La invisibilidad de los pueblos

No sucede solo en nuestro continente, los pueblos del mundo nunca habían sido más ignorados. 

Los abusos constantes de los grandes poderes corporativos, con la abierta complicidad de un sistema neoliberal disfrazado de desarrollo, han transformado a la política internacional en un siniestro juego de poder en donde la vida humana ha dejado de existir como un factor en la toma de decisiones. Este marco, cuyos límites se reducen a la búsqueda incesante de concentración de la riqueza, ha convertido al planeta en un campo de batalla en el cual se impone una estrategia de exterminio. El fenómeno de las migraciones, en este contexto, no se reduce a huir de la violencia o a la búsqueda de mejores oportunidades -como algunos pretenden creer- sino a la urgente necesidad de conservar la vida.

Los gobiernos, especialmente de los países más desarrollados, pretenden criminalizar a las enormes caravanas de seres humanos desplazados de sus territorios. Los culpan por escapar de guerras que esos mismos países han provocado, sin otra excusa que el saqueo de sus riquezas. Los satanizan por tener la audacia de proteger a sus familias contra la perversa invasión de sus territorios y la destrucción de su hábitat. Esos países desarrollados que acumulan privilegios con la mano derecha mientras devastan continentes enteros con la izquierda, han invisibilizado a los pueblos y les han quitado su dignidad.

Los derechos humanos, a pesar de todas las convenciones, tratados y discursos mediante los cuales se pretende proteger una idea abstracta y caduca como el de su respeto irrestricto, se violan a destajo bajo un sistema aparentemente legal cuyo objetivo es convertir al mundo en un territorio abierto al saqueo y a la exclusión de las grandes mayorías. En este planeta, la vida y la supervivencia cuelgan de un hilo fino; la codicia imparable de grupos de poder -tales como la industria farmacéutica, las industrias minera y petrolera, las compañías que se han apoderado del agua y de los océanos- han transformado a la Humanidad en un recurso o en un obstáculo, dependiendo de sus mezquinos intereses, escatimándole el protagonismo que le otorga su naturaleza.

Con el mayor de los cinismos, pretenden hacernos creer en la legitimidad de sus supuestos derechos y que los nuestros -como pueblo que somos- no existen más. Nos inoculan virus para desarrollar vacunas que engrosarán sus ya abultadas arcas, nos convencen de que migrar es ilegal, nos quieren sometidos y callados a fuerza de represión y, gracias a todo eso, van definiendo un mundo a su conveniencia. Los países más desarrollados gracias a nuestro patrimonio -África y América- desprecian nuestra cultura, nuestro color y nuestro derecho a vivir libres de sus invasiones y lejos de su industria bélica. 

Nos condenan por constituir un estorbo para sus planes de explotación y plantan en nuestros gobiernos a seres corruptos y criminales, individuos dóciles capaces de entregar a sus naciones a cambio de sobornos. Para ello, asesinan a líderes cuya conciencia se oponga a sus intenciones. De ese modo, hemos transitado por una historia cargada de pérdidas; una línea de tiempo que nos ha dejado cicatrices profundas y miedos tan acendrados que paralizan el espíritu y lo condicionan. Estos pueblos, invisibles para los grandes poderes económicos y políticos, son la fuerza viva indispensable para enderezar el rumbo.

Hemos transitado por una Historia cargada de pérdidas, una dolorosa línea de tiempo. 

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Daños colaterales

Millones son las víctimas causadas por el abandono de políticas públicas esenciales. 

Guatemala se encuentra hoy a las puertas de un golpe de Estado, el cual se ha venido gestando de manera solapada desde el palacio presidencial y las más altas instancias de sus instituciones. Las maniobras conducentes a la situación que hoy vive ese país han sido pergeñadas de tal modo como para causar una parálisis jurídica y la invasión de los espacios en donde se toman decisiones fundamentales. Para ello, quienes administran y manipulan los mecanismos políticos han instalado a sus cómplices en las Cortes, la Asamblea legislativa, el Ministerio Público y todas aquellas instancias clave de las cuales depende la estabilidad política de la Nación. 

Desde la perspectiva política, Guatemala se puede considerar un Estado fallido. Capturado por un grupo de delincuentes -denominado el “Pacto de Corruptos” por los alcances de sus abusos de poder- el país ha caído en picada en todos sus indicadores de desarrollo, considerados “daños colaterales” entre los políticos actuales. Esa nación, la más rica de Centroamérica, ha sido sistemáticamente saqueada durante las últimas administraciones, al punto de ocasionar daños irreparables, en especial entre los más jóvenes y desprotegidos. Con índices como el de coeficiente intelectual que la ubican en el puesto 196 -de entre 199 países- una de las tasas más bajas del mundo provocada por la desnutrición crónica, el desarrollo futuro de Guatemala es prácticamente inviable y sus niños, niñas y adolescentes enfrentan un futuro de miseria y privaciones de todo tipo. 

Mientras eso sucede a lo largo de su territorio, la casta política y la élite económica arrasan con todas las riquezas, convirtiendo a esa nación en una república bananera sin futuro y sin esperanzas de recuperación. De ahí la sorpresa que hoy mantiene en jaque a sus centros de poder: el surgimiento inesperado de Bernardo Arévalo De León en las elecciones del pasado mes, un candidato con fuerte vocación democrática cuya propuesta capturó los votos de una ciudadanía hastiada de los abusos y los engaños, y quien ¡oh, sorpresa! alcanzó el segundo lugar en los comicios.

En un incesante tráfago de maniobras ilegales, el actual Presidente y sus aliados intentan frenar el posible y más que probable arribo de Arévalo a la primera magistratura, conscientes de que a partir de ese momento se verán enfrentados a la acción de la justicia; sus cómplices perderán el poder que hoy detentan de manera ilegítima y se iniciará una etapa plagada de obstáculos hacia el retorno de la institucionalidad perdida. 

Todo lo anterior representa una amenaza de tal calibre para quienes hoy detentan el poder, como para temer actos desesperados y violentos por parte de quienes se ven hoy enfrentados a la posibilidad de perderlo todo. Este potencial escenario podría ocasionar un quiebre rotundo en la historia reciente de ese país, el cual ha sufrido ya los estragos de la guerra interna, de los abusos de sus castas privilegiadas y de la represión por parte de sus cuerpos armados. 

