“El dictador mas cool del mundo mundial”

Una campaña “Goebbeliana” de enorme difusión y gran impacto, seduce a las masas.

Somos observadores de uno de los fenómenos propagandísticos mas impactantes de los últimos tiempos: el deslumbramiento colectivo ante una campaña propagandística hábil, cuyo propósito es convertir a un dictador emergente en uno de los líderes mas populares de la década; todo un ejemplo a seguir para los torpes gobernantes de nuestro hemisferio. Alabado por su embestida contra las maras en El Salvador, Bukele ha traspasado los límites de la legalidad para transformar a su personaje -el político milenial, joven y que no teme a nada- en un campeón mundial contra la delincuencia.

Algo que no han considerado quienes lo siguen y lo admiran, alucinados por su carisma, es el peligro de caer nuevamente bajo el influjo de la propaganda y cerrar los ojos ante las violaciones de derechos humanos y cooptación de la justicia cometidos durante su gobierno; olvidar el indispensable ejercicio de reflexión, para pasar por alto el significado de este estilo de dictadura renacido de los manuales de Joseph Goebbels -el responsable de la propaganda nazi que llevó a Hitler al poder absoluto- y escoger a gobernantes represivos y corruptos en su afán por reproducir el sistema.

De acuerdo con una acusación de la Fiscalía de Estados Unidos presentada ante una Corte Federal del Estado de Nueva York, Bukele habría negociado entre 2019 y 2021 con los líderes de la MS-13, una maniobra que involucraría a dos altos funcionarios del gobierno salvadoreño y en cuyos acuerdos se habría concedido beneficios a la organización criminal a cambio de una reducción de homicidios y de favorecer -dentro de su área de influencia- la elección del actual Presidente. 

En esta supuesta guerra contra las pandillas, de la cual los detalles se mantienen en estricto secreto y en cuyos entretelones parecen existir acuerdos bajo la mesa, se han utilizado profusamente las imágenes de los internos cubiertos de tatuajes, formando una imagen perfecta de rendición en los patios carcelarios. Estas imágenes han reforzado la idea de un gobierno eficaz, capaz de manejar la política interna de seguridad con mano de hierro mientras en el resto de América Latina y otros países del mundo, los espectadores de tales hazañas aplauden con entusiasmo.

Al “dictador más cool del mundo mundial” como se autodefine Bukele, no le ha temblado la mano para transformar, mediante la imposición de medidas legislativas que le benefician, el sistema de pesos y contrapesos institucional con lo cual se asegura la posibilidad de la reelección -que antes de su administración era prohibida- y el debilitamiento de cualquier frente de oposición a sus intentos por establecer una dictadura con miras a perpetuarse. Las esperanzas de sus admiradores fuera de las fronteras salvadoreñas, que han caído bajo el influjo de una de las campañas de imagen política más efectivas en términos de popularidad -con su ingrediente de ceguera colectiva- es reproducir el ejemplo para sus respectivos países, abrumados por la delincuencia y la corrupción. 

Lo que presenciamos hoy es un regreso -muchos más sofisticado- a las prácticas de los años 70 y 80, los tiempos más oscuros de América Latina con su secuela de asesinatos de líderes populares y de ciudadanos enfrentados en situación de inferioridad a las huestes de los dictadores de turno. Las dictaduras solo han dejado un saldo de muerte y retrocesos institucionales que todavía constituyen el mayor obstáculo para el desarrollo de nuestras naciones.

La seducción del culto a la personalidad no debe obviar el necesario ejercicio del análisis.

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La frontera de las ambigüedades

El delito de acoso sexual es una de las agresiones mas solapadas y perversas.

En estos días, se debate en España la modificación de la Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual, conocida como la ley de “solo sí es sí”, considerada uno de los instrumentos legales más avanzados en la materia. Esta ley surgió como consecuencia del caso de “la manada”, cuando 5 hombres violaron a una joven de 18 años en un portal durante las fiestas de San Sebastián en Pamplona. La modificación de la ley de acoso, impulsada por el gobierno español, implica establecer el consentimiento pleno antes de cualquier encuentro sexual. Esto significa que la agresión no está necesariamente rodeada de violencia, ya que la víctima puede encontrarse en un estado de pánico, intimidación o inhibida de defenderse por cualquier otra causa.

Sin embargo, la nueva ley ha abierto una salida para que algunos agresores se beneficien con una reducción de penas, cuyas condenas mayores la nueva legislación reduce a un máximo de 4 años de prisión. Este escenario ha puesto nuevamente en la balanza un tema sensible y es la situación de riesgo inherente a la condición femenina, por ello para tipificar el delito de acoso sexual primero hay que analizar el fondo de los estereotipos que marcan la conducta de hombres y mujeres dentro de una sociedad patriarcal. Las leyes, aunque constituyen un importante avance en el establecimiento de normas de respeto entre individuos, no van al fondo del problema.

El acoso sexual es consecuencia directa de patrones culturales consolidados a través de los siglos, incluso impresos en códigos y leyes sexualmente discriminatorias en un marco de relaciones patriarcales, predominante en casi todas las naciones del mundo. Para combatir esta deformación institucional, aceptada hasta ahora como un elemento inherente a las relaciones entre los sexos, es indispensable comprender que no existen mecanismos transparentes ni herramientas que garanticen una aplicación justa de la ley.

Por lo tanto, para la gente común, es una extraña medida coercitiva que limita los derechos de las personas, exageración legalista que pretende imponer normas de conducta que sólo competen a los involucrados dentro del ámbito de su vida privada. Es decir, una medida considerada por efecto de estereotipos y tradiciones machistas, absurda y represiva. Esto, porque de acuerdo con las costumbres ancestrales, es permitido invadir el terreno íntimo de una persona que está en calidad subordinada, ya sea por razón de su sexo o de su posición en la estructura social.

El hostigamiento sexual, por razones de carácter cultural se refiere primordialmente a la mujer, porque ella ha sido la gran perdedora en la batalla de los sexos. De ahí proviene la fijación de los roles masculino y femenino como el dominante y el dominado, el fuerte y el débil, el activo y el pasivo. Y entonces, la sociedad acepta estas reglas del juego que le indica claramente su lugar en el orden social.

Para hacer de una ley contra el acoso sexual un elemento eficiente, se debe atacar a fondo el origen de las ambigüedades conceptuales, porque pocas violaciones a esta ley se dan ante testigos. Ello se presta a confusiones que pueden resultar aún más humillantes para las víctimas y las coloca frente a su victimario -palabra contra palabra-  en un duelo degradante que no propicia un desenlace justo ni garantiza un avance de la sociedad contra el prejuicio y la ignorancia.

