Las voces silenciosas

De nada sirve una voz de alerta cuando no hay quién la escuche.

No sé cuál síndrome podría calzar, pero a mi mente vienen algunos cuyas características incluyen gran tolerancia al dolor, una constante tendencia al ensimismamiento, disminución de la atención, de la memoria y otras funciones indispensables para el desempeño normal de una persona o de un grupo social. He buscado todas las posibles razones para tanto silencio colectivo y me propuse interrogar a personas cercanas para recibir alguna luz capaz de explicarme el porqué de su apatía. Durante este ejercicio, una y otra vez he recibido similares respuestas: “no leo periódicos”, “cancelé mi suscripción”, “ya no te sigo en Facebook porque a diario publicas asesinatos y esas cosas”, “no veo televisión local, me deprime”, “no creo en la política”, “esto nunca va a cambiar”, “no necesito enterarme” y así por el estilo.

Hasta que ¡por fin! veo abrirse una fisura por la cual se desliza el concepto preciso: “la alienación de tipo social se encuentra estrechamente vinculada a la manipulación social, la manipulación política, la opresión y la anulación cultural. En este caso, el individuo o la comunidad, transforman a punto tal su conciencia de manera de convertirla en contradictoria con lo que se espera normalmente de ellos.” Así descrito, me parece reconocer de inmediato el síndrome que explica el silencio y el encierro voluntario, la resignación ante lo aparentemente inevitable y, sobre todo, la respuesta ante el miedo y la amenaza, protagonistas de nuestro entorno.

¿Por qué perdemos la memoria? ¿Qué motiva nuestro afán de olvidar un pasado cuyos elementos permanecen vivos y golpean con fuerza demoledora a las causas sociales, a la justicia y a las oportunidades de desarrollo de una nación? Me parece posible identificar allí el punto neurálgico, ese centro del dolor al que deseamos aislar para no sufrir, ese pequeño aleph protegido con uñas y dientes para no volver a experimentar la dura sensación de fracaso. Entonces, cual mecanismo psicológico natural, dadas las circunstancias, nos volcamos hacia las neblinas mediáticas del entretenimiento, del chisme y la fanfarria política para por lo menos creer en nuestra voluntad de participar. Sin embargo la mentira no dura indefinidamente y, poco a poco, volvemos a la concha sólida de la cotidianidad mientras las amenazas del pasado toman cuerpo.

Este síndrome devastador para la integridad de una sociedad se presenta en relación directa con su capacidad de negación; las actividades rutinarias pueden durante un tiempo enterrar sus miedos más profundos, pero solo hasta que las amenazas comiencen a hacerse realidad con una fuerza potenciada por el silencio. De fenómenos colectivos caracterizados por el “no querer saber” hemos visto a lo largo de la Historia el surgimiento de sistemas oscurantistas capaces de anular la voluntad de las grandes comunidades humanas, convirtiéndolas en cómplices de su propia desgracia, de la destrucción de sus logros más queridos y de todas sus libertades.

Para semejante mal, la cura es el examen de conciencia. Uno capaz de sacar de los armarios los cadáveres ocultos, iluminar los rincones y sacudirle el polvo a leyes y normas cuyo imperio se debe restablecer. La discusión, el debate y el reconocimiento de problemas comunes es un ejercicio valioso por ser la única vía para encontrar soluciones de beneficio colectivo. Desde ese punto de convergencia resulta posible combatir el ostracismo individual y transformar la dinámica social en un factor efectivo de cambio. De lo contrario se comete una especie de pecado de abstención, cada día más caro y destructivo.

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Los futuros líderes

Las debilidades del sistema marginan y condenan a la niñez.
Imagine que nació en donde la mayoría de niñas y niños aterrizan en este planeta: una choza humilde con piso de tierra y un techo que cada invierno sale volando. Unos padres frustrados, cansados y carentes de las herramientas educativas capaces de ofrecerle una salida a sus múltiples problemas. Un sistema de gobierno orientado a favorecer a un grupo pequeño de políticos y empresarios cuyos objetivos están cada vez más alejados de las urgentes necesidades suyas y de su núcleo familiar.
Sus requerimientos de alimentación, vestuario y atención sanitaria, obviamente, serán insatisfechos y, al haber nacido de una madre malnutrida y sin idea alguna sobre los pasos necesarios para llevar adelante una crianza adecuada, sus opciones de salir bien librado de esa primera etapa de su vida son bastante escasas. Pero supongamos que ya pasó ese valladar y tiene edad para asistir a la escuela. En su vecindario, asentamiento, caserío o como se llame el sitio en donde vive, ese lujo no existe. Para recibir clases deberá emprender una larga caminata afrontando riesgos desconocidos, como sufrir un accidente o ser capturado por alguna de las numerosas bandas delictivas dedicadas al tráfico de personas.

