Mensajes cruzados

La visita de José Mujica a Guatemala movió la superficie del agua.

Podríamos pasar horas analizando el mensaje de José “Pepe” Mujica, el ex presidente uruguayo y actual senador, quien durante más de una hora compartió ante un auditorio encandilado sus ideas sobre el buen gobernar, la equidad, el respeto y la importancia de comprender la diferencia entre el éxito y la mera acumulación de riqueza material. Pero aun si lo desmenuzamos palabra por palabra, nuestra manera de ver al mundo persistirá encadenada a un sistema materialista fincado en la mente desde la cuna misma.

Mujica habló de generosidad. Esta palabra se encuentra muy raramente en el discurso político. Significa el acto de dar sin esperar nada a cambio. Dar, como gesto supremo de desprendimiento y aceptación de una hermandad humana sin distinciones ideológicas ni de credos, sino desde la concepción de una identidad común, una especie común.

El salón en donde el ex presidente Mujica disertó -con esa parsimonia que le es característica- estaba lleno a reventar. Allí se dieron cita políticos, empresarios, diplomáticos y un vasto contingente de representantes de todos los sectores de la sociedad guatemalteca, ansiosos por escuchar su mensaje. Y el mensaje estuvo allí, flotando en un ambiente tan diverso como atento y sin duda también escéptico. Lo cual resulta comprensible, toda vez que Guatemala se encuentra en un punto de inflexión que la puede llevar a la ruptura de la institucionalidad o a una etapa de reconstrucción de su Estado colapsado y corrupto.

No será Mujica ni sus ejemplos vivenciales lo que romperá el círculo de la codicia y el egoísmo imperantes en los altos círculos de poder de esta sociedad. Su mensaje suena en los oídos de quienes toman decisiones como una música bella y romántica pero lejana, ajena a nuestra realidad, y es probable que ni siquiera rozara la superficie de las decisiones ya tomadas, los planes ya hechos y las negociaciones ratificadas en vísperas de unas elecciones oscuras.

Las buenas intenciones de los organizadores –la Fundación Esquipulas para la Integración Centroamericana- y sus diversos esfuerzos para crear puntos de convergencia y desarrollo de propuestas destinadas a construir mejores sociedades, quedan empantanadas en los hechos ya consumados, en unas clases política y empresarial empecinadas en conservar el poder gracias a los instrumentos legales que han creado ellas mismas.

La transformación de nuestras comunidades en comunidades verdaderamente humanas, solidarias e incluyentes, depende de cambios profundos en sus idearios, en sus comportamientos y en sus aspiraciones. La manipulación ideológica, así como la complicidad de otros sectores para la conservación de un sistema caduco y pervertido es precisamente la antítesis del mensaje del ex presidente uruguayo. Él vino, habló y se fue. Aquí quedaron políticos, líderes comunitarios, empresarios y otros miembros influyentes de la sociedad, en quienes Mujica de algún modo delegó el paso siguiente: actuar con conciencia, inteligencia y humanidad. Si asimilaron la idea central y en algo cambian las decisiones, nunca como ahora es el momento de demostrarlo.

(Publicado el 22/08/2015 en Prensa Libre)

El eterno migrar

Las migraciones humanas son parte de un proceso natural.

Los ciudadanos estaounidenses y europeos cuya oposición furibunda a las olas de migrantes influyen en las políticas de sus gobiernos, olvidan algo tan obvio como que ellos también son producto de migraciones masivas. Las crisis humanitarias que sacuden a nuestros pueblos en la actualidad, son reflejo de otras, tanto o más cruentas, que han jalonado la historia de la humanidad desde la aparición del ser humano sobre la faz de la Tierra.

Las generaciones actuales y aquellas que comienzan apenas a despuntar vienen marcadas por el desafío de la supervivencia en un planeta castigado por la sobre explotación de sus recursos, de sus tierras, de su fauna y de sus fuentes de agua. Los mares, esas misteriosas profundidades que se nos figuraban interminables y prístinas, son hoy uno de los espacios más contaminados, sucios y degradados del planeta. Sin contar con el hecho de haberse generado una auténtica competencia de países desarrollados para ver cuál se apodera mejor de sus riquezas.