El papel de los sexos en el contexto de sociedades patriarcales, está definido por los hombres.

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Seis loritos y una Tierra redonda

El esfuerzo por revertir el desastre ambiental debe ser prioridad universal.

Los incendios devastadores que acabaron con grandes extensiones de bosques en el sur de Chile han elevado voces y lamentos; la extensión de la tragedia ha tenido el poder de despertar conciencias adormiladas, pero nada pudo evitar la inmensa pérdida de vida en ese hermoso territorio. Los incendios forestales han arrasado con los bosques naturales en muchos puntos del planeta durante siglos. Algunos, como una reacción natural de reciclaje de la flora local, pero otros provocados por la explotación irracional de los recursos naturales y la falta de una política definida de defensa de estos recursos, la cual debe ser implementada con seriedad por todos los gobiernos. 

Es que también hay otras prioridades, dicen: El hambre y la guerra; las enfermedades y las migraciones; y, entre tanta miseria, el involucramiento en la defensa del medio ambiente aparece, a simple vista, como un asunto secundario; como algo que puede esperar; como una actividad para personas que no tienen algo mejor en qué ocupar su vida.

Sin embargo, la tierra es redonda -o, por lo menos, así parece vista desde la luna- y todo lo que en ella sucede está íntimamente ligado. La relación del ser humano con su entorno natural fue, en las culturas antiguas, fuente permanente de sabiduría, un inacabable tratado de medicina, una rica veta de conocimientos que ayudaron a las comunidades a crecer y desarrollarse en paz y armonía. Las crisis que vivimos en la actualidad son una ruptura de esa armonía con la naturaleza. Se podría afirmar que el ser humano ha desafiado, con su inveterada arrogancia, las leyes del universo y ha roto la fuente de su propio sustento.

El tema de la degradación ambiental en que estamos sumergiéndonos  a una velocidad creciente, no es un asunto secundario entre los temas de mayor impacto dentro de la política internacional. Todo lo contrario, representa un llamado de atención sobre el peligro de acabar con los pocos recursos de supervivencia con que cuenta la humanidad, la cual aumenta incesantemente en número, pero cuya calidad de vida decrece en una proporción desmedida. 

Recuerdo cuando hace ya muchos años, pasó frente a mi casa un niño ofreciendo loros. Me acerqué a ver qué traía en el saco de yute, cuyo movimiento delataba que algo, desde su interior, trataba de escapar. Cuando lo abrió pude ver seis pichones arrancados de su nido, que ya tenían emergiendo de entre las pelusas grises de su primera cobertura, unas hermosas plumas multicolores. El dolor que sentí ante la realidad de la depredación, no fue menor que la impotencia al constatar la ausencia de conciencia. Aunque le expliqué al niño -lo mejor que pude- que ese comercio estaba prohibido y por qué era así, su expresión terminó de convencerme de que todo esfuerzo sería en vano ante la rotunda lógica de su despedida: ¨si no los agarrábamos nosotros, se hubieran muerto porque un señor se había llevado a su mamá¨.

Después de conversar con una amiga sobre el episodio y compartir una larga conversación con respecto a la urgencia de contar con una policía ecológica que impida este comercio infame, pensé que en realidad lo que hace falta es sensibilidad y educación. Las medidas represivas no llegarán muy lejos si las personas están desprovistas de conciencia sobre la importancia de proteger a las especies que hacen posible la vida en nuestro planeta. 

Recordé, también, las expresiones de asombro cuando aparecieron las primeras notas de prensa sobre el hallazgo de supuestos vestigios de vida en Marte, vestigios mucho más primitivos y remotos que un simple loro recién nacido que ya tiene un complejo sistema de comunicación con su entorno, y pensé en lo estúpida que puede llegar a ser la humanidad con su pretendida superioridad tecnológica.

Finalmente, ese loro recién nacido -en realidad, seis de ellos- me hicieron más consciente de la importancia de la vida que todas las sofisticadas exploraciones espaciales juntas. Gracias a su irremisible desgracia, pude ver con claridad meridiana la torpeza de nuestros gobernantes, la apatía con que hemos dejado que se destruya lo nuestro, y la absurda ceguera que nos impide ver cuánta relación hay entre la actitud que mantenemos respecto a la naturaleza y la que tenemos respecto a nuestra condición humana. Pude darme cuenta de que ni siquiera sabemos cuán cerca estamos de quedarnos, nosotros también, sin nido. 

Todo lo que sucede en nuestro planeta, tarde o temprano nos tocará de cerca.

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Un paraíso perdido

El Sur de Chile en llamas es la evidencia de como el sistema neoliberal destruye y arrasa.

Incapaces de detener el latrocinio de los bosques nativos y, muy por el contrario, convertidos en cómplices de su destrucción, los sucesivos gobiernos de Chile han apañado y consentido la invasión de los grandes terratenientes y sus maniobras contra uno de los más prístinos entornos naturales de nuestro continente. En estos primeros días de febrero, mas de 250 focos de incendios -presuntamente provocados- envuelven en llamas enormes extensiones en las regiones de Maule, Ñuble, Bio Bio y la Araucanía, dejando a su paso desolación y muerte.

La pregunta es: ¿A quiénes beneficia tanta destrucción? Para comenzar a entender el origen de la tragedia, es preciso remontarse a los tiempos de la dictadura, cuando el gobierno de Pinochet decidió “incentivar la economía” por medio de un decreto, cuyo objetivo era impulsar la industria papelera destinando enormes extensiones a los cultivos de eucalipto y pino. La iniciativa consistía en bonificar a los terratenientes con el 75 por ciento de los costos de esas plantaciones durante un plazo de 10 años. Así fue como inició la desaparición paulatina de las especies nativas con su fauna asociada, pero también la sequía y la acidificación de los suelos, en donde ya no queda señal de nutrientes y en donde no se puede cultivar nada más.

Sin embargo, es importante señalar que los principales encargados de llevar a cabo el plan del gobierno eran también parte interesada de las empresas beneficiadas. Al vencer el plazo otorgado por la dictadura, los presidentes de la Concertación decidieron extenderlo; entre ellos, Frei, Piñera y Bachelet, esta última quien consideró importante mantenerlo por su “contribución a la lucha contra los gases de invernadero”. Es decir, gobiernos cuyos principios social demócratas fueron ignorados por presiones de los grandes consorcios empresariales.

Lo que queda hoy en ese Sur magnífico poblado de Olivillo, Tepa, Ulmo, Arrayán, Alerce, Coigüe, Raulí, en cuyas ramas habitaban abundantes colonias de aves y mamíferos propios de la región, es un páramo carbonizado; aldeas quemadas hasta los cimientos; personas desaparecidas y otras muertas; la imagen misma de la desolación, evidencia de hasta dónde puede llegar la ceguera de las autoridades y la codicia de sus grupos de poder.

