El juego de la verdad

Estamos acostumbrados a la mentira, por eso no soportamos la verdad.

Quizá como ejercicio intelectual, un día deberíamos mirar hacia atrás y analizar cómo nos hemos adaptado a los usos y costumbres de sociedades regidas por prejuicios, estereotipos y relaciones sociales basadas en la deformación de la comunicación a partir de conceptos sexistas, racistas y de cuestionable nivel moral.  Así crecimos y de ese modo adoptamos una visión de “lo correcto” para adaptarla a una serie de estrechas normas que nos vienen cómodas, a pesar de sus limitaciones. De ese modo, fuimos formados con un filtro cuyo efecto tendría una influencia decisiva en todas nuestras relaciones futuras.

En ese sustrato contaminado nuestras sociedades cultivan, como lo más natural, la desconfianza y la violencia en las relaciones humanas desde la más tierna infancia. Aun cuando intentamos convencernos de que nuestros primeros años fueron unas vacaciones en la isla de la felicidad, sabemos muy bien cuánto sufrimiento enfrenta la niñez en espacios como el hogar y la escuela, en donde se consolidan de manera indeleble su visión del mundo y de las conexiones con sus semejantes. Quizá por ese comprensible afán de teñir el pasado con un velo de nostalgia solemos pasar por alto hasta dónde esas primeras experiencias marcaron nuestro presente.

En este aspecto, los países de nuestra América Latina –con su carga de una religiosidad restrictiva y hermética- han sido un ejemplo ilustrativo de cuánto daño han causado en las relaciones sociales y en el desarrollo de nuestras naciones esas normas incuestionables que separan a los humanos por categorías, color de piel o le aplican una gradación diseñada para y por una administración más eficaz de la separación por clases: en general, son estructuras de carácter colonialista adscritas al poder político y económico. A partir de ahí se va definiendo todo un modelo de sociedad en donde predominan valores establecidos por las clases dominantes, con todo su engranaje de falsedades y prejuicios.

Las contradicciones en la formación de la infancia comienzan desde muy temprano. Durante los primeros años de vida se suele imprimir en la mente de niñas y niños el respeto por la verdad, un valor cuyo ejercicio conlleva un alto grado de honestidad y fortaleza moral. Sin embargo, esta supuesta fortaleza se cae a pedazos en cuanto se instalan en el discurso familiar -cual importantes cualidades humanas- los prejuicios sociales, la intolerancia, el racismo y los roles de género, todas ellas deformaciones cuyas consecuencias tendrán enorme impacto en la vida de las nuevas generaciones. La mentira, entonces, se instala así como un código de conducta aceptado y propiciado desde la esfera de autoridad, con el propósito de facilitar la inserción de los nuevos miembros en una sociedad convenientemente segregada.

Esta clase de formación suele presentar sus primeras manifestaciones en conductas de extrema violencia entre niñas, niños y adolescentes. Entrenada en un ambiente de competencia, rivalidades y, muy frecuentemente, violencia física durante el período más importante de su desarrollo, la niñez se ve enfrentada a un desafío de supervivencia emocional para lo cual no está preparada y, por lo tanto, su escaso entrenamiento para lidiar con sus propias contradicciones la convierte en un objetivo fácil para toda clase de abusos. Por ello, no debería sorprendernos cuando esa frustración se descarga en formas extremas como el crimen, el suicidio y diversas formas de autodestrucción que desde nuestra estrecha perspectiva de adultos consideramos no solo inaceptables, sino también incomprensibles.

La formación de la infancia está en manos de los menos preparados.

AUDIO:

elquintopatio@gmail.com

3 thoughts on “El juego de la verdad

  1. EL MIEDO Y LA MENTIRA

    Dereck Landy escribió que “Las mentiras que decimos a otros son nada comparadas con las mentiras que nos decimos a nosotros mismos.” Muy rara es la ocasión en que admitimos los miedos que nos acosan. Primero, por el miedo mismo y segundo, porque no sabemos ver, entender y descifrar esos miedos.
     