El hambre, ese fenómeno en donde culmina el proceso de las privaciones materiales, es una especie de castigo bíblico dirigido injustamente sobre una masa poblacional sujeta a las decisiones de políticos para quienes la vida humana se traduce en estadísticas. La niñez de hoy, por lo tanto, es la gran sacrificada en esta ecuación de beneficios económicos a costa de la pobreza de otros.

Entonces, ¿cómo evitar que los africanos se embarquen hacia Europa o los jóvenes centroamericanos dejen sus pies en el desierto de Arizona buscando una ínfima pero soñada oportunidad? Cuando los políticos se pronuncian sobre el fenómeno migratorio mienten. Cuando afirman con el mayor descaro que sus acciones se encaminan hacia el bien común, mienten. Y con cada una de sus mentiras, mil adolescentes cruzan la frontera como una respuesta real a un sistema que los margina.

Las comunidades humanas están fundadas sobre olas migratorias de tiempos pasados, provocadas siempre por la pérdida de los recursos agrícolas, las enfermedades, las guerras y los desastres naturales. El movimiento migratorio ha sido una constante en todas las épocas de la historia y nada lo detendrá; ni los muros, ni la represión, ni tampoco el odio xenófobo. Por lo tanto las políticas de los países deberían orientarse hacia la solución sensata para una realidad ineludible y creciente.

La semana pasada, 40 inmigrantes africanos murieron asfixiados por los gases tóxicos en la bodega de un barco, en medio del Mediterráneo. Cientos más han perecido en las costas de Grecia o en la dura travesía por los desiertos entre México y Estados Unidos, en donde son perseguidos con perros adiestrados como si fueran piezas de cacería. Entre ellos, niñas y niños totalmente indefensos en manos de los coyotes.

Lo que falta para enfrentar el drama de las migraciones es un poco de sensibilidad humana, esa misma caridad proclamada con tanto fervor en los discursos, pero nunca aplicada en la realidad concreta de un pueblo condenado a abandonar sus raíces para seguir subsistiendo. Lo que falta es comprender que nadie abandona su tierra si ésta le ofrece las oportunidad necesarias para vivir con dignidad.

(Publicado el 17/08/2015)

Llegó el momento de las decisiones

A pocas semanas de las elecciones y ante un escenario deprimente.

Aun cuando todavía se respira cierto optimismo alimentado por un despertar ciudadano –el cual, es preciso señalar, se ha ido desvaneciendo en la rutina- las expectativas de cambio comienzan a sepultarse bajo el peso de amparos, acuerdos y otros recursos destinados a preservar un sistema diseñado para frenar el desarrollo democrático del país. Desde la Corte de Constitucionalidad hasta el último de los escaños del Congreso parece haber un pacto de no agresión, y la ciudadanía se ve impotente ante este nudo gordiano imposible de romper.

Desde la barrera, se puede observar cómo el entusiasmo inicial por una Guatemala libre de lacras en sus estamentos institucionales, con un Estado funcional, transparente y una clase económica más comprometida con el desarrollo que con privilegios negociados a espaldas de la ciudadanía, se transformó en un peligroso fatalismo y la participación masiva se diluye en manifestaciones esporádicas y breves.

Ante este panorama, grupos de intelectuales y expertos en las disciplinas involucradas en la problemática nacional se han lucido presentando soluciones sensatas para sacar al país de la crisis. Con un interesante ejercicio de convergencia de distintos sectores, han sido capaces de elaborar propuestas inteligentes desde su firme compromiso por ofrecer salidas concretas y factibles a la crisis actual, la peor que ha vivido Guatemala en muchos años.

La respuesta, sin embargo, no se ha hecho esperar. Quienes poseen el poder no van a cederlo y así ha quedado estampado claramente en una sucesión de hechos capaces de desinflar las esperanzas hasta del más optimista de los soñadores. El mandatario no saldrá del despacho, el partido más señalado por sus escandalosos gastos de campaña no dejará de hacerla, las instituciones supremas encargadas de poner orden en todo este relajo se excusarán olímpicamente y para terminar de arreglarlo, se celebrarán las elecciones más opacas de los últimos 30 años.