Haciendo gala de su complicidad con el sistema que ampara estos abusos, la prensa chilena se mantiene firme en su postura de silencio y manipulación, con la intención de adjudicar al gobierno actual la culpa sobre la tragedia que viven esas regiones. El poder de las familias más acaudaladas de Chile, aquellas que fundaron sus grandes consorcios sobre las ruinas de una democracia que no les era propicia, ha sido el motor para impedir, entre otros hechos, un cambio en la Constitución de ese país propuesto con el objetivo de retomar los valores de un sistema capaz de trabajar en beneficio de las grandes mayorías.

Chile no solo pierde sus bosques milenarios al enriquecer a un puñado de empresarios incapaces de comprender el alcance de sus actos; también el continente pierde un paraíso de biodiversidad irrecuperable, la incalculable variedad de su fauna y la belleza de su entorno. El sur de Chile, ese paisaje lejano e inspirador, no podrá recuperar su integridad en las próximas centurias, a menos que la depredación se detenga hoy.

Si los gobernantes se someten ante el dinero y la prensa calla, el pueblo debe hablar.

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El enemigo interno

La sociedad conoce bien las consecuencias de no ejercer la ciudadanía; a pesar de ello, cede el control a sus enemigos. 

No es casual el descubrimiento de las redes del crimen metidas hasta el tuétano de las estructuras institucionales del Estado. No es solamente la policía; el cáncer viene desde el Ejército y su control absoluto sobre puertos y fronteras, armamento y aparatos de inteligencia. Tampoco es sólo el Ejército, ahí están agazapados detrás los grandes capitales que le otorgaron su pleno respaldo en la minuciosa obra de limpieza social y política que acabó con el liderazgo político durante la Guerra Fría. 

Por lo tanto, es mucho lo que se debe escarbar en el pasado para encontrar una respuesta coherente que explique la situación de la Guatemala de hoy, con su inconcebible manera de voltear la cara a la realidad de la corrupción; ese modo de justificar la pasividad social con el miedo a las antiguas formas de represión, ese carácter evasivo de las clases sociales para excluirse de toda decisión que trascienda su capacidad de involucramiento. 

El enemigo sigue ahí. Se encuentra en el enrevesado argumento con el cual pretendemos victimizarnos en lugar de actuar. Si somos el objetivo de grupos desestabilizadores o de organizaciones criminales, es porque nos colocamos a tiro y los dejamos actuar sin la menor resistencia. Si la prensa publica un escándalo tras otro, lo comentamos por lo bajo, cerramos a piedra y lodo las puertas para no sentir el impulso de protestar y preferimos concentrar nuestra atención en el que vendrá mañana en las primeras planas.

¿Cuál es la gran diferencia entre un 75 o un 99.75 por ciento de ineficacia del sistema de justicia? ¿Acaso tenemos que conformarnos con algo un poco menos malo o levemente menos vergonzoso? Guatemala tiene los indicadores más inexplicables en América Latina, si se toma en cuenta su prodigiosa capacidad de enriquecer ilimitadamente a quienes gobiernan, una administración tras otra.

Entonces no hay excusa para tener centros de salud carentes de todo, aún de servicio de agua potable. No se explica que los policías compren sus propias municiones con el miserable salario que reciben. No es lógico que niñas y niños en edad escolar sufran la vejación de recibir clases a la intemperie sentados sobre pedazos de block. Menos explicable aún es el despilfarro de funcionarios y diputados, alcaldes y gobernadores, quienes actúan convencidos de su autoridad para hacer de los fondos públicos su alcancía privada.

Si para todo esto existe una solución razonable, es el ejercicio de la ciudadanía. Único  instrumento válido para detener el abuso, exigir el cumplimiento de las leyes, arrojar a los corruptos fuera de los despachos ministeriales y de las curules del parlamento, este hermoso concepto es la clave misma del concepto de Nación.

(Escribí este artículo hace 13 años. Nada ha cambiado desde entonces.)

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Los motivos de la infamia

En el Perú, Dina Boluarte no es más que una marioneta de quienes han usurpado el poder.

Impresionan la crueldad, la estulticia y el cinismo de Dina Boluarte, la mujer que, respaldada por la clase económicamente dominante del Perú, ha abierto la compuerta de la violencia extrema en contra del pueblo peruano. Ya son más de cincuenta los manifestantes asesinados a sangre fría por las fuerzas armadas, cuyos elementos pertenecen a la misma clase marginada y empobrecida que reprimen. Los discursos de Boluarte, cargados de odio y mentiras, representan la debilidad común a las oligarquías latinoamericanas, cuya respuesta a las demandas de justicia y equidad son siempre las balas.

En Perú se repite el esquema del doble rasero impuesto por Estados Unidos a todo nuestro continente: sus discursos por la democracia y la libertad naufragan en cuanto el fiel de la balanza se inclina hacia la elección de gobiernos progresistas, cuyas propuestas se alejen de los intereses del imperio y sus multinacionales. El destino de los países del tercer mundo está condicionado por ese parámetro neoliberal que les impide superarse, porque la superación y la independencia significan una reducción de los privilegios de quienes dominan el planeta. El mejor ejemplo de ello es el circo del Foro Económico Mundial en Davos, en donde se codea lo mas excelso de la aristocracia económica rifándose con mucho estilo el porvenir de los pueblos mientras se reparten, entre ellos, la riqueza ajena.

La guerra declarada en el Perú no escapa a ese esquema. Boluarte, la gran traidora, es solo una pieza del rompecabezas y su patético papel se define por acatar ciegamente los dictados de la cúpula económica de su país. Lo mismo sucede en otras naciones latinoamericanas, en donde el olor a colonialismo satura cualquier iniciativa por imponer un modelo más humano, rescatar el beneficio por la explotación de sus riquezas naturales y respetar la autonomía de sus pueblos originarios. El gran enemigo es, en definitiva, el sistema instalado por obra y gracia de un imperio que también, por su parte, está lleno de fisuras.

