Un antiguo campo de batalla

“El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres” Simone de Beauvoir.

En los días recientes, tres decisiones de la Corte Suprema estadounidense han delineado la ruta de un retroceso radical en cuestión de derechos, pero también la constatación de una postura reiteradamente contradictoria en cuanto la defensa de la vida y la libertad. La derogación del derecho al aborto, al eliminar la histórica decisión Roe vs Wade, de 1973, la cual consagraba esta opción como un derecho constitucional, deja a millones de mujeres estadounidenses desprotegidas y sujetas a enfrentar serios riesgos para su salud, pero sobre todo expuestas como objeto de control político bajo la pobre excusa del derecho a la vida. Esta decisión de la Corte constituye otra de las formas de violación de los cuerpos de las mujeres, semejantes a las perpetradas en cualquier escenario bélico y, para más ironía, con los mismos propósitos.

La segunda decisión de la Suprema viene a ratificar el cinismo de los grupos de extrema derecha en ese país, al anular las restricciones sobre la tenencia de armas en la vía pública en el Estado de Nueva York. Es decir, mientras por un lado se restringen los derechos de las mujeres, por otro se relajan las normas sobre uno de los derechos constitucionales más peligrosos para la vida humana. Y la tercera decisión viene a confirmar una vez más la doble moral de las altas instancias jurídicas -reflejo, claro está, de toda una tradición de fundamentalismo- abriendo la puerta para subsidiar con fondos del Estado el adoctrinamiento religioso en las escuelas, lo cual contraviene la tradicional separación entre Iglesia y Estado.

Como espejo de este regreso a un marco normativo que vulnera gravemente derechos ya consagrados, se establece de modo agresivo un retorno a las prácticas restrictivas para grupos específicos de la sociedad -mujeres y niñez- desbaratando de golpe una labor de largo aliento que ha costado muchas vidas. La violencia implícita en estas decisiones delinea un giro histórico hacia un fascismo solapado, vestido de moral. Toda decisión dirigida a eliminar derechos ya conquistados a un grupo específico de la sociedad, es una práctica inmoral y carente de verdadera sustentación jurídica, toda vez que representa un acto de discriminación.

El cuerpo de las mujeres es y ha sido siempre un antiguo campo de batalla. Destruirlo físicamente -o destruir su esencia- equivale a aniquilar una parte fundamental del tejido social. Es por ello que la lucha por los derechos de las mujeres se mantiene siempre vigente: porque jamás estarán garantizados mientras existan bajo un sistema patriarcal, de dominación económica y política, en donde su sitio no tiene sustento sólido. Esta es una realidad en cualquier sociedad, no importa cuán elevado sea su nivel de desarrollo. 

El discurso pro vida, institucionalizado con fervor por gobiernos cuyos líderes amparan los crímenes de guerra bajo la bandera de intereses corporativos, choca de frente con iniciativas destinadas a poner un cepo contra la seguridad, la vida y la libertad de más de la mitad de su población. La intromisión de las doctrinas religiosas en esta muestra escandalosa de cinismo y abuso, incluso en países cuyos textos constitucionales establecen una división estricta de sus espacios de intervención, deja muy en claro cuánto impacto tendría la plena libertad de las mujeres en un sistema capaz de reconocer sus talentos y sus valores. Este, todavía es un tema pendiente.

La plena libertad para la mujer es un tema pendiente en todas las sociedades.

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Los primeros 5

(Publicado en Abril, 2012)

La ventana de oportunidad para lograr un ser saludable es demasiado breve.

Cinco años pasan volando. Para un recién nacido, sin embargo, es la única ventana de oportunidad para alcanzar un desarrollo pleno del cerebro y una buena base de crecimiento para su cuerpo. Si durante ese período fundamental no recibe los nutrientes y los estímulos cerebral y psicomotriz necesarios, la ventana se cierra y nada puede revertir el daño ocasionado por esas carencias.

Aun cuando esto parece pertenecer al ámbito familiar, en realidad es el germen de una sociedad más saludable, productiva y emprendedora. Es el pequeño centro de un potencial universo de logros académicos y mentes creativas, capaces de cambiar la etiología de uno de los problemas más acuciantes de esta sociedad, que es la miseria llevada al extremo de genocidio. 

Uso a propósito el polémico término genocidio, consciente de las reacciones que puede provocar. Sin embargo me atengo a la definición del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, el cual literalmente acota que genocidio es el “Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”. De acuerdo con esta definición, las decisiones “intencionales” que conduzcan a la privación de alimento y otras condiciones mínimas de bienestar para la población de entre 0 y 5 años de edad, por razones político administrativas, serían imputables. Ahí entran todos los actos de corrupción, las transferencias de fondos de programas de alimentos a otros de índole electoral y una larga serie de manipulaciones presupuestarias cometidas por todos los gobiernos de turno.

El programa Hambre Cero propuesto por el actual mandatario coincide con otras propuestas de organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales en el sentido de dar prioridad a la niñez y entrarle de lleno al combate a la desnutrición crónica. Pero de la propuesta a la realidad concreta y palpable, hay una enorme distancia y el gobierno debe estar consciente de los alcances políticos de sus intenciones.

Atacar de lleno las causas de la desnutrición debe empezar por cambiar las prioridades del programa de gobierno, con el propósito de paliar los efectos de una política económica centralista y orientada a beneficiar a una clase llena de privilegios. Para revertir esa situación no solo hay que luchar contra la Hidra de mil cabezas bien afincada en el Cacif, sino también enfrentar el descontento de grandes sectores de la sociedad que se verán afectados por un incremento en impuestos y una serie de consecuencias derivadas de los ajustes que hará el sector privado a los precios de los bienes de consumo, con el fin de recuperarse del golpe a sus ganancias.

La lucha no es fácil, pero el objetivo es vital para el desarrollo y el progreso social y educativo de Guatemala en los próximos cincuenta años. No es políticamente responsable perder a otra generación en el analfabetismo, la desnutrición y el ambiente degradante en el cual viven actualmente millones de niñas, niños y adolescentes. Por ello, invertir en la niñez y la adolescencia sería una de las mejores inversiones a futuro, pero sobre todo la decisión más correcta.