Quienes se encuentran abocados a la difícil tarea de abrir un espacio de discusión y propuestas, coinciden en la imperiosa necesidad de consolidar a las instituciones y reformar leyes cuya incidencia ha marcado un retroceso para una democracia con participación de todos los sectores, una visión de Nación incluyente, un sistema saludable de fiscalización de la gestión pública y, por supuesto, un sistema de justicia tan imparcial como estricto.

Sin embargo, otros factores, como los monopolios de medios capaces de incidir en una gran masa de población de muy bajo nivel de escolaridad, constituyen un valladar importante ante cualquier intento de enderezar el rumbo político del país y llevarlo en la dirección correcta. La Cicig y el Ministerio Público, mientras tanto, siguen destapando escándalos y trasladando casos a un sistema de justicia que ya se ve rebalsado y en donde existen agujeros negros en los cuales se entrampan los procesos durante el tiempo suficiente para que la ciudadanía los olvide y los escándalos se disipen.

El cuadro no pinta bien y por mucho esfuerzo que se haga desde algunos ámbitos, destruir la maraña tejida por una burocracia corrompida hasta los huesos será una tarea para varias generaciones más, si es que vienen con los arrestos para emprender tamaña empresa.

(Publicado el 15/08/2015 en Prensa Libre)

Esos pequeños detalles…

Una gran parte de la sociedad espera su oportunidad.

La política es cosa de adultos. Esto lo hemos escuchado, lo hemos repetido en cuanto la edad nos lo permitió y se fue instalando en la mente como un axioma, una verdad inmutable a la cual no podremos sustraernos jamás. El ejercicio político, la toma de decisiones que a todos afectan y ese poder cuyas dimensiones nos escapan por misteriosas e inmesurables, son cual una red invisible que nos atrapa y nos somete.

Quizá por eso una gran parte de la juventud no se siente invitada a participar, ingresar a un partido le parece algo de la prehistoria y ve el destino de su país como un asunto de karma o algo así como la inevitabilidad del destino. Un pequeño segmento, sin embargo, lucha por obtener un espacio en este mundo que ya tiene compradas –o vendidas- las mejores parcelas.

Las estadísticas varían de acuerdo a la fuente de información. Unos dicen que la población menor de 25 años sobrepasa el 60 por ciento. Otros le dan más del 70, pero da lo mismo porque son más de la mitad y eso es mayoría aquí y en cualquier lugar del mundo. Entonces, se supone que los gobiernos deberían enfocar sus políticas en hacer de esa mayoría un contingente de personas sanas, educadas, responsables y con las herramientas físicas, intelectuales y psicológicas para tomar la estafeta en el momento preciso.

Nada de eso. La niñez y la juventud guatemaltecas sufren algo que se podría llamar “abuso permanente y prolongado perpetrado por el Estado y sus correspondientes aliados políticos”. Lo que sucede en el país es responsabilidad de todos y esa frase, aunque ya transformada en cliché, es la realidad llana. Esos jóvenes delincuentes que llenan las cárceles, algunos de ellos capaces de cometer los más perversos actos de crueldad contra personas inocentes, son también víctimas de las políticas de quienes se dicen demócratas, esas que son cosa de adultos.

Hoy la ciudadanía se debate en una tremenda incertidumbre sobre el destino del país. Las elecciones están a menos de un mes y muy pocos están seguros del porvenir, porque ni siquiera saben si van a votar. Los candidatos se distinguen por la mediocridad de sus propuestas, la banalidad de sus discursos huecos y sin contenido, dirigidos a la masa tradicional de votantes seguros. Pero ¿qué sucede con esa más de la mitad, impotente, abandonada y despreciada por los contendientes debido a su poca incidencia en las votaciones?

Volvamos al cliché: “los niños son el futuro de Guatemala”. Pero ese futuro muestra los devastadores signos de la denutrición crónica que les ha clausurado –probablemente para siempre- la capacidad de pensar. Ese futuro que nunca pudo ir a la escuela porque cuando lo intentó le quitaron la alimentación para financiar campañas. Ese futuro quizá hubiera logrado progresar en los institutos vocacionales que algún presidente torpe y ambicioso eliminó por intereses de élite.