Los muertos por la violencia en las calles de las ciudades peruanas constituyen una evidencia de la debilidad del gobierno y del descrédito de sus autoridades. La ciudadanía exige mejores condiciones de vida y eso, tanto en el Perú como en todos nuestros países, es una demanda cuyas consecuencias van desde la represión más extrema hasta la instalación de una dictadura, tal como sucede en estos momentos en el país andino. Los instrumentos para consolidar a esos gobiernos represivos extienden sus tentáculos con una eficacia sorprendente, creando una cúpula de silencio alrededor de las atrocidades cometidas por los dictadores, en este caso por los excesos cometidos por las fuerzas armadas bajo las órdenes de Dina Boluarte. De esa guisa, se instala el silencio cómplice de organismos internacionales supuestamente creados para defender la democracia, la paz y la justicia, elevando los motivos de la infamia como justificación válida para las atrocidades. 

En medio de este escenario de violencia, la prensa calla; apaga sus cámaras, vuelve su atención hacia los temas de una agenda mediática impuesta por los países poderosos y deja sus valores de lado para responder a intereses ajenos a su verdadera misión. Lo que suceda en el país sudamericano se cubre de un filtro neutro para no opacar otras campañas mediáticas de interés geopolítico y económico de los países poderosos. 

Las demandas de los pueblos son una bofetada imperdonable para las clases dominantes.

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Dueños de la vida

Entre los seres vivos existe una frontera moral que delimita los derechos de unos sobre otros.

La idea de que la vida nos pertenece viene de muy atrás, procedente de una ideología primitiva y fanáticamente centrada en el hombre como dueño absoluto de todo cuanto le rodea. Por eso, termina por no ser tan evidente el deformado sentido de propiedad que marca nuestra educación, iniciado desde la infancia con el pollito de la piñata descuartizado porque el niño quería ver cómo funcionaba. Al fin y al cabo, sólo es un pollito descuartizado que se tira a la basura y la única consecuencia es que mamá diga “no mas pollitos de piñata”….

Así, de la misma manera arbitraria e incomprensible, nos pertenece la vida del árbol que estorba la vista desde el balcón y por esa razón cayó bajo el filo del hacha, transformando en leña verde e inservible a ese pujante almendro lleno de retoños. “Es mi jardín y es mi árbol. Y lo corto cuando quiero”. Con los animales sucede otro tanto. Como es la moda tener perritos finos o gatos de exhibición, tengamos uno. No importa lo que hagamos con él, mientras nos pertenezca.

Y entonces, ahí va un ser vivo que pertenece a otros seres vivos que poseen el poder suficiente para hacer de su pequeña vida un infierno o un paraíso. Sin embargo, la vida, ese concepto que ha movilizado las neuronas de filósofos, artistas, científicos y teólogos en todas las épocas, continúa siendo un misterio; un arcano que se nos escabulle y nos deja siempre perplejos ante su milagro.

Quizás de este trastornado sentido de propiedad ha derivado también la costumbre de menospreciar la vida de las criaturas llamadas inferiores por cuestiones de fuerza física, poder económico, posición social o diferencia étnica. Y ahí entran niños, ancianos, mujeres y otras comunidades humanas. ¿De qué protocolo machista deriva el estereotipo de que los seres física o socialmente más débiles son inferiores? Volviendo al pollito de la piñata… ¿cómo podemos aceptar que un ser vivo sea entregado a otro ser vivo para que practique sus juegos de poder y dominación?

No es necesario ir muy lejos para extraer de esta posición de prepotencia muchas de las peores acciones bélicas de todos los tiempos, y prácticamente todos los sistemas de esclavitud que aún predominan en países que pretenden erigirse como modelos de democracia. La vida de los demás no nos pertenece. Si queremos ser depositarios de ella, como en el caso de los animales domésticos, o pretendemos disfrutar de su belleza, como sería el caso del mundo natural, no estaría demás comenzar a pensar en que al poseerlos adquirimos el compromiso de respetar su integridad y proveer los recursos más adecuados de subsistencia.

El caso de la familia es similar. No es “mi familia, y con ella hago lo que se me da la gana”. Es un grupo de seres en situación de convivencia o de vínculo legal, pero quienes no forman parte del patrimonio del mas fuerte, como se estila creer en muchas de nuestras sociedades.

Esta actitud eminentemente masculina y, por lo tanto, patriarcal, es uno de los factores más decisivos en el debilitamiento moral de la comunidad humana. El poder absoluto sobre la vida ajena es la vía más rápida hacia la pérdida de valores y la consolidación de un materialismo que justifica el horror de las guerras de exterminio, justifica las acciones bélicas fundamentadas en el racismo y nos hace creer que los más fuertes cometen los peores crímenes  para protegernos, a los más débiles, de nosotros mismos.

El concepto de propiedad privada tiene límites, no incluye la vida de otros seres.

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Una dosis de realismo mágico

Anclada frente a la incertidumbre, las dudas y el escepticismo, busco la fantasía.

Inmersos en un tráfago del cual no podemos evadirnos y del cual, de algún modo, somos rehenes voluntarios, vivimos bajo una sucesión de información cierta o falsa que nos ha transformado paulatinamente en víctimas de nuestra necesidad de saber. Para quienes hemos participado en la batalla de las ideas y, por un prurito de honestidad, nos vemos enfrentados a la duda, la mentira y las trampas del sistema, abandonar el escenario parece ser la respuesta mas acertada. Las bambalinas resultan cada día más atractivas y, de algún modo, aun cuando sea una manera poco elegante de escapar, llega un momento en el cual consideramos seriamente la retirada.

En mi caso, y pese a que no voy a desistir aún, ya son más de tres largas décadas de vaciar mi mente cada semana en un diálogo con mi conciencia. Esa historia de mi paso por las páginas de los medios ha sido, quizás, lo más estable de mi trayectoria y he disfrutado de esta catarsis cada vez que pongo punto final a una página. Sin embargo, no todo ha sido gratuito: el esfuerzo de componer, en un texto breve, todo un capítulo capaz de expresar mi pensamiento, ha sido un ejercicio cuya mezcla de frustración, dolor y esperanza lleva una impronta de enorme responsabilidad, a la vez de una gran cuota de entrega personal. 

Nunca como hoy nos habíamos enfrentado a un mundo tan desconcertante. Con un entorno global que nos demuestra cada día su capacidad para movernos el piso y dejarnos ante un gran montón de dudas sabemos, porque no hay otra opción, que hemos de reaccionar y encontrar una respuesta, pero sin la menor idea de cómo empezar a buscarla.  Ese es nuestro escenario hoy, coincidiendo con un nuevo dígito en el calendario -pura casualidad, porque estos falsos inicios son tan falsos como los buenos propósitos- y nos vemos en la necesidad de aceptarlo porque son los parámetros de una nueva forma de existencia. 