Guatemala tiene el derecho de decidir su destino sin amenazas y con la legitimidad que le otorga su texto constitucional. Ningún delincuente mareado de poder debería tener la potestad de frenar el curso de su historia y, menos aún, de privar a sus habitantes de un futuro lleno de esperanzas. Tampoco la tiene una élite económica ciega y voraz, cuyo destino depende de una sociedad saludable y productiva.

Guatemala se debate entre la dictadura y una posible restitución de la democracia plena. 

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Guatemala: La hora del retorno

La esperanza no muere, pero conquistar espacios secuestrados es tarea difícil. 

La ciudadanía guatemalteca se debate entre el estupor y el entusiasmo por los resultados de la primera vuelta de las elecciones generales, en donde se alzó la presencia de un candidato a la Presidencia cuyo perfil escapa por completo a la tendencia de la política doméstica actual. A pesar de la opacidad del evento electoral, Bernardo Arévalo, con el respaldo del movimiento Semilla -una fuerza política relativamente nueva- se alzó con la segunda posición y aseguró su participación en el balotaje a celebrarse en agosto. Atrás quedaron los candidatos financiados por la cúpula empresarial, por las organizaciones criminales y por el propio Estado, a través del saqueo perpetrado por las recientes administraciones. 

Arévalo trae consigo la expectativa de cambio con una magistratura orientada hacia políticas sociales, marginadas desde hace generaciones. Esto contrasta de manera frontal con las propuestas tradicionales de partidos políticos de cacicazgo, carentes de ideología y cargados de compromisos con sus financistas. Las reacciones contra su presencia en el balotaje no se han hecho esperar y la derecha tradicional, aliada con el pacto de corruptos -que mantiene su hegemonía sobre todas las instituciones del Estado- ha iniciado contra este personaje una campaña de desprestigio cargada de odio.

Hijo de Juan José Arévalo Bermejo, un mandatario excepcional que dejó huellas profundas en el Estado de Guatemala, este candidato viene no solo con la carga de la herencia, sino también con el más difícil de los retos: imponer la decencia en la administración pública. Sin embargo, en caso de vencer en las votaciones de agosto, la tarea tendrá el gran obstáculo de enfrentar a una mayoría de congresistas aliados con la actual administración y con las fuerzas políticas más oscuras de los últimos tiempos, dificultándose de manera sustancial cualquier iniciativa tendente a la depuración de las instituciones actualmente secuestradas.

Para una gran mayoría de ciudadanos, esta será la hora del retorno. Retorno a la decencia, retorno a la institucionalidad, retorno a las esperanzas de desarrollo y retorno a la democracia. Guatemala merece la oportunidad de liberar a sus instituciones del daño perpetrado por una serie de personajes mediocres, quienes por medio del engaño se han apoderado de sus riquezas condenando a la población a la pobreza y a sus nuevas generaciones a una emigración sin esperanzas.

Las próximas semanas serán la prueba de fuego para este proceso lleno de incertidumbre y amenazas. Quienes hoy detentan el poder -a la cabeza su élite empresarial de pensamiento estancado en las prácticas de la Colonia- intentarán obstaculizar el arribo de Arévalo al poder. El miedo a la acción de la justicia será el incentivo para cometer toda clase de actos de intimidación, amenaza y provocación por medio de sus lacayos y sus centros de desinformación. Para ello cuentan con las inmensas fortunas robadas, durante décadas, a la población guatemalteca.

La gran expectativa es ver cómo la ciudadanía recupera el espíritu de lucha y logra rescatar su libertad de pensamiento, su energía positiva y, sobre todo, la certeza de encontrarse frente a un cambio trascendental y ser parte protagónica del giro histórico que se avecina.

La juventud tiene la oportunidad de dar un golpe de timón, ejerciendo su voto.

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La política, ¿cosa de adultos?

Desde la infancia nos han mantenido al margen de nuestro destino. 

En algún momento de nuestra vida nos convencieron de las ventajas de abstenernos de la participación política. De hecho, nuestras sociedades y muchas alrededor del mundo, han mantenido a las mujeres al margen de esa actividad cívica, desde la cual se deciden las normas que afectan su presente y su destino. Del mismo modo, se ha impuesto toda clase de obstáculos al involucramiento de los jóvenes bajo la premisa de su falta de madurez, conocimiento o inteligencia suficientes para participar en este ejercicio tan complejo. 

En esa sutil manipulación se intenta convencer a las nuevas generaciones de las supuestas ventajas de dejar las decisiones más importantes -como el manejo de la cosa pública- a los adultos experimentados. Así es como se ha conformado una especie de cártel político-partidista en manos de un puñado de individuos que se alternan en las cúpulas del poder y quienes, gracias a la marginación de las mayorías (mujeres y jóvenes representan más de la mitad de la población en todos nuestros países latinoamericanos) se han apoderado de los mecanismos eleccionarios. 

En las próximas semanas, dos países de nuestro continente enfrentan elecciones generales: Guatemala, el 25 de junio y Ecuador, el 20 de agosto. Ambos con un historial político complejo y plagado de retrocesos y ambos, también, con una población mayoritariamente joven, femenina y con una amplia presencia de pueblos originarios, todos ellos deseosos de participar y marcar su protagonismo. El desafío para estas dos naciones ricas en patrimonio y en cultura, es romper las estructuras que les impiden avanzar hacia un desarrollo sostenible. Esa meta, sin embargo, se presenta obstaculizada por los elevados índices de desconfianza por parte de una gran proporción de sus electores, lo cual sin duda repercutirá de manera sustancial en los resultados de las votaciones.

La estrategia utilizada por los partidos tradicionales, en ambos casos, se ha basado en la premisa de mantener a la juventud alejada de la política, gracias a una educación exenta de los fundamentos teóricos esenciales para comprender sus complejidades. Es así como las grandes masas ignoran -por no haber tenido acceso- los textos constitucionales en donde se determinan la estructura y el manejo del Estado. Ignoran, por la misma excluyente razón, las bases ideológicas de sus representantes en las asambleas legislativas. Creen, porque así les han enseñado, que la política es una actividad reservada a unos pocos, contradiciendo de ese modo la esencia misma de la democracia.

