por las autoridades sanitarias, las cuales les alejan física y emocionalmente de su entorno cotidiano y de sus seres queridos, prefieren el riesgo y olvidan las mínimas acciones capaces de contener los contagios. La mente juega la peligrosa partida del olvido cuando el miedo se hace presente. En tales circunstancias, ya queda claro cómo el esfuerzo por regresar a cierta normalidad resulta inevitable.

Un aspecto muy importante y poco atendido de la actual situación sanitaria del globo, es la salud mental. Sometida a una amenaza constante y en un estado general de ignorancia con respecto a lo implícito en este estallido viral, la población se ve orillada a buscar un nuevo marco de conducta para no perder del todo el contacto con la realidad. Si este desafío resulta duro y complicado para la población adulta, se vuelve un trastorno mucho más impactante para quienes dependen de las decisiones de otros, es decir: niñas, niños y adolescentes.

En la mayoría de países, en especial los menos desarrollados, el impacto de las oleadas de la pandemia ha dejado una fuerte cauda de actos de violencia, dirigidos de manera muy puntual contra este segmento tan vulnerable de la población. El resultado se ha visto en un incremento de delitos sexuales con el resultado de embarazos en niñas y adolescentes, aumento de las agresiones dentro del seno familiar y, sobre todo, en cifras de suicidio de jóvenes como una de las consecuencias del aislamiento y las condiciones en las cuales se debate la mayoría de núcleos familiares.

Ante este desolador panorama, los gobiernos -ya abrumados por su escasa capacidad de enfrentar el nuevo panorama sanitario- han abandonado por completo uno de los temas fundamentales: la atención prioritaria de la salud mental- por la costumbre atávica de marginarlo en sus políticas tradicionales. Atrapados en un contexto tan hostil, las nuevas generaciones no solo han perdido espacio físico para desarrollar sus distintas habilidades, sino también aquellas libertades capaces de proporcionarles un entorno más apropiado para su crecimiento social y emocional. 

Estas carencias, provocadas por una situación que sobrepasa a la capacidad de adaptación, sin duda tendrán fuertes consecuencias futuras para quienes, por su edad y su condición de vulnerabilidad, recién comienzan a asomarse a los desafíos que les esperan. Por ello, la atención enfocada a proveer un ambiente de protección para este segmento de la población, debería contar entre las prioridades de quienes deben responder por su bienestar. 

La mente tiende a olvidar cuando el miedo se hace presente.

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Violencia, un juego para niños

Hay que ingresar al mundo virtual para entender cómo se entrena a las nuevas generaciones.

Me resulta chocante el modo como se desarrollan los mal llamados “juegos virtuales”; porque es, en realidad, todo un sistema de fantasía creado por mentes retorcidas para enseñar a niños y adolescentes a afinar la puntería, a identificar las armas más letales, a perseguir a las víctimas escogidas -aquellas a quienes se eliminará de la manera más sangrienta posible- y a marcar diferencias de género en donde la masculinidad representa fuerza y poder, mientras la feminidad se ilustra con los códigos machistas de costumbre. Los juegos virtuales nos representan en esta etapa histórica de extremo subdesarrollo social y nos regocijamos de ello.

No dejo de pensar en lo afortunada que he sido al tener una hija para la cual eso nunca existió mientras crecía. Me cuesta imaginar el impacto visual y psicológico de esas imágenes para un infante que ni siquiera ha aprendido aún a atarse los zapatos. Es, sin duda, bastante inquietante observar a madres y padres orgullosos de ver a sus hijos de biberón sostener un aparato tan complejo como un teléfono inteligente para “entretenerse” descubriendo sus secretos. Un hábito que permanecerá a lo largo de la infancia, sustituyendo actividades cuyo potencial de desarrollar su creatividad, su capacidad motriz, su fantasía y su contacto con la naturaleza le brindaría acceso a un mundo lleno de posibilidades.