Los acontecimientos que hoy nos impactan han sido, sin embargo, temas de literatura desde hace siglos. Las guerras por el poder económico, el engaño de los líderes, la manipulación de la verdad y el sacrificio de los más débiles en beneficio de los más poderosos nunca había estado más a la vista como en este nuevo realismo mágico, que nos tiene obnubilados e incapaces de encontrar una salida. Nos han ido quitando -gracias a un sistema neocolonial disfrazado de desarrollo- las pocas herramientas con las cuales contábamos para enfrentar los abusos de poder. Entre ellas, la educación y la salud.  

Quizás por esa razón me he volcado en la lectura de libros -un tesoro que cada día aprecio con mayor gratitud- y me alejo paulatinamente de las fuentes de información, de aquellas en las cuales ya no creo y también de las que me merecen dudas. ¿Escepticismo o evasión? Todo es posible, pero a estas alturas de mi aventura ya no importa caer en esas irresponsabilidades, sino encontrar un rincón de paz en los tesoros de la mente humana, que al decir de Borges, son infinitos. 

Mi consejo, si acaso les sirve de algo, es hallar ese espacio íntimo y aislado para escapar de una realidad que ni comprendemos, ni nos permite ejercer el derecho de cambiarla. Quizás en ese absorber los pensamientos de otros lleguemos a aprehender la inmensidad del daño ocasionado a nuestro pequeño mundo por haber sido incapaces de convivir en armonía. Por habernos creído superiores. Por haber abandonado todos los ideales.

Busca ese espacio íntimo para disfrutar de una lectura que te conecte contigo mismo.

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La ilusión del cambio

Fugaz como todo aquello que carece de raíces profundas, la idea del cambio sólo sobrevive hasta el primer golpe de realidad.

No cabe duda de que la línea ininterrumpida del tiempo -almanaques más, almanaques menos- nos lleva indefectiblemente a pagar por los errores, a perseguir sueños fatuos y a persistir en las acciones erradas.  Y así, comenzamos una agenda de hojas vírgenes cuyas líneas impresas se irán poblando de citas nuevas demasiado parecidas a las de la agenda anterior y uno que otro proyecto previsiblemente similar a ese no realizado durante los 12 meses pasados.

Afuera, en la calle, dejando aparte la basura de los cohetes que alteraron el silencio nocturno, la misma violencia acecha a los ciudadanos confiados, porque el crimen no descansa ni depende de un cambio de dígito que se desvanezca su ominosa y abrumadora presencia.

La lección del día es que la magia no existe ni se dan los milagros de una manera tan básica y pedestre como el hecho de pasar de diciembre de un año a enero del siguiente.  Todo lo contrario, es preciso mantenerse alerta y analizar los errores cometidos:  el entusiasmo infantil por los augurios de un cambio de gobierno, el silencio cobarde ante los abusos de los legisladores, esa especie de adormecimiento cívico inducido por muchas décadas de represión, pero también el egoísmo de quienes tienen algo y no desean arriesgar su precaria estabilidad por aquellos que nada poseen.

El tsunami bélico que ha llenado de ruinas y cadáveres las pantallas de los televisores, aunado a la tragedia de los emigrantes -víctimas de las guerras, del hambre y la violencia es sus territorios- debería haber despertado un poco la conciencia colectiva, al demostrar con su rotunda realidad que frente a las grandes tribulaciones es importante la solidaridad humana. La violencia desatada contra la población civil en naciones cuyo único pecado es la inmensa riqueza de su subsuelo o su estratégica posición geográfica, nos ha dado una idea bastante aproximada de los alcances de la ambición de aquellos países que se han enriquecido como resultado de su poder de agresión.

Todo cuanto nos ha golpeado durante 2022 nos seguirá azotando en el nuevo año: la pérdida de certeza jurídica en nuestros países tercermundistas; el aumento de la pobreza extrema y los abusos de los gobernantes; la indiferencia de la comunidad internacional ante la violencia contra los pueblos indefensos.

Lo importante, entonces, es involucrarse y despejar las brumas de una parranda alegre y trasnochada sin mayor relevancia, cuyo estruendo solo camufló, por algunas horas, la tristeza de quienes perdieron su empleo o de aquellos que no tenían nada que celebrar. El sol sigue su eterno camino arrastrando a un planeta mal administrado, poblado por unos seres incapaces de convivir en paz y empeñados en destruir su entorno. Los esfuerzos aislados por convertir los avances de las ciencias en mayor bienestar para los pueblos, chocan de frente contra el inmenso poder de grupos consolidados de empresas dedicadas a manipular y transformar los descubrimientos en más dinero para sus accionistas. 

Si hubiera cambio al ritmo de los días, que sea para involucrar a la población en lo que sucede con su futuro y el de sus hijos y contribuya a despertarla del letargo acomodaticio en donde ha permanecido mientras sus bienes se esfuman en bancos extranjeros, sin esperanza de retorno.  Que el protocolo del calendario funcione como conjuro para despertarla del sueño en que la ha sumido la corrupción, la amenaza y el miedo a enfrentar la realidad.

El Sol sigue su ruta arrastrando a este planeta maltratado y peor administrado.

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El tiempo suspendido

Diciembre, un salto en el calendario capaz de dejar en suspenso lo importante. 

Cada fin de año se produce la misma dinámica colectiva, de edulcoradas celebraciones navideñas con su fuerte componente de consumismo. Sin embargo, esa necesidad de huir, de suspender la realidad para sumergirse en la fantasía de un espacio-tiempo durante el cual se imponga una tregua, es para muchos un requisito indispensable que les permite continuar enfrentando unos desafíos que los superan. Con la fuerza de las tradiciones mas arraigadas y alimentado por un sistema de consumo masivo capaz de condicionar la economía familiar, diciembre se presenta cada año como un acuerdo social y psicológico cargado de esperanza, pero también como un mecanismo para evadir la fuerza de las circunstancias. 

Durante un mes se tiene la idea de fin de ciclo; en él se instala una sensación de nuevo inicio según nuevos propósitos con la búsqueda de diferentes resultados, pero en realidad solo es la continuidad de un flujo temporal en el cual permanecen los mismos problemas y desafíos, similares carencias y profundas desigualdades. La tregua, sin embargo, suele contener un factor de optimismo capaz de orientar las expectativas hacia la búsqueda de un cambio. En los países latinoamericanos, en donde las raíces de sus tradiciones religiosas se entrelazan con una fuerte herencia colonial de estructuras verticales, racismo y marginación, los anhelos de paz y concordia tan abundantes durante las fiestas solo rascan la superficie de las sociedades.