Entonces, es preciso revisar si la política es cosa de adultos o si para salvar al país no sería mejor abrir esas compuertas a la participación de niñas, niños y jóvenes cuya visión de una mejor nación probablemente será mucho más lúcida e inteligente que aquella de los políticos venales, codiciosos y corruptos de hoy.

Elquintopatio@gmail.com

La sabiduría del decir popular

Ya existe un creciente cansancio ante los hechos.

Cuatro diputados de Lider se fueron “sigilosos” a Rusia, dice la prensa, invitados por la Compañía Guatemalteca de Níquel. Salieron, afirman, sin permiso de la directiva del Congreso para participar -¿quizá como expertos?- en un foro sobre conservación y preservación del medio ambiente por extracción de minerales en el subsuelo. Tema que como muchos sabemos, ha sido la menor de las preocupaciones del actual gobierno y del anterior, y también del anterior a ése. Es decir, qué importa lo que suceda después de que saquemos lo suficiente para vivir en la abundancia. Así las cosas, en apariencia nada ha pasado y la ausencia no autorizada será otro pelo de la cola, otra raya del tigre o, como decía mi tatarabuela, “la cosa ninguna”.

Acostumbrados a ver el desfile bufo, no el de la USAC sino el del Legislativo y sus alegres comparsas, nada sorprende ahora que se ha visto desfilar a huestes eximias en el arte de la depredación a tajo abierto y a granel, tal como se hace para sacar las riquezas de las entrañas de la tierra. Solo que aquí es de las gavetas del Tesoro.

Los esfuerzos ejemplares de la Cicig y del MP por romper los anillos de influencia se han transformado, aparentemente, en un juego de ilusionismo, en donde se sacan 10 y surgen otros 100 como para burlarse de los esfuerzos del mago y sus habilidades. Nada parece tener continuidad, a pesar del incremento en el número de huéspedes ilustres en las carceletas de Tribunales. Es como si cada vez que se descubre un reducto de corruptos fuera como abrir la compuerta del mismísimo infierno, cuyos los diablillos tienen puesto fijo en los listados de candidatos a cargos de elección popular.

Pero ahí está que las elecciones se realizarán como manda la ley. Eso, en otras palabras, significa tener a los mismos gobernando otros 4 años gracias a eso que llaman pomposamente “el orden legal”. Curioso que el desaliento e impotencia colectiva no se traduzca en una postura más firme y decidida en contra del continuismo.

La imagen de los eventos es como la línea de un horizonte montañoso en el cual destacan los picos de indignación y repudio para luego bajar a las planicies de la resignación. Y vuelta a subir y a bajar. En medio de eso, la nada. Propuestas de transformación del caos y la anarquía, en orden e imperio de la Ley, cuyas páginas son testimonio del hastío ciudadano. Pero su destino es el cesto de la basura en uno de los más importantes ámbitos del ejercicio democrático.

Muchos empiezan a preguntarse ¿de qué sirve tanta protesta si no hay manera de incidir en un giro positivo y de impacto sobre el actual estado de cosas? A menos de un mes de las elecciones, no hay nada claro. Si el TSE rechazará o no a los candidatos con juicios pendientes en su contra, si penalizará quitándoles la inscripción a quienes se encuentran actualmente señalados por actos de corrupción, si el techo de gasto de campaña significa algo en este proceso o es nada más un dato que pasará sin pena ni gloria.

Mi tatarabuela era sabia, como casi todos los tatarabuelos que vivieron épocas difíciles. Cuando no tenemos el poder de cambiar las cosas, nuestras protestas son exactamente esto: la nada y la cosa ninguna.

(Publicado el 08/08/2015)

El negocio de la trata

No seremos libres mientras exista el comercio perverso de seres humanos.

La libertad, ese valor tan manoseado, tan aspiracional, tan alejado de su verdadero significado, se ha convertido en un emblema cuya principal función es adornar ideologías, discursos y proyectos políticos. Sin embargo, aun siendo extremadamente elusivo, permanece en nuestra mente intentando tomar forma racional a pesar de su carácter abstracto. En este siglo, la libertad es solo una idea lejana.