Quienquiera esté en contacto con el mundo virtual, ha tenido en su monitor abundantes ofertas de juegos cada cual más violento; por lo general, con mucha sangre y una abrumadora selección de técnicas y armas para eliminar a otros seres humanos. Quizás eso que nos repugna a quienes hemos conocido de cerca hasta dónde es capaz de llegar la mente humana en su afán por destruir, a niños y jóvenes en sus primeros pasos por este planeta les parezca emocionante además de ilustrativo. No parece ser suficiente la sombra trágica de la guerra, el hambre y la pérdida de valores, hay que ponerla al alcance de la niñez con el diseño más realista para acercarla, como un juego más, a su vida cotidiana.

La dedicación de quienes actúan detrás de esos sistemas virtuales para eliminar contenidos de carácter político o sexual, parece frenar en cuanto se refiere al asesinato y a la tortura. Es como si en el fondo existiera una estrategia perversa para imprimir en la mente de las nuevas generaciones un filtro anestésico frente a la destrucción de los otros. Transitar por esos pasadizos en donde se cruza toda clase de material, ese universo del cual solo conocemos una ínfima porción, posee el inmenso poder de seducir con su infinita oferta de fantasía. Si para los adultos transitar por esos sitios ricos en información resulta una tentación, es fácil deducir cómo impacta en la mente menos experimentada y mucho menos crítica de un niño o un adolescente.

La falta de cuidado al poner estos dispositivos en manos de un ser incapaz de discriminar entre lo positivo o aquello potencialmente peligroso, constituye un enorme riesgo en el proceso de desarrollo educativo y social durante los primeros años de vida. La violencia no es un juego para niños. Pero ahí es en donde se requiere una gran capacidad de reflexión para comprender nuestro papel en la construcción de un sistema de valores, en la inserción positiva de la niñez en sociedades cada vez más complejas y en la visión correcta de nuestro espacio en el mundo que nos rodea. 

La creatividad también tiene sesgo negativo, en especial si se dirige a la niñez.

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El poder de la palabra

La palabra escrita, potente herramienta capaz de transformar la realidad.

La palabra -esa breve serie de letras que da forma al pensamiento- es la base sobre la cual descansa la civilización entera.  Y así como puede construir puentes entre comunidades de diferente cultura, también convertirse en la herramienta para destruir los fundamentos de una sociedad. Para la prensa, tal y como sucede con la literatura o la poesía, la palabra es la vida misma.  Sin condiciones, sin límites más que los propios de la ética y la razón, la palabra constituye el vehículo por medio del cual se mantiene a la sociedad informada y, sobre todo, el medio para expresar las ideas y comunicarse con los demás seres humanos.

Por eso es tan peligroso cuando se utiliza como arma ofensiva para distorsionar la verdad, para inducir al engaño y como una potente herramienta de manipulación, estrategia particularmente dañina y peligrosa en sociedades sumidas en el silencio impuesto por la fuerza de las armas y el capricho de los dictadores.  Porque luego de un prolongado encierro político -casi una condena a muerte a cualquier expresión libre- cuando finalmente se comienza a vislumbrar cierto atisbo de libertad, el abuso y la distorsión del mensaje pueden levantar un muro allí donde ya se había derribado el anterior, condenando a la sociedad a un silencio aún más ominoso e injusto. 

La manipulación a través de la palabra es una afrenta contra los derechos humanos, pero también un retroceso en la ruta hacia el conocimiento y la comprensión de las fuerzas que definen a las sociedades. El imperio de la verdad, ese valor inasible cuya existencia depende de la voluntad y la ética, constituye una piedra fundamental para la construcción de un marco de derecho y justicia, justamente el hito en donde se concentran los mayores ataques contra la libertad y el respeto por los derechos humanos.

Este es un pecado de lesa humanidad de incalculables dimensiones, si se considera el daño que ocasiona a un proceso democrático, cuya solidez sólo necesita de un chispazo irresponsable para saltar hecho pedazos. La palabra parece un elemento inocuo, pero no lo es.  Penetra en la conciencia de las personas, las hace experimentar reacciones diversas, las compromete a tomar decisiones y ejecutar acciones impulsada por las ideas que transmite.  Por ello, resulta tan tentador el hecho de poseer las riendas de ese poder -desde medios de comunicación con alcance masivo o desde distintas plataformas políticas- cuya incidencia sobre la colectividad tiene la capacidad de cambiar la ruta de la historia. 