Mas de la mitad de los pueblos de nuestro continente sobreviven a duras penas entre la pérdida de derechos, el hambre y un sistema económico cuya premisa es el aprovechamiento de las necesidades de las mayorías para enriquecimiento de unos pocos, protegido en sus abusos por gobiernos corruptos pero sobre todo incapaces de gestionar la administración de políticas públicas eficaces y correctas. Los buenos deseos decembrinos quedan obsoletos como aquellas tarjetas navideñas tiradas al basurero en cuanto despunta enero. Los indicadores de desarrollo -o deberíamos decir “de subdesarrollo”- siguen señalando con cruda exactitud la ausencia de Estado en la mayoría de nuestros países, tal y como se le describe en ese texto fantasioso llamado texto constitucional.

Conscientes de las ventajas de aprovechar este tiempo suspendido para desviar la atención de la ciudadanía y ocultar sus maniobras, quienes gobiernan y quienes inciden desde las sombras en la gestión pública amarran tratos, ocultan evidencias y engañan con estrategias de imagen. En la realidad, el deslumbramiento colectivo de las fiestas de fin de año -con su carga emotiva de ofertas de paz y prosperidad- adormece y le pone filtro al color del paisaje sin transformar ni un ápice el verdadero escenario. El golpe de realidad llega sin anestesia en cuanto comienza el año con su carga de deudas, desempleo y el inevitable enfrentamiento con un sistema depredador sólido e inamovible.

La esperanza del cambio hacia un sistema más equilibrado de poderes y oportunidades no se convertirá en realidad de la mano de un simple salto de fecha. Será posible, si acaso, con la firme determinación de actuar para provocarlo, de generar una dinámica social capaz de pasar hacia el nuevo año con la suficiente lucidez y resolución que haga realidad ese cambio, y con la disposición de trabajar duro para lograrlo.

El cambio solo se producirá si existe la suficiente voluntad para provocarlo.

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La cabeza en la arena

Una información tendenciosa y manipulada es una violación de los derechos humanos. 

Cuando una persona decide no enterarse de las cosas que suceden a su alrededor, es como si éstas no existieran. Y las sociedades, a veces, actúan como las personas, por eso el periodismo es una de las profesiones más polémicas en cualquier sociedad: Porque tiene la vocación de descubrir secretos, de divulgar equivocaciones, de enfatizar precisamente en aquellos temas que algunos prefieren rehuir. El periodismo es un recurso poderoso para romper las barreras que limitan la libertad del ser humano, pero como todo instrumento de poder, puede también ser capaz de actuar en contra de esa libertad.

En todas las épocas de la historia han existido los temas prohibidos; así también, los encargados de realizar la función de informar se han visto involucrados en el juego tradicional de intereses encontrados. Para entender lo inevitable del proceso, es necesario remitirse a la estructura básica de la sociedad, que divide a sus integrantes en pequeños grupos de poder y grandes grupos subordinados. 

Un esquema simplista de esta situación nos hace concluir en que para controlar a una comunidad basta con dosificar la información y manipularla a conveniencia de los grupos dirigentes, ya que es precisamente en ella donde reside la clave del máximo poder. Este solo hecho determina que cualquier tema crítico o capaz de provocar tensión social debe ser controlado como parte del juego social y político por constituir un vehículo idóneo para acallar la conciencia de unos y adormecer la rebeldía de los otros.

La evolución de los medios de comunicación, sin embargo, ha hecho que cada día sea más difícil tanto ocultar la información como ignorarla. Pero simultáneamente se ha propiciado la creación de focos de interés alternativos para distraer a la sociedad. Esto ha incidido en el desarrollo acelerado de los recursos tecnológicos apropiados para concentrar el poder en círculos cada vez más pequeños y gracias a este acto de prestidigitación, la sociedad se ha vuelto progresivamente más y más individualista y menos involucrada con los problemas que la afectan. 

De esta forma, mientras el público cree que recibe lo que considera un universo abierto a todas las corrientes de pensamiento y provisto de todos los medios para obtener la información, por otro lado se encuentra sujeto a la manipulación que ejercen sobre ese mismo pensamiento pequeños grupos capaces de controlar los sofisticados mecanismos del manejo de opinión.

Lo más terrorífico de este panorama es la forma en que se va condicionando la importancia de los temas según la conveniencia de algunos sectores; asuntos que revisten la mayor gravedad para el futuro de una sociedad, como el feminicidio, la discriminación por sexo o la falta de conocimiento sobre salud reproductiva que afecta a niñas, adolescentes y mujeres adultas, carecen de un tratamiento serio como resultado de políticas equivocadas de información. La responsabilidad de este silencio no apunta a la debilidad de comunidades temerosas e ignorantes; el peso de la falta, realmente, recae sobre sus líderes. 

Cifras espeluznantes impresas en documentos de circulación oficial pero restringida, delinean un panorama medieval de muerte y desolación. Las consecuencias de la falta de información y la montaña de prejuicios que amenaza la vida de millones de seres humanos hacen de ese silencio un acto tan criminal como aquel que pretende ocultar la realidad de millares de niñas y adolescentes quienes, debido al abandono, se convierten en víctimas propiciatorias de un patriarcado cargado de violencia, prejuicios e ignorancia. 

No se puede ignorar que nuestro actual comportamiento pasivo tendrá un impacto directo sobre una situación que tarde o temprano acabará afectándonos a todos. La solución de la mayor parte de los grandes males de la sociedad está ligada a un proceso educativo que propicie la apertura de canales de comunicación para acabar con la ignorancia y dejar de enterrar la cabeza en la arena para no saber. Es precisamente el universo mediático el responsable de romper la barrera de la intransigencia y el miedo que se han impuesto, cual consigna general, en amplias regiones del mundo; y a partir de ahí, cumplir con el papel informativo/educativo que le corresponde por naturaleza.

Para acabar con el hambre y el subdesarrollo es preciso acabar con la ignorancia.

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Derechos humanos, democracia y otras yerbas…

Nos tomaron por ingenuos y nos vendieron caro el cuento de la democracia. 

Esta semana volvemos a experimentar las fallas de un sistema impuesto por gobiernos poderosos, aliados de corporaciones multinacionales, cuyas cabezas se ocultan en los entresijos de un marco aparentemente legal de aplicación forzosa. Ya lo hemos visto antes, durante la dura historia de golpes de Estado patrocinados por la Casa Blanca y sus servicios de inteligencia, pero seguimos soñando con que esos ataques arteros del pasado son, valga la redundancia, cosa del pasado. 

Las imágenes de Pedro Castillo y de su familia saliendo del palacio de gobierno traen a la memoria las de Jacobo Árbenz, en Guatemala. En ellas, queda plasmado el odio de las castas criollas, cuyo desprecio ancestral hacia cualquier intento de rebeldía política con acento en la búsqueda del cambio, se traduce de inmediato en un plan de emergencia para detener con un golpe certero las posibilidades de una transformación social, económica y política capaz de aproximarse a los anhelos del pueblo.

