Por la fuerza de la razón

Chile enfrenta un cambio trascendental en un plebiscito exigido por el pueblo.

A 10 días del aniversario de la mayor manifestación de protesta ciudadana de las últimas décadas en Chile, la ciudadanía acudió este domingo a votar en un plebiscito cuyo resultado podría desencadenar un cambio sustancial en ese país andino. Un primer esbozo de la demanda ciudadana por el cambio ha sido la asistencia a los centros de votación, a pesar de las campañas oficialistas y de los sectores más conservadores por evitar una transformación del sistema actual, diseñado y conservado en formol por medio de una Constitución ad hoc escrita bajo la influencia del pinochetismo.

La batalla por el cambio, sin embargo, no solo ha sido una explosión mediática de repercusión internacional, sino ha tenido la fuerza interna suficiente para aglutinar a sectores diversos y conformar un movimiento ciudadano excepcional, sin bandera política y cada vez más consciente de que Chile no saldrá de su crisis sin una transformación de fondo y la participación de todos sus integrantes. El mecanismo que hace un año apenas era un sueño de opio, ya echó a andar con un plebiscito que marca el inicio de un proceso de profundos cambios y la perspectiva de recuperar una plataforma democrática inclusiva, enfocada en el interés común y se limiten los abusos de un sistema neoliberal cada vez más envilecido.

Para el gobierno de Sebastián Piñera, el escenario no es el más propicio. Enfrentado a una pérdida de popularidad catastrófica –lo cual le resta toda credibilidad- y con dos de sus ministros más importantes sometidos a acusación constitucional por mal manejo de la pandemia y por violaciones de derechos humanos contra la ciudadanía por parte de las fuerzas del orden, no tiene salida digna a menos que renuncie y se retire a reflexionar sobre sus múltiples y graves equivocaciones, algo impensable para un gobernante que ha demostrado una incapacidad patológica para evaluarse a sí mismo.

La jornada de ayer se presentó llena de desafíos. El primero de ellos fue la asistencia a las urnas en plena pandemia para que esta demanda por una nueva Constitución tenga plena validez. Es decir, la asistencia y la votación por el Apruebo debería sobrepasar cómodamente los votos mediante los cuales se eligió al presidente actual. De otro modo, podría establecerse un ambiente de duda sobre la pertinencia de un cambio tan rotundo y trascendental. Sin embargo, de acuerdo con la información hasta este momento (media mañana del domingo) se vive una jornada marcada por el entusiasmo y la decisión de participar.

A partir de los resultados, si estos indican una victoria contundente para la ciudadanía que aspira al cambio, debería revisarse con mucha seriedad la participación política de la juventud. Este sector estudiantil, que inició con lucidez y valentía los movimientos ciudadanos que han desembocado en un hecho de tanta magnitud, está excluido de manera injusta del proceso actual por no tener derecho a voto. Camilo Morales, en Palabra Pública, U. de Chile, lo expresa con claridad: “…el proceso constituyente también (…) aloja una contradicción que no puede soslayarse, toda vez que queda de manifiesto la marginación, en diferentes niveles, de un grupo fundamental para la sociedad, pero que históricamente ha quedado excluido de tomar parte en este tipo de acontecimientos políticos, a saber, niñas, niños y adolescentes quienes a la fecha no podrán participar de este hito democrático trascendental para nuestro país.” En todo caso, aun sin ese elemento crucial para consolidar una plena democracia, la suerte está echada y el cambio –cualquiera sea este- será inevitable.

El cambio de Constitución, una deuda política para un Chile nuevo.

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La inocencia interrumpida

Las consecuencias de un embarazo temprano repercuten por el resto de la vida.

Los embarazos en niñas y adolescentes –de entre 9 y 18 años- cuyas cifras alarmantes se mantienen al alza en todos nuestros países, constituyen una de las más graves patologias sociales y la segunda causa de muerte en ese grupo etario. Dada la visión estrecha y patriarcal de quienes establecen la pertinencia de las políticas públicas, así como de sociedades cuyos marcos valóricos manifiestan una fuerte influencia de doctrinas religiosas, este sector de la población es uno de los más desatendidos y, por lo tanto, carente de palancas políticas para hacer valer sus derechos. Una de las principales causas de la vulnerabilidad en la cual se desarrolla la infancia es la preeminencia de la absoluta autoridad de los adultos en su entorno y, consecuentemente, la total indefensión de la niñez.

