El derecho ajeno

A partir del viernes, la sociedad dió un gran paso adelante en el respeto al derecho de las personas a respirar un aire menos contaminado.

El rechazo a respirar humo de tabaco parece haberse convertido en una exigencia social importante. Aún cuando los guatemaltecos no suelen ser muy expresivos a la hora de protestar contra el abuso, el tema de la prohibición de fumar en lugares públicos cerrados parece haber dado en el blanco de un problema que atañe a todos.
El caso del movimiento anti tabaco contra el inmenso poder de la industria tabacalera se puede catalogar como otra victoria del pequeño David. La lucha ha sido intensa y constante. Los argumentos, de una solidez abrumadora. Y la respuesta de la población, aunque no muy entusiasta a la hora de pronunciarse, tampoco ha sido adversa a apoyar las restricciones.
Que el tabaquismo es una adicción de graves consecuencias para la salud y la economía, es un hecho incontestable. De no haberse probado el punto de manera contundente y con respaldo científico, los legisladores jamás hubieran aprobado esta ley, especialmente porque los representantes de los consorcios estaban ejerciendo una presión muy bien planificada, sostenida con una eficaz campaña de lobby y, por supuesto, con un arca bien nutrida de dinero, capaz de convencer a cualquiera.
Pero los milagros suceden y esta ley ha sido uno de esos acontecimientos históricos que merecen reconocimiento especial por el avance que representan a nivel de políticas positivas para el pueblo y por su impacto en el bienestar de todos.
Ahora habrá que ver cómo la propia comunidad exige su cumplimiento. Aún cuando nunca falta quien se resiste a acatarla por la falta de reglamento, en realidad las normas son simples como el agua clara: no se puede fumar en lugares públicos cerrados, porque el humo disperso por el ambiente afecta a todas las personas por igual.
Esto demuestra que los derechos individuales tienen límites cuando vulneran los derechos de otras personas. Por lo tanto, las autoridades tienen ahora una tarea adicional por delante, y es proteger a la niñez del humo del tabaco de sus familiares aún estando dentro de su propio hogar. Es frecuente observar a personas fumando en un automóvil cerrado, acompañadas por toda su familia, bebés y niños incluídos. Esto representa un peligro potencial serio y ahí también se debe intervenir.
Para que esta ley cobre verdadera relevancia como medida útil para reducir el tabaquismo, es vital proteger a la niñez y a la juventud del ejemplo nocivo de quienes deberían ser sus modelos a seguir. Hacer conciencia en padres, tutores, maestros y otros adultos responsables podría cambiar por completo el panorama de la salud pública en un futuro no muy lejano.

El valor de lo intrascendente

Con el objetivo de desviar la atención de la sociedad lejos de los temas relevantes, los políticos son capaces de cualquier cosa.

Si las últimas acciones del Presidente Colom son producto de su ingenuidad, su inmadurez política o de una franca mala fé, es algo que merece un concienzudo análisis. En todo caso, la estrategia –si existía- ha dado resultado. A raíz de su viaje a Cuba, el revuelo armado por la decisión del sector empresarial de salirse de la comitiva y la fuerte polémica ante la concesión de la Orden del Quetzal a Fidel Castro, han logrado acaparar la atención de los sectores de opinión y de la sociedad informada.
Relegados han quedado otros temas sustantivos como las últimas acciones violentas de los carteles de la droga; las amenazas de rescatar a sus miembros capturados por las fuerzas de seguridad; el caso contra el ex fiscal Matus y las pruebas ofrecidas por la Cicig para confirmar su vinculación con el asesinato del ex asesor de seguridad del ministerio de Gobernación, Víctor Rivera; las discusiones sobre la ley de armas; el regreso del ejército a las comunidades más afectadas por la violencia y otros hechos que merecen toda la atención de la sociedad organizada.
Al final de cuentas, lo importante no es debatir sobre si Colom perdió la cabeza entregándole la presea guatemalteca a un dictador como Castro –a pesar de que los dictadores ya adornaban desde hace mucho las páginas de la Orden del Quetzal-, o si estaría pensando claramente en las repercusiones de su decisión de pedir perdón al pueblo cubano por haber apoyado a Estados Unidos en la invasión de Bahía de Cochinos.
La polémica sobre este anecdotario diplomático con aroma setentero no debe obnubilar a los líderes de opinión al punto de perder de vista lo sustantivo. En realidad, es un hecho que la condecoración en mientes perdió su lustre desde hace mucho y que se ha repartido a gusto y capricho de los presidentes que han pasado por el Palacio Nacional, quienes no han tenido precisamente buen criterio para adjudicarla.
Pero además, ¿cómo es posible dar tantísima relevancia a un tema secundario? Es mucho más urgente cuestionar la decisión presidencial de viajar. No sólo de haber visitado Cuba, lo cual no le da ni le quita a este gobierno, sino simplemente de pasarse la mayor parte del tiempo productivo en viajes que a la larga no van a generar más prosperidad ni mejores condiciones de vida al pauperizado pueblo guatemalteco.
Guatemala está atravesando uno de los peores momentos de su historia, con indicadores que demuestran el nivel de irresponsabilidad y negligencia de todas las administraciones y los grupos de poder económico que han puesto las reglas y han dictado las leyes. Es hora de hacerle frente a la realidad sin perderse en distracciones cosméticas.