Todo lo anterior revela hasta qué punto el ejercicio político se ha ido convirtiendo en un reducto hermético, blindado contra la enorme fuerza ciudadana residente en los grupos más afectados por su ejercicio: los sectores de infancia, juventud y de mujeres, representativos no solo de la mayoría poblacional, sino también de la clave del desarrollo y del bienestar general. En este reducto, ajeno a las aspiraciones de sus representados, imperan tanto intereses económicos de las élites como la infiltración de organizaciones criminales capaces de torcer, con un golpe de puño, los destinos de las naciones. La incorporación activa -empezando por los procesos electorales- de los grupos marginados, es la única acción capaz de enderezar esas líneas torcidas de la política secuestrada.

La participación activa de jóvenes y mujeres puede cambiar el curso de la Historia.

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Ideología de la desconfianza

La mala reputación de la política procede de la falta de visión y las malas intenciones de quienes la ejercen. 

El ejercicio de la política no es sucio por sí mismo; su aura contaminada y opaca ha sido producto de un mal desempeño de quienes poseen la autoridad para tomar decisiones que afectan a la comunidad a la cual representan. Es evidente que la política, como actividad y como sistema de gobernanza, es un recurso indispensable en la vida de cualquier sociedad organizada cuyo bienestar dependa de una visión inteligente sobre la distribución de sus riquezas, el equilibrio de poderes entre sus instituciones y la transparencia en la gestión de sus autoridades. 

En nuestro continente, con su cauda de conflictos armados, violaciones de derechos humanos, sumisión ante el poder de imperios económico-corporativos y el generoso patrocinio de la droga a candidatos a gobernantes, la palabra “política” se ha ido transformando en sinónimo de corrupción. El abuso de autoridad y la violación impune de leyes y tratados, con la consecuente generación de una especie de ideología de la desconfianza cuya fuerza afecta al presente y futuro de las naciones, ha provocado un ambiente de escepticismo entre la juventud actual, la cual ya no cree -con mucha razón- en el sistema. 

A los jóvenes no solo los han engañado una y otra vez, restándoles oportunidades de acceso a una vida mejor; también les escatiman las herramientas capaces de proporcionar información necesaria y confiable sobre las distintas opciones y sobre el escenario electoral. Los sistemas educativos -los cuales, de paso, dependen de políticas públicas- han sido empobrecidos para satisfacer los intereses de las élites económicas, las cuales dependen de empleos mal remunerados y de la imposición de su propia agenda.

A ello es imprescindible sumar el entarimado de leyes creadas por las asambleas legislativas a su propia medida con el fin de mantener el control sobre el poder político partidista, a espaldas de la ciudadanía. Estos sistemas han obstaculizado el acceso de líderes populares a las altas magistraturas, han impedido la reformulación de las leyes electorales y han criminalizado toda oposición utilizando un discurso populista con atisbos de las tácticas de la Guerra Fría. Es decir, el ejercicio de la política se ha ido consolidando como un arma de ataque contra las sociedades a las cuales debe rendir cuentas.

Son pocos los países de nuestro continente en donde todavía existen instituciones capaces de generar un nivel aceptable de confianza en el ejercicio del poder. Pero, en su mayoría, han sido invadidos por individuos incapaces, corruptos, aliados con las élites económicas y sometidos a la voluntad de países más poderosos, cuyos intereses priman por encima de los de nuestros pueblos. Esto, sin contar con las presiones de organizaciones criminales de narcotráfico, trata de personas y control de prisiones cuya presencia ominosa está infiltrada hasta en los más elevados estratos de los gobiernos.

Las primeras víctimas de este ambiente de escepticismo y pérdida de credibilidad son los procesos electorales. En ellos se evidencia con fuerza el desgaste de sistemas supuestamente democráticos que hoy no resisten el menor análisis. Es en estas supuestas “fiestas cívicas” en donde queda de manifiesto el grave empobrecimiento del poder ciudadano y la ausencia de propuestas políticas capaces de dar la vuelta de tuerca al desprestigio que hoy impera.

Un gobierno corrupto tiende claramente hacia el establecimiento de una dictadura.

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Cómo elegir a un gobernante

Un cargo de elección popular debe ser ocupado por una persona ética y capaz de ejercerlo.

En la carrera por el poder político suele perderse, además del respeto por la verdad, algo absolutamente indispensable: la transparencia y la capacidad de mostrar un perfil idóneo y a prueba de escrutinio para el cargo ambicionado. En un mundo orientado hacia la absurda soberanía de las leyes del mercado y frente a sociedades desprovistas de elementos de juicio confiables ante la oferta política -como sucede en la mayoría de países latinoamericanos- quienes triunfan suelen ser los más poderosos, los más tramposos, pero no siempre los mejores.

Las grandes mayorías han sido desprovistas de acceso a una educación de calidad y este hecho repercute en la carencia de capacidad de análisis, de acceso a una información objetiva y comprobable sobre la oferta electoral, pero también en una inevitable aceptación de decisiones emanadas por instituciones que han perdido de vista su misión. Estas instituciones suelen desviarse de su misión para complacer y apañar a sectores interesados en apoderarse del poder. En este escenario los conceptos de soberanía, independencia, democracia y gobernanza han sido desprovistos de todo su significado.

Para iniciar el proceso de elegir a un gobernante: presidente, alcalde, asambleísta o cualquier otro cargo de elección popular, es indispensable descartar antes de seleccionar. Es decir, dejar de lado a todo aquel individuo -hombre o mujer- cuyos antecedentes muestren conflicto con la ley, actos de corrupción, falsedad o incumplimiento de promesas de campaña en eventos previos, ocultamiento del origen de su patrimonio y falta de transparencia en el financiamiento de su propaganda política. Para ocupar un cargo político, la ética es un factor absolutamente indispensable, pero también la capacidad profesional y técnica que lo respalde para ejecutarlo con eficiencia y eficacia.