La Historia, precisamente, nos ha enseñado con particular abundancia, cómo un discurso potente y hábil posee el poder de transformar el pensamiento de todo un pueblo apelando a sus impulsos básicos, aprovechándose de sus carencias, conduciendola hacia la acción. La legitimidad de este recurso -siempre y cuando el poder de esa palabra posea un valor positivo- reside en la intención detrás de ese llamado. En tiempos pasados, tanto como en el mundo que nos rodea hoy, seguimos dependiendo de aquello que otros nos comunican. Se puede afirmar que bajo el fluir de la palabra, escrita u oral, subyace la necesidad de creer en ella. Por eso, al carecer de recursos infalibles para discriminar entre la verdad y la mentira, somos una masa maleable para quienes poseen el control de la información y la propiedad de las plataformas desde donde la transmiten al mundo. 

La fuerza del discurso incide con énfasis en el pensamiento de los pueblos.

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Las oportunidades perdidas

La acción ciudadana es el arma mas efectiva contra el abuso de autoridad.

La posibilidad de generar cambios en un sistema político, económico y social, como los imperantes actualmente en nuestros países, que avanzan de modo tan precario bajo regímenes pseudo capitalistas, incapaces de generar oportunidades de desarrollo y menos aún de beneficiar a todos los sectores de la sociedad, depende en gran medida de la voluntad de los pueblos. Si estos tomaran al toro por los cuernos con el propósito de incidir en las decisiones que les afectan de manera directa, enfrentando a los poderes que lo reprimen, otro sería el escenario. 

Sin embargo, es evidente cómo esta falta de músculo político ha sido consecuencia de una estrategia combinada de manipulación ideológica y creación de obstáculos aparentemente legales para tener acceso a información veraz y confiable; pero, sobre todo, de marcos jurídicos diseñados para elevar muros contra una participación efectiva de la población en el quehacer político y en rutas cada vez más estrechas para su propio desarrollo.

La influencia decisiva de los medios de comunicación masiva, los cuales en su inmensa mayoría se encuentran en manos de grandes consorcios empresariales estrechamente comprometidos con el poder económico, ha sido uno de los factores determinantes para alejar del debate público y de la participación partidista a sectores tan importantes  como la juventud y las mujeres, cuya acción directa tendría el potencial suficiente para cambiar el rumbo de la historia de sus pueblos. A partir de políticas hábilmente diseñadas para desinformar, manipular y, de paso, satanizar a los movimientos populares, los grandes medios también han instalado -desde tiempos inmemoriales- un acendrado odio entre clases sociales. A ello se suma el ambiente de desprestigio de la función pública, el cual socava uno de los derechos fundamentales de la sociedad, como es el involucramiento en el desarrollo de sus sistemas democráticos.

En nuestra América han sido muchas las oportunidades perdidas frente a un sistema blindado contra los cambios de fondo, cambios estructurales imprescindibles para abrir caminos de desarrollo en sociedades igualitarias y verdaderamente democráticas. A pesar de nuevas políticas en naciones con gobiernos progresistas, las raíces del mal se mantienen inamovibles: los sectores más pobres quedan apartados de la ruta del progreso, junto con quienes alimentan a todo el sistema: el sector rural y campesino, en donde confluye la mayoría de las etnias originarias de nuestro continente.

Las razones son muchas y variadas; pero sin lugar a dudas uno de los mayores obstáculos contra el ejercicio pleno de una democracia efectiva, ha sido la excesiva concentración de la riqueza en manos de un círculo cada vez más estrecho y poderoso, cuya capacidad para imponer sus intereses por encima de los de las mayorías viene amparado por una cúpula ubicua de fuertes ramificaciones en el escenario mundial. Luchar contra ese monstruo ha significado, para nuestro continente, además de golpes de Estado y establecimiento de dictaduras, la pérdida de oportunidades únicas para transformar su destino y asumir los grandes desafíos implícitos en ese movimiento trascendental. Los pasos decisivos vienen de la mano de un nuevo marco jurídico a partir de conceptos integradores, nuevos textos constitucionales y leyes sólidas que garanticen los derechos para todos, sin excepción.

La depuración de las instancias políticas es fundamental para la democracia.

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