La inmensa mayoría de mujeres adultas –si no la totalidad- aun cuando muchas intenten negarlo, hemos sufrido el impacto de un sistema cuyas normas marginan a niñas y mujeres como si fuera una ley de la naturaleza. Los acosos y agresiones sexuales, tanto dentro del hogar como en el vecindario, en las calles o en la escuela, han sido una constante de abrumadora incidencia al punto de transformarse en una especie de maldición inevitable para esta mitad de la población. De tales agresiones, una de las más graves consecuencias son los embarazos en una etapa precoz del desarrollo. 

Las instituciones encargadas de salvaguardar la seguridad de este importante segmento, sin embargo, han sido incapaces de protegerlas; ya sea por falta de políticas públicas o, simplemente, nulo interés por la integridad de un sector caracterizado por su escaso poder de incidencia política. Cautivas en un sistema que las castiga por su condición de niñas, las condena a embarazos, partos y maternidades para los cuales no están preparadas física ni psicológicamente, con riesgo de muerte y el desafío de afrontar una marginación familiar y social cuyo impacto les causará aislamiento, pobreza, pérdida de autoestima, patologías físicas y emocionales irreversibles y un sinnúmero de amenazas contra su normal desarrollo de vida.

A pesar del trabajo de algunas organizaciones preocupadas por hacer de este sensible tema un motivo de acción, resulta evidente la ausencia de mecanismos de protección para evitar los abusos y las consecuencias devastadoras de tales agresiones. Las sociedades aún son incapaces de captar las dimensiones de su responsabilidad en un problema de tal trascendencia y se hacen a un lado cuando se plantea la urgente necesidad de establecer parámetros legales –como el derecho al aborto y a la oportuna educación sexual y reproductiva- frente a esta terrible pandemia de embarazos tempranos, todos ellos resultado de violaciones.

Una niña no es un juguete sexual ni un objeto a disposición de los hombres de su entorno, pero miles de ellas terminan por perder su inocencia de golpe en una de las formas más crueles imaginables y sus victimarios –la mayoría de veces personas “de confianza”, como padres, hermanos, tíos, pastores y sacerdotes, maestros y vecinos- las transforman en sus esclavas sexuales bajo amenaza, sin la mínima posibilidad de defenderse. Es de preguntarse ¿en dónde están las instancias supuestas a protegerlas? ¿En dónde la justicia, los sistemas de educación y salud, en dónde sus familias? El drama persiste y las cifras aumentan a diario; las niñas desaparecen en redes de trata o sus cadáveres son desechados como basura en cualquier barranco, sin que a la sociedad eso le sea motivo suficiente para reaccionar.

Los derechos de la niñez continúan como tema pendiente.

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Doscientas quince mil y contando…

La maternidad forzada es una carga injusta; contra las niñas, es un crimen imperdonable. #DíaInternacionalDeLaNiña

Las cifras de niñas y adolescentes madres en la región centroamericana –más de 215 mil solo en 2019, de acuerdo con instituciones oficiales y organismos internacionales- es uno de esos indicadores, como el de la pobreza extrema, excluidos de las políticas públicas prioritarias de los gobiernos. Quienes poseen las llaves del poder desde sectores privilegiados consideran estas patologías sociales como un fenómeno natural, inevitable, cuya responsabilidad recae en quienes las sufren y jamás entre quienes las provocan. 

Principal causa de muerte entre niñas y adolescentes, la maternidad forzada –hay que recordar que el sexo con menores de 18 años está tipificado como violación- constituye una condena real e inevitable a una vida de privaciones y miseria. La abrumadora mayoría de los gobiernos de la región y del continente desarrollan sus políticas bajo un sistema de administración estatal influenciada por los sectores económico y religioso de corte patriarcal los cuales, en perfecta sintonía, han permanecido inalterables desde tiempos de la Conquista incidiendo con todo su poder en la política y en la administración de justicia. 

El patriarcado no es una fantasía feminista. El patriarcado existe y está instalado desde las épocas más remotas, restando oportunidades y derechos a las mujeres –por ley, por tradición, por simple proceso de adjudicar la autoridad a una mitad de la población y prohibírsela a la otra- con el resultado de sociedades enfermas, violentas, racistas, discriminatorias e incapaces de funcionar como un todo, con iguales metas y objetivos. Resulta penoso comprobar que en pleno siglo de la tecnología y los viajes interplanetarios existan limitaciones al desarrollo de las niñas, adolescentes y mujeres por un sistema de limitaciones por cuestiones de género que pervive desde la prehistoria.