Un estadista es, según la RAE “una persona con gran saber y experiencia en asuntos de Estado”. Pero es mucho más que eso: es quien conoce las necesidades de su pueblo y busca resolverlas, apelando al consenso ciudadano para tomar decisiones equilibradas; es quien genera un avance sostenible en todos los campos de acción, independiente de presiones de grupos de poder; es quien comprende sus limitaciones en el ejercicio del cargo y sabe rodearse de un equipo respetuoso de la ley. Pero sobre todo, es quien no transa con grupos de poder económico ni con organizaciones criminales que solo buscan su propio beneficio, contra el beneficio de las mayorías. 

Para elegir a un gobernante no basta con acudir a convocatorias de carácter proselitista y escuchar discursos. Hay que darse a la tarea de investigar, porque dar el voto es una decisión de enorme alcance y serias consecuencias. El sufragio es una declaración de confianza, de compromiso y de ejercicio ciudadano, por lo cual nunca debe responder a la coacción ni al pago de un soborno. Es el acto cívico más importante para una democracia y venderlo por dinero, regalos o una bolsa con alimentos es una traición contra la integridad personal y la del país.

Al dar una mirada a los procesos electorales cercanos a estas fechas resulta doloroso comprobar cuánto se ha perdido en términos de poder ciudadano, cuánto se ha deteriorado la institucionalidad y cuánta incertidumbre amenaza la incipiente democracia de nuestras castigadas naciones.

La falta de reflexión frente al sufragio es un acto de negligencia y tiene consecuencias.

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Flores, corazones y bombones de chocolate

Cerca del Día de la Madre, veamos la realidad desde otra perspectiva.

¿Sabías que dentro de unos días se celebra el Día de la Madre? Seguro que no, ya que naciste en donde esas noticias no llegan. Tu madre te dio a luz en las peores condiciones y seguramente nunca ha tenido oportunidad de celebrar nada. Cuando llegaste, caíste en medio de unos trapos sobre el suelo duro y sobreviviste por puro milagro. Si no te hubieras aferrado al pecho de tu madre, no hubieras durado ni un día porque no traías carne suficiente sobre tus huesitos diminutos. A partir de ese instante pasaste a ser un dígito más en las estadísticas de la desnutrición infantil, esas preparadas con tanta acuciosidad por doctos expertos internacionales en sus elegantes oficinas de la capital. 

Dicen que nunca debiste haber nacido, dicen también que por culpa de tu madre el país está como está, tan subdesarrollado: por parir un hijo tras otro y no entender que eso solo multiplica la pobreza. Mejor se hubiera esterilizado y así habría más oportunidades para todos. Eso dicen, ¿tú, qué opinas? En fin, tu infancia ha sido difícil, la tortilla remojada no calma la urgencia de tu estómago pero no hay más para comer. 

Pero dicen por ahí que hay programas para niños como tú, lo que es muy bueno, eso dicen también. Vienen los camiones y reparten las bolsas con la foto de una señora galana, pero dura poco y el hambre vuelve por días, semanas y meses. Tu padre está en el campo y ni se entera, lo llevaron a la costa a trabajar mientras tu madre se las ingenia para darles aunque sea esa tortilla remojada.

Has visto a otros niños asistir a la escuela de la aldea, y no entiendes por qué tu madre no te deja ir. Dice que no tiene con qué pagar los útiles y tampoco con qué comprarte ropa ni zapatos. Esto de nacer pobre sí que es feo. Las bolsas de la señora galana no traen ropa ni zapatos y tampoco traen cuadernos, porque seguro esa señora no ha pensado que quizás los necesites.

Ayer amaneciste con fiebre y una diarrea que no paraba, pero no había para medicinas. Tu madre te envolvió bien en una chamarra y te cargó hasta el centro de salud, a más de tres horas de camino. Allí se sentaron a esperar pero pasó el tiempo y nadie se acercó a verte. Al fin te ingresaron, pero le dieron a tu madre pocas esperanzas porque no hay antibióticos. No entendiste muy bien, pero al parecer no hay dinero para medicinas ni equipo, por eso no te canalizaron la vena para hidratarte ni te pusieron suero porque no había. De todos modos el médico le dio a tu madre unas pastillas y le dijo que te llevara la semana próxima. 

Así has vivido algunos meses; toda una hazaña para un niño como tú en un país como este. Cuando crezcas, si acaso creces, tu cerebro habrá desarrollado solo una pequeña porción de su potencial, ese que sería indispensable para darte la oportunidad de prosperar y volverte un ciudadano productivo. Tampoco tu cuerpo habrá alcanzado el peso ni la estatura normal para tu edad; serás esmirriado y bajito, con poca resistencia a las enfermedades y escasa capacidad intelectual. 

Lo que no sabes es que formas parte de una cadena de explotación y abuso. La Constitución dice que deben protegerte, alimentarte, educarte y ofrecerte todas las oportunidades para tu desarrollo integral. Pero eso tampoco venía en la bolsa de la señora galana.

La infancia abandonada es el caldo de cultivo para un escenario de violencia y desigualdad.

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Prejuicios y estereotipos

La repetición irreflexiva de estereotipos construye muros y condena sin pruebas.

Preocupa observar la divulgación de conceptos discriminatorios, cuyo trasfondo indica cuánto más fácil es evitar el trabajo de analizar que elaborar una explicación fácil a nuestras frustraciones. Estos surgen cada vez que se menciona la importancia del respeto por los derechos humanos como una de las columnas fundamentales que sostiene las relaciones dentro de una comunidad. Desde hace mucho es posible observar cómo la mayoría repite: “cuando lo sufra en carne propia, dejará de defender a mareros y criminales”.

Es importante señalar que las obligaciones de cualquier instancia estatal o internacional dedicada a velar por el respeto a los derechos humanos no se limitan a velar por los de las personas correctas que viven dentro del marco de la ley. También incluyen vigilar que no se repitan los abusos que han llevado a nuestros países a convertirse en los más violentos, con cientos de miles de víctimas inocentes enfrentadas a conflictos armados más estratégicos que políticos, en los cuales muchas instituciones de los Estados se dedicaron a eliminar selectivamente a líderes populares y abrieron las puertas a la intervención de gobiernos extranjeros.