En nuestras sociedades, la libertad amenaza a las estructuras de poder. Por ello, en función de limitarla se construye todo un entarimado complejo de leyes y prohibiciones, se veda el acceso al pensamiento a través del control de la educación y las comunicaciones, se constriñe el libre albedrío por medio de las doctrinas políticas y espirituales, haciendo de la masa un instrumento al servicio de los poderosos. Y entonces se le llama libertad a un orden diseñado para perpetuar ese poder.

Pero esto que se observa a nivel general, en más de la mitad de la población –el gran segmento femenino- tiene características mucho más severas. Se calcula que más de las dos terceras partes de las víctimas de trata –lo cual es un estado de esclavitud, por tanto pérdida total de libertad- a nivel mundial, son mujeres. En esta mitad de la población el concepto de libertad, con su aura de realización, independencia y autosuficiencia, resulta ser una quimera, si no una burla cruel.

Atrapadas por un sistema de “categorías” en el cual se las relega a un segundo y muchas veces tercer plano, carentes de derechos y condenadas a una vida de servidumbre, millones de niñas y mujeres se encuentran abandonadas a su suerte en uno de los negocios más infames de todos los tiempos. Transformada en una línea productora de miles de millones de dólares cada año, la trata recluta a niñas, niños, mujeres y hombres para trabajos forzados y esclavitud sexual para proveer a redes en más de 127 países alrededor del mundo, incluidos aquellos de primer mundo con legislaciones estrictas contra el crimen.

En algunas naciones de tercer mundo, cuyos sistemas de administración estatal han caído en el círculo de la corrupción, infiltradas por del crimen organizado la mayoría de sus estructuras oficiales, el negocio de la trata prácticamente tiene el territorio a su disposición. Armados de influencias que les facilitan el tránsito a través de las fronteras y dueños del poder económico por ser este uno de los negocios más lucrativos –quizá más que el de la droga- las redes prosperan gracias a la debilidad de estas naciones.

La perversidad de quienes lucran con la trata no tiene límites. Tampoco lo tiene la indiferencia de quienes deberían luchar en su contra, por lo cual pasarán probablemente muchas décadas antes de que este terrible negocio haga estallar la conciencia de los Estados y de las organizaciones mundiales, cuyo trabajo es defender los derechos humanos.

Contra este crimen es imperativa la participación de la prensa y también la ciudadanía, por medio de la denuncia de casos ante las autoridades no dejando pasar los hechos de violencia contra niños, niñas y mujeres, no permitiendo la explotación y no cerrando los ojos para no verla. En esto somos todos responsables y no seremos libres mientras no acabemos con ella.

(Publicado el 03/08/2015 en Prensa Libre)

Una nueva era

Nada volverá a ser como antes después de esta racha de revelaciones.

La Cicig ha abierto, por fin, los ojos a muchos ciudadanos que aún creían que la corrupción en los estamentos oficiales era nada más un robo a nivel de comisiones y prebendas, un raterismo cuyas consecuencias eran limitadas al aprovechamiento de los recursos disponibles. Sin embargo, los descubrimientos de redes bien enganchadas en diferentes ámbitos de la administración pública muestran una realidad muy distinta. Bandas profesionales en la creación de mecanismos de enriquecimiento ilícito han vulnerado gravemente las posibilidades de desarrollo del país.

Es lógico, entonces, que quienes se sienten afectados por el trabajo de la Comisión y, muy especialmente, del comisionado Iván Velásquez, se retuerzan de la ira y la impotencia al verse copados por un sistema de justicia que empieza a dar sorpresas. Los casos emblemáticos de corrupción ya son del dominio público y han abierto una brecha al llamar la atención de la ciudadanía, la cual no ha tenido otra opción que involucrarse en la demanda de más investigaciones, con resultados visibles y, por supuesto, exigiendo la continuación de este difícil camino hacia la transparencia.

