Los fantasmas de siempre

Los ecos de la Guerra Fría no se han apagado jamás. Aún persisten sus mensajes estereotipados en la memoria colectiva.

El aniversario de la quema de la Embajada de España ha traído de nuevo el debate sobre lo sucedido ese trágico día de enero. Pero lo que subyace tras la agria y eterna disputa entre quienes intentan rescatar una verdad –la suya y probablemente la histórica- y quienes pretenden descalificar todo esfuerzo por echar luz sobre los entretelones de esa masacre, es la espesa barrera construida por los genios de la propaganda anticomunista de la CIA y del Departamento de Estado durante la Guerra Fría, convenientemente divulgada por sus mensajeros locales.
Termino la frase y ya puedo sentir sus consecuencias. El legado de esa época de terror dictatorial en toda América Latina y el Caribe persiste en el imaginario colectivo en la forma de un panfleto lleno de frases hechas.
Para el común de los mortales cuya supervivencia dependía de su silencio y su mansedumbre a las consignas importadas y a las órdenes castrenses, cualquier ser humano suficientemente osado para defender una causa social, era comunista. Si alguien se erigía como líder universitario con ideas medio avanzadas, era comunista. Si una mujer exigía el respeto a sus derechos humanos, era comunista. Y yo, por poner en duda la verdad oficial, también debo serlo.
Esto no sólo se vivió en Guatemala durante los años setenta y ochenta, sino también en Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, República Dominicana y todas las naciones en las cuales el poder del imperio estadounidense cambió las reglas del juego imponiendo a sus peones sanguinarios con todo el poder para manipular la información a través de cualquier medio a su alcance.
La Guerra Fría fue la época de las grandes mentiras. El intervencionismo yanqui tampoco es una fantasía calenturienta de una mente comunista, sino una realidad palpable en todo el continente que dejó huellas profundas en las estructuras políticas y económicas, así como en la psiquis de nuestros pueblos.
Fué entonces cuando se profundizaron las divisiones entre clases sociales, cuando se acalló, a punta de balas y bombas, todo intento de independencia y rescate de la dignidad de las naciones.
La verdad histórica –como sucede siempre bajo una dictadura- estaba en manos de quienes también tenían bajo su férula a los medios de comunicación, la llave de acceso a los archivos del ejército y de la policía, y la más eficiente maquinaria de inteligencia y exterminio, todo bajo el manto protector de la ley. Esta es una realidad incontestable, así como lo es que la disensión es un derecho de todos, comunistas o no.

Publicado en Prensa Libre el 02/02/2009

Preventivo cinco estrellas

Ante un cañonazo de puro efectivo no hay funcionario que se resista, menos aún agentes de seguridad mal pagados.

Uno de los mayores obstáculos para combatir a las redes del narcotráfico es su capacidad para comprar popularidad. En las áreas donde instalan sus centros de operación invierten millones de dólares en infraestructura y equipo, con lo cual generan empleo y mayores ingresos para la población local. Pobre pero efectivo consuelo para quienes sufren las consecuencias de su violento modo de vida.
El dinero a discreción es la llave del poder de estas organizaciones criminales. En países con escasa infraestructura de servicios, pocas oportunidades de desarrollo para la población y un sector mayoritario de jóvenes sin acceso a educación ni a fuentes de trabajo, las condiciones para la consolidación de su poder y la expansión de sus territorios, están dadas.
Esta situación se replica en menor escala en organizaciones de maras, cuyo método operativo se centra en robo de vehículos, secuestros, extorsiones y asesinatos a pedido. Estas pandillas juveniles parecen ser un subproducto de las redes de la droga, que probablemente las usan como mano de obra disponible y también como parte de una estrategia de debilitamiento de las entidades encargadas de la seguridad ciudadana, de las instituciones públicas y de la estabilidad social.
El sistema de administración de justicia ha sido impotente ante la avalancha de actos criminales. En estos últimos años, se ha hecho cada vez más evidente la permeabilidad de sus estructuras a la tentación del soborno y a las presiones, a la obsolescencia de las leyes y a la ineficiencia de sus operadores.
Por ello no hay que extrañarse de la debilidad del sistema carcelario como una manifestación más de las deficiencias en la seguridad ciudadana. Drogas, alcohol y tecnología de punta tienen acceso directo a las bartolinas para servir a los miembros de las maras como herramientas de entretenimiento, pero sobre todo de comunicación con el exterior para continuar con sus operaciones delictivas.
Tanto maras como organizaciones del narcotráfico parecen estar más tecnificados y, por supuesto, mejor equipados de armas de grueso calibre que el propio Estado, el cual ni siquiera ha podido hacer funcionar los aparatos de intercepción para señales de celular en las cárceles del país.
La dificultad para proponer soluciones a esta problemática está dada fundamentalmente por el debilitamiento institucional, por el fortalecimiento proporcionalmente inverso de las organizaciones criminales y por la impotencia general de la población. Sin embargo, se podría comenzar por ofrecer oportunidades de estudio y trabajo a la numerosa juventud de este país.

Publicado en Prensa Libre el 31/01/2009