Los mareros, pandilleros, “vacunadores” -o como quiera llamarlos- aunque usted no lo crea, no pueden ser condenados sin oportunidad de un juicio justo. Para llegar a la raíz del problema los tiros, en este caso, han de apuntar al fortalecimiento y depuración de los sistemas de justicia, pero también hacia la reformulación de políticas públicas más orientadas al desarrollo y la sostenibilidad que al enriquecimiento de las élites. Muchos de los delincuentes que amenazan la seguridad ciudadana son producto del abandono de los Estados, con índices de corrupción vergonzosos y cuyos niveles de oferta educativa para las mayorías están entre los más bajos del mundo. Es inconcebible que la población tolere ser representada en las asambleas legislativas por individuos marcados por la corrupción, pero rechace enfáticamente el trabajo de instancias creadas para evitar la proliferación de escuadrones de la muerte.

Ve con impasible conformidad cómo diputados, jueces y gobernantes –entre los cuales los hay corruptos, abusivos, violentos y adictos al poder- se recetan exenciones de todo tipo, mientras permite que los fondos estatales destinados a salud, seguridad, educación, alimentación y vivienda sean saqueados por esos mismos vividores. En contraste con el discurso tibio y ambiguo de estos funcionarios, los informes de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos insisten en señalar claramente la participación directa o indirecta de agentes estatales en ejecuciones extrajudiciales, asesinatos de reclusos en las cárceles y operativos de limpieza social, y señala que los índices de violencia para países oficialmente sin guerra, están entre los más altos del mundo. 

Repetir frases condenatorias hacia el trabajo de quienes creen en la protección de los derechos inherentes a nuestra condición de humanos, revela una pérdida de perspectiva cuyo poder desarticulador del tejido social constituye un retroceso moral en nuestras sociedades. Los derechos humanos son inherentes a todos nosotros, con independencia de nacionalidad, género, origen étnico o nacional, color, religión, idioma o cualquier otra condición. Defenderlos es deber de todos.

Los derechos humanos son condiciones inherentes a la persona que le permiten integrarse a la sociedad de manera digna.

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Poesía y algo más

“A veces, y el sueño es triste,/ En mis deseos existe/ Lejanamente un país/ Donde ser feliz consiste/ Solamente en ser feliz.”  (Fernando Pessoa).

Recuerdo que hace muchos años, leí en una nota de prensa que un grupo de poetas chilenos había ingresado a una jaula de monos en el zoológico a leer poemas, seguros de que esos animales disfrutaban de la lectura más que muchos humanos. La propuesta resultaba fascinante y no por el hecho de que quizás los monos entiendan de poesía, sino por las enormes posibilidades que esto abre en otros ámbitos, como por ejemplo instalarse en los pasillos de algunas dependencias oficiales a recitar poemas de Humberto Ak’abal, como uno que dice: “¡Cómo quisiera ser pájaro/ y volar, volar, volar,/ y cantar, cantar, cantar,/ y cagarme –de buena gana-/ sobre algunos/ y algunas cosas!” 

Poesía, nada más que eso.  Como las pintas de los jóvenes universitarios que reaccionaron contra la estupidez oficial por allá a finales de los 60, exigiendo un espacio para hacer realidad su propuesta de elevar “la imaginación al poder”, no muy seguros de las consecuencias, pero presintiendo que la imaginación es mucho más interesante y nutritiva para la sociedad que la ambición pura y simple. También más divertida y menos dañina.

Hoy es el Día del Libro y no puedo menos que dedicarle unas cuantas letras. Empezando por considerar la posibilidad de que los primates entiendan poesía, lo cual no es ninguna ofensa para los humanos sino más bien un reconocimiento a la sensibilidad de esas criaturas.  Por algo dicen también que los tigres aprecian a Mozart y a los elefantes se les puede tranquilizar leyéndoles versículos del Mahabharata, lo cual es plausible dado que los paquidermos cultivan otros atributos elevados como la fidelidad y el honor, que entre los humanos han pasado a engrosar la lista de los valores en vías de extinción. No sería sorprendente que también pudieran darnos lecciones de solidaridad y unos cursos rápidos sobre poesía india.

Por lo tanto, no es una mala idea recetar, a quienes ocupan posiciones de privilegio dentro de la comunidad, una dosis reforzada de literatura.  Es posible que de esa manera se les vaya afinando el entendimiento y logren asimilar conceptos tan complejos como integridad, dignidad, amor al prójimo y respeto por la vida.

Pensando en ello es preciso mencionar la apertura del 6 al 16 de julio de este año, de la Feria Internacional del Libro en Guatemala, una institución de más de 25 años creada por la Gremial de Editores, y que ha debido enfrentar duros obstáculos para sobrevivir. Esto, porque para las élites la educación y la cultura son una amenaza. Guatemala, un país especialmente rico en poetas, escritores y artistas de gran trayectoria y en donde la creación se sostiene gracias al esfuerzo personal de sus cultores, es paradójicamente un ambiente hostil al desarrollo cultural desde sus centros de poder.  

La Filgua viene a compensar, con su importante impulso hacia el interés por la lectura, esa ausencia endémica de interés del Estado por incentivar las iniciativas conducentes a elevar los niveles educativos y culturales para una sociedad que los necesita de manera urgente. En pos de ese objetivo, propicia en sus salones el contacto directo entre los autores invitados -de ámbito local e internacional- y un público ávido de conocer lo mejor del mundo editorial y establecer un intercambio rico en ideas. Si está en Guatemala, no se la pierda.

Las políticas públicas para garantizar el desarrollo educativo y cultural, son prioritarias.

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El lado correcto de las cosas

La inteligencia artificial viene a invadir justo cuando la inteligencia natural está de capa caída.

Uno de los mayores misterios en el comportamiento humano es la tendencia ciega a aceptar como ciertos algunos arquetipos establecidos como verdades absolutas. Uno de ellos es aquel que nos indica en dónde está el “lado correcto”. Con este nebuloso orden de pensamiento, cuya validez no admite contraposición, hemos construido todo un sistema moral, político y social incuestionable y rara vez sometido a juicio. De este vago concepto han derivado, sin excepción, todas las formas de violencia social y bélica en las cuales se ha dado por legítima su dudosa pertinencia. El más preciso mecanismo de detección de esta trampa conceptual es la respuesta inmediata a la pregunta: “¿de qué lado estás y por qué?”.