Al llegar a la escuela -de haber tenido la fortuna de superar el temor y la travesía- se encuentra con un escenario nuevo, un espacio parecido a su propio hogar: piso de tierra, techo volátil. Una maestra o maestro impotente para satisfacer, dada la pobreza de recursos didácticos, las necesidades de un alumnado lleno de expectativas. Y así pasan los años de una niñez considerada en cada período de campaña “el futuro de la Patria”, “la esperanza del porvenir”, “la nueva generación de líderes”.

Esta “nueva generación de líderes “, sin embargo, ya ha perdido un alto porcentaje de su potencial intelectual y físico debido a la falta de una correcta alimentación desde el momento de la concepción. Los nutrientes indispensables para el desarrollo de su cerebro, músculos y huesos no figuran en la frugal dieta a la cual se acostumbró su pequeño cuerpo, un menú reducido de acuerdo a las escasas posibilidades económicas, agravado por falta de información sobre nutrición y un ambiente poco propicio en términos de higiene y sanidad. Este cuadro ya tiene nombre, se llama “desnutrición crónica” y también ha sido profusamente analizado y publicado en sesudos informes de expertos contratados por poderosas organizaciones. También se refleja en una estadística que aumenta cada año a pesar de los “importantes avances” publicitados por los diversos ministerios e instituciones creadas ad hoc.

Imagine ahora cómo un país, cuya joven población sufre semejante abuso, podría algún día alcanzar el desarrollo. No hay que ser tan ambicioso y esperar un desarrollo tipo europeo, eso ni pensarlo. Quizás, aspirar a un desarrollo modesto capaz de proporcionar un bienestar mínimo al grueso de la niñez y juventud, con énfasis en la satisfacción de sus necesidades nutricionales y educativas. Nada imposible para una sociedad consciente y responsable, con visión suficiente como para comprender en dónde están sus prioridades.

El drama de la niñez y la juventud no tiene visos de terminar en países gobernados por una casta de políticos, cuya consigna es sacar el máximo provecho del poder para afianzar los privilegios de sus financistas y así asegurar el futuro económico de sus próximas generaciones. En tanto sea ese el objetivo y no exista una visión de nación con la voluntad firme de cambiar esa perspectiva, el colapso general será inevitable.

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El mundo al revés 

Largas filas de seres humanos a punto de congelarse en los campos europeos dejan en clara evidencia el pasmoso retroceso en el respeto y la preeminencia de los derechos humanos a nivel mundial, así como la anulación práctica y visible de todo tratado internacional firmado con el propósito de colocarlos en el primer lugar de las prioridades de los Estados. Mujeres, hombres y niños desplazados de sus países de origen por guerras provocadas y financiadas con el único objetivo de apoderarse de sus riquezas, es el más inmoral de los escenarios.
Pero de acuerdo con los cánones del libre mercado, esa estrategia de dominación se traduce como liderazgo, política económica, uso inteligente de los recursos disponibles, aunque sus legítimos propietarios den la vida por protegerlos. Es lo que sucede en los países en vías de desarrollo con sus riquezas minerales, hídricas y vegetales, algo que probablemente muchos de ellos no quisieran haber tenido para evitar el peligro de ser invadidos por las naciones más poderosas.
Pero no son solamente las caravanas humanas presentes en las fronteras europeas, también nuestro continente sufre de esa migración indetenible hacia el norte, con miles de personas cuyo futuro está centrado en alcanzar el sueño americano. Ese sueño muchas veces frustrado en el camino por obra y gracia del crimen organizado y la extenuante travesía por uno de los desiertos más hostiles del planeta.
Un comentario del artista Juan Manuel Díaz Puerta durante una interesante conversación hacía énfasis en lo absurdo de pretender dividir a los continentes por colores: negros en África, “cafecitos” en América Latina, blancos en las potencias occidentales, como si aquel fuera el contexto ideal para regresar al supuesto ideal de la pureza racial, un concepto siempre presente pero reeditado por fuerzas políticas de corte fascista que empiezan a invadir las posiciones más relevantes. Es el mundo al revés. Es el regreso del nacionalsocialismo con toda la fuerza de su política represiva y estratificadora.
Las migraciones han existido desde el surgimiento de la Humanidad, millones de años atrás. El ser humano, al igual que todas las especies animales, busca los recursos de supervivencia y, para ello, se establece pero también emigra cuando no encuentra lo necesario en su lugar de origen. Es parte de la naturaleza, por eso una interpretación extrema de las leyes del capitalismo nunca podrá eliminar ese derecho ancestral.
La crueldad de las políticas anti inmigrantes —en Europa como en Estados Unidos— castiga con toda su fuerza a una población eminentemente pacífica. La inmensa mayoría de migrantes son mujeres, ancianos y niños, las primeras víctimas de la violencia de las guerras. Esas conflagraciones los han arrojado a una tierra de nadie, sin esperanza alguna de encontrar al fin un sitio para vivir en paz. Los migrantes son, ni más ni menos, el saldo humano de operaciones bélicas planificadas y perpetradas por los países más poderosos con el fin de extender su dominio y apoderarse de toda la riqueza de las naciones más débiles. Para ello cuentan con la complicidad de gobernantes locales, venales y corruptos, capaces de entregar su patria a la voracidad de las grandes corporaciones y los gobiernos que las cobijan.
La migración humana dio origen a la diversidad cultural y en ella reside la esencia misma de la evolución humana. Detener ese flujo para buscar la pureza étnica como el objetivo último o para protegerse de una amenaza terrorista provocada, al fin de cuentas, por esas mismas políticas racistas, resulta la más absurda de las ironías.