Lo que experimenta el país es un sacudón de fiebre, como cuando el organismo es atacado por algún microbio que se resiste a morir. La batalla será larga y compleja, pero de no mantenerse la ciudadanía, las organizaciones sociales y los protagonistas de esta saga firmes en los objetivos comunes, el país jamás saldrá de la crisis actual. Por esa razón, en esa línea de acción no será suficiente la labor de la Cicig, a menos que exista un acompañamiento solidario de la población y de aquellas instituciones que empiezan a dar muestras de voluntad y eficacia.

Lo que se gesta actualmente es el inicio de una nueva era, un despertar de la conciencia ciudadana como hacía tiempo no se veía. La participación de sectores jóvenes –las generaciones post conflicto armado- y las plataformas digitales de comunicación han sido esenciales en esta campaña por la refundación de un Estado casi destruído por los excesos de las castas políticas, las cuales se han apoderado de sus recursos manipulando todos los posibles mecanismos de control.

Es reconfortante observar cómo esta recién estrenada vigilancia ciudadana empieza a cambiar la polaridad del poder. En apenas unas semanas Guatemala ha visto desfilar a personajes intocables, poderosos y soberbios hacia las carceletas de la Torre de Tribunales. Algo impensable hace apenas unos meses está sucediendo y no se detiene. Es evidente, entonces, la reacción de quienes se sienten amenazados y, sobre todo, quienes llevan en la conciencia más de un acto comprobable de corrupción, porque hasta ahora no saben si están en la lista, si hay escuchas que los involucren, si alguien ha compartido información incriminatoria.

Tal como afirmaba el comisionado Iván Velásquez en su entrevista con Fernando Del Rincón, transmitida por CNN en Español, se espera que el despertar ciudadano trascienda la elección de candidatos. Que se convierta en un hábito saludable, se traduzca en una vigilancia constante sobre sus autoridades, en un ejercicio de ciudadanía como debe ser.

(Publicado el 01/08/2015 en Prensa Libre)

La pura verdad

Acostumbrados como estamos a la mentira, a veces nos cuesta identificar la verdad.     

El denominador común del discurso político es la falsía. Así piensan quienes desean conquistar un espacio y creen imposible hacerlo sin mentir, porque según ellos nadie le dará un voto a quien destroce sus aspiraciones. Por eso: “en mi gobierno se dará prioridad a las necesidades del pueblo” “cuando me elijan presidente las cosas van a cambiar en este país” “no duden de mi palabra porque estoy aquí para cumplirla”.

La falsía viene en todos los colores y formas. Es la hipocresía elevada a la categoría de estrategia y resulta imposible evadir su imposición en todos los niveles de la cosa pública. Cuando algún político osa romper el paradigma y hablar con la verdad seca y directa, su fama recorre el mundo como un caso patológico y se convierte en un ejemplo de lo inimitable, de lo absurdo, de aquello a lo cual ningún político razonablemente sensato se acercaría jamás. Es el estigma del fracaso. En el continente solo hay un ejemplo y es el extravagante Pepe Mujica, quien salió triunfante de su aventura.

Cuando un candidato promete hablar con la verdad es porque está acostumbrado a mentir. Es un axioma. En la presente campaña se ha escuchado a varios políticos hacer esa ridícula promesa, la cual solo confirma lo anterior. Decir la verdad no debería ser un acto excepcional, cuando se pretende alcanzar una posición de enorme responsabilidad y compromiso legal. Debería ser la única manera de actuar.

El peligro está en cómo la ciudadanía se habitúa a la falsedad de sus líderes y les acepta el engaño como parte inherente de su personalidad y de su actividad pública. Al día siguiente de su elección se les ve transformarse, de la noche a la mañana, en todo aquellos que prometieron no ser. Se les avalan sus actos aun cuando amenazan la estabilidad de la nación y atentan contra la vida de sus habitantes. Se les perdonan sus delitos como si estos formaran parte del ejercicio político y se mira hacia otro lado cuando violan las leyes.

Esa permisividad es generalizada; otros países también la cuentan entre sus maneras de convivir con los ámbitos de poder, aun cuando algunos poseen mecanismos mucho más sofisticados que Guatemala para ejercer controles y fiscalización por parte de la ciudadanía. Pero hay algo de fascinante en este juego, que impulsa a las personas a someterse voluntariamente al influjo de la falsedad. Quizá es porque de alguna manera misteriosa esperan que esas mentiras –obvias y descaradas, la mayoría de ellas- se conviertan en realidad.