Casi sin excepción, se puede percibir la impronta del desconocimiento histórico en tan amplios segmentos de las sociedades que, prácticamente, los cubre todos. La repetición de conceptos despreciativos como forma de demonizar al enemigo elegido desde un centro de poder al cual no tenemos acceso, para colocarlo en el foco de atención como el objetivo a destruir, ha sido una estrategia altamente efectiva.  De este modo se genera un sentimiento colectivo de respaldo a tácticas opuestas a la lógica tanto como a leyes y acuerdos sobre derechos humanos pero, sobre todo, se instala el factor emotivo capaz de anular la capacidad de los pueblos para cuestionar los motivos detrás de estas acciones.

¿Cuál es el mecanismo mental que nos obliga a adscribirnos a campañas que, con un pequeño esfuerzo de reflexión, rechazaríamos de manera tajante? ¿En qué etapa del desarrollo se considera válida la destrucción de una nación o el genocidio de un pueblo por motivos religiosos, económicos o geopolíticos a cuyas circunstancias no tenemos el menor acceso? Pero, lo más importante, ¿de dónde hemos obtenido la certeza absoluta de que hay un lado bueno y otro malo? Son estas las cuestiones a plantearse como un ejercicio de la más elemental sensatez, pese a que escarbar en las fuentes de información de las cuales no sabemos su confiabilidad, es un ejercicio de fuerza mayor y su acceso se reduce a unos pocos iluminados con habilidades complejas o posiciones de privilegio. 

Es cuando viene al caso mencionar el desarrollo de la Inteligencia Artificial -IA, como unos de aquellos avances espectaculares a los cuales ya nos tiene acostumbrados la industria de la tecnología. Es otro de esos brincos históricos que nos muestra -cual juego de luces- la maravilla de interactuar con una máquina capaz de responder a nuestras preguntas de modo coherente. Es decir, un pequeño brinco hacia la ciencia ficción. 

La posibilidad de experimentar esta nueva herramienta, la cual funciona a partir de algoritmos, análisis de datos y reconocimiento de patrones -todo ello parte de un sistema creado por humanos- puede parecer interesante aun cuando tiene con el potencial de incidir en el establecimiento de patrones de pensamiento desde centros de decisión ubicuos, anónimos y ajenos al escrutinio público, pertenecientes a compañías poderosas con intereses particulares. El punto aquí es ¿cuándo dejaremos de actuar deslumbrados por mecanismos desconocidos capaces de incidir en nuestro pensamiento? ¿Cuándo, por fin, seremos capaces de someter a juicio todo cuanto nos afecta?.

La política internacional es el nuevo cuento hollywoodense del bueno y el malo… 

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Preguntas sin respuesta

¿Sabemos lo que creemos saber o es el efecto de la manipulación mediática?

El frente de la nueva guerra, esa no abiertamente declarada pero que ha derribado todas las fronteras, somos nosotros y nuestra absoluta incapacidad para atisbar -en el veloz tráfago de información- en dónde está la verdad. No tenemos idea porque las fuentes desde las cuales emanan las decisiones y estrategias, nos son desconocidas. Ha sido tan hábil el modo como nos tienen convencidos de nuestra sapiencia, que aun las mentes más entrenadas se pierden en este laberinto de conspiraciones y entretelones políticos.

La verdad es la nueva utopía. El movimiento de tropas en Ucrania, las declaraciones de los líderes africanos, la creación de una moneda capaz de competir con el dólar o la zarpa de Israel detrás de todo el escenario bélico, compiten en atención con la nueva revolución francesa en su batalla contra el neoliberalismo, la cual amenaza con salirse de los moldes establecidos, si es que no los ha sobrepasado ya. En nuestro continente latinoamericano, el ruido más notorio procede del gobierno de México y las abiertas amenazas recibidas del Departamento de Estado por la audacia de su presidente al declarar la soberanía sobre sus recursos energéticos y minerales, litio a la cabeza.

El frente bélico está servido en las redes y en los medios comprometidos con el poder económico, desde los cuales emanan comentarios, hipótesis, supuestas revelaciones y toda clase de mensajes encubiertos para convencernos de una realidad paralela con respecto a la cual no existe certeza, pero tampoco los medios para contrastarla. Somos, en pocas palabras, víctimas de la desinformación institucionalizada y los pedacitos de realidad comprobable no son suficientes como para armar el rompecabezas.

Quienes lucen las agallas necesarias para enfrentar toda la basura que nos venden a paletadas, resultan -como Assange- víctimas de tortura, judicialización, persecución y muerte. El periodismo ético es combatido con saña y el gran público, ya entrenado para absorber y digerir lo que dictan los centros de poder a través del periodismo corporativo, agacha la cabeza y acepta resignado lo que sea con tal de no entrar en un estado de miedo e incertidumbre. Para constatarlo de primera mano ingresemos a las redes sociales en donde se exhibe, con toda su mágica envoltura, la alienación colectiva.

A los habitantes comunes, quienes no poseemos la llave de los grandes secretos como por ejemplo, la verdad sobre los ataques biológicos utilizados en todos los conflictos bélicos o los ensayos científicos perpetrados con la complicidad de los gobiernos sobre grupos humanos inocentes e indefensos, continuarán allí latentes como las grandes preguntas sin respuesta. Los métodos utilizados para mantenernos en la ignorancia no son secretos: responden a estrategias muy bien establecidas a través de políticas de Estado: desnutrición crónica, empobrecimiento de contenidos académicos, ocultamiento de episodios completos de la Historia de las sociedades, insistencia en el planteamiento ideológico de una Guerra Fría que sigue vigente y apoyo a gobiernos corruptos a cambio de su sumisión.

El frente de batalla, con nuestra presencia como la gran masa capaz de absorber sin chistar toda la mentira que nos quieran dar, se despliega en un escenario virtual en donde todo está mezclado y en el cual nada nos consta. Mientras tanto, el gran poder se asienta sin oposición alguna.

Somos la nueva soldadesca ignorante de su papel en una guerra ajena.

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Los ladrones al poder

Los prolegómenos de la justa electoral en Guatemala rebasan todo límite.