    Ese miedo o miedos que todos padecemos en un grado u otro, nos obliga a mentir. La razón es sencilla: no queremos exponernos tal y como somos por temor a que nos juzguen mal o dejar una impresión desfavorable: es un caso de mala o baja estima. Somos harto miedosos y tratamos de justificarlo diciéndonos que todos tienen miedo. Mal consuelo buscamos para un mal todavía peor. Pero como “mal de muchos es consuelo de todos”, ahí nos quedamos atorados, indiferentes al mal que hacemos a otros y a nosotros mismos con mentiras. Pregunten si no, a parejas engañadas por sus consortes. ¡Como ahogan el sufrimiento! Por numerosos e insondables despeñaderos y abismos nos ha empujado el miedo.

    Ese miedo que desconocemos y del que no queremos o atrevemos a hablar, nos ha hecho inventar monstruos, dioses, demonios, fantasías, enemigos, rencillas, tristezas, malas decisiones; nos hace rebajar a otros, desconocer al prójimo, juntarnos con personas que nos hacen daño, abandonar y alejarnos de esos que podemos y debemos ayudar; nos obliga a tomar decisiones impropias y dañinas, tomar venganza, elegir y encumbrar seres ruines para que nos representen en los foros y gobiernos en las que deberíamos dar la cara: en el plano familiar nos hace maltratar hijos, parejas, familias, vecinos, extraños, inmigrantes, hablar mal de otros; nos adentra en la alegórica caverna descrita por Platón y en fin, el miedo ocasiona casi todos los males e iniquidades que nos ahogan en un mar de intolerancia, guerras, incomprensión y desolación.

    A la memoria vienen dos anécdotas encarnadas en mentiras:
    1-el hombre al que en un arranque de sinceridad le preguntan su opinión del comunismo. De toma un instante y dice:
    “Desde pequeño me han dicho que es malo y no sabría decir otra cosa.”
     2-al que le cuestionan caminar con mujer tres veces más joven y explica: “Uno es tan joven como la mujer con la que camina.”

    “A veces las mentiras mas crueles se dicen en silencio”, decía Robert Louis Stevenson, mientras Sofía Reyes afirmaba que “Las mentiras están en la mente pero la verdad está en el Alma.” ¡Son muchos los dilemas creados por el miedo! Y sin embargo, como reza la canción Mentiras del Trío Matamoros: 
    “Mentiras hay que anhelamos que nos las digan, y visiones que son ensueños de una ilusión, mentiras como las tuyas que me mitigan, las hondas penas que me desgarran el corazón.”
    Algunos andamos convencidos con Mark Twain, de que “es más fácil engañar a una persona que convencerla de que vive engañada.”
     
    A veces tenemos que tomar decisiones que van en contra de nuestros deseos y eso nos perturba. Es cuando se nos ocurre mentir o posponer tal decisión. No nos acordamos que el peor de los sentimientos es la indecisión. “Una mentira tiene el poder de empañar mil verdades”, nos advierte Al David. Sin embargo, de la misma manera, puedo afirmar que una verdad derriba muchas mentiras, de paso nos aclara el alma confundida y nos ofrece un poco de paz y valor.

    Debemos arriesgarnos a la paz. La paz y la tranquilidad no la podemos comprar en “un año nuevo” en un “black friday”, en un una “fiesta de navidad”, un “día de acción de gracias”, un “cumpleaños” cualquiera o con la mejor mentira que se nos ocurra. Recordemos la cita de Ann Landers: “La verdad desnuda es siempre mejor que la mentira mejor vestida”.
     
    He tomado muchas decisiones en contra de mis deseos, a veces mezquinos, egoístas y vengativos, pero luego, aún con sus consecuencias, he sentido la mayor de las satisfacciones porque compruebo que aporté lo mejor de mí.
    La culpa del miedo que padecemos no es solo nuestra porque por siglos nos la han inculcado. Sin embargo, es nuestra responsabilidad reconocerla y acabarla. Un gran estadista de nuestro tiempo dijo: “Nos casaron con la mentira y nos han obligado a vivir con ella en vergonzoso contubernio; nos acostumbraron a la mentira, y nos asustamos de la verdad. Nos parece como que el mundo se hunde cuando una verdad se dice, ¡como si no valiera más que el mundo se hundiera, antes de que vivir en la mentira!”, Fidel Castro.
    No afirmo que la verdad nos hace libre porque es la acción a que invita y conmina la verdad la que nos empuja por el camino de la libertad.

    Finalmente, la paz es mi norte y jamás la encontraré andando los caminos de la mentira.

    Adolfo Saavedra
    24 de diciembre del 2019
    Isabela, Puerto Rico

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