Digamos que Pedro Castillo tenía los días contados; era evidente. Su formación de maestro no le dio acceso al aprendizaje de los trucos utilizados durante décadas por los políticos de la oligarquía y eso le puso fecha de caducidad. Si a eso se añade la influencia decisiva del Departamento de Estado para revertir -país por país- el giro continental hacia la izquierda, el paquete estaba listo, atado y con dedicatoria. También en Chile ha comenzado a presionar la maquinaria centrando sus tiros en el texto constitucional y, sin duda, maquinando estrategias para incidir en todo el marco político del nuevo gobierno. Bolivia ya pasó por la experiencia y también Venezuela, con sus cuentas  embargadas. Ahora falta que dirijan sus tiros a Brasil. 

Lo más ilustrativo del cinismo con el cual se mueve Estados Unidos en nuestro continente, con la OEA como su lacayo, es su hipócrita discurso por los derechos humanos y la democracia, valores que viola reiteradamente cada vez que le conviene a su política y a sus aliados corporativos. El caso mas ilustrativo de esa doble cara se manifiesta en sus relaciones con Guatemala: un narco Estado cuyos dirigentes han destruido, pieza por pieza, todo el marco institucional arrasando de paso con su sistema de justicia; pero al estar el control en manos de una oligarquía ignorante, obsoleta y de corte colonialista -lo que al sistema neoliberal le viene de perlas- mira para otro lado. 

Nos vendieron la preeminencia de los derechos humanos, la democracia y la autodeterminación como una aspiración legítima, pero en cuanto actuamos por conquistarlos viene el golpe de puño para recordarnos cuál es nuestra verdadera realidad. Vale decir, el engaño descarado y la píldora política gorda que nos hemos tragado en largos períodos de nuestra historia. Lo que no le toleraron a Castillo en Perú, se lo aplaudieron a Zelenski en Ucrania, demostrando que todo depende de qué color es el protagonista. 

No podemos seguir ignorando la sombra funesta del imperio con sus aliados locales, capaces de utilizar el universo mediático para divulgar sus mentiras y convencernos del cuento de la libertad democrática de los pueblos. La realidad nos enseña, a golpes de Estado y bloqueos económicos, cómo los intereses de un puñado de naciones poderosas dependen de nuestro subdesarrollo y nuestra enorme capacidad para caer en las trampas del sistema, una y otra, y otra vez.

La libre determinación de los pueblos no es mas que un deseo insatisfecho.

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La burbuja cultural

Nuevas generaciones desconectadas de su entorno e inmersas en la tendencia global.

Sin llegar a profundizar demasiado en las consecuencias que puede tener la imitación de valores, la adopción de estilos culturales ajenos o la pérdida de contacto con las propias raíces, se podría dibujar un esbozo de lo que sucederá con nuestras sociedades futuras. Inmersas en un consumismo que no les pertenece y guiadas a ciegas por la necesidad de fundirse en la masificación, nuestras generaciones recién estrenadas y crujientes dentro de sus trajes de fibra sintética, comienzan a mostrar la verdadera cara de la globalización cultural.

Indiferentes ante la realidad social que la rodea, una porción peligrosamente alta de la juventud de los países en desarrollo prefiere responder a los estímulos alienantes de aquellas sociedades de la abundancia y la plastificación del yo, que satisfacen los deseos y las inquietudes más básicas de los nuevos trepadores sociales. El “way of life” de los años cincuenta ha renacido, vigoroso y triunfante, pero completamente desprovisto de aquel encanto ingenuo que le dio origen y, obviamente, carente por completo de las razones que lo sustentaron en su momento de gloria. Es decir, transformado en un telón hollywoodense que ofrece a cada sueño una respuesta a la medida.

De esta cuenta, los estratos sociales privilegiados de nuestros países han producido una juventud que vive en un contexto accidental, prestado y ajeno… Un contexto al que se sienten ligados por la naturaleza pero no por la cultura. Y entonces transforman su entorno en una pequeña y modesta réplica de lo que creen es su verdadero hogar, aquel al que no pertenecen ni por naturaleza, ni por cultura, pero el cual continúa siendo, a pesar de todo, su único modelo válido.

Esta pérdida progresiva de sentido de la realidad y la actitud poco caritativa de nuestros jóvenes arribistas y extranjerizantes, ni siquiera está sustentada en la posibilidad cierta de acceder a los círculos de una sociedad ideal. No sólo porque esa sociedad no existe, sino porque tampoco los aceptaría, si así fuera. Esta forma de migración ideológica que se está produciendo en forma un tanto violenta, afecta sensiblemente el perfil cultural de nuestros países, y no deja de ocasionar un impacto negativo en los esfuerzos de algunos sectores por recuperar su identidad nacional.

Es más que evidente la imposibilidad de generarse una identidad cultural sólida y trascendente a partir de la ruptura con las propias raíces. Nada puede ser tan desgastante como luchar contra un enemigo interno que no se identifica con facilidad porque se cuela a través de los medios de comunicación, de la adopción de costumbres extrañas, del desprecio por lo propio y de la exagerada discriminación étnica que resurge como derivación natural del rechazo a lo que constituye la esencia del origen.

La superficialidad de este nuevo marco de valores está claramente definida porque ninguno de sus principios responde a una necesidad real, a un análisis profundo de sus razones ni a una tendencia generalizada de buscar vías accesibles hacia el progreso. Todo lo contrario. Una de sus características más notables es la falta absoluta de consistencia, revelada a través de poses que no cuentan con un respaldo intelectual que permita sugerir una postura filosófica. Sus seguidores más fieles son personas que viven, generalmente, dentro de un círculo de creación y satisfacción inmediata de necesidades que pertenecen a otra realidad, pero el cual les permite mimetizarse en un sueño dorado del que no conocen las reglas.

Esta juventud no alcanza a ver la responsabilidad que le toca en el desarrollo de su propio mundo, porque insisten en situarse en un éter descrito en inglés, rechazando el contacto con todo elemento que le impida evadir la realidad de sus circunstancias. Cae en el sopor de sus falsos ideales, esforzándose por descalificar los rasgos particulares de su entorno. Mientras eso sucede en las alturas de los privilegios económicos, otros jóvenes conscientes luchan por recuperar la identidad perdida e intentan, sin mucho éxito, restaurar los ideales que dieron vida a una cultura rica en tradiciones. La misma que actúa como espejo de la pobreza y de las limitaciones de una población que desconoce las supuestas ventajas de la globalización.