Si durante la campaña electoral que ha comenzado -incluso desde antes de dar el toque de salida- el pueblo tuviera una bola de cristal capaz de mostrar el futuro, probablemente exigiría que los comicios se declararan desiertos, como se hace con los concursos en los cuales ninguno de los competidores tiene nada bueno que ofrecer. Es lo mínimo que puede esperarse de una ciudadanía harta de los abusos pero que no logra hacerse escuchar, ya sea porque su voz es inaudible o porque, simplemente, ni siquiera se ha manifestado explícitamente sobre la amenaza que se cierne sobre su destino.

Ya no es vergonzoso. Es aberrante la manera como algunos funcionarios, mientras saquean al país, se dan maña para construir todo un entarimado -supuestamente legal- con el propósito de impedir la inscripción de candidatos idóneos para los cargos de elección popular. ¿El motivo detrás de esas maniobras escandalosas? Muy simple: es porque esas opciones constituyen una amenaza contra sus intentos de mantenerse libres de una más que merecida acción de la justicia por los delitos cometidos a la sombra del poder.

Quienes han jurado defender la Constitución y las leyes, justifican sus actos de corrupción bajo el argumento de ser víctimas de persecución política, aun cuando es más que evidente cómo, durante las sucesivas etapas de mandatos presidenciales y parlamentarios, han logrado acabar con la poca credibilidad de las instituciones, apañar los delitos de sus cómplices en otras instancias y, lo que es aún más grave, han usado todos los mecanismos a su alcance para perpetuar su dominio sobre los recursos del Estado. 

Las amenazas y atentados contra la libertad de prensa, por lo tanto, no son una mera casualidad, han surgido como respuesta a investigaciones y denuncias sobre los delitos cometidos por funcionarios públicos durante su gestión, así como las maniobras perpetradas a la sombra -dado que ni siquiera se cumple con el libre acceso a la información pública- con las cuales se pretende ocultar delitos cuyos castigos -de existir justicia- llevarían al Presidente, su gabinete y sus cómplices en las Cortes, directo a la cárcel.

Mientras el gobierno de Guatemala se blinda contra cualquier intento de retornar hacia un régimen democrático, como demuestra el esfuerzo de partidos de oposición para llevar a las elecciones a candidatos con un perfil acorde con las necesidades de cambio, el mandatario y sus huestes protegen a lo más granado de la podredumbre política: candidatos aliados con las organizaciones criminales (narcos, traficantes de personas, saqueadores del Estado y otras joyas de catálogo). Eso, porque ha sido tal el abuso de poder de las dos últimas administraciones, que solo transando con ese tipo de candidatos mantendrán la impunidad sobre sus actos.

Por eso y mucho más, su arma se ha centrado en el encarcelamiento o el exilio forzoso de quienes -desde la prensa o desde el sistema de justicia- representan voz de alerta, denuncias basadas en hechos comprobables o acciones decididas contra quienes han hecho de los actos de corrupción un remedo de gobierno. Guatemala merece una limpieza a fondo de las lacras que la conducen al desastre total. Los listados de candidatos a cargos de elección popular demuestran que el país ha alcanzado ya la más profunda degradación política. 

Guatemala se debate impotente ante la realidad de un sistema colapsado.

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Ni olvido, ni perdón…

El 8 de marzo de 2017 se perpetró uno de los crímenes de Estado más crueles contra un grupo de niñas privadas de derechos.

Para mí, el 8 de marzo no es un día de saludos y parabienes. Es un día para conmemorar una de las tragedias más crueles e impactantes ocurridas en nuestro continente: la condena a muerte de 56 niñas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción, en Guatemala, perpetrada por el Estado guatemalteco bajo la presidencia de Jimmy Morales, quien dio directamente la orden de mantenerlas encerradas y de ese modo las condenó a una muerte atroz, quemadas vivas.

Ese día, el Congreso permaneció en silencio. También la Corte Suprema de Justicia, la Policía y el Ministerio Público. Todos cómplices de un acto incalificable. Las pantallas de televisión lo mostraron todo en detalle pero, hasta la fecha, los culpables han escapado a la acción de la justicia, comenzando por el ex mandatario.

Durante los días subsiguientes, los comentarios se dividían entre quienes experimentaban el horror por la tragedia y quienes, haciendo eco de los prejuicios atávicos de una sociedad dividida, culparon a las víctimas por su propio holocausto.

Esas niñas, como había denunciado la periodista Mariela Castañón en detallados reportajes en el diario La Hora, eran víctimas de abusos en una institución administrada por la Secretaría de Bienestar Social de la Presidencia de Guatemala, cuya misión es proteger a niños y adolescentes de una situación de maltrato y abandono.

En denuncias posteriores, se comprobó que las niñas eran violadas y sufrían castigos extremos, además de privación de alimentos y atención en salud y educación. También se denunció que ese centro se había transformado en un sitio de tráfico sexual, en donde las internas eran sometidas a la prostitución y el silencio.

Esto sucedió un 8 de marzo y no podemos olvidarlo. Ese día 41 niñas murieron calcinadas y apenas 15 sobrevivieron, si acaso se puede llamar supervivencia a la condena de vivir cubierta de quemaduras y con graves consecuencias físicas y psicológicas y quienes, como colofón al abuso sufrido, han recibido amenazas para impedir que hablen sobre los verdaderos hechos que las llevaron a protestar.

El 8 de marzo no es un día de felicitaciones ni mensajes edulcorados. Es una fecha para recordar cuánto camino falta para alcanzar la igualdad de derechos, para detener el abuso contra mujeres, adolescentes y niñas en un marco de sociedades patriarcales indiferentes a su situación de inequidad. El 8 de marzo es un día para avergonzarnos por nuestra sumisión ante un sistema patriarcal, retrógrado y perverso.

Es hora de asumir nuestra responsabilidad en este escenario de injusticia y luchar contra la falta de sensibilidad humana de quienes, desde el poder, permiten tragedias como esta.

La huella de los cobardes

El acto más revolucionario que una persona puede realizar, es decir la verdad.

Ciegos de rabia e impotencia, el presidente de Guatemala y sus huestes instaladas en las instancias de poder, han abandonado el disimulo para lanzarse en picada -y con todo el arsenal jurídico en sus manos- contra la prensa de ese país. Ya no hay resquicios en donde esconder el miedo que les domina cada vez que aparece en los medios una denuncia por sus descarados actos de corrupción y abuso. Amparados por una cúpula empresarial incapaz de medir el alcance de sus delitos, persiguen y acosan a miembros de la prensa tal y como persiguen a jueces, magistrados y fiscales dignos y valientes, quienes a pesar de la intimidación y las amenazas han sido capaces de investigar a fondo sus delitos.