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Ni una menos: el 8M

Los movimientos masivos de protesta se han convertido en el único mecanismo posible de incidencia para las minorías alrededor del mundo. Aun cuando las mujeres somos mayoría en términos demográficos, nuestra presencia en los escenarios de toma de decisiones es mínima y muy pocas veces determinante. Esto se refleja en un alto grado de vulnerabilidad para aquellas mujeres que por razón de su sexo han sido marginadas, abusadas y violadas en sus derechos humanos a través de distintas formas de violencia, tanto individual como colectiva.

Es muy complejo el entramado de poder mediante el cual se ha elevado una muralla de obstáculos para evitar el empoderamiento femenino. Una de las estrategias más recurrentes ha sido manipular la cultura y las tradiciones, sacralizándolas para conseguir de este segmento la complicidad indispensable con el fin de reproducir los patrones machistas desde el seno del hogar y desde la más tierna infancia. Esto, porque apoderarse del enorme poder de las mujeres para la transmisión de ideas y actitudes a través de la relación con sus hijos e hijas ha sido una de las mayores victorias de la cultura patriarcal.

Pero los tiempos cambian y también las personas. Lo que antes era correcto y deseable ha pasado a formar parte de una larga lista de conceptos para analizar, desmenuzar y, en muchos casos, descartar. La situación de desventaja para este inmenso conglomerado de seres humanos obligados a aceptar la subordinación, al extremarse ha estallado en un grito sonoro de ¡No más! No más embarazos de niñas, no más muertes maternas evitables, no más feminicidios, no más desnutrición crónica, no más violaciones sexuales, no más matrimonios infantiles, no más salarios desiguales ni discriminación por sexo.

Estas son algunas de las muchas y poderosas razones para la convocatoria a una gran marcha por los derechos de las mujeres a realizarse el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, la cual ya ha sido recibida con entusiasmo en más de 30 países alrededor del mundo. Una marcha pacífica –porque las mujeres somos portadoras de paz y de vida, no de guerra y muerte- capaz de poner en agenda los temas de los cuales hemos sido tradicionalmente excluidas. Levantar la voz en una fecha simbólica es una manera de dar a conocer al mundo la fuerza y la pertinencia de nuestras demandas y esa voz debe ser escuchada por el bien de toda la sociedad.

Ser mujer y vivir en una sociedad machista es algo que pocos hombres son capaces de comprender. Ser mujer campesina, indígena, pobre e iletrada es como el último sótano de esa pirámide de derechos humanos repartidos en cuotas. Por este y muchos otros motivos de la más elemental justicia, es imperativo respetar su derecho a manifestarse, a elevar sus voces, a decir aquellas verdades celosamente ocultas por una sociedad permisiva hacia el abuso contra la mujer y los más desamparados.

De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y El Caribe, Cepal, cada día mueren asesinadas por razón de su sexo 12 mujeres en los países latinoamericanos y caribeños. Esta estadística muestra solo casos en los cuales no se encontró ningún otro motivo posible para la eliminación física de una mujer. En nuestros países, en donde la violencia doméstica es una norma de vida, son muchas más las muertes no contabilizadas cuyo origen reside en la discriminación por sexo, como las ocurridas durante partos mal atendidos, trata de personas, negación de servicio de salud por carencia de insumos o abortos clandestinos,. ¡No más! ¡Ni una menos!

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