Los pueblos en desarrollo pierden sus raíces culturales por medio de la imitación.

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Ocho mil millones…

La población mundial aumenta al ritmo veloz de las desigualdades. 

Como en un sistema de vasos comunicantes, el incremento de seres humanos sobre la faz de la Tierra no se refleja en prosperidad, sino en capacidades reducidas de supervivencia, en bajas tasas de crecimiento económico de los países no industrializados, mayores riesgos de provocar el colapso de los recursos naturales y unos indicadores de desarrollo en franco retroceso para las naciones del hemisferio Sur. En este escenario, difícil de medir y comprender en toda su dimensión, los habitantes más afectados por este fenómeno resultan ser los más vulnerables.

El hecho de alcanzar esa cifra simbólica obliga a reflexionar sobre la situación tan desigual en la que vive el segmento infantil de las sociedades. Con especial fuerza durante los últimos años por los efectos de la pandemia, niñas, niños y adolescentes se han visto recluidos en espacios limitados, alejados de su entorno social y muchos de ellos sometidos a la violencia doméstica y al rezago escolar; han experimentado los efectos más devastadores para su desarrollo físico y psicológico, en una etapa crucial de su vida. Ante la realidad de un sistema político y económico que los excluye de las oportunidades por su incapacidad para incidir en las decisiones que afectan su presente y su futuro, este segmento social ha quedado relegado en el goce de sus derechos fundamentales de manera indefinida.

En países como los nuestros -el gran continente americano lleno de riquezas- es mas que evidente la pérdida de acceso de la niñez a las oportunidades de educación, alimentación y atención en salud. Los recursos destinados a paliar -entre otras urgencias- la desnutrición crónica en los primeros años de vida, no representan un tema prioritario en naciones gobernadas bajo la regla de la concentración de la riqueza, la captura de los recursos nacionales en manos privadas y la explotación de la fuerza de trabajo bajo las consignas del neoliberalismo más descarnado. Estos factores no solo causan una grave marginación de las políticas públicas y las iniciativas de desarrollo social, sino impactan en el futuro de los países y obstruye sus posibilidades de avanzar.  

El haber alcanzado la cifra de 8 mil millones de seres humanos, cuyas necesidades superan de lejos la posibilidad de satisfacerlas, solo tiende a alimentar las desigualdades y exacerbar los odios, permitiendo la consolidación de movimientos fascistas y retrocediendo a los peores momentos de la Historia, con supuestos planes para reducir la población quitando de en medio a los más necesitados: migrantes; pueblos originarios marginados del desarrollo y desplazados de sus territorios; y, de paso, a quienes no poseen los recursos ni la capacidad para defender sus derechos.

El único recurso posible para establecer un cierto equilibrio entre los sistemas imperantes y las oportunidades de desarrollo con orientación hacia el respeto por los derechos humanos, es una alineación de prioridades con acento en la redistribución justa de la riqueza, la imposición de medidas radicales para reducir el impacto ambiental y un consenso entre los poderes corporativos -cuyo dominio es incluso superior a los poderes de los Estados- con el propósito de contribuir a detener la crisis climática. Todos ellos, objetivos que ya han sido ampliamente discutidos, plasmados en documentos firmados y ratificados, pero jamás cumplidos.

El cambio climático, sumado al aumento demográfico, es una amenaza inminente.

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El efecto placebo

Los fenómenos colectivos tienden a crear la ilusión de una realidad paralela. 

Con el ruido mediático elevado a la máxima potencia para concentrar la atención en el mundial de Qatar, los verdaderos problemas que afligen a la mayor parte de los 8 billones de seres humanos que poblamos -para bien o para mal- este planeta, quedan disimulados tras una fachada de entusiasmo por un espectáculo cuyas sombras oscuras se diluyen en cuanto suena el primer arranque. De cómo ese pequeño emirato, gobernado con mano de hierro por la familia Al Thani, consiguió la sede del campeonato mundial de fútbol, ya se han escrito miles de páginas, en donde están consignados no solo los procedimientos opacos en el proceso, sino también las violaciones de los derechos humanos de miles de migrantes explotados en la construcción de la lujosa infraestructura.

El entusiasmo de los aficionados al fútbol, el cual captura el foco de millones de fanáticos y también atrapa la atención de los medios internacionales, ha dejado entre bastidores un tema crucial relacionado con esa región: las conclusiones del COP28, celebrado en Sharm El Sheij en este mes de noviembre. De acuerdo con Simon Stiell, Secretario Ejecutivo de ONU Cambio Climático, “Este resultado nos hace avanzar, es un resultado histórico que beneficia a los más vulnerables de todo el mundo. Hemos determinado el camino a seguir en una conversación que ha durado décadas sobre la financiación de las pérdidas y los daños, deliberando sobre cómo abordar los impactos en las comunidades cuyas vidas y medios de subsistencia han sido arruinados por los peores impactos del cambio climático”.

Aun cuando esas palabras suenan como una promesa, la realidad es que la ONU no solo carece de poder para enfrentar las presiones del mundo corporativo, cuyo poder es incluso superior al de los Estados que la conforman, sino depende financieramente de países súper industrializados que son, en concreto, los mayores emisores de CO2 del mundo y cuyo sistema productivo se vería seriamente afectado con la gigantesca inversión requerida para adaptar sus métodos con el propósito de reducir su huella de carbono. A este obstáculo se añade una cultura de consumismo extremo e innecesario -convertida en señal de progreso- en esos mismos países desarrollados y aquellos emergentes que buscan imitar el estereotipo.

Con dar una mirada a la prensa internacional en todas sus plataformas, basta para apreciar el enorme impacto que ese efecto placebo -el Mundial de Qatar- logra sobre millones de seres humanos capaces de sumergirse en la fantasía y olvidar todo aquello que ha puesto su supervivencia en riesgo. En ese sentido, no solo está la amenaza de una conflagración global, producto de la guerra de intereses geopolítico-corporativos, sino también la falsedad de las promesas vacías de los gobiernos en relación a sus políticas con respecto al cambio climático.

Mientras grandes segmentos de la población mundial carece de medios de subsistencia y se hunde en la pobreza y el hambre, se observa con discutible admiración la concentración obscena de poder de unos pocos privilegiados quienes, con una ínfima porción de sus fortunas, tendrían el poder de aplacar la miseria de quienes lo han perdido todo en este sistema depredador. La fantasía mundialista, sin embargo, no durará lo suficiente y el inevitable choque con la realidad del cambio climático, la profundización de la pobreza y el desafío de la supervivencia, terminará por prevalecer.

El despertar es inevitable y nos obliga a mantener la lucidez en un mundo desquiciado.

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