La instalación de una dictadura en Guatemala no es una teoría de conspiración. Es un hecho consumado. El mandatario, sus aliados en el Congreso, sus acólitos en el Ministerio Público y sus cómplices en las Cortes y en el Tribunal Supremo Electoral, han puesto un sello a las libertades ciudadanas y a los derechos civiles de una población paralizada e incapaz de reaccionar. En medio de ese panorama, no son muchos los valientes cuya lucidez les impulsa a actuar de frente y, entre ellos, mujeres y hombres dedicados a divulgar la verdad de los hechos por medio de sus diferentes plataformas de comunicación. 

En su intento por emular la furia dictatorial de su colega nicaragüense, el presidente guatemalteco se ha paseado por encima del texto constitucional, transformando al Estado en una cueva de ladrones en donde corre el dinero a manos llenas para asegurar el fortalecimiento de un pacto de corruptos que tiene al país yendo directo a convertirse en el ejemplo vivo de la quiebra moral de una nación. La manipulación de las leyes, la amenaza a quienes intentan decir la verdad y el soborno descarado de los congresistas y jueces no hablan de poder, sino de una cobardía tal como para llevarlos a lanzarse en picada -y sin medir las consecuencias- contra todo aquel valiente que les presente oposición. 

Toda la podredumbre de la administración pública -con su rastrera sumisión ante el crimen organizado que les acaricia los bolsillos con sus inmensas fortunas- tiene su réplica en las calles y los caminos de ese castigado país, en donde los matones se abren paso a balazos contra una población condenada al silencio. Los niveles de impunidad ante la criminalidad desatada a lo largo y ancho de Guatemala, responden a una especie de pacto cuya meta es colocar en la primera magistratura a quien se pliegue a continuar con la línea trazada y quien evite, por supuesto, cualquier intento de llevar a los culpables ante una justicia capaz de actuar con transparencia.

La persecución contra la prensa -incluido en ella el trabajo de opinión editorial realizado por columnistas de distintos sectores e ideologías- demuestra la debilidad de estas estructuras criminales ancladas en las instancias públicas, pero sobre todo el desprecio por el derecho de la población de ser informada -en detalle y con veracidad- sobre los actos de sus gobernantes. La violación de este derecho está claramente tipificada en las leyes y en la Constitución Política de la República, en cuyas páginas se garantiza aquello que hoy pisotean: la libertad de prensa. 

Restar derechos constitucionales es un tiro en el pie. Tarde o temprano, pagarán por ello.

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“El dictador mas cool del mundo mundial”

Una campaña “Goebbeliana” de enorme difusión y gran impacto, seduce a las masas.

Somos observadores de uno de los fenómenos propagandísticos mas impactantes de los últimos tiempos: el deslumbramiento colectivo ante una campaña propagandística hábil, cuyo propósito es convertir a un dictador emergente en uno de los líderes mas populares de la década; todo un ejemplo a seguir para los torpes gobernantes de nuestro hemisferio. Alabado por su embestida contra las maras en El Salvador, Bukele ha traspasado los límites de la legalidad para transformar a su personaje -el político milenial, joven y que no teme a nada- en un campeón mundial contra la delincuencia.

Algo que no han considerado quienes lo siguen y lo admiran, alucinados por su carisma, es el peligro de caer nuevamente bajo el influjo de la propaganda y cerrar los ojos ante las violaciones de derechos humanos y cooptación de la justicia cometidos durante su gobierno; olvidar el indispensable ejercicio de reflexión, para pasar por alto el significado de este estilo de dictadura renacido de los manuales de Joseph Goebbels -el responsable de la propaganda nazi que llevó a Hitler al poder absoluto- y escoger a gobernantes represivos y corruptos en su afán por reproducir el sistema.

De acuerdo con una acusación de la Fiscalía de Estados Unidos presentada ante una Corte Federal del Estado de Nueva York, Bukele habría negociado entre 2019 y 2021 con los líderes de la MS-13, una maniobra que involucraría a dos altos funcionarios del gobierno salvadoreño y en cuyos acuerdos se habría concedido beneficios a la organización criminal a cambio de una reducción de homicidios y de favorecer -dentro de su área de influencia- la elección del actual Presidente. 

En esta supuesta guerra contra las pandillas, de la cual los detalles se mantienen en estricto secreto y en cuyos entretelones parecen existir acuerdos bajo la mesa, se han utilizado profusamente las imágenes de los internos cubiertos de tatuajes, formando una imagen perfecta de rendición en los patios carcelarios. Estas imágenes han reforzado la idea de un gobierno eficaz, capaz de manejar la política interna de seguridad con mano de hierro mientras en el resto de América Latina y otros países del mundo, los espectadores de tales hazañas aplauden con entusiasmo.

Al “dictador más cool del mundo mundial” como se autodefine Bukele, no le ha temblado la mano para transformar, mediante la imposición de medidas legislativas que le benefician, el sistema de pesos y contrapesos institucional con lo cual se asegura la posibilidad de la reelección -que antes de su administración era prohibida- y el debilitamiento de cualquier frente de oposición a sus intentos por establecer una dictadura con miras a perpetuarse. Las esperanzas de sus admiradores fuera de las fronteras salvadoreñas, que han caído bajo el influjo de una de las campañas de imagen política más efectivas en términos de popularidad -con su ingrediente de ceguera colectiva- es reproducir el ejemplo para sus respectivos países, abrumados por la delincuencia y la corrupción. 

Lo que presenciamos hoy es un regreso -muchos más sofisticado- a las prácticas de los años 70 y 80, los tiempos más oscuros de América Latina con su secuela de asesinatos de líderes populares y de ciudadanos enfrentados en situación de inferioridad a las huestes de los dictadores de turno. Las dictaduras solo han dejado un saldo de muerte y retrocesos institucionales que todavía constituyen el mayor obstáculo para el desarrollo de nuestras naciones.

La seducción del culto a la personalidad no debe obviar el necesario ejercicio del análisis.

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