En aquellas naciones –como las centroamericanas- en donde se tolera el abuso sexual contra niñas y adolescentes con el resultado de embarazos forzados y maternidades que jamás debieron suceder, el desarrollo social es un objetivo perdido. Los impedimentos institucionales para la integración de este importante sector de la juventud al goce de los derechos fundamentales, como una educación de calidad, un desarrollo físico y psicológico adecuados, un acceso libre a todas las oportunidades de vida de las que goza la otra mitad de la sociedad, son sociopatías inaceptables cuyo alcance pone en peligro de muerte a seres tan valiosos como inocentes.

Ser mujer –y peor aún, ser niña- constituye un riesgo vital. Acechadas en las calles, en el hogar, en la escuela y en el lugar de trabajo, deben vivir a la defensiva y soportar toda clase de agresiones por el solo hecho de ser mujeres. Quienes supuestamente deben ser sus pares son, en realidad, sus superiores jerárquicos en este sistema perverso de privilegios por género. La negación de esta cadena interminable de abuso no es más que una perpetuación del sistema por medio de un acondicionamiento psicológico capaz de transformar a las víctimas en sus propios victimarios, al convencerlas de la supuesta pertinencia del marco de valores que las somete. 

Quizá por eso la sociedad no responde a la urgencia de proteger a las niñas y adolescentes de las agresiones sexuales y, en lugar de ello, las culpa por su desgracia. Numerosos son los casos de incesto y violaciones cometidas en el entorno íntimo, bajo la mirada cómplice de familiares y vecinos quienes, con esa actitud, confirman de manera rotunda su desprecio por las víctimas. Esto debe terminar.

Acechadas en todos los espacios, las niñas deben luchar por sobrevivir.

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Violeta, la transgresora

En una sociedad conservadora de mediados de siglo, Violeta Parra fue un soplo de libertad.

La obra de esta gran folclorista nacida un 4 de octubre, marcó para siempre un cambio de perspectiva sobre el valor de la expresión popular. Además, en cada etapa de su intenso paso fue dejando lecciones valiosas sobre el papel de la mujer dentro de una sociedad cuyas normas la relegaban a la domesticidad como función primordial de su sexo. Luchadora sin tregua y sin miedo para destrozar los paradigmas que ataban a sus congéneres a un marco de valores estrecho y limitante, “la Violeta” podía expresar, sin recato ni medida pero con un talento fuera de serie, un discurso de humanismo y equidad a través de su música, su poesía, su obra plástica y sus impresionantes tapices.

Innumerables son los estudios realizados sobre la vida y obra de esta mujer pionera, muchos de ellos realizados fuera de Chile, su país natal. Referente mundial como investigadora de costumbres y expresiones artísticas de las comunidades rurales y sus pueblos originarios, su legado cubre el rescate de tradiciones y leyendas populares relegadas al olvido. Viajera incansable y ávida por absorber otras culturas, su bagaje personal de experiencias le fue confiriendo un papel protagónico como ejemplo de identidad desde Chile hacia el mundo y la transformó en un personaje esencial para conocer, desde otras latitudes, la riqueza cultural de su patria.

En la obra de esta mujer notable sobresale de manera constante su mensaje contestatario, pero también está cruzada por un himno al amor: 

“El amor es torbellino
de pureza original;
hasta el feroz animal
susurra su dulce trino,
detiene a los peregrinos,
libera a los prisioneros;
el amor con sus esmeros
al viejo lo vuelve niño
y al malo solo el cariño
lo vuelve puro y sincero.”

Pero ese talento universal, esa cualidad expresiva que la llevó a la cumbre de la fama fue también un acto de libertad y denuncia impreso en poemas y canciones para la posteridad, en donde se refleja la ironía de un mundo que, en el fondo, nunca cambia:

“Miren como sonríen los presidentes cuando le hacen promesas al inocente / 

Miren como le ofrecen al sindicato, este mundo y el otro, los candidatos.

Miren como redoblan los juramentos, pero después del voto, doble tormento /  

Miren el hervidero de vigilantes para rociarle flores al estudiante.

Miren como relumbran Carabineros para ofrecerle premios a los obreros / 

Miren como se visten cabo y sargento, para teñir de rojo los pavimentos. 

Miren como profanan la sacristía con pieles y sombreros de hipocresía / 

Miren como blanquearon mes de María y al pobre negaron la luz del día.

Miren como le muestran una escopeta para quitarle al pobre su marraqueta / 

Miren como se empolvan los funcionarios para contar las hojas del calendario.”

Violeta Parra no solo dejó un legado artístico imborrable; logró fusionar de manera inigualable lo folclórico con lo académico y formal, demostrando la exquisita sensibilidad estética de uno de los personajes más relevantes del siglo veinte.

Violeta: la memoria de un pueblo hecha canción. 

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