Habría necesidad de una terapia colectiva para recuperar el sentido común y analizar la oscura razón de tanto sometimiento. Porque la falsía –esa hipocresía, deslealtad y doblez de las castas políticas- no es aceptable cuando pone en riesgo a millones de seres humanos dependientes de una administración justa, transparente y eficaz. La verdad no es una concesión graciosa de un humano extravagante, es la obligación absoluta de quienes aspiran a dirigir los destinos de una nación. Es, por lo tanto, obligación de los ciudadanos conscientes detectar y rechazar a los mentirosos, ya que no hacerlo equivale entregar el poder a quienes, indefectiblemente, los van a traicionar.

(Publicado en Prensa Libre el 27/07/2015)

La urgente necesidad del rescate institucional

La solidez de las instituciones es la base de toda democracia.

Las revelaciones de la Cicig sobre el ex presidente del Banco de Guatemala provocaron una oleada sonora de reacciones entre quienes han tenido a esa institución en la lista de las únicas incólumes, sólidas y eficientes del país. Más que indignación, las expresiones de rechazo revelan un sentimiento de rabia y frustración por haberles quitado de un plumazo ese único baluarte de transparencia.

Resulta patética la manera como, a lo largo de los años, han caído en desprestigio las columnas torales del sistema y poco a poco han ido perdiendo el lustre con el cual se habían revestido en mejores tiempos, cuando hubo una generación de personajes del nivel de Gonzalo Menéndez De la Riva y Arturo Herbruger Asturias, quienes dejaron una huella perdurable.

Guatemala parece un país abandonado a su suerte, pero ese abandono ha sido, evidentemente, una estrategia para debilitar sus estructuras, a tal punto que resulte fácil hacer de la riqueza nacional un botín a la disposición de los círculos de poder político y económico. De eso, no cabe duda. Lo peligroso es que esa debilidad no solo se manifiesta a nivel interno, sino trasciende fronteras y pone a la nación en situación vulnerable frente a la comunidad internacional.

Pero como esto no es un juego, el impacto de las retorcidas tácticas usadas por los gobernantes y sus allegados ha calado hasta los rincones más apartados del país. De ahí que el debilitamiento progresivo del sistema de justicia se percibe en la ausencia de entidades esenciales a lo largo y ancho de Guatemala, como el Ministerio Público, la Procuraduría General de la Nación, los tribunales de Femicidio y otras instancias fundamentales para la administración de una justicia oportuna y efectiva.

La distancia entre la capital y los departamentos no es solo geográfica, hay un vacío inmenso cuyo eco resuena fuerte en los índices de violencia intrafamiliar, en el negocio de la trata, en la carencia de oportunidades de educación y también de trabajo digno. La mayoría absoluta de la población está desprotegida ante las oleadas criminales, pero en lugar de diseñar políticas públicas capaces de dar respuesta a sus enormes carencias, se la condena a sacarle brillo a sus cadenas cada cuatro años, prometiéndole beneficios que jamás se harán realidad.

Hoy la ciudadanía vuelve a presenciar la conducta venal de sus autoridades, con un mandatario que ha perdido toda autoridad, una ex vice presidenta señalada por corrupción quien aún posee palanca en el gobierno, unas Cortes cuyas decisiones provocan más dudas que respeto, y una camarilla en la asamblea legislativa capaz de cualquier cosa con tal de conservar sus privilegios.

Una institucionalidad fuerte, con representantes probos y a prueba de investigaciones, constituiría una amenaza para el sistema actual. Por eso no existe. Pero sin ella, no hay esperanza alguna de enderezar el rumbo de la historia y mucho menos de consolidar la democracia en un clima de paz y justicia. En realidad –y esto ya se ha dicho antes- la gran amenaza de este país no es el crimen organizado. Es su sistema político, diseñado por y para garantizar privilegios, opacidad de los actos de los gobernantes, impunidad y la eliminación de cualquier intento por cambiar las reglas del juego.

(Publicado en Prensa Libre el 25/07/2015)